Ingmar Bergman: Cuaderno de trabajo (1955 – 1974)
Comunicar, expresar Por Diego Salgado
Entre 1938 y 2001, la mayor parte de su vida, Ingmar Bergman garabatea en más de sesenta cuadernos ideas y borradores en torno a sus proyectos —sobre todo películas— así como reflexiones variopintas. Aunque los cuadernos tienen carácter íntimo, Jan Holmberg, máximo responsable de la fundación consagrada a preservar el legado del cineasta sueco, acaba tras años de dudas por gestionar la puesta a la venta de sus contenidos en una recopilación de dos volúmenes. El primero, que publicó con esmero en castellano la editorial Nórdica Libros el pasado mes de mayo, abarca el periodo existencial y creativo de Bergman comprendido entre 1955 —cuando su actividad profesional empieza a granjearle reconocimiento internacional— y 1974. El segundo, que verá la luz el año próximo, alberga los apuntes escritos entre 1975 y 2001.
Holmberg estima que se trata de material inédito muy atractivo de cara a realzar el centenario del nacimiento en 1918 de Bergman, y añade que, pese a no tener la consideración de labor artística, el propio director barajó en algún momento la posibilidad de publicarlo, además de servirle como apoyo para los libros de memorias La linterna mágica (1988) e Imágenes (1992). En su epílogo a Ingmar Bergman: Cuaderno de trabajo (1955-1974) Holmberg se pregunta hasta qué punto “traicionamos a quienes nos confiaron estas anotaciones privadas del realizador”, pero concluye que “nos hallamos ante una aproximación excepcional a su proceso creativo. El lector tendrá a veces la sensación de estar sentado a su lado mientras escribe. Nunca hemos estado más cerca de él (…) literatura de pleno derecho, la forma ideal de comunicación de Ingmar Bergman frente a sus ficciones, en las que la ansiada comunicación no se produce jamás, sus personajes son incapaces de llegar al otro, a Dios, o a sí mismos” 1.
Lo problemático de las declaraciones (auto)justificativas de Holmberg es evidente. Parece muy propio del hoy confundir comunicación y expresión. Más aún, destacar la importancia del primer término sobre el segundo. Al fin y al cabo, comunicar no requiere el esfuerzo de una elaboración artística, y procura una gratificación instantánea. A la larga, eso sí, se revela un espejismo, y de la profunda insatisfacción que ello genera solo sabe dar cuenta… lo expresivo. Bergman como la mayoría de nosotros, estaba obsesionado con la (im)posibilidad de conectar con el universo, el prójimo, uno mismo, y sublimó dicha obsesión a través de formas merced a las cuales trascendía su entendimiento ordinario de lo real y gracias a las cuales el espectador adquiere el privilegio de redefinir el signo de sus propias inquietudes.
¿Se sitúa uno más cerca de Bergman viendo Los comulgantes (Nattvardsgästerna, 1963)? ¿Más cerca de uno mismo? ¿A ese nivel hemos degradado las manifestaciones culturales? ¿No se trata por el contrario de que la película despierta en nosotros la conciencia, tan elevada como pavorosa, de cuán fatuo resulta lo que nos ha amaestrado a reconocer como individualidad, colectividad, espiritualidad? ¿De la facultad de sus imágenes para distanciarnos y brindarnos una perspectiva más amplia, más comprensiva, de nosotros mismos y cuantos nos rodea? En palabras de Bergman, el reto, que comparten el demiurgo que filma, escribe o compone y el demiurgo que mira, lee o escucha, radica en plasmar “el hecho de que vivimos sobre una fina lámina de seguridad que podemos perforar en cualquier momento al pisar, si no es que la eterna amenaza sombría irrumpe empujando desde abajo (…) Una conciencia a través de la cual todo fluye y se remueve sin interrupción, y que cae y separa y sueña y nota, que se acerca cuando se aleja y se aleja cuando se acerca (…) Una conciencia difícil, lacerada, llena de odio y de ternura y de alegría y de inseguridad y de desesperación. Si pudiera hacer eso, si pudiera emular ese movimiento con lo cinematográfico. Si pudiera” 2. Es decir, que cuando Holmberg afirma que al leer Ingmar Bergman: Cuaderno de trabajo (1955-1974) nos sentiremos más cerca del cineasta, niega la posibilidad de que el volumen sea literatura de pleno derecho; reduce sus páginas a la condición de sobremesa familiar, reunión de amigos, intercambio de opiniones en redes sociales, charla entre compañeros de trabajo.
Cuando Bergman recurrió a sus cuadernos para materializar Imágenes y La linterna mágica, aplicó los filtros imprescindibles para que unas simples notas al pie de su experiencia vital y artística contribuyesen a una rememoración sofisticada de lo que daba por hecho era su pasado; en última instancia, a redescubrir los sentidos de ese pasado y hasta a imaginarlos de acuerdo al prisma del creador: “me inclino sobre fotografías de la infancia y estudio el rostro de mi madre con una lupa, en un esfuerzo por abrirme paso a través de sentimientos podridos. Sí, sí que la quería, y en la foto me parece muy atractiva” 3. De igual manera, si Bergman se hubiese encargado en persona de editar estos cuadernos de trabajo, los habría sometido a una revisión severa, sabedor de que constituyeron un guión, un bosquejo, para su obra, y no parte sustancial de la misma. El 9 de septiembre de 1973 le asalta la desgana a la hora de proseguir su adaptación fílmica de la opereta de Franz Lehár La viuda alegre (1905), que habría interpretado Barbra Streisand de salir adelante; aquel domingo, en definitiva, apenas tiene ánimo más que para dejar constancia casual en uno de sus cuadernos de que “es un día para la pereza y alguna descripción, pero, sobre todo, para la pereza” 4.
Como lectores, ya hemos asimilado la estrategia que inició la industria del libro hace varias décadas consistente en normalizar con espíritu mercantilista la publicación de cualesquiera legajos —diarios, inéditos, cartas, versiones desechadas de textos— a fin de exprimir el valor de marca de autores reconocidos. La comparación, incluso exaltación por Jan Holmberg, de los cuadernos de trabajo de Bergman frente a su trabajo de ficción, nos pone sobre la pista de otro fenómeno: la adaptación del mercado editorial a la sensibilidad narcisista, inmadura, vanidosa, del cliente actual, a través de (auto)ficciones de facto o, como es el caso, supuestas, en las que lo confesional, la subjetividad indulgente y cómplice, el regodeo en las propias ignorancias y limitaciones, le ganan la partida a los entresijos de la escritura con efectos catastróficos para las calidades complejas de la literatura y, por tanto, del lector.
Ello no quiere decir que Ingmar Bergman: Cuaderno de trabajo (1955-1974) carezca de interés. Lo tiene, y mucho, siempre que las anécdotas más o menos significativas que desgrana el director a lo largo de las páginas acerca de montajes teatrales exitosos o discretos, sus fabulaciones y aforismos cinematográficos volcados en duermevela sobre el papel, sus melancolías del alma y de las articulaciones, las crónicas de sinsabores climatológicos y las ristras de nombres propios, se entiendan subsidiarias de un corpus artístico monumental del que el libro solo alcanza a ejercer como portal o aliviadero. Y siempre, claro, que el lector o el crítico resistan la tentación de erigirse en autoridades morales para condenar los muchos defectos como ser humano de Bergman, que, a pesar de los expurgos, evidencian en los cuadernos sus observaciones cotidianas. Al cineasta se le aprecia inseguro, cargante, neurótico, egoísta. Pero no solo demuestra en unas cuantas entradas conocerse bien a sí mismo —”Feliz Año Nuevo, viejo idiota” 5—, sino que, además, supo reconducir sus taras fuera del recinto de los cuadernos, en palabras e imágenes de valor perdurable que le atañían a él, pero, también, a nosotros y a quienes vendrán. No pueden decir lo mismo la inmensa mayoría de quienes insisten en cargar contra él ansiando los réditos intelectuales exiguos que les procurarán los ripios ideológicos de temporada.
CUADERNO DE TRABAJO (1955-1974)
Ingmar Bergman
Prólogo de Dorthe Nors y comentario final de Jan Holmberg
Traducción de Carmen Montes
Editorial Nórdica Libros
460 páginas
- HOLMBERG, Jan: “Comentario”, en BERGMAN, Ingmar (2018): Cuaderno de trabajo (1955-1974), Madrid: Nórdica Libros, pp. 449-452. ↩
- BERGMAN, Ingmar (2018), Ibídem., p. 273. ↩
- BERGMAN, Ingmar (1988), La linterna mágica, Barcelona: Tusquets Editores, p. 7. ↩
- BERGMAN, Ingmar (2018), óp. cit., p. 413. ↩
- BERGMAN, Ingmar (2018), óp. cit., p. 145. ↩