Insensibles

Tu historia me pertenece Por Fernando Solla

“Buscas los límites del mal,

pero el mal no tiene límites…”Carlos Lasarte en Los sin nombre (Jaume Balagueró, 1999)

Según la vigésima segunda edición del Diccionario de la Lengua Española de la RAE hay dos acepciones (generalistas) posibles para definir el dolor. Podemos concebirlo como una sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior o, también, como un sentimiento de pena y congoja. Juan Carlos Medina, realizador y coguionista de Insensibles plantea, a su vez, una magnética, sugestiva y, también, doble exploración cinematográfica de ambas acepciones, fisicalizando lo psíquico y, de paso, dando una lección de lo que es contar una historia a través de la Historia y viceversa.

El resultado de Insensibles es, sin duda, una de las propuestas más estimulantes que hemos podido ver en la gran pantalla durante los últimos meses.

A través de dos tramas que por momentos nos parecerán independientes entre sí y a ratos subtramas entretejidas por un mismo hilo conductor hasta desembocar en un final de un barroquismo incendiario e hipnótico, Medina nos explicará cómo un fatídico accidente automovilístico cambiará el devenir de David (Àlex Brendemühl), brillante neurocirujano al que se le diagnosticará un cáncer, cuya superación será sólo posible si se le practica un trasplante de médula. La búsqueda de un (a medida que avanza el largometraje) cada vez más improbable donante compatible hará que David descubra el oscuro pasado de los miembros de su familia. Por otro lado, y a través de un muy mesurado montaje en paralelo, seremos testigos del trascurso de los años en un hospital infantil, desde y durante la Guerra Civil hasta aproximadamente la década de los sesenta. La peculiar dolencia de los niños será su incapacidad para sentir dolor físico, sólo comparable a su falta de experiencia y conocimiento vital para concebir el dolor anímico.

Insensibles

¿Ambicioso? Mucho, muchísimo. ¿Complejo? Enormemente en su concepción y seguramente en su ejecución, pero para nada en su recepción. Una exuberante y exitosa muestra de trabajo en equipo. Al admirable e inusitado pulso cinematográfico (como realizador) y narrativo (como guionista) de Medina, debemos sumar el excelente trabajo en el montaje de Pedro Ribeiro, la opresiva fotografía de Alejandro Martínez (asfixiante en el tratamiento de interiores y algo más convencional en exteriores) y la banda sonora de Johan Söderqvist que, tras engañarnos con su grandilocuencia y excesiva presencia en el planteamiento inicial, se aliará con el resto de disciplinas hasta terminar removiéndonos vertiginosamente, evitando el tan manido golpe sonoro que provoca sacudidas en las plateas cinematográficas cuando nos enfrentamos a muchas películas del género de terror. Todavía nos falta un último compañero, el más tenido en cuenta en Insensibles: el espectador, el auténtico protagonista de la película, que somatizará sus miedos y temores más profundos a la vez que se verá obligado a apartar su angustiada mirada de la pantalla en más de una ocasión.

Sorprendente, creativa y con muchos elementos para captar y mantener la atención del público, lo que aún servidor más le ha llamado la atención de la cinta que nos ocupa es la habilidad de Juan Carlos Medina para canalizar, domar y, por encima de todo, transmitir sus ansias de contar un qué que lo abarca todo mediante un cómo que a pesar de tocar muchos palos nunca pierde el norte, cohesionando incontables premisas en una historia que las propiciará y no será una mera excusa ególatra para exponerlas (como en tantas otras primeras películas que no son más que puesta en práctica de los conocimientos adquiridos en las escuelas cinematográficas, disfrazadas de ejercicios de estilo).

Insensibles 2

Niños que no saben qué es el dolor, adultos que se empeñan en enseñárselo… ¿cuándo se deja de ser un niño o hijo para convertirse en adulto o padre? Doctores que se verán sobrepasados por su incapacidad para poner en práctica sus conocimientos. Sumisión a las fuerzas armadas, recuperación de la memoria histórica, sociabilidad única y exclusivamente aprendida a través del dolor ajeno, padres biológicos, niños robados, autocensura, víctimas olvidadas del franquismo…Genética, medicina… ¿Somos hijos de las víctimas o de los verdugos? ¿De los opresores o los oprimidos? Nuestro cáncer es nuestra historia, y nunca lo/la superaremos hasta que nos enfrentemos a ella y dejemos de esforzarnos en olvidarla para así poder comprenderla y extirparla. ¿Hospitales o cárceles? ¿Cuarteles o prisiones? Quizá andemos sobre las tumbas de nuestros antepasados y ni siquiera tengamos la menor sospecha, a la vez que nos cavamos la nuestra propia. Hasta la Gestapo tiene cabida en esta película. Que no se asuste el posible lector, que aunque parece que aquí se cuenta mucho, queda muchísimo más por descubrir. Por otro lado, que nadie se espere un drama con elementos fantásticos y aderezo terrorífico al estilo de El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006) o la más reciente El bosque (El bosc, Óscar Aibar, 2012). Medina tiene muy claro a qué género pertenece su película, y lo explota y lo exprime, lo utiliza y lo renueva, lo maquilla e incluso lo camufla, pero nunca nos engaña.

Finalmente, mención especial para un reparto excepcional, que además hará las delicias de los seguidores del panorama escénico autóctono contemporáneo. Además del citado Brendemühl, carismáticamente apadrinado por Juan Diego, destacan Ramon Fontserè, Sílvia Bel, Alícia Pérez, Àngels Poch, Lluís Soler, Bea Segura (de las más emotivas su interpretación), Joan Carreras, Xicú Masó…  Perfecto en su intensidad (breve, pero potente) Félix Gómez, pero el que sin duda se lleva la palma es Tómas Lemarquis con ese temible Berkano al que da vida. Y muy bien dirigidos los niños, esos infantes que aprenderán a sufrir y quién sabe si a verter alguna lágrima. Lágrimas que a los espectadores, como a los insensibles niños, nos confundirán una vez más, hasta el punto que no distinguiremos si son de dolor ante la dureza y crueldad del secreto que acabamos de descubrir o del placer provocado por ser participantes activos del descubrimiento de esta virguería cinematográfica. Imprescindible.

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