Insidious. Capítulo 2.
Por Marco Antonio Núñez
A medida que James Wan va urdiendo su fimografía entabla un diálogo más fructífero y complejo, tanto con la tradición genérica como con su propia obra. De tal modo que cada nueva entrega labora a la manera de contrapunto o juego de espejos, que reitera, deglute, fragmenta, distorsiona, temas y estilemas de sus piezas anteriores. El capítulo segundo de Insidious (2013) dinamita la primera entrega y se refleja en el Expediente Warren: The Conjuring para ofrecer un producto distinto, interpretar la misma partitura con el instrumento cada vez más afinado.
Casi todo lo que dijimos de Expediente Warren: The Conjuring rige para Insidious. Capítulo 2. Wan y su guionista habitual, Leigh Whannell, proceden por inflación del material narrativo original. Meten un cartucho en la veta y la explosión proyecta el mineral fragmentado en múltiples direcciones. Unas previsibles, otras insospechadas. Insidious mira su reflejo invertido en un espejo roto, y se descubre siendo una hidra de varias cabezas.
Los personajes son los mismos, salvo por la inclusión de Carl (Steve Coulter), un antiguo colaborador de la difunta Elise (Lin Shaye). Pero los planos temporales, espaciales y ontológicos se solapan, convergen y se bifurcan, con un nivel de imbricación de todos ellos, en ocasiones, admirable. Destacan a este respecto, las menciones directas al capítulo anterior, que hacen de esta nueva entrega un inmenso fuera de campo que amplía la perspectiva de aquélla, incorporando un contraplano que recuerda al de Nikki (Laura Dern) en Inland Empire (David Lynch, 2006).
La mirada atrapada en un laberinto borgiano, circular, condenando a contemplar su reflejo divergente.
Wan había hecho en Insidious (2010) lo más difícil, lo que más enfado provoca a su talento de encantador de serpientes, presentar unos personajes, remozar viejas situaciones con nueva cosmética, urdir un limbo con visos de infierno, y habitarlo. Llenar la pantalla blanca de todo eso que descubre sus flaquezas y saca a la luz notables limitaciones. Pues ni los dramas personales resultan convincentes, ni su talento funciona en la elaboración del producto sino en su reciclaje, en la nueva disposición que les confiere y la interpretación inesperada que les otorga.
Insidious. Capítulo 2.arranca en el mismo punto donde dejamos a Renai (Rose Byrne) y Josh (Patrick Wilson) en la anterior entrega. La honestidad de Wan hacia la audiencia, le obliga a cierta previsibilidad durante el primer tramo, que, no obstante, no redunda en menoscabo del interés del mismo.
La tradición de la precuela exige volver a encontrarnos con los personajes en 1986. Secuencia que, lejos de ser un mero añadido o peaje explicativo, desempeña una función cuyo alcance el espectador no calibra hasta mediada la narración. Las pesquisas de Lorraine (Barbara Hershey) y la pintoresca pareja de parapsicólogos, a los que les auguro un inminente spin off televisivo, Specs (Whannell) y Tucker (Angus Sampson), discurre por meandros conocidos, el viejo hospital abandonado y poblado de presencias, el caserón maldito, etc.
Y por último, el más allá. El tramo más flojo de Insidious se convierte en un espacio paralelo cuya geografía Wan, felizmente, no se demora en presentar. Cada personaje tiene su propósito bien definido, y por ello, al ser parte de un todo bien engrasado y un colofón a nada, esta vez sí que funciona. Ni inquieta, ni asombra, ni lo pretende.
Todos estos elementos, que en ningún momento hacen el desarrollo confuso o farragoso, confluyen en un clímax sobrio, puede que demasiado lacónico, pero eficaz. Sin demonios correteando por las paredes ni el ejercicio de un suspense enojoso por aburrido.
Menos espeluznante que Expediente Warren: The Conjuring pero igual de divertida, frenética y poderosa. Con la aportación de que Wan vuelve por los fueros de una lujuria visual que abunda en panorámicas con focales, una iluminación expresionista con predominio de rojos intensos, y unos decorados altamente estilizados. Su particular universo abigarrado de objetos bizarros, máscaras antigás, muñecas de porcelana, inquietantes relojes de pared que miden el tiempo con latidos obsesivos, dados que comunican mensajes del más allá, pianos que interpretan su partitura desde el purgatorio, dispensan una concreción a la historia que la hace fascinante.
No le pidamos a Wan que elabore atmósferas opresivas, personajes creíbles con angustias compartidas, imágenes que promueven disturbios de malestar y nos velan luego un sueño inquieto de pesadillas. No le pidamos a Insidious que sea opaca como esa partitura ríspida, esa proyeción maldita que se resiste a cesar; no pidamos a Insidious que sea Sinister (Scott Derrickson, 2012).
Insidious. Capítulo 2, es brillo, espíritu lúdico, ganas de asustar, talento de prestidigitador y un final que se muerde la cola y nos deja en paz, serenos y satisfechos.