Into the Woods
Nice is different than good Por Fernando Solla
“Careful the tale you tell
That is the spell
Children will listen…"
1. Once upon a time…
Acto primero. En1987 Stephen Sondheim y James Lapine estrenaron Into the Woods en el Martin Beck Theatre de Broadway, actualmente Al Hirschfeld. El proyecto supuso la nueva colaboración entre ambos tras ganar el Premio Pulitzer por su anterior musical Sunday in the Park with George (1984). Igual que en el título predecesor, los autores estructuraron el marco donde se desarrollaría la trama en dos actos, anverso y reverso de una misma moneda.
En un contexto conceptual y atemporal de cuento popular, un matrimonio formado por un panadero y su esposa son físicamente incapaces de materializar su más preciado sueño. Tener un hijo resulta imposible a causa de un hechizo realizado por su vecina, “la” Bruja, reversible sólo si la pareja consigue cuatro ingredientes: una vaca blanca como la leche; una capa color rojo sangre; un mechón de pelo amarillo como maíz y una zapatilla dorada tal cual oro. Durante el transcurso de esta búsqueda interactuarán con sus vecinos, que no serán otros que Jack (el de las habichuelas mágicas) y su madre; Caperucita Roja; Rapuncel y Cenicienta, así como los consiguientes príncipes; hermanastras; etc., integrando su propia historia en la de estos personajes, así como su sino.
Adueñándose de las teorías de Bruno Bettelhem, minuciosamente desarrolladas en su obra Psicoanálisis de los cuentos de hadas (insuficiente traducción de The Uses of Enchantment. The Meaning and Importance of Fairy Tales, 1975), así como de las del formalista ruso (e ideólogo literario) Boris Tomashevski, Sondheim y Lapine urdieron un libreto extraordinario, convirtiéndose en precursores de la moda vigente de justificar los motivos de los villanos de los cuentos, modificando su condición antagónica y focalizando su punto de vista.
“Si deseamos vivir, no momento a momento, sino siendo realmente conscientes de nuestra existencia, nuestra necesidad más urgente y difícil es la de encontrar un significado a nuestras vidas”. Esta sentencia de Bettelhem parece sintetizar el contenido de Moments in the Woods, que en la versión que nos ocupa defenderá Emily Blunt (la esposa del panadero), deliberando sobre la eterna búsqueda de la felicidad constante e indefinida en nuestras vidas (“…if life were made of moments, even now and then a bad one… But if life were only moments, then you’d never know you had one…”), asimilada en gran medida a partir de los cuentos escuchados en nuestra infancia, entendiendo estos relatos como catalizadores del conocimiento primero que adquirimos sobre el mundo que nos rodea.
Si a este planteamiento de la fábula (historia narrada) le aplicamos la trama (el modo de contarla y su representación lógica, causal y temporal en el relato) veremos la influencia de Tomashevski: en la macroestructura formada por la gran historia que se desprende de la interacción y las vivencias de les personajes individuales; en los motivos de los mismos; en la equivalencia de las funciones o lógicas cognitiva y estética; enel desarrollo horizontal de la fábula (como el viaje que supone el recorrido de una idea a otra), así como la importancia de la verticalidad (exposición y motivación del relato) o, lo que es lo mismo, la organización de los motivos para enganchar al espectador.
Con todos estos elementos, Sondheim compuso una de sus partituras más celebradas, cuya melodía empasta a la perfección con sus propias letras, potenciando la sonoridad de las palabras. Fiel a su máxima content dictates form, el autor mostró una vez más el gran contador de historias y el gran dramaturgo que es, trascendiendo cualquier barrera genérico-musical. Cuando los personajes no pueden seguir hablando es cuando cantan, expresando y manifestando su verdadero yo. Esto es así siempre en las obras del autor, pero especialmente en esta que nos ocupa. Quitémosle la música a las letras y tendremos unos diálogos divertidos, audaces y descarados cuyas réplicas funcionan como la más perfecta maquinaria de un reloj. Quedémonos únicamente con la música sobre las imágenes y entenderemos a la perfección qué sienten los distintos personajes.
Unamos música y letra y el resultado se puede resumir en tres palabras: Into the Woods.
Como hemos dicho, en el original la historia se divide en dos actos. En el primero los distintos personajes exponen sus motivaciones y sus deseos hasta llegar al tan preciado final feliz al son de la imprescindible (aunque Marshall haya preferido renunciar a ella, reduciéndola a un breve fragmento instrumental) Ever After. En el segundo, veremos cómo los mismos personajes sufren las consecuencias de sus propios deseos y vuelven al bosque para enfrentarse a ellos y llegar a conocer sus propias motivaciones. A partir del uso de las reprise de muchos de los temas escuchados en el primer acto (a los que Marshall también ha decidido obviar) descubrimos la otra cara, o lo que viene después de estos finales quizá no tan felices.
2. Once upon a time… Later
Así empieza el segundo acto, a efectos de este texto, la conversión en película de Into the Woods. Rob Marshall se embarca por tercera vez en la adaptación de un musical teatral al formato cinematográfico, además de encargarse del remake televisivo de otro original dramático, Annie (1999). Tras Chicago (2002) y Nine (2009), podemos afirmar que el realizador ha realizado su mejor trabajo en este campo, aunque la adaptación dista mucho de ser perfecta, ni siquiera buena. Y a pesar de todo, el material de partida es tan estimulante que el visionado de este Into the Woods supone una experiencia agradable y visualmente muy atractiva, aunque como dice Caperucita Roja después de conocer al lobo, “nice is different tan good”:
Quedan superados los errores de casting de Chicago aunque no la supresión de algunos personajes imprescindibles para captar el sentido de la historia primera, así como el desbarajuste en la selección de temas y el montaje de Nine. Aquí no se nota la sensación de “corta y pega” que tuvimos al visionar aquel largometraje, aunque sí que resulta incomprensible (e imperdonable) la supresión de No more, donde se explica cómo hijos y padres pueden decepcionarse mutuamente. Cómo los padres pueden huir y abandonar a sus hijos (uno de los mayores miedos de un niño). Cómo esa huida puede venir motivada por la desesperación que supone el sentirse atado a una paternidad no deseada; al vagar sin rumbo por la vida; a que la respuesta a esta búsqueda no sea criar a un hijo… Resignación e inseguridad para terminar cayendo en la cuenta del de tal palo tal astilla, y un posible no more children. El típico planteamiento de una película de Walt Disney, vamos.
Un acierto (y grande) del realizador es evitar la supeditación del relato y su coherencia narrativa a los efectos visuales, mostrando sensibilidad y buen pulso a la hora de integrarlos en la fábula, siempre a favor de la historia contada. A excepción de un Last Midnight donde “la” bruja Meryl Streep queda un poco descontextualizada por tanta ampulosidad (así como por la supresión del desenlace original del personaje de Rapuncel), todo tiene un aspecto artesanal bastante verosímil. Y sin duda, ese mutis cantado (en este caso uno de los grandes momentos del musical) sigue funcionando como golpe de puerta figurado, cuando la bruja se harta y desparece. “You’re not good, you’re not bad. You’re just nice. (…) Is the last midnight. Is the last curse. You will live alone. (…). I’m not good. I’m not nice. I’m just right”. Y, una vez más, ¿Disney?
3. I wish…
Sin duda, para quien no conozca de antemano el material original, el visionado de Into the Woods resultará estimulante aunque quizá el problema sea que el sentido (el qué) con el que se toma contacto se aleja bastante del original, así como el formato (el cómo).
Ejemplificando esta afirmación con ejemplos concretos del largometraje, debemos plantearle a Rob Marshall el por qué. Es decir, ¿qué aporta su punto de vista a un libreto que desde su montaje original hace casi tres décadas ya rezumaba un gamberrismo canalla, una sexualidad latente (y no tanto), un descaro intencionado y divertidísimo, a la vez que gran capacidad de emocionar al espectador intensamente? Pues poca cosa, la verdad. Una versión para niños o jóvenes de la obra de Sondheim y Lapine no tiene sentido. A su vez Marshall ha contado con un espectacular elenco de intérpretes que como el autor prefiere son actores que cantan (y muy bien la mayoría) antes que cantantes que actúan. El problema es que no los ha sabido dirigir, desaprovechando sus capacidades interpretativas y eliminando cualquier atisbo de intención y potenciando una sensación de verosimilitud y contención que hace restar unos cuantos enteros al resultado final. Al final nos quedamos con “something in between”, como le dirá Cenicienta a su príncipe.
Pero sin duda, el gran fallo de Marshall es cargarse la estructura original de las dos partes bien diferenciadas, eliminando como ya hemos dicho canciones que deben estar ahí. No hay reverso. Sólo anverso y dirección única, algo contradictorio con el resto del libreto que sí que se ha mantenido. La renuncia de las reprise, sobretodo en el caso de Agony es algo injustificado, ya que se nos niega la verdadera naturaleza de los príncipes de Cenicienta y Rapuncel, infieles y adúlteros por naturaleza y todo se queda en la divertida aunque insuficiente lucha de egos del primer acto. Finalmente, el momento que cierra el musical y supone la moraleja inherente a todo cuento se salda con un plano general del bosque y voz en off totalmente inviables. Children Will Listen merecía mucho más en su plasmación cinematográfica. Y aunque suena bien, ese “careful the tale you tell, that is the spell” debería llegar con mucha más fuerza.
Para terminar, tampoco funciona la eliminación física del personaje del narrador (de nuevo voz en off), así como el del personaje del padre del panadero. En el montaje original los interpretaba el mismo actor, y en un momento determinado del segundo acto, el primero desaparecía, pasando el testigo al hijo de su segundo personaje y convirtiéndolo en narrador de su propia historia. En segundo lugar, el lobo era interpretado por el mismo actor que hacía de príncipe de Cenicienta, potenciando así su condición de mujeriego y adúltero, prácticamente un obseso sexual. Rapuncel se quedaba embarazada de gemelos y por ello desterrada por la Bruja, cuya justificación será: “I was trying to be a good mother”. La frase está, pero no el motivo. Finalmente, que los personajes de Caperucita y Jack los interpreten niños y no actores mayores con aspecto de adolescentes hace que, a pesar del buen trabajo, se pierda el doble sentido y la comicidad y burla que tenía el darles un aspecto algo retarded.
De lo que no cabe duda es que más allá del debate sobre si una adaptación parcial puede dar como resultado una buena película, el libreto de Sondheim y Lapine sigue ahí. Las letras de las canciones lo contienen todo en su interior: el cómo (formato) y el qué (contenido) que en el caso del autor se unifica teniendo muy claro el por qué de antemano. Por eso puede mosquear tanto a los feligreses la conversión en instrumentales de varias canciones, guiños hacia A Little Night Music aparte.
Para los demás, al fin y al cabo, público al que va destinado largometraje, recomendamos esta película que permitirá conocer (o profundizar) en un autor a tener en cuenta más allá de la disciplina en la que suele circunscribirse su talento. Para ellos, y para los que quieran asistir a un debate intrínseco sobre la responsabilidad, el enfado, la pérdida, el sacrificio de uno por el bien común… Por ello y por la espectacular obertura de quince minutos donde sí que consigue captarse el espíritu del original, merece la pena adentrarse de nuevo en Into the Woods. “To see, to sell, to get, to bring, to make, to lift, to go to the festival!”.