Jackie Brown
Heroína a contracorriente Por Déborah García
Cuando Quentin Tarantino dirige Jackie Brown es ya un director de culto, tiene a sus espaldas Reservoir Dogs (íd., 1992) y Pulp Fiction (íd., 1994), está consagrado como uno de los máximos exponentes del nuevo cine criminal y es un cinéfilo declarado. Con sus películas despierta la misma admiración que repulsa. El estilo de sus dos primeras cintas hace gala de una desmesurada violencia y de un negro sentido del humor. Todo parecía anunciar que su tercer largo iba a seguir la estela de sus trabajos anteriores. Pero Tarantino, lejos de realizar un Pulp Fiction 2, se desmarca adaptando la novela Rum Punch del escritor Elmore Leonard, arriesgándose a realizar un film formalmente diferente, en el que oculta su violencia visual pero no su sentido del humor. Tomando como base la trama del libro de Leonard, Tarantino retrata una serie de personajes típicos del cine negro, ambiguos moralmente, materialistas, dispuestos a todo por cambiar su suerte, y en ocasiones esclavos de un destino que no pueden llegar a controlar. Quentin Tarantino recupera en Jackie Brown a Pam Grier, musa de los filmes de blaxploitaition que proliferaron en los setenta, y al actor Robert Forster, que comenzó su carrera como galán de serie B, pero que nunca llegó a estrella. Con todo esto el director da forma a una serie de personajes que funcionan dentro de una perfecta lógica.
Si Foxy Brown (íd; Jack Hill, 1974) era la crónica de la venganza de una mujer que daba caza y captura a los asesinos de su novio, en Jackie Brown, Pam Grier encarna a una modesta azafata de una pequeña compañía aérea que opera entre Los Ángeles y México. Mujer negra con antecedentes penales por tráfico de drogas, parece claro, aunque en el film solo se insinúa, que ha sido hasta ahora una mujer sometida a la voluntad, primero de su ex marido, y aún hoy a la de Ordell Robbie (Samuel L. Jackson), un traficante para el cual trabaja como correo pasando drogas y dinero. De vuelta de uno de sus viajes, una pareja de policías pilla a Jackie llevando en su bolso cocaína y una importante suma de dinero. Los policías, lejos de estar interesados en ella, solo la quieren para capturar a Ordell. Jackie tras salir de la cárcel urde un complejo plan para dar esquinazo a la policía y quedarse con el dinero del traficante. Salir airosa no va a ser fácil, en primer lugar porque Ordell va a intentar matarla, y porque además necesita adelantarse a todas las posibles decisiones que tomen tanto Ordell como los policías. En su intento, Jackie contará con la ayuda de Max Cherry, el hombre contratado por Ordell para pagar su fianza, que desde el momento en que ve a Jackie caminar desde la puerta de la prisión hasta su coche, cae rendido a sus encantos. Desde este instante comienzan a entrecruzarse los deseos y las acciones de cada grupo de personajes. Jackie sabe que la única manera de salir victoriosa es ser más inteligente que todos ellos, incluso anticiparse a que Ordell quiera matarla. En una escena prodigiosa Tarantino nos muestra en un flashback cómo Jackie, de camino a su casa desde la prisión, coge del coche de Max una pistola, con la que después amenazará a Ordell en su propia casa. No hay otra película de Tarantino en la que el pensar de sus personajes sea tan manifiesto, tan visible. Recuerdo por ejemplo la escena en que Ordell hace estacionar la furgoneta a Louis Gara (un Robert de Niro en mi opinión menospreciado, puro cuerpo, que construye su personaje desde lo no verbal), segundos antes de dispararle a quemarropa. Mientras repasa los acontecimientos mental y verbalmente, antes de disparar, se detiene a pensar. Ordell piensa. Es ese espacio que el director otorga a estos personajes donde la forma habitual de Tarantino parece más estilizada que nunca. La manera en la que el director encara el final, cuando opta por mostrar tres perspectivas diferentes durante el intercambio del dinero, es memorable, una solución formal que opta por la multitud de puntos de vista y que a mí me recuerda al Rashomon (Rashômon, 1950) de Akira Kurosawa.
La tercera película de Quentin Tarantino, Jackie Brown, es la más cerebral de todas, tanto que duele ver en la última escena que comparten Jackie y Max cómo él es incapaz de dejarlo todo. Esa incipiente historia de amor entre los dos se mantiene siempre en un plano no verbal, como si el silencio fuera algo tácito entre los dos personajes, cuestión que le otorga al final de la película un sabor agridulce al menos por unos minutos. La sensación de alivio que supone ver que todo ha salido bien para la protagonista se entremezcla con ese sentimiento de soledad y tristeza que acompaña algunos momentos del film. Hay incluso una escena que podría ser considerada de meta-cine, en la que Max y Jackie charlan en casa de ella sobre sus vidas, sobre envejecer, sobre sus trabajos… bien podrían ser Pam Grier y Robert Forster los que pronunciaran esas palabras. No sé exactamente por qué, pero esa tristeza del film me recordaba a la que arrastran algunos personajes de Nicholas Ray. Me viene a la memoria el Dixon Steele de En un lugar solitario (In a lonely place, 1950, Nicholas Ray) y aquella frase: “Nací cuando ella me besó. Morí cuando me abandonó. Viví unas semanas mientras me amo”, o incluso el policía Jim Wilson de La casa en la sombra (On A Dangerous Ground, Nicholas Ray, 1951). No estoy comparando a Tarantino con Ray, pero si este último siempre utilizó el género como una excusa para encuadrar a los personajes en un contexto donde lo verdaderamente importante eran los sentimientos, Tarantino es capaz en Jackie Brown de hacer que sus personajes se mantengan fieles al arquetipo que representan. No hay redención como en Ray, los sentimientos quedan en un segundo plano, los secundarios también, quien avanza, quien se mueve, es Jackie Brown. Esa mujer fatal que al contrario de lo que hiciera veinte años atrás en Foxy Brown, no tiene que hacer uso de sus encantos. Es ya una mujer liberada para la que todo es prescindible, incluso decorado o fondo de azulejos, como al comienzo de la película mientras avanza por la cinta transportadora, lo único importante es el movimiento que traza para poder seguir.
Jackie Brown avanza en la película como lo hace en los créditos de inicio, lo que me hace pensar en una conversación que tuve hace poco y en la que mi colega me decía, y cito textualmente:
Me mola mucho Jackie Brown. Supongo que porque es el homenaje más explícito al noir que ha hecho. Tarantino te cuenta toda la peli en la secuencia de créditos, mientras ella anda por el airport, te la presenta como una femme fatale cualquiera, por los pies, pero va [caminando] en sentido contrario, de derecha a izquierda, subvirtiendo, diciéndote que no va a morir al final, que en realidad, es la heroína a contracorriente.