Joy

Navegar en invierno Por Fernando Solla

"You call this a happy family?"James Stewart en ¡Qué bello es vivir! (It’s a Wonderful Life, Frank Capra, 1946)

El nuevo trabajo de David O. Russell se fundamenta en dos premisas que se desarrollarán a la lo largo del filme de una manera más o menos clara y unidireccional: cómo la ficción (especialmente la televisiva) distorsiona nuestra visión de la realidad, en primer lugar, y una especie de mención a aquellas personas cuya preocupación por ayudar a sus semejantes de manera prácticamente innata parece convertirse en una especie de derecho adquirido por estos en lugar de objeto de agradecimiento y sin posibilidad de reciprocidad.

En este caso, el alma compasiva será Joy (Jennifer Lawrence), madre de dos hijos y divorciada. La mujer compartirá su desvencijada vivienda con una madre que vive constantemente pegada al televisor (Virginia Madsen); su abuela Mimi (Diane Ladd); su exmarido Tony (Édgar Ramírez), inquilino instalado en el sótano y las estancias intermitentes de su padre (Robert De Niro). Tras un cúmulo de contratiempos varios, Joy creará una fregona lavable, revolucionando el mundo de la venta televisiva, que, de un modo perfectamente integrado en la trama, se convertirá en víctima del dardo enfurecido y envenenado del realizador.

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En esta ocasión, Russell nos introduce en el universo de la protagonista mediante la utilización de todos los tipos posibles de narrador centralizados en una única figura: la abuela Mimi. Que el narrador sea un personaje secundario, reivindicando que ha asistido al desarrollo de los hechos y usando, por tanto, la primera persona lo oiremos en off. Su aparición intermitente durante momentos clave para la protagonista le confiere esa característica propia del narrador observador que, en este caso, calla y atesora conocimiento para utilizarlo más adelante, cuando su voz se convierta en omnisciente. Finalmente, el uso de la segunda persona transmite la perspectiva adquirida cuando se vuelve hacia atrás para explicarse la historia a uno mismo y así recuperar algo que ya se ha vivido.

Esta combinación de tiempos personales dota al largometraje de un tono cercano a la fábula. Utilizando una mezcla de géneros y formatos para reventarlos desde dentro, Russell recurrirá de nuevo a una constante estilística desarrollada a lo largo de su filmografía. En este caso, la banda sonora es algo imprescindible para la consecución de su objetivo, ya que se utilizarán versos muy determinados de estándares americanos de Frank Sinatra, por ejemplo, para contraponer su significado a lo que mostrarán las imágenes. “It’s the good life, full of fun, seems to be the ideal… Yes, the good life, lest you hide all the sadness you feel…”. A este detalle hay que sumarle la secuencia inicial, que revisitaremos en numerosas ocasiones durante el largometraje de la mano Terry, la madre de la protagonista, o en los sueños de Joy. Esta burla de la telenovela prototípica de sobremesa, donde parecen haberse quedado estancados todos los protagonistas de la historia, será el enemigo principal a derrotar.

La idea de la perpetuación de unos valores estandarizados como correctos como únicos destructores de los sueños y la felicidad de sus portadores queda reflejada a la perfección gracias a todo este despliegue de recursos. Russell consigue de este modo, superar los lugares comunes en la que este tipo de propuestas se suelen escudar, usando la etiqueta de basado en hechos reales. Cambiando literalidad, incluso verosimilitud, por burla, sarcasmo, sátira e ironía, Joy puede contemplarse como una ocurrente vuelta de tuerca al personaje de la matriarca finalmente triunfadora. Quizá sea la negativa de recrear uno por uno los acontecimientos que marcaron la vida de la protagonista el mayor éxito del largometraje, pero también su gran problema, ya que una vez planteado el posicionamiento de Russell y presentados a los personajes principales, la historia se diluye en una constante ida y venida temporal y argumental, que enfría todo lo conseguido anteriormente.

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El montaje del último tercio del filme resulta muy confuso, ya que durante casi treinta minutos volveremos una y otra vez al mismo acontecimiento (las irregularidades en la firma de la patente del diseño de la fregona), sin que se nos aporte información nueva que favorezca al desarrollo hacia el desenlace. Si bien es cierto que cada tropiezo de la protagonista para conseguir el éxito propicia un cambio de género en la película, este último giro hacia la intriga mercantil no consigue cuajar con el enfoque cómico que las interpretaciones se empeñan por inspirar.

La dirección de actores sería otro aspecto delicado del filme. A excepción de la protagonista, todos los intérpretes parecen encarnar a algún modelo de personaje de aquellas series televisivas que año tras año, incluso década tras década, alargaba hasta la saciedad las dinastías o sagas familiares (excelente la muestra del paso del blanco y negro al color como muestra de la estaticidad de este tipo de propuestas). La idea queda perfectamente planteada pero no encaja con el desarrollo de la historia que se quiere contar, generando finalmente un choque bastante grande que más que el estímulo por contraste puede generar la apatía del espectador. En el caso de la protagonista, pasa lo contrario. Jennifer Lawrence, muestra un despliegue de registros (en este caso más dramáticos que cómicos) admirables individualmente, pero ese cambio constante en contraposición a las réplicas emocionalmente estáticas de sus compañeros de reparto no permite que nos hagamos una idea verosímil o creíble del porqué de la protagonista. No hay una línea común en su interpretación y, de este modo, su desarrollo la empatía por parte del público es difícil de conseguir. De nuevo, la idea del realizador es arriesgada e intermitentemente deslumbrante, pero insuficiente durante las dos horas de largometraje.

Finalmente, resulta destacable la capacidad analítica de David O. Russell sobre un amplio sector de la sociedad a través del caso concreto retratado, profundizando mucho más en el contenido que en el envoltorio, algo que no siempre ha conseguido con sus largometrajes. La capacidad para situar y contextualizar su película con sólo la secuencia inicial demuestra que su eficacia como narrador, capaz de convertir su historia en espejo de la realidad de los espectadores, así como a sus protagonistas. Aunque ese reflejo se quede en ocasiones, en imágenes congeladas, creemos adivinar que Joy significará para su realizador lo mismo que el personaje de Mimi insiste en recordar a su nieta: a veces el tiempo (en este caso la trayectoria construida largometraje a largometraje) se detiene o retrocede, lo cual, una vez las bases están tan bien asentadas, sólo puede propiciar un avance.

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