Jungla de cristal

No es otra peli de acción más Por Irene García Martín

“-Qué mal, sólo había tiros y persecuciones…

– Es cine de acción, qué esperabas…”

Quizás esta conversación nos es bastante familiar… Es difícil diseñar excitantes escenas de acción, pero es aún más difícil que la historia y los personajes que haya detrás de ellas, nos importen. ¿Tiros y persecuciones? En ocasiones parece que esto es lo único que le exigimos a este género, pero por suerte también podemos encontrar películas que desmientan esta afirmación que a veces tenemos asumida. No ponemos en duda el frenesí y la adrenalina de productos como A Todo Gas (The Fast and the Furious, Ron Coen, 2001) o La Isla (The Island, Michael Bay, 2005) pero ellas no tienen todo lo que otros buenos títulos de acción como Indiana Jones, El legado de Bourne o James Bond han logrado.

Dentro de la lista de pequeñas obras de arte del cine de acción comercial, no debería de faltar Jungla de Cristal un filme que, no en vano, ha llegado a formar parte de la cantera de los clásicos del género.

Si al meter el DVD de esta película y darle al play pensamos que se avecinan dos horas de peleas, tiros y nada más, estamos muy equivocados. Tras el fundido final, ése que viene acompañado de un alegre “Let it snow”, sabremos que lo que acabamos de ver no es sólo otra película de acción más. Pero ¿por qué? ¿Qué han hecho McTiernan y los guionistas Jeb Stuart y Steven E. de Souza para convertir la novela de Roderick Thorp en uno de los grandes “no te lo puedes perder” del cine de acción? Posiblemente todo se deba a la correcta toma de decisiones en torno a tres puntos clave: desarrollo de la historia, construcción de personajes y tono.

Es necesario analizar cómo se van desarrollando los hechos clave a lo largo del guión para poder entender si una película funciona o no. En este caso el desarrollo y los giros, se ajustan a las exigencias del guión clásico.

Tenemos una trama principal en la que una organización terrorista liderada por Hans Gruber ha secuestrado el edificio en el que Holly, la mujer de nuestro protagonista John McClane, está reunida. Durante 130 minutos, John intenta detener a este grupo y poner a salvo el edificio. El conflicto es simple, directo y no necesita más explicación (lo que no quiere decir que por sí solo ya esté bien). En principio, parece perfectamente válido para desarrollar una película de acción; que sea efectivo o no dependerá de más factores relacionados con cómo se va desarrollando.

Por otro lado, tenemos una subtrama: el matrimonio de John y Holly. A pesar de tener dos hijos, el joven matrimonio está distanciado, ni siquiera viven en la misma ciudad. A lo largo de la película, John se da cuenta de que su mujer verdaderamente le importa y trata de recuperarla en mitad de la situación extrema que viven.

Por debajo de la línea de acción principal, esta subtrama de amor está perfectamente bien colocada por dos motivos:

Imaginaos flashbacks de John y Holly conociéndose, de ellos discutiendo… imaginaos que hubieran intentado conceder más peso dramático a la trama dándoles razones profundas a cada una de las cosas que ellos explican de su matrimonio. Sería infumable, fuera de lugar, tendría demasiado protagonismo… Esta subtrama trata de no tener más importancia de la que tiene, y eso es de agradecer.

El otro motivo es que se complementa con la trama principal, es decir no genera la típica sensación de que trama y subtrama parecen dos películas por separado. En este caso, el motivo por el que John está en el edificio es que ha ido a ver a su mujer, y lo que le lleva a salvar el Nakatomi Plaza, en lugar de simplemente escapar de allí y llamar a la policía, es que quiere encargarse personalmente para demostrarle que ella le importa. Por decirlo de forma clara, John está salvando su matrimonio metiéndoles hostias a los terroristas.

La jungla de cristal

Bien, tenemos la trama y la subtrama, pero nos hace falta ver si ambas se desarrollan de forma efectiva a lo largo del metraje, para lo que analizamos los puntos clave del guión:

– El detonante o incidente inductor comienza cuando los terroristas toman el edificio.

– El primer punto de giro de la historia se produce cuando McClane hace saber a los terroristas de su presencia intencionadamente.

– El punto medio se da cuando McClane no se enfrenta él sólo a los terroristas, sino que tiene un aliado, Al Powell el policía.

– El segundo punto de giro está situado en el momento en que todo el equipo de Gruber son conscientes de la identidad de John, lo que les permite hacerle chantaje con su mujer.

– El momento del clímax es el enfrentamiento final: McClane contra Gruber, todo esto teniendo a Holly como rehén de por medio.

– La película finaliza con la victoria de McClane sobre el líder de los terroristas y la salvación del edificio.

Hemos identificado los giros narrativos y eso nos hace tener una idea de la estructura de la película, pero todo esto aún sigue sin significar nada… Como vemos, la historia sigue un desarrollo lógico y normal, nada espectacular ni sorprendente en la forma en que estos puntos clave llevan el uno al otro. Entonces, ¿qué es lo que hace grande la película? Vamos a detenernos en una parte importante: las decisiones de guión que se han tomado y por qué funcionan dentro del desarrollo de la trama.

En primer lugar resaltamos una de las ideas sin la que las situaciones de película y su protagonista no habrían tenido tanto jugo: el hecho de que John McClane comience y haga parte su aventura totalmente desarmado.

La semilla de este acertadísimo hándicap se siembra desde el minuto uno cuando el compañero de vuelo de John le comenta:

No le gusta volar, ¿eh? ¿Le digo el secreto para después de un viaje en avión? Cuando llegue a su destino, quítese los zapatos y los calcetines, camine descalzo por la moqueta y junte los dedos de los pies. Lo encuentra idiota, pero créame, llevo nueve años haciéndolo…

Parece una frase desenfadada con la que comenzar la película, con la que presentar a nuestro héroe de acción como a una persona normal, mundana, que a pesar de ser capaz de enfrentarse él solito a un comando terrorista, tiene miedo a montarse en avión. Pues bien, esta frase, aunque McClane aún no lo sabe, es el germen de uno de los hándicaps con los que se encontrará en la película: ir descalzo. Podían haber hecho que los terroristas atacasen cuando McClane se estuviera cambiando de ropa y también habría valido, pero no, gracias a este consejo inocente, esta desventaja que podía haber sido gratuita, queda perfectamente justificada.

Este hándicap nos parece especialmente brillante porque quizás, cuando nos ponemos a pensar qué limitación física ponerle a nuestro personaje, se nos hubiera podido ocurrir que estuviera cojo, que tuviera una mano vendada, lo que sea… pero lo de ir sin zapatos es tan simple y tan efectivo que ni se nos hubiera pasado por la cabeza. Este pequeño gran detalle está muy bien aprovechado por los guionistas, quienes crean un momento especialmente difícil para McClane cuando Gruber ordena a sus hombres “¡disparad a los cristales!”.

Uno de los puntos fuertes de esta historia viene de la decisión de hacer que exista reciprocidad entre las fuerzas del bien y las del mal. John y Gruber están en frecuente contacto gracias a los walkies, lo que abre un amplio mundo de posibilidades: ver cómo se tantean el uno al otro y se van poniendo al tanto de sus logros. Es muy interesante cómo, sin conocerse de nada, ambos tratan de mostrar su superioridad frente al otro y de burlarse de él, siempre con ese toque de humor peculiar que nos hace sentir que, tras esa envoltura de broma inocente, hay kilos de tensión e ira contenida.

“¿Quién es usted, otro americano que vio demasiadas películas de acción?” “A mí siempre me gustó Roy Rogers y esas chupas que llevaba con lentejuelas” “¿En serio cree que puede ganarnos la partida, vaquero?”

Tener a protagonista y antagonista aislados no habría sido una buena decisión, para empezar, nos habríamos perdido el jueguecito recurrente de los vaqueros… la película perdería mucho interés y únicamente ganaría en situaciones cliché de malo gritando a sus esbirros que detengan al bueno mientras, sentado en su sillón de cuero, se pone a maldecir y gritar. El contacto directo es mucho más interesante simplemente por el hecho de permitir el juego entre ambos y acentuar el factor peligrosidad en el espectador, pues sabemos que McClane está hablando con alguien a quien ni siquiera le ha visto la cara.

Es gracias también a esta decisión, por lo que se consigue un buen efecto en las dos siguientes escenas: el momento en que Gruber y McClane se ven las caras ignorando que son ellos y el momento en que la verdadera identidad de nuestro protagonista le es rebelada al líder terrorista. Ambos puntos tienen que ver con la dosificación de la información al espectador, en este caso, somos nosotros los que vamos por delante de los personajes, pues conocemos a cada uno y sabemos lo que pretenden, cosa que McClane y Gruber no. Como está bien empleado, este recurso genera mucha expectación, pues en todo momento nos preguntamos cuándo estos personajes serán realmente conscientes de la verdad y cómo actuarán entonces.

Si seguimos resaltando buenas decisiones, no podemos olvidar una tan imprescindible que, de no haber sido tomada, podría haber hecho que se desinflara la película por completo: el punto medio de una película es un momento difícil, llevamos ya como una hora viendo a los mismos personajes haciendo una serie de cosas y cuesta proponer algo nuevo para no caer en las repeticiones o el aburrimiento. Los guionistas de Jungla de cristal parece que se saben de sobra esta teoría, por lo que en torno a la mitad de la película deciden que John no va a estar solo. Nuestro protagonista ha estado solo ante el peligro la primera parte de la película, pero ahora tiene un aliado, el oficial Al Powell.

La relación entre ambos policías no se limita sólo al ámbito profesional o al intercambio de información sobre la situación tanto dentro como fuera del edificio. Por algún motivo, ambos encajan bien, conectan inmediatamente con el otro, incluso en algún momento llegan a interesarse tanto que se preguntan por temas personales como sus hijos o su trabajo. Si John solamente hubiera dependido de sí mismo durante toda la película, enseguida se habrían acabado las posibilidades de crear escenas interesantes. Contar con personajes nuevos siempre aporta posibilidades nuevas y enriquece la acción.

La jungla de cristal

Hemos identificado tramas y puntos de giro de la historia y también nombrado algunas decisiones de guión que pensamos que han sido claves para definir el rumbo final de la película. Sin embargo, todo esto todavía sigue sin ser suficiente. Evidentemente, para que esta trama tenga enganche, necesita de su indispensable complemento: los personajes. En Jungla de cristal, los personajes no se caracterizan por experimentar grandes dilemas y conflictos, no es para nada necesario en una historia como esta. Un buen personaje no tiene necesariamente por qué ser un personaje profundo, sin embargo, para funcionar a la perfección, sí que tiene que tener una buena construcción.

Deben de tener el número exacto de aristas que les haga ser perfectos para esa historia y, al mismo tiempo, tienen que ser capaces de alimentar la narración con sus características. ¿Es la mesa LACK de Ikea el mejor diseño de mesa que existe en el mundo? Para un abogado que busca decorar su despacho no, para un estudiante que vive en un piso de alquiler, sí. Esto es lo que logran los personajes de Jungla de cristal, ser perfectos para la historia para la que han sido diseñados.

La construcción de unos malos personajes genera que el espectador tenga la expresión de un koala somnoliento mientras al protagonista le apuntan treinta tíos con un AK47. Es muy fácil que como guionistas nos conformemos con poner villanos de dibujos animados e imbatibles tipos duros a modo de héroes, lo difícil es hacer que los personajes nos importen y nos preocupen cómo les afectan determinadas acciones dentro de la película.

Si vemos la película Tomb Raider (Lara Croft: Tomb Raider, Simon West, 2001) nos da igual que acribillen a tiros a Lara… da igual que seamos fans del personaje de videojuegos o no. ¿Por qué? Porque es un personaje ABURRIDO del que es imposible preocuparse. Por suerte los guionistas de Jungla de cristal han sido bastante más habilidosos que los de Tomb Raider, ellos nos traen unos personajes cínicos, carismáticos y, a ratos, enternecedores.

¿A quién no le cae bien John McClane? A no ser que seas Hans Gruber, no se nos ocurre otra buena opción… Respecto a la creación de personajes, puede que el trabajo más difícil sea el de diseñar a este protagonista al que acompañamos durante su frenética aventura. De él sabemos que es policía de Nueva York y que se separó de su mujer cuando ésta se mudó a causa de un negocio en el que él no confiaba. Los datos nos van siendo revelados de forma natural y justificada por el propio McClane, la mayor parte de ellos los conocemos al inicio de la película durante su conversación con el chófer que le lleva en limusina, Argyle. Igualmente la información visual (la placa que pone “Holly Gennero”, y no “Holly McClane”) o los diálogos con otros personajes como Al, nos ayudan a conocer o a hacer hincapié en el universo de este personaje.

McClane presenta de base la construcción de “tipo duro de vuelta de todo” pero con un diseño más inteligente y una interpretación de Bruce Willis que también ayuda. Este policía que no supo valorar a su mujer, logra caernos realmente bien ¿Cómo lo consigue? Con su sentido del humor, su manera de provocar a Gruber, su forma de actuar. Todas esas cosas marcan la diferencia, hacen que deseemos que las cosas le salgan bien, mientras que Lara Croft en su película nos es indiferente. La personalidad de McClane es magnética, queremos ver escenas en las que él salga, escenas en las que haga uso de las armas, pero también escenas en las que simplemente hable por walkie, solo eso.

Un buen protagonista necesita un villano que esté a su altura, y Hans Gruber lo está de sobra. Alan Rickman encarna de forma magistral a un antagonista peligrosamente tranquilo, con altos niveles de presencia y cinismo a partes iguales. Este personaje confía plenamente en sus capacidades, no duda en tomarse las provocaciones de McClane casi como si fueran un juego del que va a ser el ganador, pero eso no le impide actuar con cautela. Cada palabra que Gruber pronuncia, es un puñal helado destinado a hundir a nuestro vaquero. Cada vez que este villano abre la boca, suelta un muy medido discurso envuelto en capas de sutileza, fina ironía y educación. Quizás sea esta actitud pausada, reflexiva y estratega propia de un hombre que, más que organizar un robo, parece que está jugando al ajedrez, lo que nos hace valorar tanto la labor de este villano.

Se agradece la presencia de una figura femenina que no siga el patrón de conducta de Olivia, la de Popeye. Tal y como señalan el resto de peces gordos que ese día están reunidos en el Nakatomi Plaza, el coraje y los nervios de acero de Holly hacen de ella una excelente mujer de negocios. Gracias a estas dotes, ella es capaz de plantarle cara al líder de los terroristas o de defender a los suyos asumiendo el papel de jefa tras la muerte de su superior.

Uno de los personajes más icónicos y entrañables de esta película es Al Powell, el oficial de policía que no trabaja en las calles desde que disparó inintencionadamente a un inocente. Él es la única ayuda que McClane tiene fuera del edificio, un confesor con uniforme y placa de oficial. La existente relación de amigos a distancia llega a su clímax en el momento en que el edificio es liberado, ambos se encuentran y se funden en un abrazo, como si de verdad fueran amigos desde hace años. ¡Este es el momento más emotivo de la película, nada del reencuentro con Holly!

No podemos olvidarnos de secundarios de lujo como el insoportable cretino Ellis (que hace sudar a McClane en ese brillante momento de la conversación telefónica a tres bandas), o Argyle, el chófer. Este último aporta un puntito muy desenfadado a la trama, que permite que se relaje un poco la tensión. Su principal encanto se debe a la desesperación que nos produce como espectadores saber que él, mientras espera en el parking… ¡no se entera de nada! Al ser un personaje tan simpático, los guionistas quisieron también darle su momento: al final de la película es él quien derriba al hacker del grupo terrorista.

Repasemos: con una trama que funciona a la perfección, adecuados giros, unos buenos detalles de guión y unos personajes bien diseñados, esta historia tiene más que suficiente para ser una buena película. A esto le añadimos frenéticas escenas de acción tales como la del ascensor, la huida por los conductos de ventilación o la escena desde lo alto de la azotea y ya tenemos un perfecto bombazo comercial. Pequeños obstáculos que suelen consumir unos diez o quince minutos de película cada uno, van construyendo poco a poco el desarrollo de la misma haciendo que no decaiga: los detonadores, la entrada de los policías del FBI, la llamada telefónica de Ellis… En esta línea, destacamos que el argumento y su desarrollo propician una dinámica de acción frenética, pero sin estar la historia y los personajes al servicio de ella. Esto es algo que no siempre ocurre en este género, pues se puede cometer el error de sacrificar el desarrollo de la trama en pos de los tiroteos y las explosiones.

Aún con todos los puntos que hasta ahora lleva sumados este clásico del cine de acción, necesita otra prueba más que pasar… Se trata de algo que se extiende por encima de toda la película y que puede marcar la diferencia entre apagar la tele o recomendarla a tus amigos, nos referimos al tono/tratamiento.

Cuando vamos a ver una película de acción nos disponemos a aceptar que van a explotar unas diez cosas diferentes en los próximos 120 minutos, que los malos son capaces de apuntar desde lo alto de un jeep en marcha o que el protagonista podrá vencer él solo a quinientos enemigos a la vez. Sin embargo, a pesar de nuestra predisposición, hay cosas que somos incapaces de aceptar, cosas insoportablemente chirriantes tales como la actitud y las miradas de “tipo duro”, los diálogos de acción prefabricados “Sabía que volverías”, “Aquí no hay sitio para los dos” ,“Nos veremos en el infierno” o por supuesto el clásico “Noooooo…” en boca del villano. Detalles como estos conforman el tratamiento la película, y pueden lograr que resulte natural o que nos parezca más artificioso que esas ensaladas que vienen en bolsas de plástico.

Afortunadamente en La jungla de cristal no hay lugar para ese tono irritante y tan exagerado. El tratamiento que se hace de los diálogos, situaciones y personajes se mueve lo suficientemente bien en los límites de lo ficcionalizado y lo mínimamente creíble. Dependiendo de qué escena nos encontremos, el tratamiento de la misma puede ser simpático, irónico, o de acción, pero nunca estará realizado de forma forzada. Esto es algo que, una vez más subraya la inteligencia con la que está diseñado el filme.

Después de todo esto, ya podemos decir a boca llena que Jungla de cristal es una muy buena película de acción. Con las características que hemos visto que conforman el filme, es imposible que se tratase de un producto que consume dos horas de nuestra vida y luego se esfuma para siempre. De hecho, su suma de ingredientes ha resultado ser tan efectiva que ha sentado precedentes en cuanto a lo que el cine de acción de los ochenta-noventa se refiere, sólo hay que ver Alerta Máxima (Under Siege, Andrew Davis, 1992) o Muerte súbita (Sudden Death, Peter Hyams, 1995) que han seguido sus pasos presentando la misma estructura.

La obra de McTiernan es un filme emocionante, divertido y espectacular con un guión fluido que se caracteriza por la buena toma de decisiones constante. Centrado en un día muy concreto del año y un único lugar, los guionistas logran crear situaciones con las que poner en aprietos a unos personajes memorables, todo esto a golpe de metralleta y detonador. En definitiva, Jungla de cristal es una prueba perfecta de que se le puede exigir más a este género, de que se puede crear una buena historia por detrás de toda la pirotecnia y de que el cine comercial de acción merece estar bien reconocido.

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