Jupiter’s Moon
Send me an angel Por Manu Argüelles
Do you believe in heaven above
Do you believe in love
Don't tell a lie don't be false and untrue
It all comes back to you
«A la gente se le ha olvidado mirar al cielo. Vivimos en horizontal.» Son palabras de Gabor Stern (Merab Ninidze) en el desenlace de Jupiter’s Moon. Para llegar a esa conclusión, el personaje recorre un trayecto que parte de una presentación donde se mofa de la Biblia y afirma que solo cree «en la resurrección de Hungría». Kornél Mundruczó, con la limpieza y la sencillez de una fábula para ser escuchada por un niño, traza una clara parábola religiosa de corte católico (los paralelismos entre Aryan Dashni – Zsombor Jéger y la figura de Jesús son evidentes, incluido un padre carpintero), en la que se muestra tan pesimista y desesperanzado ante una recuperación nacional, que ni la llegada de un nuevo mesías salvaría la irremediable situación actual de degradación moral. Su apuesta es clara: frente a la caída de valores, la creencia absoluta. Y la osadía de Kornél Mundruczó no se queda aquí en esta exaltación hiperbólica del sentimiento católico sino que, además, nada menos, -cómo se atreve- cruza su largometraje fantástico con el drama social de los refugiados de Siria y con el terrorismo del integrismo islámico. Y aquí es donde pincha hueso. Intolerable esta banalización de un drama humano de tal magnitud. De repente, se alzan airados todos los moralistas dispuestos a saltarle a la yugular. Debo ser un tipo raro porque no me parece tan descabellado plantear la llegada de un reciente Jesús en este contexto. ¿Dónde implantaríamos su historia de persecución en la actualidad sino en el seno y en la tragedia de un refugiado político? Otro punto, para nosotros, importante. ¿En qué lugar dejamos al cine de género cuando le prohibimos que entre en territorios que solo parecen exclusivos para el cine de denuncia? ¿Realmente se está faltando a las víctimas porque se recurra al cine fantástico? Si lo consideramos como materia que adultera, quizás deberíamos repensar cómo nos situamos ante esta tipología cinematográfica.
Y tampoco me extraña lo más mínimo que se alzase con el principal premio en la pasada edición del Festival de Sitges, el mismo festival que premió en 2014 Orígenes (I Origins, Mike Cahill, 2014), un evento que siempre apuesta por la existencia de otros mundos posibles (el cine de terror es ese compañero de viaje insidioso dentro de la familia; la oveja negra, nunca mejor dicho) y que es el gran difusor, por tanto, de espiritualidades para laicos, para creyentes que no son conscientes que lo son. Porque tampoco nos vamos a engañar, el nicho del fantástico siempre está adoptado por sus fieles como una religión, a la que tampoco le faltan sus integrantes extremos, enclavados en el dogmatismo, el conservadurismo y el inmovilismo (las execrables primeras reacciones a la nueva Ghostbusters como testimonio).
Puede resultar una boutade, pero nos parece que la noción de milagro en Jupiter’s Moon no está tan alejada de la que llevase a cabo Dreyer en Ordet (1955) y que después ha influido tanto, desde Von Trier (Rompiendo las olas – Breaking the Waves, 1996) a Reygadas (Luz silenciosa, 2007). Las implicaciones son exactamente las mismas: la persistencia de la fe, contra viento y marea. En este claro relato de culpa y redención que es Jupiter’s Moon 1, Kornél Mundruczó trasciende el pecado a partir de la disolución de la carne y muy sabiamente vehicula su filme dentro de la corriente del cine digital. Primero, y eso hay que reconocerle pese a sus excesos, a una reiteración y a un alargamiento innecesario en su parte final, su afortunada recuperación del sentido de la maravilla -así están planteadas todas las acciones fantásticas- que nos retrotrae a aquel espíritu de asombro cuando éramos testigos de los primeros avances en el cine no analógico. Por otra parte, cuando se produce el primer acto de levitación, el detalle se centra en cómo pequeñas gotas de sangre, contra toda lógica, empiezan a flotar para que, a partir de ahí, Aryan Dashni se eleve. No es casualidad, además, que cuando Gabor Stern es testigo del fenómeno sobrenatural, Mundruczó nos mantenga desenfocado a Aryan Dashni, en una profundidad de campo tan corta que solo vemos bien definidas las gotas de sangre suspendidas. Y de igual manera, en una de las secuencias flotantes de Aryan Dashni, aquella en la que huye bajando por el exterior del edificio, es filmado en su recorrido descendente a partir de su sombra mientras vemos a los diversos vecinos porque, como decíamos al principio, a la gente se le ha olvidado mirar al cielo –metáfora de cómo la fe es esa sombra imperceptible en nuestra sociedad– pero también nos habla del estatuto líquido (la sangre) de la imagen actual. Una pérdida de la carne y de la materialidad que es suplida con un desliegue de virtuosismo que Kornél Mundruczó irradia generosamente a lo largo de su filme como en la magnífica secuencia de persecución automovílistica que prácticamente pierde su función narrativa para ensimismarse en el grado de perfección técnica que el cine ha alcanzado en la actualidad. En ese compás, Jupiter’s Moon, como ya hemos comentado, también se hace partícipe de uno de los signos característicos del cine contemporáneo digital: la mezcla de formatos y de géneros, su impureza congénita que aquí se lleva con unas grandes dosis de atrevimiento y, visto lo visto, de provocación. No solo estamos ante un drama social que declina hacia un cine de género múltiple (la ciencia ficción, el thrilller y la acción), sino que además imita fórmulas prototípicas del cine documental en el seguimiento de la acción (incluidas rupturas de la cuarta pared cómo aquella en la que unos niños fingen que disparan directamente al testigo de la cámara que trata de no perder de vista al personaje de Aryan Dashni dentro del tumulto), con secuencias que pertenecen por derecho propio al cine de ficción, cuando se quebrantan todas las leyes físicas y espaciales, o cuando recurre sin complejos a villanos de cómic.
Así pues, más allá de su férrea y robusta naturaleza espiritual -expresada en tales términos, merece todo nuestro respeto- hay otro aspecto fundamental en el que, irremediablemente, nos tenemos que poner de su parte cuando también demuestra una profunda convicción y confianza en la imagen más allá del relato, en las diferentes formas de mirar que nos posibilita el cine digital, como esa especie de escorzo invertido en el aire de la primera levitación. Paradójicamente, mientras lamenta la pérdida de una tradición espiritual, apuesta de pleno por el cine del futuro. Por nuevas lunas que explorar.
- Por ejemplo, se traduce de forma muy expresiva cuando opta por un bellísimo cromatismo ocre y extremo para los lugares de pertenencia de Gabor Stern, un formalismo que alude a una estética característica del cine apocalíptico y que a su vez somatiza el profundo desgarramiento moral y existencial que vive el personaje ↩
*** JUPITER’S MOON, Kornél Mundruczó, 2017
La lunática propuesta de Mundruczó y Wéber aterriza en nuestra cabeza para enervarnos, inquietarnos y, en momentos puntuales, arrancarnos una leve prospección reflexiva sobre la idea de Europa. ¿Y por qué leve? Tal vez porque esta radical provocación húngara se desborda en su extravagancia y en su ritmo frenético, lo que la aleja de la concreción y la acerca sin remedio al caos. Quién sabe, tal vez ahí radica, en realidad, su particular acierto.
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Acabo de terminar de verla y mi sensación es extraña, me muevo entre la admiración y el rechazo. Es una película de bella factura y con una banda sonora que me ha gustado. Pero es muy lenta y no es de esas películas que se cocinan a fuego lento, por que realmente no ocurre nada. Quería preguntaros por el significado que ustedes sacáis de ella y por su extraño final, la cuenta atrás del crío ya me dejó con la cabeza rota jejeje. Muchas gracias por vuestro trabajo, por Facebook ya os lo agradecí pero no me cansaré jamás de deciroslo. Vuestra web es una delicia.