Karaoke
Videncias Por Manu Argüelles
Karaoke nace dentro de la emergencia de los nuevos cines del sudeste asiático que implosionó en Occidente hace unos años gracias a la selección que realizan los festivales como fundamental marco de difusión. Fue presentada en Cannes en la Quincena de los realizadores. Si en Aurora el marco selvático es fruto de un secuestro- de la misma manera que Adolfo Borinaga Alix Jr rapta su film del cine narrativo-, en Karaoke el retorno al entorno rural es totalmente voluntario como un deseo expreso de volver a los orígenes, dejando atrás el bullicio de Kuala Lumpur como ciudad. Esta búsqueda de la identidad del adolescente protagonista, en agraciado paralelismo de una cinematografía joven que busca su sitio, lleva al film a sumergirse en los Nuevos Cines de la modernidad de los años 60 y 70, mediante una imagen dispersiva y el vagabundeo errante como señas de identidad características.
En este paseo por la zona más rural de Malasia, en el que la grabación de un videoclip para un karaoke actúa como elemento articulador, hay algo de viaje sonámbulo, especialmente en la plasmación en continuidad del proceso de deforestación que sufre el entorno, ante la feroz industrialización de la fábrica de aceite de palma.
Para adentrarnos en la frondosa selva, Chris Chong opta por abrirnos el viraje mediante un plano cenital para filmar las palmeras y la vegetación. De esta manera, mediante el sonido diegético, se crea un aura de misterio, evocando cierto aire edénico. Del cielo bajamos a la tierra para, a través de una panorámica horizontal, seguir la silueta del protagonista que se pierde en la lejanía, ante la magnificencia de las palmeras. La insignificancia del ser en el vasto paisaje queda realzada para, a continuación, llevarnos a la brutal desintegración de la naturaleza por la acción industrial, con planos detalle de frutos en descomposición. Ese comentario, que captamos de un pastor que pide que les dejen a sus ovejas que pasten en un campo de fútbol, porque no tiene dónde llevarlas, remata la triste constatación, conforme el lugar idealizado ha cambiado su faz de forma perversa.
La realidad fragmentada choca de bruces con la evocación ensoñadora, quedando encapsulada en unas imágenes fantasmagóricas de un videoclip de acompañamiento para las canciones de un karaoke. No deja de narrarse un final de la inocencia, donde se reflexiona sobre la fatalidad, a la que queda abocada la belleza bajo las fuerzas de desintegración humana. Por eso, las escenas de interior del karaoke de la madre, lugar de confluencia humana, están rodadas con un frecuente uso del fuera de campo y con una asincronía entre imagen y sonido, realzando un espacio desconectado y extraño, brumoso y sin figuración. Una inadecuación con el mundo que delinea una geografía existencial. En palabras de Deleuze, un cine de videncia más que de acción. Una fisionomía del vacío, que se interroga sobre el lugar que nos constituye y que forjó nuestra identidad primigenia.