Kung Fury
Referencia con sentido, referencia consentida Por Yago Paris
Ya va siendo hora de abordar la década de los 80 y crear consenso acerca de lo hortera que fue. Las hombreras a ritmo Queen así lo atestiguan. Un mal inevitable pero con regusto agradable, una llaga que no puedes parar de presionar, un error que se salva por el encanto de lo añejo. El amor por lo rancio, la filia por lo cutre, que se refleja desde el podcast Carne de videoclub hasta las habituales modas retro. Una revisión condescendiente que no hace sangre, pues recupera el recuerdo, estimula la fibra sensible de lo que ha crecido contigo y quieres como a un familiar: a pesar de todo.
Otra tendencia de rabiosa actualidad es la apuesta por la serie Z forzada, ésta que se persigue aunque los medios den para proyectos de mayor calidad. Un gusto por lo mal hecho, la persecución y entorchado del fallo, que alcanzó el megatón con Sharknado (Anthony C. Ferrante, 2013), una ¿comedia? absolutamente autoconsciente que, con un notable presupuesto que cubría el uso de grúas o de localizaciones de escala cinematográfica, perseguía el error y la salvajada gamberra por la costa oeste estadounidense. Fallos de etalonaje, malas actuaciones y un guion convertido en un agujero negro narrativo persiguen la esencia cutre de la serie Z. Una película más preocupada por superarse a sí misma en cada nuevo planteamiento que en captar la esencia del cine al que pretende emular y al que nunca alcanzará, pues la clave de este género está en la involuntariedad de la mala factura técnica, en la incapacidad o imposibilidad de hacerlo bien. Una maniobra que no le impide funcionar como comedia gamberra o convertirse en un boom mediático que confirma el rodaje de la tercera parte antes de iniciar el de la segunda.
Fotograma que describe la esencia de Sharknado.
En esta encrucijada revival aparece Kung Fury, dispuesta a dinamitar el policiaco televisivo ochentero. Dirigida, escrita e interpretada por David Sandberg, el proyecto se inició en 2012 con la escritura del guion y posterior grabación de imágenes que en diciembre de 2013 saldrían a la luz como un irresistible tráiler que generó una enorme expectación en la red. Con un rodaje financiado bajo la modalidad de crowdfunding, el límite de los 200.000 $ se superó hasta alcanzar los 630.019, con los que se ha grabado un mediometraje de 30 minutos difundido de manera gratuita por internet. El impacto del proyecto tuvo tal repercusión que esta cinta sueca fue seleccionada para la Quincena de los realizadores del pasado festival de Cannes, donde tuvo lugar, a la vez que vía Youtube, su estreno mundial.
La retahíla de referencias de Kung Fury se mueve entre el gag socarrón y el homenaje más sincero, y es aquí donde se desmarca de otra corriente que aprovecha un nuevo tirón comercial: la moda del frikismo.A diferencia de obras como The Big Bang Theory (Chuck Lorre, Bill Prady, 2007-) o Pixels (Chris Columbus, 2015), más interesadas en la etiqueta friki que en su contenido, la película de Sandberg conoce el material que maneja, de ahí que la montaña de guiños se maneje con mimo. Un cuidado que no la exime de diversión y la acerca a Sharknado en su apuesta por buscar la locura más grande. Kung Fury tiene momentos desternillantes, absurdos y la autoparodia está a la orden del día. Sin embargo, nuevamente el manejo del tono Z la aleja, esta vez, de la esencia impostada del fenómeno de los tornados de tiburones. El homenaje prima sobre la diversión, lo que da lugar a un resultado que sorprende doblemente: da menos humor del esperado, pero el proyecto está más trabajado de lo que se podría pensar.
¿Serie friki hecha por gente que desconoce ese mundo?
Y es que el autor sueco es un hijo de Corrupción en Miami (Miami Vice, Michael Mann, 1984-1989), ciudad en la que ambienta su obra. Durante el día no pueden faltar las transiciones musicales con planos de esa mítica costa en la que son especies protegidas sus palmeras al atardecer y sus lanchas surcando el litoral atlántico. Por la noche sale a relucir la mugre, las minicadenas portátiles –esos míticos “loros”– y las peleas callejeras. Una ciudad comandada por el mal y que necesita de la salvación que sólo este héroe puede alcanzar. Un protagonista naturalmente traumatizado por la muerte en acto de servicio de su fiel compañero policía, lo que provoca que desde entonces trabaje en solitario, destrozando la ciudad en caso necesario y a pesar de posteriores broncas de su superior –ya lo anunciaba Goyo Jiménez en su mítico monólogo “Los Americanos”–, y que tendrá como máximo rival al mismísimo Hitler, o Kung Führer.
El modelo arcade es una de las constantes del relato. De máquinas recreativas que cobran vida y se convierten en amenazas para la población, a peleas callejeras que adoptan la modalidad 2D de videojuegos estilo Street Fighter, ésos en los que el primer plano de la imagen se desliga de un fondo reducido a extras desplazándose hacia ninguna parte con movimientos repetitivos y difícilmente explicables. Una manera de desatar las artes marciales –profecía incluida–, ese lugar común de la serie Z más casposa, que vivió su momento de mayor gloria en nuestro país con la reinterpretación de Loulogio de Proyecto Ninjas del Infierno (Ninja Masters of Death, Godfrey Ho, 1985) en su vídeo LA MEJOR ESCENA DE NINJAS DE LA HISTORIA DEL CINE, más conocido como «Ninja Púrpura contra Ninja Ocre». Una temática que en Kung Fury convive con la informática pixelada de pantalla verde y hardware gris viejuno que comienza a despuntar y acaba desvariando. El monopatín de Regreso al Futuro 2 (Back to the Future. Part II, Robert Zemeckis, 1989) como vehículo para penetrar en el mundo cibernético de Tron (Steven Lisberger, 1982) y viajar en el tiempo al modo de Terminator (The Terminator, James Cameron, 1984) –rayos azulados en un callejón oscuro, en el que no falta la hoja de periódico meciéndose al viento–.
Son estos desplazamientos espaciotemporales los que dan el mayor salto temático. Sandberg barre para casa y saca a relucir la mitología nórdica, con un descomunal Thor acompañado de vikingas ametrallantes a lomos de –era previsible– tiranosaurios rex. Un salto que se convierte en el más gratuito del producto, con permiso de Triceracop, el nuevo compañero del héroe, un triceratops bípedo y de complexión humanoide. Fetiches de infancia que todos compartimos, de ahí el alivio que sentimos al leer el aviso de los créditos que nos comunica que ningún dinosaurio fue extinguido en la realización de esta película.
El fotograma está digitalmente tratado para dar sensación de VHS desgastado en plena reproducción, pero ni la teletienda –cosecha de los 80– es más videoclubera que David Hasselhoff. El mítico conductor de El coche fantástico (Knight Rider, Glen A. Larson, 1982-1986) se une a este proyecto en un ejercicio de autoparodia muy sana que funciona como colofón ochentero. A modo de HAL 9000 de 2001: una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968), Hasselhoff pasa de conductor a conducido, convirtiéndose en el sistema controlador del coche del protagonista, respondiendo al nombre de HOFF 9000 y mostrándose igual de reacio que su homólogo espacial a abrir las puertas. Como nunca hay suficiente Michael Knight, el actor aparece en los créditos finales, ya en versión corporal humana, interpretando el tema principal de la cinta, del que incluso existe videoclip. En esencia, una obra plagada de referencias bien manejadas y que, sin perder en ningún momento de vista su afán lúdico, sorprende por su coherencia interna y su conocimiento de causa.
VIDEOCLIP David Hasselhoff: True Survivor (para Kung Fury)
Y no olvidemos el tarantiniano momento de la discusión sobre qué bigote es aria y cual es el de una perra, jeje.
Impresionante!
Todo un alarde bizarro de referencias formales y narrativas no ya a un género, sino a una época.
En algunos momentos he llorado de risa, en otras de pura melancolía.
Gracias por recomendarlo!