La academia de las musas
La victoria inapelable de la palabra Por David Martínez de la Haza
La fascinante La academia de las musas, nueva obra de José Luis Guerin, narra casi a modo de documental salvajemente íntimo la relación que se establece entre un profesor de filología y sus alumnas ante la mirada de su mujer en un lapso de seis meses, desde noviembre a marzo, en un semestre académico donde se teje un auténtico laberinto de pasiones, donde la abstracción del material didáctico (“el amor es un invento de la literatura”, sentencia el profesor Raffaele Pinto) se enraiza en el plano de lo sentimentalmente epidérmico.
La primera virtud del director catalán a la hora de plantear la construcción del relato es romper de forma absoluta pero con ternura la membrana que podría separarnos emocionalmente de la historia; la cámara de Guerin es un testigo cercano, demasiado cercano, a las tragedias –pero también, indivisiblemente, comedias– que nacen de esta rueca narrativa en la que el profesor actúa como eje intelectual-emocional y las alumnas giran en torno a él para crear la historia mediante el engranaje perfecto de todos los elementos.
La segunda virtud es darle todo el protagonismo a la palabra: la palabra como esencia misma de la comunicación pero también como reposo de los silencios, a veces tan o más importantes en La academia de las musas que el torrente retórico que define la obra. Confiesa el propio Guerin que su película es un “homenaje a la palabra”, y así es, pero aquí “palabra” excede en sí misma su acotación semántica. Del lenguaje es imposible escapar porque el lenguaje lo es todo: palabra pero también silencios; gestos pero también sombras; versos pero también miradas. Gozo pero también culpa: la vida en sí misma.
La tercera virtud es la habilidad de Guerin para no quedarse en la palabra pura y hacer que la imagen contextualice en todo momento el discurso. Porque ciertamente la palabra parece aquí más importante que el objeto, que el cuerpo, pero la palabra deviene finalmente en cuerpo y viceversa. Los rostros, que aparecen siempre cercanos en el plano, son el campo de visión que tenemos y, a la vez, el espejo reactivo de las palabras. Dichos rostros aparecen colocados en el encuadre de forma que no podemos dejar de cuestionar sus miradas –como en las escenas en la casa del profesor: él, en profundidad, emitiendo un discurso casi hacia sí mismo, hacia adentro; su mujer, en primer plano, emitiendo sus respuestas hacia fuera, hacia nosotros los espectadores–. De igual forma, las caras de los protagonistas aparecen frecuentemente presentadas tras vidrios (en un bar, en un coche, en casa tras las ventanas) a modo de compartimento estanco, emitiendo así una sensación dual, de intimidad invadida, en la que la reclusión que permite a los personajes desnudarse emocionalmente es en realidad para nosotros un escaparate singular, en un ejercicio de voyeurismo interesantísimo.
Hay algo que entronca conceptualmente La academia de las musas con En la Ciudad de Sylvia, obra previa de José Luis Guerin también consagrada de alguna forma a la figura de la mujer mediante una especie de canonización pararromántica. Pero existe una diferencia fundamental. Si en En la ciudad de Sylvia el relato venía también construido por todo lo que ocurría alrededor de la persecución del hombre hacia la mujer, con largos planos pausados de la vida cotidiana en las calles de Estrasburgo, en La academia de las musas, Guerin anula lo circundante, creando una sensación de cierta universalidad. Esta relativa inmaterialidad de la película, que no tiene (no necesita) un tiempo o un espacio concreto, se ve únicamente truncada de forma parcial con los reflejos de la realidad circundante que se proyectan sobre los rostros tras los cristales, conectando de alguna forma a los personajes-ideas al mundo de lo tangible.
De vez en cuando, la perfección nace en los márgenes de lo estético, en la profundidad de la retórica, en la parte sonora de la inteligencia.
Este es el caso de La academia de las musas: una victoria inmisericorde de la belleza, de la palabra y de la belleza de la palabra.