La aventura y El rapto de Bunny Lake
Ausencias Por Jorge Fidalgo
1986. Puerto de Somosierra. Un camión cisterna Volvo F-12 que transportaba ácido sulfúrico sufre un terrible accidente, desparramando su letal carga por la carretera y alrededores. La Guardia Civil encontró entre los restos del vehículo siniestrado los cadáveres del conductor, Andrés, y su esposa, Carmen. Todas las pistas apuntaban a un accidente común, uno de tantos que por desgracia tienen lugar en nuestras carreteras, pero una angustiosa llamada de teléfono preguntando por el estado de un niño despertó todas las alarmas. En el camión cisterna viajaba el hijo del matrimonio, Juan Pedro Martínez, de 10 años, aunque del chico no había ni rastro. Nada. El misterioso suceso, que tuvo un importante seguimiento en los medios de comunicación españoles en aquella época, pertenece a lo que algunos expertos e investigadores conocen como «Desapariciones inquietantes», aquellas en las que los individuos se esfuman en la nada, se volatilizan sin que haya el más mínimo indicio de solución, lo que da pie a toda clase de teorías y especulaciones más o menos fantasiosas.
No cabe duda de que la desaparición de una persona es uno de los sucesos más angustiosos y enigmáticos. El hecho de que un ser querido se evapore sin dejar pistas constituye todo un cataclismo emocional capaz de poner a prueba la resiliencia de uno. En muchos de estos casos, el suceso concluye con el hallazgo, viva o muerta, de la persona en cuestión. Pero otras veces, no se vuelve a tener noticia de ella.
1960. Michelangelo Antonioni filma La aventura (L’avventura, 1960). Película sosegada y de ritmo moroso, con ella el realizador italiano comenzaba la denominada ‘Trilogía de la incomunicación’ que completaría en años sucesivos con La noche (La notte, 1961) y El eclipse (L´eclisse, 1962). A través de estos trabajos, Antonioni analizaba con la minuciosidad de un entomólogo los sentimientos, percepciones y motivaciones de sus personajes, unas criaturas abrumadas que, ante un universo gris y aburrido, entienden que la única forma de escapar de las garras del nihilismo es a través de aventuras eróticas. O incluso, a través del suicidio.
En el caso de La aventura, la trama arranca con lo que parece casi un documental sobre el estilo de vida de la alta burguesía italiana de los sesenta. Una vez superada la etapa de miseria, decadencia y devastación traída por la Segunda Guerra Mundial y que fue revelada al mundo por el Neorrealismo, en los sesenta, Italia se había recuperado y emergía como una nueva Babilonia de fiestas, lujo y desenfreno que Fellini plasmó en La dolce vita (ídem, 1960). Sirviéndose de los mismos personajes, pero con una estética y un tono totalmente alejados del cineasta de Rímini. Antonioni apuesta por un cine de investigación psicológica y moral, donde las tramas convencionales y las estructuras dramáticas clásicas importan poco, y en el que desde un punto de vista formal arriesga y pone a prueba la paciencia del espectador a través de sus planos larguísimos, de sus diálogos puramente intelectuales y de su tempo pausado, casi letárgico.
La aventura
La aventura parte de una experiencia real del propio Antonioni: la desaparición de una conocida suya en Roma. La cinta comienza con el viaje en barco de un grupo de burgueses adinerados y ociosos a una isla rocosa cerca de Sicilia, lo que no deja de ser una metáfora de su propia condición de seres aislados e incomunicados. Durante su estancia en la isla, el personaje de Anna (Lea Massari) se esfuma sin que sepamos a ciencia cierta qué ha sido de ella. De hecho, es el enigma que rodea su desaparición el detonante que provocará el encuentro entre su pareja, el seductor Sandro (Gabriele Ferzetti), y una amiga suya, la atractiva Claudia (Monica Vitti).
¿Qué le ha sucedido a Anna? ¿Se ha marchado por voluntad propia sin ser vista?¿Se ha ahogado?¿Se ha suicidado?¿Su compañero sentimental, con el que mantenía una relación turbia y desequilibrada, la ha asesinado y se ha deshecho del cuerpo? No lo sabemos. Cada uno sacará su propia hipótesis a lo largo del metraje. Lo que sí sabemos es que Claudia intentará desesperadamente hallar a su amiga. Se involucra activamente en el rastreo del islote en compañía de otros amigos y de las fuerzas de seguridad, sin ser consciente de que poco a poco las sospechas y el miedo que le infunden el personaje de Sandro derivan hacia sentimientos de interés y deseo. De esta forma, una desaparición, que en manos de un Hitchcock derivaría hacia una película de suspense y misterio, sirve al autor de Blow Up (ídem, 1966) como excusa para erigir una reflexión profunda sobre las pasiones y las pulsiones humanas, los dilemas a las que nos enfrentamos en nuestro día a día, el laberinto emocional que suponen para algunos las relaciones de pareja y por supuesto, nuestra condición eterna de seres incapaces de comprender a los demás y a sí mismos.
Sin el sentimiento existencialista y metafísico que impregnaba buena parte de la obra de Bergman, Antonioni se podría considerar en algunos aspectos argumentales y filosóficos como una suerte de correlato italiano del maestro sueco, dada su querencia por la exploración de los sentimientos y pensamientos de los personajes de sus películas. La aventura vacacional a la que hace referencia el título se metamorfosea en un aventura romántica entre Claudia y Sandro, en la que la desaparición de Anna implica una desaparición de las barreras morales y éticas que condenan el adulterio.
1965. Otto Preminger dirige y produce El rapto de Bunny Lake (Bunny Lake is missing). Adaptando la novela de Evelyn Piper, el realizador de Laura (ídem, 1944) ofrecía otra lección maestra de sus habilidades a la hora de construir un relato de suspense puro en el que las apariencias manipulan las convicciones del espectador y la sombra de la duda sobrevuela el relato.
El rapto de Bunny Lake
La Bunny Lake a la que hace referencia el título es una niña de cuatro años que desaparece sin dejar rastro en su primer día de clase. Su madre, Ann Lake (Carol Lynley), emprenderá una infructuosa investigación por desvelar el paradero de su hija, sin saber que su actitud nerviosa y obsesiva, casi histérica, empieza a suscitar sospechas entre los que le rodean y más en concreto, en el detective encargado del caso, el superintendente Newhouse (el shakesperiano Laurence Olivier). Dotada de un pulso absorbente, Preminger atrapa al espectador y le sitúa en la piel de su agónica protagonista, una mujer joven para la que su hija lo es todo en la vida y que se topará a lo largo del rastreo con toda clase de personajes a cada cual más perturbador, como la estrafalaria fundadora del centro escolar, la señora Ford (Martita Hunt), aficionada a transcribir relatos oníricos y pesadillas que los niños le relatan, o el casero de Ann, el mefistofélico Horatio Wilson (Noël Coward), capaz de introducirse en la vivienda de su nueva inquilina con total libertad y sigilo .
No obstante, y ahí radica uno de los fuertes de este thriller psicológico, la propia Ann Lake también es objeto de dudas, pues a medida que avanza la historia y cuando se van desvelando más detalles de su turbulento pasado, la posibilidad de la inexistencia de Bunny se hace más plausible, considerando a la madre como un sujeto psicótico e inestable, fabulador de historias imposibles y hacedor de amigos imaginarios. Desde aquí y a modo de inciso, recomiendo la lectura del especial Psicopatías. Histeria femenina y patriarcado de Pablo S. Blasco, publicado en esta página web.
Preminger logra una suerte de movimiento pendular con respecto a la empatía hacia Ann Lake. El espectador sufre con ella, pero al mismo tiempo, sospecha de ella. Se acerca y se aleja, contemplando todas sus vicisitudes a través de una cámara liviana e incorpórea, que se eleva por los espacios y surca las estancias con la ligereza de una mariposa. Junto a la impresionante factura visual de Denys Coop, sobresalen los turbadores títulos de crédito diseñados por el genial Saul Bass en los que una mano arranca trozos de pantalla negra y que servirían de inspiración para los de la película El orfanato (ídem, J.A. Bayona, 2007).
Estos títulos de crédito, en su sencillez y efectividad, nos introducen en un universo de realidades veladas y enemigos enmascarados, de pecados inconfesables y secretos que tarde o temprano salen a la luz, cuando el destino arranca la cubierta negra con la que ocultamos las facetas más vergonzosas de nuestra vida. Ann Lake, con su aspecto de niña inocentona y sensible, también esconde sus propias debilidades, y en el caso de Anna y Sandro de La aventura, su relación de fachada perfecta cobija tras de sí una realidad de conflictos, desencuentros y desavenencias que todos ignoran.
Pero al mismo tiempo, esa mano que revela lo oculto, también es la que arranca lo existente, la que captura lo vivo, la que hace desaparecer. La pequeña Bunny Lake o la adulta Anna son solo dos casos ficticios, dos invenciones cinematográficas de una realidad cruel y desconcertante, de una pesadilla veraz que miles de personas sufren al día y por la que el espacio que ocupaba un ser querido es suplido por el más absoluto vacío.