La bella gente
O el lado túrbido de la solidaridad Por Rosanna Moreda
Gracias a Pololo
por regalarme
esta película inmensa
Un título irónico, casi mordaz, para una joya del cine italiano de los últimos tiempos, que se mantiene en el mismo tono cínico, de un cinismo tenso y a fuego lento, desde el principio al fin. Se trata de una historia de fondo que suele preocupar, asustar, incluso escandalizar. O que como mínimo, no nos deja para nada indiferentes.
Porque cuando se escucha la asociación siamesa: prostitución de carretera/chicas del Este, las reacciones suelen ser muy similares. Y son algunas de estas reacciones que rozan el lavarse las manos, pero que finalmente y tras abundante reflexión, entran en el saco del tan sonado “poner nuestro granito de arena para hacer del mundo un lugar mejor”, el punto de partida para que el cineasta de Roma Ivano de Matteo, realizara una película sobre el tándem género/prostitución/hipocresía de la clase media-intelectual, que escasea notablemente en las pantallas. La historia se resume fácil y se traga de igual modo, aunque la digestión ya sea otro cantar, de la que no termina de hacerse, de la que se queda a medio camino, o más bien tuerce el camino hacia el terreno siempre contradictorio, oscuro y finalmente egoísta de nuestras comprometidas conciencias. Este es el gran mérito del film.
No el quedarse en la crítica fácil al objeto último del análisis: las condiciones de las prostitutas de carretera en el sur de Europa, sino el obligarnos a reflexionar sobre una actitud que abunda en las clases media-altas, politizadas/bienintencionadas, las que se jactan de “hacer algo”:
Te ayudo porque mi vida es mejor que la tuya y porque puedo permitírmelo. Pero recuerda, dado que soy mejor que tú, soy yo quien decido, y si me defraudas, te puedo mandar al diablo en el momento menos pensado.
Un matrimonio de psicóloga y arquitecto (profesiones no elegidas al azar) encuentran a una joven prostituta siendo maltratada por su proxeneta en la carretera mientras se dirigen a su casa de campo a descansar, y deciden intervenir, “pasar a la acción”. Como era de esperar, la psicóloga de mujeres maltratadas termina convenciendo al marido, al arquitecto, y la chica de carretera (la notable actriz ucraniana Victoria Larchenko), termina instalándose con el solidario matrimonio en la casa de campo. Es aquí donde se entrecruzan otros elementos, en ocasiones de un surrealismo casi aterrador, pues la joven pertenece a otro mundo. Literalmente. Y cuando está sumergida en la bañera, en un baño del confort y aromas más exquisitos, su cuerpo y su mente no dan crédito. Como ella, sentimos su tierno y primario placer, un placer que parece venido desde muy lejos. Tanto, que parece que no le perteneciera. Que el lujo más grande de su vida, añadido a la generosidad brindada más inmensa, están representados en esa bañera. Como ella, sabemos que ningún placer es eterno y lo succionamos hasta lo imposible. Esta es probablemente una de las escenas más sutiles y suspendidas, pero al mismo tiempo más informativas de la película, que más nos dice sobre el atormentado universo interno de la joven, quien destila pese a las circunstancias, en todo momento, una increíble sensibilidad e inteligencia instintiva, por lo tanto, marcadamente realista. Un realismo de dentina al aire, conocimiento de subsistencia de quién es ella y quiénes son el resto. Dos dimensiones desencontradas donde solo una de ellas equivale a un submundo que proviene de pantanos ultra turbulentos y al mismo tiempo, mudos, indescifrables, de ahí el surrealismo aterrador. Hasta ahora todo marcha sobre ruedas, pues es requisito de la compasión, como buen ingrediente religioso, que la persona ayudada no avance demasiado, no “se tome el brazo cuando le dan la mano”, como diría mi abuela.
Pero nuestra chica de carretera no solo avanza, sino que tiene deseos propios. ¡Habrase visto! Y estos deseos son en buena medida sexuales. Un fuerte deseo sexual por el hijo de la mamma. Ni más ni menos. A partir de este detalle decisivo, comienza a tomar colores refulgentes, la tragedia. Pro-gre-si-va-men-te. La muchacha ya no es tan bien recibida, pues no es pasiva, no se deja cuidar como preciosa muñeca de segunda mamá buena onda y ya está. Busca, como todo ser viviente, la felicidad, el placer, en definitiva, el amor. ¿Acaso pretende que “mi hijo”, precisamente él, pongamos por caso: universitario/empresario/colocado por su padre (todo junto o separado, pues viene a ser lo mismo) se enamore de ella? ¿Qué se ha creído esta fulana? Adivinamos como si fueran nuestros, los pensamientos que atormentan de golpe y porrazo a la psicóloga cincuentona.
El peso del destino personal indefectiblemente asociado a la clase, el estamento, nos recuerda Weber. Es decir, existe algo casi tan potente en este caso como el estigma de prostituta y la carencia de capital, y es una cierta marca, una cierta diferencia plomiza que no conoce lo que es atravesar la frontera. Lo que Weber define, volvemos a decir, en extraña mística, como el destino personal. Y cuando sucede el preámbulo del horrible desenlace: el sexo consumado y más que consumado entre el hijo de la mamma (quien paralelamente tiene además una novia formal a la que llevará al altar, como no podría ser de otra manera) y la chica de carretera; el resto de sucesos parecen acomodarse serviles, a los designios de quienes pueden hacer y deshacer a su antojo sin temer las consecuencias, (porque sencillamente no existen consecuencias), de quienes tienen el verdadero poder.
No importa que hayan acostumbrado durante ese tiempo a la joven a una nueva vida más segura, más estable, que le hayan ofrecido el licor del cariño familiar para luego, en gesto violentísimo, de un capricho casi obsceno, sacárselo de golpe. Como el dentista que arranca la muela putrefacta de un solo tirón.
De hecho, un buen número de los peores daños infringidos a las/os demás, suelen ser de buen rollo, con las mejores intenciones. Justamente porque nos llenamos la boca de postre solidario, pero en realidad, lo único importante son nuestros propios designios. Nuestras ideas sobre las vidas ajenas, cosificándolas, ignorando que estas vidas ya poseen ideas sobre sí mismas, que deberían por lo tanto ser las más legítimas, las más intocables.
Y ella cometió el error de ser, dejándose llevar por sus deseos. De añorar ser parte de… y finalmente desafiar al destino personal. Por lo tanto, esta justificación es más que suficiente para que la psicóloga la termine echando de patitas a la rue. Si es cosa del destino o no, solo lo podemos responder con una cita de la visionaria Clarice Lispector 1 (ucraniana también de nacimiento como nuestra chica de carretera, por cierto), con ese carioca exquisito pero lapidario que la caracteriza:
O destino havia escolhido para ela um beco no escuro e uma sarjeta. Ela sofria? Acho que sim. Como uma galinha de pescoço mal cortado que corre espavorida pingando sangue. Só que a galinha foge -como se foge da dor-em cacarejos apavorados.
Mientras que nuestra otra estrella de perfil bajo, la de La bella gente, a diferencia de las gallinas, sencillamente no puede permitirse el lujo de huir. Vivir es lujo, nos grita Clarice. A lo que yo añado: Más lujo es huir.
Las últimas escenas de la película, impecables como el resto. Los ojos color océano profundo de Victoria Larchenko, fijos en esa puerta cerrada. Cerrada sí, no te engañes, para siempre…
No obstante, la entereza e integridad con que esta pequeña luchadora de la vida cierra capítulo, es admirable. Recurre finalmente a lo que conoce, a lo que tiene a mano, para continuar manteniéndose en pie, para continuar pagándose con sus propios recursos la polenta. Mientras tanto, la psicóloga y el arquitecto, en un tormento final de culpa mortificante… principalmente ella, ahogada en llanto. La diferencia es que la chica de carretera no engañó a nadie, y sin pedir nunca nada, lo agradeció todo con creces. Una discreta lección de ética que ojalá pudiéramos seguir con más frecuencia. El cuento del toro y el torero que nos relató Bukowski 2 en uno de los poemas más redondos de la Historia: El costado del sol. Aquello de que cuando el toro muere, muere puro, y que el hedor postrero proviene del mundo.
Por lo que, a continuación, a darse prisa, que el sueño de princesita adoptada ya acabó. Boquita pintada, escote, mini… y a otra cosa mariposa.
A laburar.
- Lispector, Clarice: A hora da estrela, Lisboa, Relógio D’Água Editores, 2002: p. 87. ↩
- Bukowski, Charles: Arder en el agua. Ahogarse en el fuego, traducción de Eduardo Iriarte Goñi, Barcelona, La Poesía, señor hidalgo, 2004: p.73. Publicación del poema completo El costado del sol, en mi blog negralluvia y las siete gigantas: http://rosannamoreda.blogspot.hu/2012/11/el-costado-del-sol.html ↩
La chica de la carretera tenía el lastre de ser bonita y deseada en un mundo de ojos hambrientos. Era integra , el hijo Giulio la sedujo y luego que consiguió lo que quiso con ella la desecho como un producto caducó. La mamá debió averiguar mejor las cosas, fue un malentendido, ella con buenas intenciones y demasiado impulsiva , mala combinación. Para los que tienen el poder realmente no hay consecuencias malas , quizás remordimientos en el mejor de los casos. Era para que le digan a la chica las cosas en claro y no decirle sobre su pasado a sus amigos. No era obligatorio.