La bella y la bestia (2014)

Una vida por una rosa (mustia) Por Fernando Solla

How do you say to your child in the night?
Nothing’s all black, but then nothing’s all white
How do you say it will all be all right
When you know that it might not be true?
What do you do?
Careful the things you say
Children will listen…
Careful the things you do
Children will see and learn…
The Witch en Children Will Listen (Into the Woods, Acto II, Stephen Sondheim, 1986)

No será un servidor el que califique la personalidad cinematográfica de Christophe Gans como la de un autor de referencia, aunque sí que podemos afirmar que, hasta la fecha, el realizador ha presentado un estilo propio y común a la hora de enfrentarse a cada una de sus propuestas. Quizá el ejemplo paradigmático (y más cercano al título que tratamos aquí) de su todavía breve filmografía sea El pacto de los lobos (Le pacte des loups, 2001), con su excesiva y apabullante miscelánea distorsionada de géneros: aventuras, fantástico, terror, cine de época, monstruos… Cambiando en esta ocasión las artes marciales por el romance y avanzando un siglo en lo que a estética se refiere (del XVIII al XIX), con La bella y la bestia (2014), el galo parece anquilosarse en su propio estilo, asfixiado en ocasiones por su propio exceso, marca de la casa, exponiendo una amalgama de valiosas propuestas argumentales que crean en el espectador un cúmulo de expectativas que no siempre se cumplirán. Un viaje entre pasado y presente, cuyos planteamientos (algo trillados, pero igualmente interesantes) despertarán en varias ocasiones la ilusión de un discurso utópicamente novedoso. Si bien un análisis pormenorizado demostrará que la recién estrenada versión de La bella y la bestia (2014) no es lo que promete, la curiosidad y el asombro ante lo que estamos viendo, conseguirá que sorteemos las turbulencias en el camino cinematográfico y lleguemos al final, algo aturdidos pero todavía enteros.

La bella y la bestia (2014)

Si en algo destacó la Blancanieves de Pablo Berger (2012), por ejemplo, fue, sin duda, en la explotación del arquetipo de los personajes y sus funciones morfológicas dentro del relato maravilloso que es el cuento popular, siguiendo a rajatabla los principios del ruso Vladimir Propp (1895 – 1970). Con este tratamiento de los personajes, el realizador conquistó la libertad total en lo que a espacio y tiempo se refiere, consiguiendo, a pesar de su concreta localización, un discurso universal y atemporal. En La bella y la bestia (2014), Gans reduce, ciertamente, al básico arquetípico a todos los personajes secundarios, con una construcción meramente ornamental que les impide significar o reivindicar un mínimo su existencia, ya no justificar su presencia. En el caso de Bella (Léa Seydoux) y Bestia (Vincent Cassel) parecen apuntar una contraposición interesante, que sucesivamente irá rebajando su intensidad hasta disolverse por completo. Él, primario príncipe que parece encarnar los valores de una sociedad en la que el hombre proveía de alojamiento y alimento a la mujer y ésta le servía básicamente para saciar su apetito sexual en la cama y para engendrar a su descendencia, en este caso, el heredero del reino. Ella será la mujer del futuro, con unos argumentos anacrónicos hoy en día, pero avanzados entonces, focalizados, en esta ocasión, en la toma de conciencia por parte de la joven, del poder sexual que ejerce ante su oponente – pareja.
En La bella y la bestia (2014) un hombre – monstruo del pasado y una mujer avanzada del futuro que convergen en un punto común, el presente de la narración. Valioso pero brevísimo, y finalmente abandonado, apunte.

Muy acertada, en cambio, la revisión que emiten los personajes de Bella y su hermano Jean-Baptiste (Jonathan Demurger), de su devenir a través de una particular visión de su propia historia. Él convertirá el relato de la fallida económica y consiguiente pérdida de poder adquisitivo y expulsión de los lujos burgueses de su familia en una gran aventura litoral, plasmando en una novela los acontecimientos, sublimando su triste realidad en una utopía plagada de personajes heroicos. Ella será la narradora de su propia historia, para los espectadores y para sus hijos, a los que leerá la fábula en que la literatura ha convertido su vida, recuperando y comprendiendo sus circunstancias una vez ya las ha vivido. Gans adopta aquí el interesantísimo, aunque cada vez más trillado, enfoque con el que ya en 1986 el compositor y letrista Stephen Sondheim contextualizó su musical Into the Woods: una exploración del egoísmo interesado que los protagonistas de los cuentos suelen maquillar tras sus anhelos y deseos y las consecuencias en la configuración de la personalidad de los niños que los escuchan desde pequeños. Veremos si la inminente adaptación cinematográfica de Rob Marshall sigue ese camino. En el caso de Gans, una vez más, el apunte queda ensombrecido y olvidado demasiado pronto y lo único que parece interesar a Bella es insinuarse y conocer sexualmente a la bestia (delirante, por poco sutil, y tosca la escena del baile, cuyos pasos parecen la coreografía de los movimientos preliminares a la penetración del acto de amancebarse) y no la escena detonante de la explosión romántica de la pareja que todos esperábamos.

Otro aspecto que desarrollado con algo más de firmeza y tenacidad podría haber favorecido a que esta versión se desmarcara de lo corriente sería la no explicación de lo mágico en la película. Esa constante duplicidad entre el físico y el instinto del ser humano y el animal (hermoso ejemplo el de la cierva dorada) podría haber dado mucho juego sino se hubiese torcido hacia un discurso ecologista, aunque válido, completamente descontextualizado de la historia que se está contando. En lo referente a las criaturas que habitan el castillo de la bestia, pesa mucho el recuerdo de los gadgets de la versión Disney, y esa especie de perros con ojos brillantes y saltones resulta algo molesta y, una vez más, descontextualizada, así como los efectos especiales de la secuencia climática.

La bella y la bestia (2014) 3

En el apartado técnico y artístico es donde la puntuación del largometraje de Gans gana varios enteros, que no su uso. Vestuario y decorados hipnóticos, banda sonora envolvente (tanto que a veces el espectador puede llegar a olvidar lo que está viendo en pantalla y dedicar toda su concentración a escuchar su música compuesta por Pierre Adenot). Interesante la iluminación tenebrosa y difuminada de algunas escenas en contraposición a la plasticidad y luminosisad intensísima de otras (la escena del lago, sin duda la mejor) de la fotografía de Christophe Beaucarne, sobra la que recae la ardua tarea de dotar, con sus movimientos de cámara, del dinamismo que no consigue ni por asomo el atropellado e incompleto guión del propio Gans y Sandra Vo-Anh.En este ámbito, en los poco más de cuarenta minutos de duración de cada capítulo de la ficción televisiva Once Upon a Time (2011 – ) se abarca mucho más y mejor en cuanto a la plasmación de las motivaciones de los personajes y su vigencia actual.

Finalmente, con La bella y la bestia (2014) parece que Christophe Gans ha querido medir su capacidad de crear un gran espectáculo con la de sus compañeros estadounidenses, olvidando que quizá los ejemplos escogidos tampoco eran paradigmáticos de lo que esperamos cuando los espectadores nos sumergimos en cualquier mundo fantástico, véase la similitud con los gigantes de Jack el caza gigantes (Jack the Giant Slayer, Bryan Singer, 2013). Si la voluntad era pirotécnica, el triunfo ha sido logrado. Si, en cambio, era la de versionar el espíritu romántico del cuento de hadas tradicional europeo, popularizado en 1756 por Jeanne – Marie Leprince de Beaumont, no podemos decir lo mismo. En este caso, pesa, mucho más que el virtuosismo técnico, la escasa adecuación del mismo a lo que se quiere contar, o, finalmente, a lo que esperábamos ver, ya que lo visto aquí sirve tanto (o tan poco) para La bella y la bestia (2014) como para cualquier otro producto.

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Comentarios sobre este artículo

  1. Randall martina dice:

    Buenas noches

  2. sigrid dice:

    Por favor,la estètica de la pelicula es grandiosa,como mero expectador creo que es una hermosa obra de arte,no merece ponerla bajo microscopio, ¿acaso a la Mona Lissa le raspan el lienzo para ver que hay detràs,? es A-R-T-E ,y nada màs,se acepta o no

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