La bella y la bestia (2017)
El romance anticuado Por Samuel Lagunas
Cuando se estrenó La bella y la bestia (Beauty and the Beast, Kirk Wise y Gary Trousdale, 1991) en su versión animada recién había yo cumplido un año. De hecho, los estudios de Walt Disney estaban también “en pañales” ya que apenas en 1988, con la incómoda y excepcional ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Who Framed Roger Rabbit, Robert Zemeckis), recuperaban el impulso perdido tras la muerte de su fundador cuyo cuerpo —se rumoró— estaba congelado a la espera de ser reanimado en un futuro quién sabe qué tan lejano. Nunca se ha comprobado tan estrambótica hipótesis, pero sí sabemos que La bella y la bestia fue el influjo que la empresa necesitaba para volver a la vida: una historia que, además, recuperaba los principios que habían alentado toda la obra de Disney y que éste había adoptado gracias a su fuerte participación en la Orden cuasimasónica de DeMolay: amor a los padres, cortesía, compañerismo, fidelidad y pureza 1.
Curiosamente La bella y la bestia (2017) retorna a esos valores pero ahora el movimiento ya no luce revitalizador en la historia de Disney; todo lo contrario, resulta anticuado si la ponemos en relación a la estimulante En el bosque (Into the Woods, Rob Marshall, 2014) y a aquel homenaje a Angelina Jolie, donde los más neófitos descubrimos la ambivalente belleza de Elle Fanning, llamado Maléfica (Maleficent, Robert Stromberg, 2014). Ambas cintas reinterpretaban las versiones animadas anteriores acercándose mucho más al mundo ambiguo, oscuro y fascinante de los cuentos de hadas que fueron recopilados por los hermanos Grimm en el siglo XIX.
La bella y la bestia, que no pertenece a ese grupo de narraciones germanas, halla su forma más acabada en la novela francesa de Villeneuve que fuera popularizada y expurgada por la marquesa de Beaumont en 1756. Su intención original, criticar la institución del matrimonio, no sobrevive en la más reciente versión protagonizada por Emma Watson (desafortunadamente insípida) y Dan Stevens (perdido entre los efectos del CGI). Tanto Walt Disney Pictures como Emma Watson, vicaria de un feminismo fuertemente institucionalizado —¡ONUficado!—, tenían una gran oportunidad para recuperar esa primera intención del texto de Villeneuve; sin embargo, acaban regalándonos un postre desabrido donde una muchacha con aspiraciones bibliófilas y desencantada de los hombres descubre que las apariencias pueden engañar y que debajo de un cuerpo deformado (no obstante con mucha más gracia y porte que aquel jabalí que ilustraba la historia de Beaumont) puede encontrarse el amor de tu vida.
O tal vez no y la cinta dirigida por Bill Condon sí logra esa tan ansiada crítica al matrimonio. Si ese fuera el caso, Gastón (bien interpretado por Luke Evans) representaría el trasnochado, provinciano y opresivo ideal del matrimonio donde la mujer es confinada a la maternidad y a las tareas domésticas. Frente a esa prisión simbólica e ideológica, la Bestia representaría una alternativa emancipadora donde la chica puede, al mismo tiempo que se desarrolla intelectual y emocionalmente, contribuir al rompimiento de otros yugos (los del hechizo que dejó todo el castillo y a sus habitantes embrujados). Al final, para beneficio de esta hipótesis, el happy ending ya no es la boda y a partir de ahí uno podría suponer un elogio del “amor libre”. Pero en la cinta no hay tal cosa, sino que queda manifestado que “el amor libre” no siempre escapa a la lógica del “matrimonio pactado” de origen burgués. Y sí: al final, el beso del verdadero amor recupera el sitio que había perdido gratamente en Maléfica y la Bestia revela su convencional y aburrida hermosura. Nada nuevo hay debajo de las máscaras tecnológicas ni de las grandilocuencias publicitarias de una empresa que no puede dejar atrás su pasado conservador.
Si hay algún mérito en la cinta, está en las actuaciones de Luke Evans como Gastón y de Josh Gad como Le Fou (personaje que fue sobreexplotado en vano antes del estreno, pero cuya homosexualidad acabó totalmente diluida en su rol bufonesco); y sobre todo en la estupenda participación de Ewan McGregor y de Ian Mckellen como las voces de Lumière y Din Don respectivamente. Un apunte más: La bella y la bestia se dirige a un público que se entusiasmó jubilosamente con aquel éxito de 1991 y a su comprobada voracidad por consumir nostalgias, de ahí la apegada reproducción coreográfica de algunos números musicales respecto al dibujo animado. Para aquellos que nacimos después, este romance anticuado muy poco, o tal vez nada, vaya a decirnos. Qué lástima por Disney. Y por Emma.
- Recupero el dato del artículo “Los artistas de Disney en los museos del siglo XXI” de Luciano Berriatúa en Vv. Aa. (2010). Estéticas de la animación. Madrid: MAIA Ediciones. pp. 31-64. ↩