La bruja

Folclore de Nueva Inglaterra: maltrato y silencio Por Beatriz Muyo

Cuentan las historias que las brujas eran personas que usaban sus poderes para hacer daño a otros u obtener beneficios personales a costa de perjudicar a terceros. Acostumbrados a ver y leer todo tipo de historias acerca de estos personajes, Robert Eggers nos adentra con La bruja (The Witch, 2015) en una historia confiada casi en su totalidad a la creación de una atmósfera incómoda e insegura. La iconografía y folklore de Nueva Inglaterra enriquecen el cuento de Eggers, que además de basarse en historias de la zona geográfica más famosa del mundo en cuanto a la brujería se refiere, contiene iconos siempre asociados a esta práctica, según la define el Catolicismo: las cabras, los cuervos, las liebres y los ritos que permiten a la bruja conservar sus poderes.

Una de las cosas más impactantes de La bruja es su manera de despertar las inquietudes del espectador desde la subjetividad y la perdición de los personajes. Robert Eggers, bajo una oscura mirada deja a libre elección del espectador las múltiples posibilidades que en la historia se presentan. Es cierto que hay una bruja que recorre los bosques cercanos a la casa de la familia protagonista, así como es cierto que el maíz que cultivan está contaminado por hongos alucinógenos. También quizá es cierto que el Diablo vive dentro de uno de los animales de la granja, o quizá la paranoia que envuelve a la familia tras haber sido expulsados de la comunidad Puritana es lo que convierte la fractura en algo insalvable. A propósito de esto, quizá Eggers se proponía consagrar como una familia construye su propio infierno por estar sometida al aislamiento y soledad constantes, y además en una ubicación llena de peligros, supersticiones, leyendas y miedos.

La bruja

La bruja

Nos encontramos en la Nueva Inglaterra de 1630, época de leyendas previas a los conocidos Juicios de Salem y, sobre todo, época de fanatismo religioso. La soledad no solo por parte de la comunidad puritana, sino también por parte de un Dios al que poder encomendarse, terminan por hacer mella en una familia aplastada por la soledad que termina encarnando sus demonios en la hija adolescente, Thomasin (Anna Taylor-Joy), presente desde la primera desaparición del bebé de la familia, que servirá como ritual.

Precisamente respecto al ritual, es necesario remontarse varios siglos atrás para encontrar la idea de que la bruja no podía simplemente montarse en su escoba y volar, sino que necesitaba de un proceso más complicado que incluía algún tipo de ungüento que consiguiera avivar su poder. Desde las primeras leyendas folklóricas hasta las pinturas de Goya y posteriores épocas, la bruja ha sido representada constantemente en ritos que abarcan todo tipo de sacrificios. De Francisco de Goya llaman la atención respecto a La Bruja varias pinturas, desde la serie de Los Caprichos (cuya primera edición se lanzó en 1799) centrados en la brujería -en ellos se puede contemplar literalmente la figura de la bruja que aparece físicamente en el ritual de La Bruja-, hasta algunas de sus Pinturas Negras: Vuelo de Brujas (1797-1798. Museo del Prado, Madrid) o El Aquelarre (1797-1798. Museo Lázaro Galdiano, Madrid) pintado para el palacio de recreo de los Duques de Osuna. El vuelo de las brujas sujetando al sacrificado lo veremos en La Bruja con el bebé Samuel, un bebé aún no bautizado que marcaba el ingrediente activo en el ritual según la tradición antigua.

El Aquelarre, por su parte, nos transporta por un lado al final que Robert Eggers marca en La Bruja; por otro, representa al demonio de la misma forma que lo hace Eggers: en forma de macho cabrío, apelado con nombre propio (Black Phillip) en el filme.

La bruja Goya

Vuelo de brujas (izquierda) y El Aquelarre (derecha), pinturas de Goya

La figura con cabeza de cabra que desde los textos Bíblicos de Azazel, o el ángel caído, se extendió a los Caballeros Templarios en la Edad Media y después a los masones del siglo XIX, se presenta en La bruja directamente como uno de los animales de la granja destartalada que intenta sacar adelante la familia de Thomasin. Black Phillip, que además de ser indomable parece hablar con los gemelos hermanos de Thomasin, resultará ser quien finalmente haga a Thomasin la pregunta tentadora y clave para dejar su complicado mundo atrás y hacer un pacto para siempre con la oscuridad: “Wouldst thou like to live deliciously?” (“Te gustaría vivir de manera deliciosa?”)

Esta representación o encarnación diabólica de la cabra contrasta con las primeros textos bíblicos en los que aparece el animal, el Azazel (Levítico 16, 8-10. Biblia), en cuyas menciones no resulta ser un ser maligno, sino curiosamente un ser que carga con los pecados de otros que ya han sido sacrificados.

Frente a todo lo anterior, La bruja se mueve más que por lo religioso, por el terreno de lo moral y, continuamente, se auto-proclama como un filme del que brota una avivada crítica hacia el maltrato. Y es que, ¿qué son las brujas, sino uno de los primeros signos de la necesidad de acoso punzante y constante de la sociedad en la que vivimos? El acoso al diferente, el acoso al débil por ser débil, el acoso al fuerte por ser fuerte o al inteligente por destacar por encima de los demás.

Me gusta pensar que La bruja habla, más que de brujería, de violencia. Una violencia que lejos de proceder de un pueblo entero acongojado ante la presencia de un ser maligno en sus calles, proviene de una familia que atemoriza precisamente a uno de sus miembros (en el caso que nos acontece, Thomasin). Ese desprecio mayúsculo, que en la mayoría de casos consigue anular la personalidad del maltratado, en La bruja se convierte en una maldición en sí misma, en una especie de hechizo que va convirtiéndose en algo cada vez más real para los personajes a medida que va siendo repetido el conjuro. Parecido a lo que ocurría en Dies Irae (Vredens dag, Carl Theodor Dreyer, 1943), donde la protagonista era acusada de brujería sin una prueba fehaciente, Thomasin es el reflejo de la idea de que el acoso consigue que el vejado llegue a creer que cada uno de los insultos que recibe son merecidos. En ese sentido, la adolescente, que en un principio no consigue entender lo que sucede con ella, acaba por asumir -tímidamente, primero, íntegramente, después- que la raíz de los problemas familiares es ella y que quizá es el resto del mundo quien tiene la razón y no ella.

La constante negatividad a la que Thomasin está sometida por su familia, impulsa toda la oscuridad de la historia hacia un dramático final en el que la adolescente presenciará como algunos de los elementos diabólicos de los que hablábamos más arriba, acaban por poner fin a todo lo que rodea a Thomasin para, por fin, liberarla.

La bruja 2015

 La bruja

El aquelarre al que asistimos al final de la película y la sonrisa exagerada de Thomasin en él, no es sino una excarcelación absoluta de un personaje encadenado por una madre chantajista y avariciosa, un padre orgulloso y unos hermanos gemelos que han mamado de todo lo anterior.

El ajusticiamiento de la familia de Thomasin es, precisamente, una cruel muerte lejos de hogueras. Por su parte, Thomasin, termina por decidir quién es realmente, pero lo decide ella misma. Pesadumbre o convicción, lo cierto es que el pacto con el diablo llega en medio de la soledad absoluta de la muchacha.

“Los estereotipos de ese tiempo sostenían que las mujeres estaban más predispuestas a pecar: eran más sexuales, estaban más tentadas por los bienes materiales y tenían la necesidad de ser guiadas por una autoridad, específicamente en forma de Iglesia, padre o marido” 1. Quizá en aquella hoguera en la que termina La bruja, radican todas las historias de supuestas brujas perseguidas que decidieron unirse para vencer o simplemente para encontrar amparo.

Vemos a lo largo de la película cómo los personajes femeninos (solo hay tres) son los que constantemente entran en conflicto con las expectativas puritanas de la época para todas las mujeres: mientras la madre de Thomasin expresa su angustia porque su hija está constantemente arriesgando su fe por sus deficiencias morales, no le ocurre lo mismo con sus hijos varones y un marido sospechosamente parecido a Jesucristo, todos limpios de cualquier impureza o amoralidad. Esta idea no es sino otra triste prueba más de una ya corrupta sociedad.

  1.  HOWE, Katherine (2014): The Penguin Book of Witches. Penguin Classics, Reino Unido.
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