La cámara de Claire

Lo mismo, todas las veces Por Paula López Montero

Ya nos viene Hong Sang-Soo con lo mismo. Aunque tampoco se puede ir a su visionado con otras expectativas, eso sería mentirse a una misma y obligar al cine de Sang-Soo a sucumbir a la necesidad continua por la renovación, es decir, por lo nuevo. Su cine no. La cámara de Claire propone un relato similar al de sus predecesoras, lo único que cambia es la localización, esta vez en la costa francesa, durante un viaje de negocios al Festival de Cannes en el que Manhee (Kim Minhee) es despedida por su jefa por una cuestión de “deshonestidad” –al descubrir que se ha acostado con su marido el director de cine So Wansoo (Ying Joung Jung) alter ego de Hong Sang Soo-, y en donde conocerá allí a Claire (Isabelle Huppert), una profesora que vaga por Cannes sacando fotos a la gente con su Polaroid.

La película, como bien anuncia el título, le otorga importancia a las instantáneas de esa Polaroid, a la instantánea misma que es como decir al instante mismo que es de sobra conocido como eje central en el cine de Hong Sang-Soo. Claire, una parisina que hace de flâneur-observadora tiene la teoría de que después de cada foto ninguna persona es la misma, es decir que la fotografía recoge de ti tu otro yo en el pasado, aquel que ya no eres ni volverás a ser. Con esta filosofía que acompaña el relato se compone el filme a través de esa cámara de Claire que va cambiando –o no- el curso de la vida de los demás personajes.

La cámara de Claire

Lo más característico de este filme son estos encuentros separados de Claire con los diferentes personajes que le servirán para entrelazarlos y generar nuevas acciones o reacciones en sus respectivas vidas. Todas las escenas están compuestas por dos o tres personajes, pero en los que el diálogo recae sobre solo dos de sus protagonistas como suele ser habitual en el cine del director coreano. Además cobran importancia los saltos temporales que propone Hong Sang-Soo y que a propósito de los mismos, y para dar más riqueza a la narración, juega con la desorientación temporal y el malentendido como ya hiciera en otras películas, pienso en Un cuento de cine (Geuk jang jeon, 2005) o en Oki’s Movie (Ok-hui-ui yeonghwa, 2010). Por lo que el orden de los factores, la forma de contar la historia, sí altera el producto. Por otra parte la singularidad de los diálogos de Hong Sang-soo, espontáneos, ridículos, lúcidos, cómicos, contenidos y a la vez abiertos, es el fuerte del relato de cotidianeidad que viene proponiendo. Hong Sang-Soo en su levedad a veces hace de divertimento locuaz y sagaz. Nada es lo mismo dos veces tras pasar por la cámara fotográfica de Claire, como tampoco lo es al pasar por la cámara de Hong Sang-Soo. La improvisación juega un papel muy importante, lejos de dogmas y de la obligación de seguir encorsetadamente el papel de un personaje, los actores y actrices de Hong Sang-Soo encuentran su yo en esos personajes y hablan casi desde sí mismos–claro está que tampoco Hong Sang-Soo toca temas que requieran una necesidad de ensayo actoral como por ejemplo requieren los temas del duelo, la muerte, la enfermedad, etc.-. Todo parece fácil, rodado.

Conocido es el triángulo expuesto en el filme Mujer en la playa (Haebyonui yeoin, 2006) que expone la teoría de que solo nos fijamos en tres puntos concretos de nuestra experiencia en los que volvemos una y otra vez generando ese triángulo – un triángulo también presente en las relaciones- y que muchos críticos han encontrado aquí la declaración de intenciones del cine de Hong Sang-Soo. Puedo en cierta medida suscribir la teoría, pero aceptando que es una teoría que se va nutriendo de otras ramificaciones interesantes que no deberíamos dejar pasar, puesto que sí, ese triángulo es el mismo una y otra vez, pero deberíamos preguntarnos por lo que lo hace diferente a cada vez que sea única.

La cámara de Claire

En La cámara de Claire hay ciertos recursos que vuelven a ser habituales como el zoom in/out para ejercer tensión a un plano sin ningún equilibrio o dramatismo, o la playa como telón de fondo, las mesas del café o las sobremesas con botellas de sake que son el centro del diálogo más importante, o el silencio en las conversaciones donde Hong Sang-Soo, a pesar de que su cinematografía gira en torno al diálogo, no satura con la carrera por el decir, sino que se para y posa en lo que es menos llamativo para el cine: el silencio incómodo en las conversaciones, el diálogo torpe, pausado, quebrado. El uso de la luz, o más bien su escenificación a lo largo de su filmografía está muy bien representada y aquí también es importante. Si bien En la playa sola de noche (Bamui Haebyunaeseo Honja, 2017) reinaba una atmósfera más nostálgica con la niebla o el color rosáceo del atardecer, si bien en La puerta del retorno (Saenghwalui balgyeon, 2002) el rojo predominaba como simbología del universo que representan sus protagonistas, ahora en La cámara de Claire predomina la luz blanca y limpia de la mañana de la costa francesa, tonos y aire que utilizó similarmente en otras de sus películas como En otro país (Da-reun na-ra-e-suh, 2012) o en Lo tuyo y tú (Dangsinjasingwa dangsinui geot, 2016). Es importante las intercalaciones en su cine entre los espíritus que proponen sus atmósferas. En La cámara de Claire reina la frescura.

Por otra parte, como también suele ser usual en su cine, cierto machismo se instala en sus personajes masculinos, un machismo que es superado por la fortaleza y dirección que le dan sus personajes femeninos al relato en el que podría decirse que, en realidad, todo el cine de Hong Sang-Soo es un acercamiento a lo femenino y a la impotencia de lo masculino por si quiera llegar a conocerlo. Todo esto compone a grandes rasgos la última película de Hong Sang-Soo que vuelve, en su planicie, a recoger momentos de interés cinematográfico. Aunque es inevitable pensar hasta cuándo le durará el ingenio. Aún así me parece tremendamente pertinente que ciertas cinematografías saquen a las historias del colapso de lo nuevo, de la urgencia por la consumición de relatos que hayan girado sobre sí mismos hasta darse cuenta de la imposibilidad de la novedad. Detrás de ello está la virtud de una repetición en la que nada es lo mismo. En cierta medida hay que tener mucha riqueza y lucidez para presentarnos una y otra vez lo mismo pero de forma distinta. La mayoría de los directores acaban en la frustración o en la obsesión por generar relatos que se superen, quizá es lo que nos ha enseñado una tradición occidental, mientras que en Oriente esto lo tienen mucho más claro, todos los días son iguales, pero tu experiencia los puede hacer diferentes.

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