La casa de Jack

Confesiones en el infierno Por Paula López Montero

“Hit the road, Jack and don't you come back no more,
no more, no more, no more.
Woah, woman, oh woman, don't treat me so mean
You're the meanest old woman that I've ever seen
I guess if you said so
I'd have to pack my things and go.”
Hit the road Jack, Ray Charles

01. Anábasis

Lo voy a decir sin rodeos, la última película de Lars von Trier, La casa de Jack (The House that Jack Built, 2018), es una obra mayor. Eso se sabe o no se sabe, es decir, se tiene o no se tiene. Muchos lo intentan, algunos se acercan pero qué duda cabe de que Lars von Trier es un genio del cine de nuestro tiempo, y por si a alguien le cabe alguna duda está La casa de Jack. Olvidad el egotismo que tan enclaustrado mantiene y al que se refieren todos los comentarios sobre su última película, bucear en él, en La casa de Jack von Trier nos brinda esa oportunidad. Ahora bien, no esperéis una obra fácil, de hecho es tan hermética como sus predecesoras, aunque su macabrismo, su sadismo, su canallismo se hace hasta más disfrutable –a pesar de que abunden las escenas que nuestro subconsciente trata de impedir que veamos-. Digamos que el avituallamiento de obras de ficción sobre asesinos en serie han hecho más accesible esta cuestión y que, en cambio, las psicopatología femeninas como las retratadas en Melancolía (Melancholia, Lars von Trier, 2011) o Nymphomaniac I y II (Lars von Trier, 2013) son de más difícil acceso. ¿Raro? En absoluto, creo que Lars von Trier se pone la zancadilla a sí mismo a propósito, en un plan maníaco en el que él mismo delibera qué se quedará intacto después de la caída y cuáles de los gestos de La casa de Jack son mera basura pantomímica. Y aún así, ante la más o menos gozonería del público, La casa de Jack es una mina de oro para nosotros los críticos y teóricos del cine, y lo es porque es una película de introspección, de reflejo de monstruos, de análisis de síntomas y fobias, de escarbar en los pasadizos subterráneos, de desconchar heridas, de confrontarse con uno mismo y con su propia obra, y de ofrecer una mirada sobre el arte, lenguaje y existencia plagada de inteligencia y honda sabiduría. Con La casa de Jack he comprendido algo, creo que valioso, para acercarse a ese abismo que es su filmografía, a saber, que todo es construcción, todo es lenguaje, mera charlatanería, tertulia psicoanalítica en la que un autor expone, en un intento de justificar su identidad, sus más bajos fondos. Ninguna crítica y análisis, con seguridad, le harán justicia a lo que él mismo dice de sí mismo. En La casa de Jack von Trier se tumba en el diván y nos deja a los espectadores el macabro y escurridizo rol del intérprete, del descifrador de mentes. Aquí van unos apuntes de psicoanálisis que parten de un solo visionado y al que espero más adelante poder sumar capas de interpretación.

 La casa de Jack (1)

02. Primer incidente. El gato. El arquitecto o el ingeniero.

La casa de Jack versa sobre un ingeniero con trastorno obsesivo compulsivo que va matando a degüello, con sadismo y recreación a personas, acumulando sus cadáveres casi como trofeos en una gran cámara frigorífica mientras que trata de construir la casa de sus sueños a la orilla de un lago. Mientras tanto va dialogando con Verge, una voz en off que aparece durante todo el filme y que, al final, como si del narrador de El gran Lebowski (The Big Lebowski, Joel e Ethan Cohen, 1998) se tratara, conocemos su rostro, el rostro de la voz de la conciencia de Jack. Con Verge (un nombre muy propicio puesto que literalmente significa “límite, borde”) va manteniendo toda una serie de conversaciones terapéutico-psicoanalíticas en las que el psicópata y asesino en serie, Jack, va tratando de explicar y justificar sus actos con innumerables referencias históricas, detalles estadísticos y explicaciones ejemplares que traten de poner orden y explicación a su conducta. De hecho, todo el filme se estructura a modo de narración de los cinco incidentes o descuidos que le llevan a Jack a esa catábasis o descenso a los infiernos. De primeras ya me parece un gran acierto que toda la propuesta del filme sea un aguijón punzante sobre una de las mayores herencias que nos ha dejado el siglo pasado: la necesidad constante de justificación, análisis e interpretación. Que duda cabe de que aquellos padres del despertar del subconsciente ya sea como método psicológico, psiquiátrico o psicoanalítico –pienso en Wundt, Freud, Jung, Skinner, Jaspers, Lacan, etc.- se tuvieron que poner las botas para andar entre el fango de la conciencia humana, y así lo hace también von Trier calado hasta la rodilla.

En el primer capítulo o incidente vemos a la primera mujer, Uma Thurman, a la que se le ha pinchado la rueda del coche y que con su gato roto no consigue levantar el coche para cambiarla. Al cruzarse con la camioneta de Jack decide pedirle ayuda. Este la lleva en su furgoneta al herrero más cercano para que repare su gato y la deja devuelta en su coche pero la habladuría absurda que mantiene la mujer con él, de una forma casi irónica diciendo que podría tratarse de un asesino en serie pero que no le ve tan competente, acaba con la paciencia de Jack y decide estrellarle el gato en la cara y matarla. Momento en el que entra la música setentera, buenrollista y funky que añade una sonoridad que recuerda a Tarantino, y más trayendo a su antigua musa a colación, recordando a Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994) o la violencia irónica de Reservoir Dogs (Quentin Tarantino, 1992). Un gato, por cierto rojo, un “jack” en inglés. Y es que el nombre del protagonista no es baladí pues actúa en toda su narración como sinécdoque de todos esos múltiples significados que puede tener la palabra “jack”. Además tampoco es casual que el jack, el gato, sea de color rojo como más adelante veremos.

 La casa de Jack 2018

03. Segundo incidente. El arte gótico. El sirviente. Furgoneta roja.

Pronto esa atmósfera que parecía más del universo del director americano que del danés – y es que Lars von Trier no nos había mostrado una faceta irónica y cómica en sus anteriores filmes- deja paso a la reflexión y sucesión de imágenes (la primera imagen que vemos y que se repetirá durante todo el filme es la de Glenn Gould tocando el piano) a la par que mantiene una conversación con Verge que deja claro que nos encontramos ante algo con sello propio, a pesar de que aún no parece asemejarse mucho a la obra anterior de von Trier. Antes del segundo incidente, el director nos deja conocer un poco más del mundo de Jack, su obsesión por la limpieza, su infancia llena de maldad mientras disfruta cortando con sadismo las aletas de los patos y los suelta de nuevo en el lago sin que puedan nadar, su formación de ingeniero y su anhelo de ser arquitecto, mientras que nos introduce una reflexión sobre la arquitectura gótica al tiempo que van sucediendo imágenes de catedrales y nos indica que los grandes arquitectos dejaban otras obras escondidas en sus obras, inaccesibles para el público –casi como si de una conspiración masona se tratara-, y a la par que reflexiona sobre la evolución de la construcción hasta el arco de medio punto, a su juicio, la precisión máxima que hace que un edificio consiga ser más alto, más bello y encima prescindiendo de materiales. Y poco a poco con este tipo de intervenciones de la voz de la conciencia de Jack vamos conociendo su universo, su anhelo de construir una casa con los mejores materiales. Todo el filme versa sobre esa reflexión de sustento, de lo que hace que un edificio cada vez sea más alto y más bello. Pero ¿cuáles son esos materiales para la mente perturbada de Jack? No hay que dejar pasar de largo la importancia que le confiere el filme a la construcción, una construcción que, muy cercano a Heidegger, se convierte en necesidad de destrucción, de destrucción de la tradición, también del lenguaje, más que de la deconstrucción derrideana.

En el segundo incidente con la mujer viuda vemos un Jack mucho más obsesivo con la limpieza y mucho más torpe pero con una verborrea genial que le hacen colarse en la casa de la señora y luego engañar al policía. En este incidente von Trier nos presenta la segunda acepción que puede tener el término Jack, un término que se hace alusivo en la baraja de cartas puesto que se refiere al que precede a la reina, y además al comodín, al juego retórico-irónico. Mientras que Jack se presenta a la mujer viuda se hace pasar por varios roles con tal de adentrarse en su casa, primero policía, pero al ver que la estrategia no le funciona porque no lleva placa, acaba por fingir ser agente de seguros para que la mujer le deje entrar en la casa. Una vez asesinada, y cuando viene la policía, se hace pasar por antiguo compañero de trabajo del marido, coleccionista de revistas de trenes. Pero ¿por qué esta elección del nombre de Jack en von Trier? Sigamos.

La casa de Jack Lars von Trier (1)

04. Tercer incidente. Familia. El tigre y el cordero.

Antes de introducirnos el tercer incidente, Jack le explica a Verge con una precisión casi de físico, su pulsión y deseo de matar con una metáfora de la sombra que producen las farolas de un individuo al pasar y sobre la que trae a colación toda una reflexión sobre la luz también para el cinematógrafo, una reflexión sobre el negativo en donde la luz, en realidad es lo contrario de lo que vemos. Y donde nos deja conocer también la obsesión de Jack por la fotografía, por el revelado, por el sacar fotos de los cuerpos asesinados, forzados en posiciones inverosímiles. Una reflexión que se podría extrapolar a la tarea de la ficción, forzar, contornear a los cuerpos en situaciones irreales ante la cámara. También nos ofrece una reflexión histórica sobre los poemas del escritor de época ilustrada pero profundamente romántico, William Blake, El tigre y El cordero, como metáfora –por cierto muy nitzscheana como nos suele acostumbrar- de la mansedumbre de la religión que nos enseña a todos a ser corderos cuando en realidad llevamos a un tigre dentro, al tiempo que nos muestra una imágenes de un tigre y un cordero. Bajo mi punto de vista el poema El tigre inspira terriblemente La casa de Jack y es que William Blake cuestiona la convivencia del mal, la crueldad y la presencia del bien y la belleza en un mismo ser como es el tigre, un animal esbeltamente bello, sinuoso y a la vez de una voracidad implacable, a la par que interroga al creador de esa criatura, una especie de demiurgo egocéntrico. En el poema El cordero, también cuestiona la creación de su animal pero en términos de debilidad, indefensión y disposición al sacrificio como contrapartida a esa otra figura que representa el tigre. En el poema El tigre podemos encontrar:

“(…)¿Y que hombro y qué arte,

podrían retorcer la nervadura de tu corazón

Y cuando tu corazón comenzó a latir

¿Qué formidable mano, qué formidables pies?

¿Qué martillo, qué cadena?

¿En qué horno se forjó tu cerebro?

¿En qué yunque? ¿Qué osadas garras

ciñeron su terror mortal? (…)”

Jack, como mencionaba, encarna la figura del tigre, ese tigre también tan de Nietsche asociado a la idea de superhombre que, por cierto, se antepone a las otras figuras que introduce el filósofo como son el camello y el niño. El niño. Después de esta preocupación de von Trier por enseñarnos ese símil del cordero y el tigre nos introduce a la idea que tiene Jack de la familia cuando Verge le pregunta por la suya y nos muestra que Jack ha conseguido ligarse a una madre con dos niños pequeños a los que lleva de caza. Es en donde Jack, tras una exhaustiva explicación de cómo cazar a la madre y sus tres hijos, empieza a disparar a los niños certeramente hasta dejar a la madre en estado de shock, sin nada que perder ni medio con el que huir. En este fragmento por cierto, son curiosas las gorras rojas que portan los cuatro.

La casa de Jack von Trier (1)

05. Cuarto incidente. Amor. Simple.

Ahora viene el turno de Simple, de cuando Verge, al ver que no tiene ninguna compasión por la unidad familiar, le pregunta por el amor. En donde vuelve a mencionar que el amor es como ese cordero. Jack conoce a una chica rubia a la que llama “Simple” a pesar de que ella insiste en que se llama Jacqueline, con ella juega a ese tira y afloja del “te dejo ahora sí, ahora no” en el que la chica con una bajísima autoestima le sigue el juego a Jack mientras hablan en habitaciones separadas mediante un teléfono rojo. Jack, por cierto, también es la mítica clavija, alude a esa conexión del teléfono rojo. Con ella juega, es grosero, le gusta estar en esa posición de controlador, de superioridad con la chica mientras que la llama constantemente simple y le hace ver su simpleza. Jacqueline, al cansarse de su juego y al empezar a sentirse un poco asustada ante las ambivalencias de Jack, decide salir corriendo a la calle donde encuentra un coche de policía y le dice alterada que su amigo la quiere matar. El policía, duda de su testimonio y le dice que no beba más. Entonces aparece Jack para extrapolar la situación y seguir la corriente diciendo que sí, que la quiere matar, entonces el policía piensa que los dos andan borrachos y se va de la escena. Jack finge llorar, la chica en un sentimiento de compasión aunque sin quitarse la alerta de encima, decide consolarle. Suben a su apartamento de nuevo y entonces Jack le confiesa ser el asesino en serie que se ha hecho llamar ante la prensa “Mr. Sophistication”. Ella grita para pedir auxilio pero nadie le hace caso, Jack le deja seguir haciéndolo y le dice que en este mundo cuando pides ayuda nadie te hace caso. Al final Jack, en un impulso casi fetichista, decide cortarle a destajo los pechos y hacerse una cartera con ellos.

En ese momento la conciencia de Jack justifica su decisión sádica, y que es a su vez una especie de expiación de la filmografía de von Trier donde el autor parece dar sentido a su obra con estas palabras que nos introduce Jack -precedidas por una explicación sobre la deliberación del sonido que conocemos de la guerra, aquellas sirenas de los aviones Stuka que cuando se ponían boca abajo para lanzar la bomba se activaban una especie de veletas que producían ese sonido del horror- al tiempo que vemos fotogramas de Nymphomaniac I y II (2013) y otras de sus películas, y muchas imágenes que no dudan en enseñar lo macabro e inhumano de los campos de concentración: “Algunas personas aseguran que las atrocidades que cometemos en la ficción son aquellos deseos internos que no podemos realizar en nuestra controlada civilización, por lo que en su lugar son expresados a través del arte. No estoy de acuerdo. Creo que el cielo y el infierno son lo mismo. El alma pertenece al cielo y el cuerpo al infierno”. Además introduce otra metáfora sobre el árbol en el que Goethe, el autor clásico alemán por excelencia, escribió sus obras y la ironía del destino que a su alrededor vio como se edificaba el campo de concentración de Buchenwald. Cultura alemana y holocausto unidos en un mismo espacio. A Jack eso parece excitarle.

 La casa de Jack Dillon (1)

06. Quinto incidente. Full metal Jack. La casa.

Jack va amontonando más de setenta cadáveres en su cámara frigorífica. La siguiente víctima ha pasado de ser una mujer a un hombre, su sed de muerte va más allá de la posible interpretación de que cada vez que mata a una mujer es por la relación que tuvo con su madre. No, Jack va más allá. Ahora vemos como ha dispuesto en su cámara frigorífica a varios sujetos subalternos, un afroamericano, un asiático, etc., todos con la barbilla puesta en una barra de metal, alineados en una posición perfecta para que Jack con su rifle y con una sola bala mate a varios de un solo tiro como hacían los nazis cuando les faltaba munición. Les enseña la bala con la que les va a atravesar el cráneo, una full metal jacket. No hace falta que explique la conexión literal de Jack con esa bala. Pero, el afroamericano que había sido militar le dice que esa bala que tiene en la mano no es una full metal jacket y Jack, enfadado y cada vez más descuidado con el rastro que va dejando, corre a la tienda donde le vendieron la bala, y después al movil home donde vive el viejo dueño de la tienda para pedirle que le de una sola Full Metal Jacket –por cierto, película de Stanley Kubrick del 87-. El dueño, pensando que le había robado y cansado de los malos modales de Jack, vestido con una bata roja, le apunta con una pistola y llama a la policía por intento de robo, pero Jack, un manipulador empedernido, un charlatán, sabe hacer que el viejo baje el arma y entonces clavarle una navaja en la garganta. Viene la policía, Jack haciéndose pasar por el viejo con la bata roja se lo carga, coge el coche de policía y se lo lleva a su nave congeladora con la bala de verdad. Pero se deja la sirena del coche patrulla sonando. Ahora con la bala, y con un rifle en un trípode –como si fuera una cámara, no olvidemos aquellos primeros inventos cinematográficos donde arma y cámara eran una sola cosa- se dispone a llevar a cabo lo que tenía entre manos, pero descubre que no tiene distancia suficiente de enfoque. Consigue abrir una puerta que tiene la cámara frigorífica y que él se había preocupado de sellar y traza unas marcas en el suelo para poner su rifle-cámara como si de un plató de rodaje se tratara y, justo en el momento de disparar, le habla Verge, el límite, que de repente aparece físicamente en la oscuridad de esa cámara frigorífica para preguntarle qué ha pasado con la construcción de la casa que estaba llevando a cabo en el lago. Entonces Jack le hace ver su insatisfacción, su prueba y error con diversos materiales y disposiciones que no le hacían estar del todo a gusto con la casa que estaba construyendo, demoliéndola una y otra vez. Su obsesión por la perfección es más que evidente. Jack también hace mención a aquel arquitecto nazi, Albert Speer, que incluía en sus construcciones algunos materiales de peor calidad para que se erosionaran con el tiempo y crear así las perfectas ruinas, y es que anteriormente Jack había mencionado la importancia de la ruina y el icono para nuestra cultura al tiempo que nos enseñaba fotos de ruinas emblemáticas. Hay numerosos estudios sobre la importancia de la ruina para nuestra cultura, y sobre todo la importancia que se le confirió en el siglo XX –pienso en Walter Benjamin, en Aby Warburg, en Winckelmann-. En cierta medida La casa de Jack parece ser ese ejercicio del arquitecto ofuscado con superar el tiempo y ejercer de perfecta ruina, introduciendo elementos que serán erosionados por el paso del tiempo como es, a mi modo de ver, el parecido que se le puede sacar a esta obra con Tarantino, o el intento de acercarse a ser una metáfora sobre la política actual estadounidense. Nada más lejos, es una torpeza deliberada, La casa de Jack versa sobre todo menos de la cultura americana. Entonces viene la iluminación de Jack, el haber encontrado el material esencial en su vida con el que hacer esa casa, esa obra de arte: los cuerpos de sus asesinados. Y Jack, efectivamente, consigue hacerse una casa con todos esos cuerpos dentro de la cámara frigorífica, y justo en el momento en que va a entrar la policía en ella por haber dejado el coche patrulla con la sirena encendida justo a la puerta de la cámara, diciendo sutilmente “venid, estoy aquí”, encuentra una especie de alcantarilla dentro de su casa en la que se mete con Verge y que le conducen a las catacumbas, a los pasadizos de su pensamiento. Entonces Verge le lleva a una especie de infierno, como si de La divina comedia de Dante Alighieri se tratara, e introduce el capítulo final, el epílogo, la catábasis que muchas de las grandes obras de la literatura contienen como por ejemplo La Odisea de Homero o La Eneida de Virgilio.

 La casa de Jack The house that Jack built (1)

07. Epílogo – Catábasis.

De hecho, recordando la obra de Dante, aquella túnica roja que le toma prestado a su última víctima, le viene al pelo para la recreación de una de las escenas que interpela el cuadro de Delacroix, La barca de Dante, 1822, mientras cruzan la Laguna Estigia al remo de Caronte hasta llegar al infierno. En esta escena Verge le conduce a una especie de abismo con un puente demolido a su mitad que les separa del ascenso de nuevo a la vida y donde le vuelve a reiterar una de las primeras reflexiones con las que comienza el filme: “Muy pocos consiguen proseguir el camino sin decir una palabra, todos al final acaban por recurrir a la confesión”. Además se repiten también la escena de los segadores cortando al unísono la hierba, una imagen de la infancia de Jack, a la par que se intercalan de forma muy rápida fragmentos de un molino de agua, y ruedas de carruaje que, como el mismo von Trier se ha encargado de resaltar, llevan al imaginario visual de la película Vampyr (Carl Dreyer, 1932). Película de también clara inspiración para componer La casa de Jack. No obstante, para llegar al otro lado del puente, hay que jugarse la vida intentando escalar por las paredes hasta llegar al otro lado del puente. Ya no le vale la palabra. Jack lo intenta, pero fracasa y cae en las profundidades de la lava en donde acaba el filme satíricamente al ritmo de la mítica canción de Ray Charles, Hit the road Jack. Lars von Trier cae como su personaje en la tentación, pone a prueba en el que es, bajo mi punto de vista, un filme de confrontación con su esencia, la retórica del lenguaje, los pilares de la civilización europea apelando a sus clásicos, a sus cimientos, escudriñando con su destreza psicoanalítica en los pasadizos de la conciencia humana. En fin, qué alegar más. Confesión y palabra. Ruina e icono. Poco sabemos de lo que somos.

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Comentarios sobre este artículo

  1. Gracias Paula por tan intenso e interesante artículo. La fuerza de la película me desagradó hasta el punto que estuve a punto de dejar de verla, aguanté y me alegro pues me parece una pieza única. Gracias por todos tus «Jacks» que no había percibido. Las gorras rojas si me llamaron la atención, pero no las conecté con los otros rojos del film. He intentado encontrar una conexión y la canción del mismo nombre de Aretha Franklin y otra de Metallica, pero no lo he conseguido. Por si has encontrado la pista.
    Gracias!!!

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