La casa de la Morera
El documental del mes: Octubre 2015 Por Yago Paris
La pieza de ficción de reciente estreno en España Mientras seamos jóvenes (While We’re Young, Noah Baumbach, 2014) centra buena parte de su discurso en los límites que separan al documental de la ficción y le dedica especial atención a la captación del momento, al máximo grado de verdad que se puede imprimir en un fotograma. En ella se aborda un modelo de documentalismo que juega a la libertad creativa y a la ausencia de esquemas, partiendo de una escueta premisa inicial de incierta evolución. Una predisposición al cambio de planes, a dejar que la idea se desarrolle por sí misma, a permitir que sea lo que ella quiera ser, sin moldearla bajo estándares o prejuicios. Un reto formidable que tiene todas las de perder, de ahí que en la propia película la trama se desarrolle por otros derroteros que no desvelaré. Pero el concepto ya ha sido implantado; lo demás, lo más interesante, ocurre en nuestra cabeza.
En busca del documental imprevisible en ‘Mientras seamos jóvenes’
Esta actitud parecía llevar Sara Ishaq cuando se dispuso a rodar su opera prima La casa de la Morera. Hija de padre yemení y madre escocesa, la directora pasó su infancia y adolescencia en este país de Próximo Oriente. Su mitad europea le exacerbó la sensación de opresión de la sociedad en la que vivía, hasta el punto de abandonar su país natal en busca de una vida mejor en el Edimburgo materno. Pero las raíces fijan a la tierra, y 10 años después volvió para conocer mejor sus orígenes y reconciliarse con una parte fundamental de su ser. Éste es el escueto punto de partida de su documental. Cámara en mano en todo momento, la premisa inicial consistía en dejar que la realidad se desarrollase por sí misma ante la lente. El costumbrismo hogareño se postra ante el objetivo y se plasma con toda la naturalidad que los sujetos enfocados pueden tener ante una cámara en constante grabación.
El padre de Sara conversando con otra de sus hijas.
La atención a la parte masculina del núcleo familiar es evidente. El amor frente a la figura paterna es tan innegable como lo es el resquemor que nace de la tradición machista del país árabe. Una conducta exacerbada por la máxima autoridad familiar, un abuelo cuyo cariño sólo encuentra rival en lo férreo de sus ideas. Viejos fantasmas de la represión femenina entran en plano y el conflicto se masca. Y es en este momento, en el despegue del viaje interior de verdades nunca dichas, cuando un factor externo trasciende todo interés individual o coletivo familiar. Al igual que el personaje de Ben Stiller en la película de Noah Baumbach, un descubrimiento aparentemente fortuito –que en este caso no da la sensación de ser un montaje– marca la senda del camino a seguir, un #EstáPasando de dimensiones colosales: el inicio de la Primavera Árabe en Yemen.
Abuelo y nieta fracasan en el entendimiento.
El giro inesperado cambia el objetivo, pero no las formas. La cámara se mantiene en constante grabación y el plano sigue siendo igual de improvisado. Las personas continúan entrando y saliendo del plano y el encuadre conserva esa esencia amateur de lo que se graba sin planificación previa. La cercanía del plano corto con gran teleobjetivo sale del hogar para recorrer las calles y plasmar lo que está sucediendo en el centro de la capital, Saná. La cámara se infiltra en las manifestaciones, pero los momentos de mayor valor documental se encuentran en la filmación de bombardeos nocturnos en la lejanía, en medio de un corte de luz y la amenaza de correr la misma suerte que la zona que se graba en la lejanía.
El material de La casa de la Morera se va transformando con el paso de los días, pero en ningún momento termina de concretar lo que pretende. Lo que estaba llamado a ser un documental acerca de las revueltas yemeníes nunca llega a abandonar el núcleo familiar en el que comenzó, lo que interesa por el afán innovador de los esquemas del documental, pero que se da de bruces con la realidad de un proyecto indefinido que no sabe a lo que juega. El resultado final no informa lo suficiente acerca del estado de las cosas en el plano político, pero tampoco consigue profundizar en los aspectos más personales del choque cultural entre quien pertenece a una sociedad arcaica y quien ha logrado salir de ella y tiene mayor amplitud de miras. Dos choques de extremos, el de las dos visiones en el hogar y el de las dos posturas políticas, que terminan siendo a su vez otros dos extremos, los del documental, y que acaban colisionando para anular la potencial fuerza que el material filmado podría haber tenido. Cuestión de indefinición, a la que unos escasos 64 minutos de metraje flaco favor le hacen.