La casa del tejado rojo
Y ahora, me tocaba a mí secarme las lágrimas Por Fernando Solla
"And no…
Not a day goes by
Not a blessed day
But you’re still somewhere part of my life
And you won’t go away…
So there’s hell to pay
And until I die…
I’ll die day after day
After day, after day…"
Que a Yôji Yamada no le asustan los retos es algo que quedó patente con su anterior largometraje Una familia de Tokio (Tokyo kazoku, 2013) cuando eligió ni más ni menos que Cuentos de Tokio (Tokyo monogatari, 1953) para su particular remake del célebre filme de Yasujiro Ozu. Las relaciones familiares son un tema recurrente a lo largo de la filmografía del realizador, que para su última película ha adaptado la exitosa novela homónima de Kyoko Nakajima, reconduciendo su discurso para centrarse no tanto en los vínculos de sangre como en los afectivos y reflexionando sobre el sentimiento de pertenencia a un hogar y a su núcleo familiar, independientemente del parentesco entre sus integrantes y de algún que otro salto generacional.
El funeral de su abuela Taki (Chieko Baisho) servirá de premisa para que Takeshi (Satoshi Tsumabuki) nos descubra a modo de doble flashback las memorias de su predecesora, a la vez que su herencia. La lectura de estas páginas trasladará la acción a escasos meses antes, cuando el joven animó a la anciana a poner por escrito la historia de su devenir vital. Ya situados en el pasado inmediatamente anterior al responso, rememoremos la juventud de Taki (Haru Kuroki), momento en el que abandonó sus raíces para trasladarse a la capital y dedicarse al entonces honorable oficio de criada. La joven se ganará el afecto de la familia Hirai gracias a los cuidados que le dispensará al primogénito, afectado de una dolencia psicomotriz. A partir de ese momento la presencia de Taki resultará imprescindible para la estabilidad del matrimonio. Única compañía al principio de Totiko (Tatako Matsu), solitaria esposa de Masaki (Takataro Kataoka), se convertirá en su única confidente cuando en uno de los tantos viajes del patriarca, fabricante de juguetes, por Japón para captar clientes occidentales, de rienda suelta a la pasión que siente de Shoji (Hideataka Yoshioka), compañero de trabajo del marido, que mostrará especial sensibilidad por las artes y preocupación por el bienestar del hogar de los Hirai.
El realizador y también guionista ha situado La casa del tejado rojo entre dos eras, introduciéndonos en la historia y cultura japonesas también mediante la estructura narrativa del largometraje.
La era sería cómo los japoneses dividen el tiempo en unidades. En este caso, conoceremos a Taki en la era Showa (1926-1989) y en la era Heisei (1990-actualidad). La primera era coincidirá con la juventud de la protagonista, así como con la segunda guerra contra China, el ataque a Pearl Harbor y el bombardeo atómico. Y la segunda con su madurez y, además, la consolidación de los valores tradicionales de la cultura japonesa, conviviendo con los avances en diversas materias.
Renunciando a repasar los momentos históricos uno a uno, el realizador opta por explicarlos a través de las motivaciones de los protagonistas en cada momento, dejándolos incluso en un segundo plano cuando los devaneos amorosos o los recuerdos de Taki así lo requieran. Será su historia la que se reproducirá antes nuestros ojos. Su historia vista por los ojos de su nieto, que a la vez leerá unas memorias escritas en primera persona por su abuela, que a su vez se reconocerá en su juventud gracias al poder transmisor de la literatura autobiográfica.
La dirección artística de Mitsuo Degawa y Daisuke Sue, así como la fotografía de Masashi Chikamori, apoyan la tendencia del largometraje a embellecer el contexto según lo quiere recordar la protagonista, asumiendo una función que va mucho más del simple ornamento. Este detalle fortalece la visión del realizador, enalteciendo lo privado (ficticio) en detrimento del marco histórico o colectivo, acercando a los personajes a la idea de outsiders de sí mismos, así como del contexto sociopolítico que les rodea, haciéndonos dudar en múltiples ocasiones sobre la verosimilitud del argumento y, de paso, haciendo partícipes a los espectadores del estado de ánimo del personaje protagonista en todo momento.
Sin duda, lo más impactante es cómo los espectadores logramos asimilar nuestro estado de ánimo al torbellino emocional del trío protagonista.
Estos factores, sumados a la capacidad del Yamada guionista para enfocar esta historia a través de las múltiples miradas que filtran la nuestra (Takeshi – Taki joven – Taki adulta) nos hacen partícipes en todo momento durante el filme.
Resulta francamente interesante este juego constante de validación de los acontecimientos narrados a través de uno mismo o de su descendencia, así como la sensibilidad y secretismo con que el realizador explica la relación amorosa, a través de una sucesión de planos que nunca afrontarán frontalmente la situación, despertando en los espectadores la sensación de estar espiando a hurtadillas la relación amorosa, oculta tras la sombras del interior del hogar (el rojo del tejado contrastará con la oscuridad de los interiores)
El único reproche que encontramos a la película podría ser la longitud del metraje, que aunque parezca excesivo a primera vista, resulta persistente sin perder fuerza en ningún momento. Detalle que pasamos por alto para sumergirnos en el secreto de la protagonista. Finalmente, adivinamos en el trabajo de Yamada una voluntad del octogenario de plasmar lo que para él es intercambio cultural y la trascendencia de lo volátil o momentáneo cuando se trata de lo vivido por uno mismo.