La ciudad de las estrellas (La La Land)
Romántico no es una palabrota (musical tampoco) Por Fernando Solla
And here’s to the fools who dream
Crazy as they may seem
Here’s to the hearts that break
Here’s to the mess we make
Damien Chazelle da en la diana con su último trabajo. El autor demuestra haber asimilado a la perfección la formalidad y expresionismo de los musicales de la segunda mitad del siglo pasado para ofrecernos una película que mantiene de Whiplash (2014) el ímpetu rítmico y la perfección en su ejecución y desarrollo. Es La ciudad de las estrellas (La La Land) un largometraje que consigue desarmarnos desde el primer minuto y que nos sitúa en un estado semiinconsciente durante el visionado. Intelectual y sentimentalmente despiertos pero subyugados al mismo tiempo por lo que sucede en pantalla.
Una película que es menos homenaje de lo que parece y mucho más regeneradora de un género y, especialmente, de una manera de entender el cine. Tratándose de un musical, sería injusto no analizar la importancia e influencia de la banda sonora, tanto de la partitura como de las letras de los temas. Chazelle se ha vuelto a unir con el compositor Justin Hurwitz y de su trabajo conjunto con los letristas Benj Pasek y Justin Paul resulta una gran colaboración. Una obra indisiociable e indispensable dentro de la película pero dotada también de vida propia fuera de ella. La integridad de todas las piezas musicales han sido compuestas para La ciudad de las estrellas (La La Land), recogiendo la partitura el testigo de grandes composiciones norteamericanas dentro del género, pero también europeas (Michel Legrand…).
Los protagonistas, Mia (Emma Stone) y Sebastian (Ryan Gosling) son dos aspirantes a realizar su sueño. Para ella, convertirse en actriz mientras trabaja en una cafetería de un gran estudio cinematográfico. Para él, abrir su propio local de música jazz mientras malvive con empleos alimenticios y que frustran su iniciativa artística. Chazelle arriesga y gana al no desarrollar su historia canción a canción. Por tiempo de metraje, el argumento se desarrollará más dialogado que cantado, pero por la potencia alegórica que supone reservar las canciones para los momentos clave (uniéndolas a través del suntuoso score de Hurwitz), sin duda el musical se apodera del filme. Las canciones emularán a los clásicos de la época dorada pero, primordialmente, su función será la de remarcar la atemporalidad de la propuesta, así como la potencia y calado de la historia de la pareja protagonista.
El autor utiliza el primer tema, “Another Day of Sun”, para contextualizar el largometraje entero. En Los Angeles, en un eterno atasco de tráfico. Será el primero de muchos planos que se repetirán a modo de anticipación de lo que vendrá más adelante. La letra habla del hechizo de Hollywood (o quizá de su quimera), con acordes de piano que después darán paso a la percusión: “Summer sunday nights, we’d sink into our seats right as the dimmed out all the lights… A technicolor world made out of music and machine, it called me to be on that screen…”. Quizá contenga este número la coreografía más multitudinaria y elaborada de la película, pero también marca la encrucijada de la misma. Bajo una superficie colorida y animada, amable, nos sumergiremos en un mundo protagonizado por soñadores, sí, pero que están atrapados en una perpetua autopista que no parece que los vaya a conducir a otro lugar que el estancamiento, por lo menos a corto plazo. Queda aquí introducida toda la fantasía, pero también la fábula urbana, la comedia romántica y el melodrama. El gran musical. La gran película.
Cada número aporta algo imprescindible a la historia, haciéndola avanzar. Chazelle se reserva la autoridad para modificar el concepto clásico del tema romántico y gracias al trabajo de Pasek y Paul en temas como “A Lovely Night” mantiene código y canal pero no mensaje. Aquí, Mia y Sebastian cantarán “A silver shine that stretches to the sea, we’ve stumbled on a view that’s tailormade por two, what a shame those two are you and me…, What a waste of a lovely night”, evidenciando el porqué no son la opción más adecuada el uno para el otro. Este recurso narrativo siempre funcionará a favor del filme, anticipando de nuevo lo que vendrá más adelante. Mientras, las coreografías de Mandy Moore se alinearán con la fotografía de Linus Sandgren para potenciar la fantasía inherente a este tipo de número musical, permitiendo que sean los actores los que ejecuten los movimientos y que el ojo del espectador decida dónde quiere focalizar su mirada. No será la cámara ni el montaje los que bailen ni coarten nuestra capacidad de decisión y observación como sucede en tantas ocasiones en que la naturaleza del videoclip parece apoderarse del producto cinematográfico.
A estas alturas ya nos hemos dado cuenta que tanto Gosling como Stone realizan una gran labor en la interpretación de las canciones. Su voz se muestra natural y sin impostura. De su fragilidad surgen los poderosos giros que nos tiene reservados el largometraje. En el caso de Gosling algunas partes cantadas se convierten en recitativos y en el caso de Stone, esa delicadeza vocal se traduce en grandísimos golpes de efecto. De cara a la escucha, esa espontaneidad genera la empatía y propicia que la experiencia sea vivida por el espectador en primera persona. En el caso de ella, con la interpretación del tema “Audition (The Fools Who Dream”) consigue colocar su voz de naturaleza áspera, incluso rugosa, en una tesitura perfecta para condensar en una única canción toda la narración de la película (y de su personaje) hasta el momento. Un tema que empieza a capela y que gradualmente se convierte en balada y monólogo sobre los sacrificios que hay que asumir para perseguir un sueño, sea el que sea.
La transición vocal de Stone sería la cara visible del talento de Chazelle para la metamorfosis invisible entre las escenas tradicionales y las musicales, algo que durante todo el largometraje acontecerá con una naturalidad admirable. Este es, sin duda una de las mayores aportaciones del autor al género. Desde un principio se cantará porque sí y sin sentimiento de culpa. Sus aptitudes como narrador están por encima de cualquier género y la parte musical está tan bien trabajada que esa justificación artificiosa, injusta y ridícula de otros realizadores (véase Rob Marshall) queda, por suerte, superada, En esta ocasión las canciones evadirán a los personajes del mundo que les rodea (gracias a los cambios de iluminación y leve saturación del color) pero de manera tangible y siempre desarrollando y haciendo avanzar la historia a pasos de gigante.
Esto es algo imprescindible para que el clímax cinematográfico suceda y es que a partir de este momento, la película nos eleva hasta llevarnos al “Epilogue”, tema sólo musicado y el más largo de toda la partitura que, acompañando en imágenes a una de las secuencias más portentosas de la historia del cine reciente (que no desvelaremos para no caer en el spoiler), se convierte en obertura en reverso. La que no hemos visto al principio. De nuevo, el tema musical para mostrar lo que no fue y, seguramente habría sido mejor o más bonito. Confrontar esto con todo lo que ya ha sido durante prácticamente dos horas supone un apasionante giro lingüístico, en el que la emoción y la melancolía se apoderan del conjunto y le dan un nuevo significado, multiplicando las capas narrativas y dramáticas de La ciudad de las estrellas (La La Land) y desvelando el verdadero objetivo de su estructura.
“Is this the start of something wonderful or one more dream I cannot make true?” El tema “Mia & Sebastian será una melodía a la que el personaje de Gosling recurrirá frecuentemente durante el largometraje. Las coincidencias con “City of Stars” van superponiéndose al mismo tiempo que el tono y ritmo del estado del romance de los protagonistas. De la duda inicial con un tempo lento, melancólico y jazziístico (al piano) a un ritmo más acelerado y percutido. Será su composición para ella, para ambos. Y el pie para el esplendoroso epílogo que ya hemos comentado. Incluso en los títulos de crédito finales seguiremos escuchando una reprise de “City of Stars” en la que la voz de Emma Stone tararea la melodía que ya hemos interiorizado durante el visionado del filme. El desarrollo de la historia a través de la música llega hasta aquí, magnífico ejemplo de cómo los personajes han evolucionado al ritmo de las canciones. Una vez pasados todos los estados anímicos, Mia y Sebastian llegan a un punto en el que las palabras ya no son necesarias. Será la música la que permanezca para ambos. Su tema. Impresionante.
Las localizaciones de la película también son dignas de mención. La conexión mental que se produce al ver de nuevo lugares (y la historia que en ellos sucede) y rememorar, siempre en función de nuestra experiencia cinematográfica previa, esos mismos lugares mostrados en otras películas (y en otras historias) es entusiástica. Todavía más si, como es el caso, se ha tenido la oportunidad de visitarlos en la vida real. Toda persona que haya recorrido un estudio cinematográfico o ciertos rincones de Los Angeles encontrará en La ciudad de las estrellas (La La Land) un compendio experimental que sobrepasa y redistribuye cualquier forma de aproximación visual a un texto fílmico. El grado de implicación es difícilmente descriptible. Las sensaciones son exactamente las que se recrean ante nuestros ojos y se proyectan en la gran pantalla.
Todo en la película de Chazelle está unido con todo y nada es gratuito. Siguiendo con el párrafo anterior, se utilizará el filme Rebelde sin causa (Rebel Without a Cause, Nicholas Ray, 1955) unido a ciertas arbitrariedades del destino para que la pareja protagonista visite el Griffith Obervatory. Ese encuentro motivará una de los bailes más icónicos del largometraje cuyo metrónomo será el famoso péndulo de una de las salas más recorridas del recinto. Incluso las localizaciones tienen una significación determinante y su justificación dentro del género. En una segunda línea de lectura, el filme de Ray también servirá para introducir la deteriorada evolución de la exhibición cinematográfica. Las escenas en el Rialto son, todas y progresivamente, entre nostálgicas y dramáticas. Dos veces, durante el largometraje se nos recordará que esta historia se explicará en cinemascope y en technicolor, por si acaso nos estábamos olvidando.
Este detalle nos recuerda que La ciudad de las estrellas (La La Land) se secuencia siguiendo la estaciones del año. No es casualidad que durante el largometraje asistamos a dos inviernos. Aquí veremos que el verdadero espejo en el que se refleja Chazelle es New York, New York (Martin Scorsese, 1977) y Corazonada (One From the Heart, Francis Ford Coppola, 1982), películas de dos autores que, a su vez se inspiraron en sus propios referentes. Si el primero se identificaba con Walsh, Curtiz, Cukor, Godard, Fellini, incluso Cassavetes, Chazelle los asimila pasados por el tamiz de Scorsese. No hay copia u homenaje estricto en el sentido en que todos los nombres así como sus aportaciones artísticas están intrínsecamente trabajados y asimilados. La aprehensión es completa. Mia y Sebastian parecerán continuar profundizando en la relación (im)posible de Jimmy (Robert de Niro) y Francine (Liza Minnelli) en el filme de 1977. Su dilema será similar. Y el tema “Epilogue” de ahora conforma un díptico impagable sumado al “Happy Endings” de entonces. De nuevo, un número musical con vida propia dentro de la misma película pero indispensable para cambiar y redefinir su rumbo. Del mismo modo, la aliteración estacional rememora el tema “But the World Goes Round” inmortalizado por Minnelli: “A summer, a winter, a spring and a fall…”
¿El antiguo Hollywood puesto en tela de juicio? Más bien sucede al contrario y de eso se encarga la imprescindible dirección artística de Austin Gord y los decorados de Sandy Reynolds-Wasco. El majestuoso mural plagado de estrellas de la meca del Cine, que parecen mirarnos cara a cara, nos increpará para pedirnos explicaciones sobre qué estamos haciendo con el mundo de sueños que décadas atrás crearon para nosotros. En numerosas escenas de la película (sólo hace falta ver el estudio en el que trabaja Mia o el piso que comparte) los protagonistas parecerán vivir entre decorados, tan hermosos y llamativos como irreales. A través de los números musicales y del desarrollo de la relación entre ambos, la iluminación se oscurecerá progresivamente, así como se modificará la obturación al filmar los números musicales y se mudará el tono del vestuario y maquillaje. De tonos luminosos y chillones a la sobriedad del negro, pasando por toda la paleta pastel. Es impagable el modo en que el autor ha sabido orquestar a todos los departamentos artísticos y técnicos. Incluso la digitalización de la imagen se ha reducido a su mínima manifestación expresiva. Y el guión (también e Chazelle) y el montaje (Tom Cross) no se quedan atrás.
Como en el filme de Scorsese aquí también se reflexionará en voz alta (y a través del personaje de Gosling) sobre el saqueo musical hacia la naturaleza del jazz. A sus variaciones, a sus concesiones, a su renuncia… Una música que para Sebastian todavía sigue asimilándose a un modo de vida y que para el resto quizá ya haya pasado su época. Este especie de muerte en vida se utilizará en La ciudad de las estrellas (La La Land) como analogía de nuestra manera de acercarnos tanto al cine como al género musical de manera elocuente y melancólica, aunque también reivindicativa y beligerante.
Hay una escena muy concreta y definitiva en la película en la que se llega a plantear la posibilidad de crear a un personaje a partir de la figura de la actriz que lo va a interpretar. La que da pie a la citada canción “Audition (The Fools who Dream)». El autor parece llevar esta propuesta a su propia labor como director de actores. Evitando de nuevo el spoiler, sólo hace falta relacionar al personaje de Chelsea con la reciente andadura en Broadway de Emma Stone para discernir por dónde van los tiros. Esto nos lleva a valorar el trabajo de la pareja protagonista. Dos intérpretes que no salen a matar, sino a dejarse matar por sus personajes y por su historia. Nos los llevamos a casa y resulta imposible pensar en otros rostros para encarnar a Mia y Sebastian.
Por su naturalidad en el canto y en la ejecución de las coreografías y por la química que desprenden, así como por su compromiso y rigor creativo. Por la espontaneidad y la capacidad de traspasar la pantalla con su mirada. Y, especialmente, por interiorizar esa máxima no escrita en el musical en que será cuando los personajes ya no puedan seguir hablando que se pondrán a cantar, que harán avanzar así la historia y facilitarán que sucedan docenas de cosas en un segundo. Lo mejor que se puede decir de La La Land es que se podría explicar la película entera a través de las canciones, pero sobretodo, a través de la mirada final de los protagonistas. Inestimables y extraordinarios Stone y Gosling.
Finalmente, otro de tantos valores añadidos contenidos en La ciudad de las estrellas (La La Land) será el aprendizaje que asumimos durante y después del visionado. Sobre nosotros mismos y nuestra manera de aproximarnos e implicarnos (de explicarnos) a través de la codificación genérica y cinematográfica (ya sea musical o no). Reconocernos en la gran pantalla nos sitúa al mismo nivel que la pareja protagonista. La calidad de la experiencia parece no conocer fronteras. Aunque quizá a día de hoy, lo más revolucionario sea ese posicionamiento abiertamente romántico y no por ello menos verosímil. La negación de Chazelle a explicar la historia de los protagonistas a través de un perpetuo momento álgido y su decisión de mostrar (incluso negando la posibilidad de números musicales) el estancamiento de su relación, así como su capacidad para reinventar el término del showstopper trascienden en La La Land hasta convertirse en un referente instantáneo para futuras (y pasadas) aproximaciones al género.
De nuevo (y mostrándose en el filme a través de la alegoría jazzística), quizá no hayamos superado el género sino que nos hemos limitado a elevar la voz por encima de sus sonido sin prestar atención. Quizá lo único que hacía falta era escucharlo, comprenderlo y, de este modo, amarlo. Quizá lo único que hacía falta era la unión de Hurwitz, Pasek, Paul, Chazelle, Stone y Gosling. Quizá lo único que hacía falta era La ciudad de las estrellas (La La Land).