La ciudad perdida

Novelando el tesoro: A propósito de La Ciudad Perdida. Por Pablo Muñoz

La escena es tan conocida que podemos anticipar con sencillez hacia dónde se dirige la acción. Una chica está en peligro, atada junto a un apuesto galán, a punto de caer en un terrible pozo con serpientes. El villano dirá algo epifánico o, peor aún, grotesco y cruel.

Pero aparece la duda y la escena era sólo el borrador de un superventas, contractualmente obligado, de una escritora en crisis (Sandra Bullock) que asume con cierto desdén su próxima gira promocional. Viviendo con el duelo, ha muerto su compañero de su vida que aparece en las fotografías, ir de promo con el apuesto modelo de las portadas de sus libros (Channing Tatum) no parece un plan viable. Por supuesto, las cosas se complican y un millonario maquiavélico (Daniel Radcliffe) obligará a nuestra reticente novelista a ir en la búsqueda de un tesoro, justo como en las historias que suele escribir.

Por supuesto, es posible que, incluso en este grado metaficcional, la historia nos resulte familiar. En gran medida porque la hemos visto antes en la gran pantalla. Y, de hecho, fue una película con un aura bien legendaria ya desde su concepción. Una camarera llamada Diane Thomas, escribió un guión, oportunamente titulado Romancing the Stone, en 1978 y lo vendió a la 20th Century Fox por una suma bien generosa. En 1984 la versión cinematográfica de la historia se estrenaría con buenos resultados comerciales, beneficiada por el éxito de Indiana Jones y un año más tarde, la guionista fallecería en un trágico accidente de carretera.

La película del 84, conocida aquí como Tras el corazón verde (Romancing the Stone, Robert Zemeckis), empieza igual que esta: con una novelista implicada en una trama de aventuras que parece sacada de sus ficciones. Sin embargo, ahí terminan los parecidos. Con una fotografía asombrosa en formato panorámico de Dean Cundey, y el talento de Robert Zemeckis como director, la película es todavía hoy una rareza: una película realmente sensual – gracias al guión de Thomas – con todo el cinismo de los 80 para hacer plausibles los viejos (y añejos) clichés del cine de aventuras y romance de los treinta.

Y durante gran parte de su metraje, funciona. La película está rodada en México y se beneficia de los asombrosos exteriores y unas estupendas secuencias de acción, humor y cortejo. Viendo la película parece casi evidente concluir, al menos preventivamente, que la versión libre de Sandra Bullock, que firman los hermanos Aaron y Adam Nee, Oren Ruziel y Dana Fox, no será divertida ni interesante.

La ciudad perdida

Tampoco conviene subestimar nuestros prejuicios. ¿A qué se deben? De un modo intuitivo, podríamos resumirlo así: ¡hasta las películas caras están claramente perjudicadas por los costes de producción! Se ruedan con exteriores generados por CGI, para abaratar costes, fotografías artificiales y ni siquiera tenemos ya los encantos de la dirección de arte (y los sets) ni los placeres visuales de una segunda unidad y un gran equipo técnico.

Así pues uno asiste a La ciudad perdida con el mismo y exacto cinismo con el que su protagonista escribe sus best sellers. Y aquí es donde la película emerge como algo realmente especial: en la diferencia y la repetición de sus modelos.

Como su modelo principal, Tras el corazón verde, se trata de convencernos de que esta novelista puede enamorarse de ese improbable salvador y recuperar su ritmo vital. Pero a diferencia del personaje de Joan Wilder, la protagonista de esta película ha visto cómo sus planes no salían bien y descree de sus labores como narradora de bolsilibros de aeropuerto con un grado definitorio de autodesprecio. 

Cuando empieza la película, ha perdido a su compañero y no necesita, desde luego, algo tan ideal como el aventurero encarnado por Michael Douglas. Este personaje, o su posibilidad, de hecho quedan estupendamente reducidas a un gag protagonizado por un memorable Brad Pitt. El acompañante de la heroína será, precisamente, un tipo que vive de ilusiones: un aspirante a actor que nunca llegó adonde se esperaba y que, precisamente, atendiendo a una enérgica comunidad de fans online ha encontrado algo parecido a un propósito valioso.

La lección de la historia no podía ser más diferente, tampoco. En la película de los ochenta, la protagonista descubría los añejos placeres de los tópicos (ligados al ascenso al éxito ochentero) de la forma más literal posible. En esta variación, la protagonista descubre, más bien, que documentarse para cada una de sus aventuras repletas de tópicos fue también algo bonito y valioso y, de paso, hizo felices a mucha gente. Descubre que hasta las ficciones más comerciales instigan algún tipo de curiosidad a la que no podríamos llegar sin suerte, patrimonio o formaciones minoritarias. Es decir, descubre la belleza del conocimiento en lo más recóndito de una novelita de aventuras.

Si lo pensamos detenidamente, es sencillo que esta comedia, llena de bromas fáciles y ágiles, sea increíblemente cínica y se ponga sentimental con la misma clase de sujetos, cosas y situaciones de las que se ríe. Pero aquí llega la distinción y con ella, algo parecido a una reconciliación. Después de todo, un rato, novelando la búsqueda de un tesoro con vanas ilusiones, se parece bastante a las razones, no por ligeras menos dignas, por las que íbamos al cine. 

La ciudad perdida

La habilidad de esta película, fotografiada en interiores digitales por Jonathan Sela (John Wick) sin demasiada cohesión, es que comprobemos cómo, después de todo, los tópicos cumplen una expectativa que no tiene por qué ser sanguinaria. Basta con saber entenderlos lo suficiente para que podamos cambiarlos un poquito. Por ejemplo, como un simple matón, subalternizado a la figura del esbirro prescindible, puede tener su propia conciencia y conservar algo interesante en estos tópicos en forma de trama secundaria y liviana, sin subrayado alguno.

O cómo capitular, y dejar de ser tan pretencioso, tampoco implica desligarse de las cosas que aprendimos en el pasado. Que una película tan repleta de chistes rápidos (o montados semejando tiktoks, sin duración más allá de segndos) sea capaz de una (cierta) complejidad emocional se debe en no poca medida a Sandra Bullock. Es ella quien ya desde Miss Agente Especial (Miss Congenialty, 2001) decidió trabajar abrasivamente su imagen de estrella-perfecta y mujer-adorable para darle una entidad ambivalente a su arquetipo. Lo que no era para nada esperable es que el clásico personaje bullockiano aquí estuviera tan cansado de su vida reciente como nosotros. Y por eso, creo, esta es una película que bien merece nuestro descanso y alguno de nuestros pensamientos.

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