La cueva de los sueños olvidados

La lírica de la prehistoria Por Manu Argüelles

Con dos años de retraso llegaba a las carteleras españolas el documental de Werner Herzog rodado en 3D, liberando al avance tecnológico del uso instrumental solo válido para el cine de entretenimiento. Un año después de la realización del film de Herzog, llegaba Pina (2011) de Wim Wenders, director compañero de la misma generación que nuestro quimérico y entregado cineasta, validando y certificando las posibilidades expresivas de la mirada estereoscópica aplicadas al formato de cine de no ficción. Si Wenders lo utilizaba como acicate fructífero del trabajo de la profundidad de campo y la amplificación sensorial de la cinética de los cuerpos bajo una fisionomía teatralizada, Herzog lo utiliza como un poderoso instrumento de inmersión en lo desconocido, aquello que conserva su inmaculado halito de misterio insondable en las catacumbas de la historia. Porque la entrada a la cueva de Chauvet, donde se ubican las pinturas rupestres de mayor antigüedad de la historia de la humanidad, está restringida a lo que denomina Bill Nichols discursos de sobriedad. En manos de Herzog, quien logra por primera vez la penetración fílmica a este prístino lugar, el documental se distancia de su funcionalidad desveladora para erigirse en una reflexión ensayística sobre la condición humana y su primario impulso espiritual, la génesis de la cultura y el valor de la historia como objeto de conocimiento.

Al permitir entrar a las cámaras a un estricto y controlado cerco de arqueólogos, paleontólogos y altas instancias científicas se entrega la cueva 1, bajo la perspicaz mirada conductora de Herzog, a los confines de lo fantasmagórico y al vaivén de las sombras, estatutos legítimos de la ficción que licuan, filtran y corrompen la alocución institucional del cine de no ficción. Esa forma de agrietar una aparente coraza férrea, la prototípica del documental, y conducirla hacia el terreno primario de la ficción como expresión de lo irracional es la que dota a La cueva de los sueños olvidados de una belleza magnética y envolvente. Así, si me permiten, antes que alinearlo dentro de la larga obra documental de Herzog, prefiero inscribir su film dentro de la espeleología de lo espectral, más cercano a los exploradores de dimensiones fantasmáticas y pasadizos de lo siniestro como Lynch, quien ejerció de productor en My Son, My Son, What Have Ye Done (2009), penúltimo trabajo de ficción del prolífico director.

La cueva de los sueños olvidados

La autoría de Herzog se manifiesta en este gesto en el que trasciende el material de base divulgativo y científico para erigir hipótesis como, por ejemplo, fundar la génesis del cine en el sistema primigenio de representación plasmado a través de las pinturas rupestres. Aquellos primigenios artistas, al pintar los animales aprovechando las estrías y rugosidades de la pared donde trazaban las figuraciones animales, parecen indicar la búsqueda de movimiento con el juego de luces y sombras generadas por las antorchas, instrumentos necesarios para poder realizar su trabajo en el espacio angosto y oscuro. Como dice el propio autor, lo visto le sugiere una forma de protocine, como cuadros de una película animada. De esta manera, libera a la imagen histórica de su raigambre factual y nos hace sumergirnos más en la cueva de Platón que en una cueva con restos del paleolítico.

Sin quebrantar la preceptiva normativa documental, y, por tanto, sujeta a una estructura expositiva con finalidad didáctica, en estos enclaves regresivos en los que se ve sumido el cine más inmediato, La cueva de los sueños olvidados recupera el acto poético de la obra de Flaherty, donde, como él, Herzog integra la sensibilidad humanista y romántica a la retórica documental.

Si bien es cierto que el documental se apoya en el comentario, en la palabra hablada como fuente principal del significado, no obstante, en ese aliento de mantener insoslayable el misterio del flash congelado en el tiempo, será la música de Ernst Reijseger la que tenga un papel destacado como configuradora del aura tenebrosa de lo arcano. Será la música grave y solemne con coros, siguiendo la tradición del cine fantástico-metafísico, la que dibuje la temporalidad del discurso embargado en las brumas. La música como alianza exaltadora subjetiviza la imagen para que nos aterciopele en los susurros de la naturaleza y de la evolución humana. Por eso, cuando están dentro de la gruta y se pide silencio, Herzog lo rompe con la inserción de la música porque busca con ella un símbolo sonoro del ciclo respiratorio ondulante, el del paso del tiempo. Una transcripción presente a lo largo de todo el film mediante los paisajes envolventes que construye con el lirismo hímnico de la música.

La cueva de los sueños olvidados

De hecho, La cueva de los sueños olvidados revela su esencia en ese momento, cercano a la conclusión, cuando nos deja a solas con las pinturas y la música las irriga generando la energía del enigma, mientras encadena las secuencias con un efecto lumínico que de forma alterna van desvelando y oscureciendo las diversas imágenes que se van sucediendo.

Tal como se dice en el documental, la cueva se transforma con su capacidad de asombro en un mundo encantado de imaginación. En ese espacio alegórico bajo los ojos del realizador no podemos olvidar al Homo spiritualis, ya que el lugar de ritos y de ceremonias que era la cueva para nuestros ancestros de hace 32.000 años dota a la figuración animal y femenina de un carácter mágico derivado de una palpable conciencia de la muerte (sus señas como santuario así lo evidencian), como de un signo ineludible de la asunción de una vida erótica manifestada en las Venus que se nos muestran. De esta manera, espiritualidad y erotismo, ligados de forma inextricable acercan La cueva de los sueños olvidados a las teorías de Bataille sobre la vida prehistórica.

En este afán de reconstrucción, utilizando a los cocodrilos albinos del post scriptum como figura metafórica de nosotros mismos como producto de la evolución, todo aquello que ha sido digerido por el tiempo mantendrá su capacidad de seducción en cuanto nos delimita como un ser atávico que siempre ha plasmado en las imágenes el carácter hechizante y enigmático de nuestra relación con el mundo. En esas sombras forjamos nuestros ritos y nuestra imaginación: la prehistoria como un estudio del hombre para seguir elaborando historias donde lo intangible, tejido por las huellas crípticas del misterio, se mantiene vivo con una inalterable combustión.

  1. La cueva fue descubierta el 18 de diciembre de 1994 por Jean-Marie Chauvet (quien le da nombre), Éliette Brunel-Deschamps y Christian Hillaire
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Comentarios sobre este artículo

  1. luis ramos dice:

    Hola, desearía saber como puedo hacer para enviar por correo éste artículo sobre la película de Werner herzog, ya que no encuentro en vuestro sitio ningúna forma de compartirlo. Gracias

    1. cinedivergente dice:

      Hola Luis,
      justo aquí, encima de los comentarios puedes ver los botones sociales (facebook, twitter, etc.). Para enviar el link por correo electrónico sólo tienes que clickar a la imagen del sobre. ¡Gracias por querer compartirlo!

  2. CECY dice:

    tengo q hacer un practico jjj

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