La cura del bienestar

Un Verbinski desbocado y fuera de control Por Fernando Solla

Goodness is something to be chosen
When a man cannot choose he ceases to be a man
La naranja mecánica (A Clockwork Orange, Stanley Kubrick, 1971)

Gore Verbinski no parece ser un realizador preocupado por delimitar una línea artística definitoria o reconocible a lo largo de su filmografía. Una constante y creciente sensación de déjà vu nos embarga entrega tras entrega, secuencia tras secuencia, escena tras escena. Da igual la época y lugar donde se localice la acción, que Verbinski siempre se mueve por las mismas aguas, ya sean las del Caribe o las de un sanatorio suizo, como en La cura del bienestar.

En el caso que nos ocupa, el protagonista será un joven y ambicioso aspirante a dirigir una gran compañía empresarial que recibe la misiva de recoger al director ejecutivo de una especie de balneario situado en los alpes suizos. Allí, previo conocimiento de una peculiar damisela en apuros, se encontrará interno en el centro con el mismo diagnóstico que comparten los demás pacientes. De repente, todo se tornará confuso y nada será lo que parecía a primera vista.

La cura del bienestar

Una premisa no especialmente original pero que promete, por lo menos durante la primera hora de metraje, una interesante combinación de géneros y temáticas. Quizá la voluntad de querer explicar demasiadas cosas y de demasiadas maneras lastra a un filme que en ningún momento despierta ni reflexión ni empatía o emoción alguna más allá de lo horripilantes que sean sus imágenes. Los personajes parecen sufrir porque sí. Y los espectadores nos quedamos embelesados con una dirección artística y fotografía enfática hasta decir basta y que ofrece unos tiros de cámara tan geométricos como imposibles y que, especialmente, hacia el final, distraen por completo la atención de una historia que parece empezar como un cuestionamiento del capitalismo moderno hasta desembocar una especie de terror gótico, incluso sobrenatural. El aburrimiento no asomará, pero tampoco la implicación ante lo que sucede en pantalla.

Los personajes son bastante planos, aunque esto sí que resulta un acierto, ya que desde el primer momento los identificaremos con un rol prototípico catalizador del relato. Los tres protagonistas realizan un buen trabajo, aunque por momentos parecerán tanto o más desorientados que sus personajes. De nuevo, no hay una dirección que unifique criterios o delimite una progresión, sino que los giros son constantes e injustificados.

La cura del bienestar 2016

Verbinski parecerá más interesado en filmar sus paranoias y transformarlas en imágenes que en explicar una historia concreta. No hay homenaje explícito ni implícito, pero por La cura del bienestar se intenta emular la estética de La naranja mecánica (A Clockwork Orange, Stanley Kubrick, 1971), El resplandor (The Shining, S.K., 1980), Matrix (The Matrix, Lilly y Lana Wachowski, 1999), Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra (Pirates of the Caribbean: The Curse of the Black Pearl, Gore Verbinski y Rob Marshall, 2003-2011), Carrie (Brian de Palma, 1976), Millenium: Los hombres que no amaban a las mujeres (The Girl with the Dragon Tattoo, David Fincher, 2011), La momia (The Mummy, Stephen Sommers, 1999), Corredor sin retorno (Shock Corridor, Samuel Fuller, 1963), Alguien voló sobre el nido del cuco (One Flew Over the Cuckoo’s Nest, Milos Forman, 1975), Shutter Island (Martin Scorsese, 2010) y un sinfín más. Sin orden ni concierto, sólo por conseguir la imagen más impactante. Y ciertamente, en muchos momentos se consigue. Lo que pasa es que este híbrido extraño se asemeja más a un museo estroboscópico repleto de fotografías que nos gusta mirar pero entre las que no encontramos conexión. Un batiburrillo (antes estético que argumental) peculiar y caprichoso que se contempla con agrado, pero que en su conjunto resulta incongruente y sin sentido.

En esta oda ilimitada al porque sí no parece que nadie se tome nada demasiado en serio y está pátina de cachondeo y de ausencia trascendental convierte el visionado en una experiencia incluso entrañable e ingenua. Condescendiente a la fuerza. Durante la mayoría del tiempo no sabremos qué se pretende de nosotros como espectadores, así que a partir de poco antes de la mitad del metraje nos dejaremos llevar y nos sumergiremos en la fotografía de Bojan Bazzelli. El tratamiento del color y de la luz y la convivencia digital de la imagen filmada y la profundidad de campo de los gráficos generados por ordenador es sumamente atractiva. Como si Nicolas Winding Refn asimilara su visión cinematográfica a la de Michael Bay. O algo así. Lo malo de esta película es que al final todo tiene cabida y esa orden aleatorio quita valor a lo que sucede, ya que si todo puede estar, también hay la posibilidad que todo pueda desaparecer y ser sustituido.

La cura del bienestar Verbinski

Finalmente, con La cura del bienestar, nos enfrentamos a un producto cinematográfico que pretende disfrazar su vocación mainstream con referencias más o menos asimiladas como fundacionales. Esto no es un problema en sí mismo, sino fuera porque cuando la forma no comprende su propio contenido, el envoltorio sólo mantiene su esplendor hasta que se tira de la cinta y se abre el paquete. Grandes promesas que se mantendrán en suspenso durante más de dos horas para nunca cumplirse. Y, sin embargo, un largometraje cuyo visionado provoca un efecto narcótico y estupefaciente, antes hipnótico que soporífero, que impide que apartemos la mirada de la pantalla en ningún momento. Una experiencia más visual que narrativa de un profesional vendedor de humo.

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