La escisión de Whitney Houston
When I think of Home Por Ignacio Pablo Rico
I.
And when the night falls, loneliness calls.
Cuando Whitney (Kevin Macdonald, 2018) llega a sus títulos de crédito finales, con la cantante entonando, radiante, el melancólico hit I Have Nothing en los Billboard Music Awards de 1993, nos damos cuenta de que Kevin Macdonald ha acertado a la hora de articular en las imágenes de esta biografía documental una de las grandes cuestiones de nuestro tiempo. La película gira en torno a la escisión (poderosamente plasmada a efectos de montaje) de la figura pop oriunda de Newark, dividida entre su faceta profesional —la «Whitney Houston» creada y guiada, en un principio, por Clive Davis y su sello Arista Records—, y una añorada infancia, acaso soñada, cuando todos la llamaban Nippy; años tamizados por la calidez del bullicioso hogar, la acogedora sencillez de las canciones que resonaban en los muros de una iglesia siempre rebosante, la familiaridad del barrio donde todos conocen y reconocen su rostro. La pregunta subyacente e implícita en esta suma de entrevistas e imágenes inéditas, rescatadas del archivo de los Houston, responde a un tema fascinante: siendo ella para Macdonald una artista «impersonal», que no escribía las letras de las canciones, concebida como un producto conjunto de su madre —la también cantante Cissy Houston— y Davis, ¿hasta qué punto en cada nota cantada no había algo de ella misma? ¿Hasta qué punto cada requiebro vocal, cada plano filmado, cada línea escrita no habla, aunque sea apenas en un susurro, de nosotros? ¿Es posible escindirse sin vuelta atrás o seguimos conservando, en el fondo, lo que habíamos sido?
Hoy, cuando ya no solo las estrellas musicales son eslóganes de sí mismas, conviene que nos preguntemos cuáles son los misteriosos caminos —y sus límites— a través de los que aquello que somos se proyecta en lo que hacemos. Macdonald apuesta por pensar que Whitney —el personaje— y Nippy —la persona, o quizás una fantasía de lo que fue— discurren por senderos paralelos que apenas llegan a cruzarse. Whitney Houston, que abrió una etapa nueva para la mujer negra en el pop contemporáneo cuyos efectos perduran hasta el presente 1: la «cenicienta» del gueto transformada, gracias a una mágica visión de negocio, en princesa de la clase media americana blanca. Y sin embargo, como intentaba con más ímpetu otro documental, bellamente titulado Whitney: Can I Be Me (Nick Broomfield y Rudi Dolezal, 2017), Macdonald hace lo posible por hallar una verdad íntima en las imágenes, que apenas encuentra asomada en la interpretación soul de The Star Spangled Banner en la Super Bowl (1991), o en la dedicada entrega de Houston a un proyecto que tiene mucho de personal para ella: Sparkle (Salim Akil, 2012). A los ojos del director, únicamente en dichos momentos se abre brevemente la puerta que separa a Whitney de esa Nippy que nunca acude a su llamada.
II.
Why should I feel discouraged?
And why should the shadows come?
Why should my heart feel lonely
And long for heavenly home?
Curiosamente, el inferior Whitney: Can I Be Me, que no cuenta con recursos tan brillantes como la expresiva disociación entre el videoclip y la música de I Wanna Dance With Somebody con la que arranca Whitney, se esfuerza de modo especial en hallar una energía creativa en Whitney Houston capaz de imponerse a una existencia plagada de peajes. Houston entendida como el producto que se rebela contra su propia condición o que, tal vez aceptándola, acaba rompiendo sus cadenas y encontrando una fuerza particular, irrenunciablemente propia. Su origen es, probablemente, el delicado cariño que afloraba en la relación con su público. Mucho menos ambicioso, el trabajo de Broomfield y Dolezal, si bien convencional —y un tanto inocuo— en sus hechuras y conclusiones, deja a un lado la pretensión de aprehender qué fue lo que destruyó a alguien que, aparentemente, lo tenía todo, y se limita a ilustrar con imágenes y palabras la crónica de un malogrado regreso al hogar.
Es en el desenlace del filme donde Macdonald, creyendo que ha dado con una conclusión perfecta, pierde pie. El gran problema de Whitney es su pretensión de someter la historia de un cisma interior, del abismo que el tiempo teje enigmáticamente entre Nippy y Whitney, a un relato ordenado según un cristalino sentido de la causalidad. Finalmente, prevalece la noción del trauma —los abusos sexuales sufridos por Houston por parte de Dee Dee Warwick— como ingenua explicación para aprehender los borrosos contornos del alma humana. No obstante, hay un fondo de nobleza y honestidad que merece ser tenido en consideración en Whitney: el cineasta permite que Houston vuelva a respirar en numerosos —y a menudo también emotivos o inquietantes— vídeos domésticos, que desembocan en una mirada que trasciende lo icónico. Mitificar a Whitney Houston es, al fin y al cabo, enterrarla definitivamente. Lo más meritorio de este voluntarioso ejercicio de Macdonald es la pretensión de llegar hasta la última frontera, asumiendo todas las consecuencias, tanto a través de sus incisivas entrevistas como de los materiales audiovisuales que conforman buena parte del filme. Así pues, Whitney otorga un sentido biográfico único a la decadencia particular de Houston, tristemente inscrita en una generación de artistas musicales afroamericanas —nacidas a finales de los 50 y principios de los 60— que caminaron descalzas sobre las ascuas del infierno. A Chaka Khan o Anita Baker el abismo les devolvió la mirada, pero la fortuna quiso que supieran aguantarla. No es casual, avalando la tesis de la película de Macdonald, que justamente Tracy Chapman, quien mejor se ha resistido a convertirse en una figura pública, haya sido una de las escasas estrellas femeninas negras de su generación que no han acabado sepultadas en el horror de las relaciones tóxicas de pareja, las drogas y las inevitables fricciones entre las exigencias de la fama y las del autoestima.
III.
One of those days
When the sun is shining bright
And my life is going right
And the simple things are not wasted
Lo que somos a veces encuentra una manera extraña, esquinada, de asomarse en lo que hacemos. Incluso en las acciones aparentemente mecánicas y despersonalizadas. Lo primero que pienso al terminar de ver Whitney es en una escena significativa —casualmente, nos tememos— de El guardaespaldas (The Bodyguard, Mick Jackson, 1992), que Macdonald no ha incluido, aunque resulte chocante, en su largometraje. Me refiero a la célebre performance de Queen of the Night, cuando Houston, con los atavíos y la apostura de una hipermoderna Cleopatra, cae accidentalmente sobre su público, aterrorizada y frágil, siendo violentamente despojada de su «corona». Como si la ficción de repente se anticipara al golpe crítico que el éxito, la dependencia extrema de la comunión con su audiencia, acabarían teniendo para ella. De repente, su debut cinematográfico conecta con su última aparición en la gran pantalla. En Sparkle, cuando el personaje de Houston —con gestos y modos que ya en nada remiten a la jovial chica que cantaba How Will I Know en el colorista videoclip que coreografió Arlene Phillips— aconseja a sus hijas que no sigan sus pasos, estamos escuchando a la Rachel Marron del filme de Mick Jackson veinte años después. Una trayectoria vital trazada sobre la imagen cinematográfica, desde el eco casual de El guardaespaldas hasta la calculada autoconsciencia de Sparkle.
Precisamente, el remake de la película de culto Sparkle había sido un proyecto de Houston desde los años 90, así que su latido autorreferencial no debería resultarnos en absoluto raro. Menos aún el que ella, quien en un principio podría haber encarnado a la cándida aspirante a cantante que da título al filme, se convierta en Emma, la madre de la heroína y centro de gravedad moral de la narración. Una mujer que ha sobrevivido a duras penas a las consecuencias de su popularidad, transformada espiritualmente gracias al cristianismo. El culmen de Sparkle llega minutos antes de su final, en una escena catártica donde Emma regresa a la seguridad de la iglesia, el Rosebud de Whitney Houston. El crítico estadounidense Armond White ha sabido leer con inteligencia los ecos autobiográficos de este emocionante fragmento, donde actriz y personaje son una: «Cuando Whitney Houston canta «His Eye is on the Sparrow» en Sparkle, su performance es inesperadamente buena […] Interpretando a la madre de tres hijas talentosas que han formado un grupo musical, dañando a la familia, la desconsolada recitación de Houston parece asimismo metacinematográfica. Aprovechando la decepción profesional de su personaje, ella trasciende la insignificante trama y nos descubre una creencia profundamente reservada de la que rara vez podemos ser testigos en el cine pop. La elección de Houston de «Sparrow» se remonta a la increíble interpretación del mismo tema por parte de Ethel Waters en The Member of the Wedding (Fred Zinnemann, 1952» 2 . Y de nuevo, mientras la música nos hace vibrar, se produce otra decisiva escisión, esta vez entre la voz de la cantante y su imagen: la conmovedora versión de la canción ha de lidiar con una dramatización torpe por parte de Houston. Como si el cine, sin pretenderlo de nuevo, nos remitiera a lo improbable de esa persecución de la armonía en la que ella llevaba décadas confusamente inmersa.
La historia de Whitney Houston, ya sea reflejada de modo directo en las imágenes de los documentales Whitney: Can I Be Me y Whitney, del superfluo biopic Whitney (Angela Bassett, 2015), o apreciada de manera oblicua a partir de algunas apariciones concretas en la pantalla —desde la Super Bowl a Sparkle, pasando por El guardaespaldas o la célebre entrevista de Diane Sawyer—, nos interpela a nosotros como sociedad y como individuos. Nos incita a pensar en ese opaco interrogante que impide que vislumbremos el presente con claridad: cuándo dejamos de ser lo que éramos para empezar a ser lo que somos.
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- Además, pensadora afroamericana bell hooks cree que la presencia de Houston en El guardaespaldas (The Bodyguard, Mick Jackson, 1992) y el personaje que encarnaba contribuyeron a cambiar cierto paradigma cinematográfico de la «madre negra soltera» en la cultura popular estadounidense. En Reel to Real: Race, Sex and Class at the Movies, Routledge Classics, 2008 ↩
- Armond White (2012): «Sparkle», en City Arts, 17 de Agosto. <http://www.nypress.com/armond-white-pop-history-shines-in-whitney-houstons-sparkle/>. ↩