La flor

Jornada(s) de ficción y fiesta Por Damián Bender

Cuando Llinás presentó Historias Extraordinarias en el BAFICI del año 2008 se produjo un pequeño quiebre en la continuidad del cine argentino. Todavía resacosos de ese fenómeno cinematográfico nacional de principios de siglo que fue el Nuevo Cine Argentino, el cineasta se presentó con una obra extensa y desmesurada que tenía como objetivo ponerle imagen y sonido a un conjunto de narraciones. Cine y literatura se dan la mano para darle forma a esta cápsula de ficción y fantasía que chocaba de narices con el minimalismo estético y sobre todo narrativo del NCA. Historias Extraordinarias también puso sobre la mesa la discusión sobre temas de producción, si era posible hacer una película hecha y derecha sin recurrir a la financiación del INCAA –Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, ente nacional del cine argentino- y sobrevivir en el intento. La respuesta a esta pregunta, todavía difícil de contestar con certeza, se puede encontrar con mayor precisión en las películas de directores como José Celestino Campusano y Raúl Perrone que en las de Mariano Llinás, pero eso es agua de otro pozo. El punto aquí es el de señalar el impacto que tuvo este segundo largometraje dentro de la coyuntura cinematográfica y que le garantizó un lugar en la historia del cine. Es tan así, que el BAFICI lo tiene a él y su productora independiente, El Pampero Cine, en un lugar de consideración muy alto. Por eso la llegada de La flor y sus 857 minutos a la Competencia Internacional del festival no sorprende, aunque plantea una serie de cuestiones a debatir. Para el 20 aniversario del festival es una celebración y una ocasión especial, una cita imperdible a pesar de lo apabullante que a priori puede parecer enfrentarse a 14 horas de metraje.

La flor

Lo primero que es conveniente aclarar es que La flor no es una miniserie glorificada ni otros calificativos de índole similar, porque su estructura no tiene parentesco alguno con los productos televisivos y no hay ningún elemento que pueda encasillarlo en ese tipo de producción audiovisual excepto la duración. Cada episodio tiene una extensión particular, hasta donde lleve ese relato en concreto, sin límites de tiempo. De esta forma, el episodio uno dura una hora y media aproximadamente y el tercero se estira hasta casi seis horas. La totalidad de La flor piensa en cine y solo en cine, desde los tiempos hasta las referencias. Habiendo visto la primera parte en televisión –esta parte se estrenó en I-Sat en abril del año pasado-, la diferencia con el visionado en la pantalla grande es importante, en especial de cuando hablamos de sonido. Su estructura, que se define gráficamente con la forma de una flor, no tiene ningún tipo de unidad temática, estética o narrativa: son cuatro historias que empiezan y no terminan, una con inicio y conclusión, y finalmente otra que comienza en algún punto indeterminado y llega a su desenlace. Más unos largos, laaaargos créditos. El único eje que se puede determinar son sus protagonistas, pero incluso eso se rompe: en el quinto episodio Piel de Lava –grupo de actrices compuesto por Pilar Gamboa, Elisa Carricajo, Valeria Correa y Laura Paredes- no aparece en pantalla a pesar de estar al frente en todos los demás. Quizás, el núcleo duro de La flor sea simplemente el deseo imperioso de contar historias.

Es casi como una máquina que ata cabos y entrelaza narraciones para generar una subtrama propia que se relaciona con la principal, pero que puede seguir cerrándose sobre sí misma, encontrando otros cabos que desembocan en más historias y así sucesivamente. Esto muestra la libertad absoluta con la que Llinás ha manejado la realización de la película y además enfatiza y señala con marcador indeleble la tradición clásica a la que se adscribe. Se le puede considerar un discípulo de una escuela que no tiene tantos seguidores en las nuevas generaciones: Hitchcock, Melville, Ford, todas las influencias con las que trabaja tienen relación directa con el cine clásico -en especial del período 30-60- y su concepción narrativa. Esto no quiere decir que La flor sea una mera pieza de imitación de los grandes, sino que su inspiración está allí y cada segundo de metraje guarda un pequeño homenaje a sus héroes. Eso también se traduce en los diversos géneros cinematográficos en los que navega en cada episodio: el western, el terror, la ciencia ficción de los cincuenta, el cine de espías, el cine mudo constituyen formas que el director conoce al dedillo y sobre las cuales se desplaza con naturalidad. La flor también constituye un rescate de formas cinematográficas en desuso, que a pesar de no tener los mismos adeptos que tiempo atrás todavía tienen cosas para ofrecer. Un pequeño oasis en medio de los terrenos del cine contemporáneo.

En esa naturaleza tradicionalista resulta que un filme de 14 horas no se siente pesado. El manejo de los elementos dramáticos acata a una normativa dinámica que busca generar climas variados según lo que pida el relato en ese momento. Los géneros dictaminan esas dinámicas. En el segundo episodio, por ejemplo, el ritmo y los climas los marcan la intersección entre melodrama con toques de musical y una subtrama de misterio, que se alternan hasta el punto donde llegan a cruzar sus caminos. Cada uno de estos caminos abre nuevas puertas y nuevos estilos, los géneros utilizados se supeditan a las necesidades del argumento. Entonces lo que tenemos es un filme muy largo, pero también muy dinámico, que siempre busca nuevas formas de sorprender al espectador. O incluso de jugar con él. Y es que Llinás es muy consciente de lo que está presentando y de lo que el público espera de él. Los niveles de referencias internas son muy altos: el cuarto episodio –mejor dicho, la primera parte del cuarto episodio- es esencialmente una parodia metatextual sobre un director y sus cuatro actrices en la grabación de una película con muchas partes llamada “La Araña” en tono de comedia. Estos pequeños juegos se hacen más habituales desde el episodio tres, lo que implica que le tomó un tiempo tomar confianza para jugar con la audiencia. Además, está el carácter paródico con que trabaja los géneros: Llinás no busca imitarlos, sino evocarlos para luego trastocar las estructuras de los mismos. Así es como disemina elementos humorísticos a lo largo del metraje que ayudan a distender los ánimos e invitan a pasarla bien.

La flor tiene ese objetivo: pasarla bien, disfrutar de unas cuantas buenas historias. Las objeciones –que las hay- pasan a un segundo plano cuando se analizan desde un plano general. Las derivas del relato principal no siempre funcionan bien, en el episodio tres –que es el más complejo- hay algunos flashbacks que introducen el pasado de los personajes, pero se pueden volver cansinos, lo cual no ayuda a la causa de una rama argumental que no hacía falta en primer lugar. Y cuando Llinás se pone en modo narrador también puede ponerse algo denso. Los años han acrecentado su confianza en la prosa y eso lo lleva a tomarse ciertas licencias que exasperan; en especial la cantidad exagerada de comparaciones por oración pronunciada –incluso peor que la de un servidor- y que todos los personajes hablan, escriben y razonan con las mismas estructuras lingüísticas que él. El exceso que le da forma a La flor tiene algunos claroscuros. Sin embargo, por cada comparación forzada hay una idea brillante como el segundo capítulo –inconcluso- del episodio 4, una serie de cartas de un investigador paranormal que no tiene nada que ver con lo sucedido en el primer capítulo pero que funciona genial. O las pequeñas cápsulas que son los episodios 5 y 6, las más sencillas y también las más delicadas.

La flor BAFICI 2018

La labor de Piel de Lava como perpetuas protagonistas es impresionante. La cantidad de roles y personalidades que realizan a lo largo del metraje es muy grande y su responsabilidad en el resultado final es mayúscula. Ellas les otorgan una personalidad y un carácter a los esbozos creativos de Llinás, los vuelven memorables, los hacen propios. Cada episodio las reinventa frente a nuestros ojos: se transforman en cantantes, espías, científicas, brujas y el vínculo con el público se fortalece en lugar de romperse. Ese trabajo camaleónico no sólo las incluye a ellas, sino también a la música de Gabriel Chwojnik, que luego de esta película se puede recibir como maestro de los géneros. Todos los jeites que necesites están, sea una composición orquestal estridente y terrorífica o temas símil Pimpinela para el melodrama del segundo episodio. El diseño sonoro en general oscila entre salvar las papas mediante doblaje y utilizar ese mismo doblaje para generar distorsiones con la imagen, lo que se suma a un puntilloso trabajo de posproducción de efectos. Y la fotografía también muestra una dinámica funcional, capaz de pasar del color al blanco y negro, o de utilizar una cámara oscura, como en el calmo episodio final. Hay algunos problemas técnicos –la calidad de imagen es algo deficiente en el episodio 1 y los doblajes no siempre están bien-, pero son comprensibles para una producción de estas características que no dispone de todo el dinero del mundo.

El último punto de discusión es su lugar en la Competencia Internacional del festival. Esta discusión no tiene que ver con la calidad de la película en sí, es una cuestión de programación. Cuando uno abre la mirada al resto de la Competencia, queda claro que no es una batalla justa. Algunos datos para ilustrar este punto: el promedio de duración del resto de las películas es de 86 minutos, dentro de las cuales hay 7 óperas primas. Dentro de las que no son debuts, la mayoría son segundos largometrajes. Lo que quiero decir es que pusieron un mastodonte de enorme duración –lo que hace difícil su valoración- con un montón de películas breves realizadas por directores noveles, que están dando sus primeros pasos dentro del mundo cinematográfico. La flor tiene demasiada ventaja sobre el resto, y eso pone a los jurados en una encrucijada –si es que llega a darse una situación cincuenta-cincuenta, que no lo creo- porque si gana estaba cantado, y si pierde es un afano. Reitero lo mencionado en el texto previo al festival: La flor debió ser parte de la Selección Oficial como película Fuera de Competencia, como un acontecimiento especial y una fiesta para el público. ¿Es justo si gana? Sí. ¿Es justo para el resto de los competidores? No.

La película no tiene la culpa. La flor está más allá del bien y el mal, porque el cariño, la dedicación y sobre todo la calidad cinematográfica de este dispositivo multiplicador de historias valen la pena. Los excesos que pueda llegar a tener son una característica inherente al hombre que concibió esta creación, y cuando se pasa esa barrera lo que espera es sorprendente, único e irrepetible. Un tributo de corazón al cine clásico y narrativo que supera las expectativas del espectador –quizás no las de su autor-. La flor se hace carne y sus pétalos se abren, resplandecientes. Celebrémoslo.

Share this:
Share this page via Email Share this page via Stumble Upon Share this page via Digg this Share this page via Facebook Share this page via Twitter

Comenta este artículo

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>