La guerra de Vietnam

Recuerdo y olvido Por Liborio Barrera

A los soldados muertos los suben a los helicópteros empaquetados en bolsas negras. La voz grave del presidente de Estados Unidos flota especulativa en la noche. Surge de una cinta grabada, que él mismo ha activado en su despacho. “Nuestro principal objetivo es sacar de allí a nuestras tropas antes de las elecciones”, dice Nixon. Su ministro de Exteriores negocia en París con el Vietcong. ¿Se irán o no se irán? Qué cansancio de guerra en los frentes, en la retaguardia, en las ciudades y pueblos americanos, en las conversaciones privadas y públicas, en las familias vietnamitas menguadas de hijos, a los que hace años que no ven. Pero hay una persistencia insoportable, a la que nada parece dar tregua. Se agotan los diez años de la década de los sesenta, entran los setenta y la contienda parece discurrir en un circuito sin salida. Ni quienes se oponen cejan ni quienes la alientan desfallecen. Aun así, subterráneamente la guerra va terminando. Es lo extraño de las negociaciones: la dirección se encarrila hacia el fin mientras continúan los bombardeos de posiciones contrarias. Claro que sus apuestas ciegas y cabales solo las ven los negociadores; pero no el momento de la conclusión. Por estas intersecciones de lo visible y lo invisible, mostradas ya abiertamente cuarenta años después, se mueve con soltura el documental La guerra de Vietnam.

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La guerra de Vietnam 2017

Puedes imaginar a Ken Burns y Lynn Novick durante los diez años que emplearon en la construcción de este prontuario histórico, viajando por Estados Unidos, por Vietnam, contemplando en los archivos públicos y privados miles de horas rodadas, grabadas, revisando miles de fotografías de periódicos o tomadas por familiares de ex-soldados, estableciendo una lista de entrevistados que abarcaran los estratos altos y bajos de la sociedad estadounidense y vietnamita concernida por el conflicto, constituyendo la implacable cronología sobre la que conducen la película: la abren en 1858 en la zona del sureste asiático conocida como Indochina, que incluía Vietnam, sometida a un proceso de ocupación y colonización europea y, a partir de los años 50, estadounidense, cuando Francia, la potencia colonial que había dominado el territorio, lo perdió frente al ejército de la autoproclamada República Democrática de Vietnam, reconocida por Rusia y China. El abandono francés supuso la partición de Vietnam entre el norte comunista y el Sur, que empezó a sostener Estados Unidos y que marcaría el origen de la guerra de Vietnam. A partir de 1961, Burns y Novick se adentran minuciosamente en el conflicto con una voluntad enciclopédica, morosa, propia de un historiador con aspiraciones de totalidad, lo que explica y hace necesarias las dieciocho horas de documental divididas en diez capítulos. Su estructura alterna un relato escrito por Geoffery C. Ward, colaborador de Burns durante años, dicho por la voz clara del actor Peter Coyote, con los testimonios de más de ochenta participantes en el conflicto (soldados y ex-soldados, espías, políticos, gente común de Estados Unidos y Vietnam) y familiares, con imágenes rodadas y grabadas entonces por periodistas enviados al sureste asiático, con emisiones televisivas, con películas familiares y con una banda sonora que reúne, como una marca de identidad de aquella época algunos de los principales “himnos” del pop y el rock. De los Beatles a Janis Joplin, de Los Rolling Stones a Cream, de The Animals a Jimi Hendrix, más de ciento veinte canciones entran y salen de las imágenes del frente y la retaguardia.

Esta formidable documentación audiovisual responde a la consolidación de la televisión como un medio de masas en los sesenta, al estallido del documentalismo rodado y fotografiado y la producción masiva de cámaras domésticas. Una de las especies comunes de entonces fue la de que Estados Unidos perdió Vietnam, en parte, a causa de la difusión masiva de la contienda y sus efectos en miles de hogares. Los periodistas acompañaban a las patrullas en sus misiones, como muestran Burns y Novick, y no esquivaron la mirada de lo que esencialmente es una guerra: violencia y exterminio. Fue una lección que no repitió el ejército norteamericano cuando encabezó una coalición militar contra Irak en 1991; baste recordar una de sus imágenes fundacionales: un cielo surcado por destellos fugaces sobre un fondo verde fósforo: una abstracción en movimiento a la que se contraponen dos de las imágenes icónicas de la guerra de Vietnam (que la película de Burns y Novick recogen con amplitud): el asesinato de un “vietcong” prisionero de un disparo efectuado en la cabeza por el jefe de la policía de Vietnam del Sur, y el cuerpo desnudo y quemado de una niña que corre por una larga carretera junto a otras víctimas del lanzamiento de una bomba de napalm desde un avión sudvietnamita.

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 La guerra de Vietnam serie

Una de las quiebras o de las escisiones cruciales de los sesenta, que Burns y Novick abordan en La guerra de Vietnam, fue ideológica, la que había marcado la “guerra fría” entre dos bloques geográficos y mentales (comunistas y capitalistas o imperialistas: no hay modo de encontrar en ese etiquetaje el más simple: demócratas) que combatieron en las calles, en constantes y multitudinarias manifestaciones, y en las páginas de los medios de comunicación. A la guerra digamos convencional se le solapó otra entre los propios americanos, atormentados en la búsqueda de sentido de aquella encrucijada (por qué combatimos, por qué es justa la lucha, por qué es inútil), y que mantuvieron los gobiernos sucesivos de Kennedy, Johnson, Nixon y sus millones de sostenedores, americanos votantes que refrendaron presidencias teniendo presente el conocimiento preciso de las batallas y de sus efectos. Del otro lado, millones de opositores, incapaces de aglutinarse en torno a un candidato antibélico (o que prometiera el término inmediato del conflicto). Como muestran Burns y Novick, el final de Nixon no se debió a su política bélica (y simultáneamente antibélica, pues él negoció la clausura de la presencia de su país en Vietnam) sino al Watergate. Los gestores de la política presidencial supieron atraer a su causa a un mayor contingente de ciudadanos votantes que sus oponentes. En Estados Unidos, la guerra que causó casi 60.000 muertos entre los norteamericanos concluyó porque lo decidieron los mismos que la habían promovido, cuando comprobaron que se había convertido en una “guerra sin fin”.

La guerra de Vietnam serie 2017

En la confrontación de testimonios retrospectivos que plantean los directores, la película se eleva por encima de estos debates inflamados; descomprime la opresiva y urgente necesidad de situarse en una posición determinada; y ello es lo que la distingue de otras obras que abordaron la contienda desde dentro de sí misma, como Loin du Vietnam (Varios autores, 1967) o algunos de los documentales del cubano Santiago Álvarez (LBL, 1968; o 79 primaveras, 1969): no trataban tanto de diseccionar la guerra de Vietnam sino, por simplificar, el combate entre la izquierda y la derecha (o entre la democracia, del tiempo en que se pensaba, erradamente, que no había disociación posible entre izquierda y democracia, y la dictadura o imperialismo). Este frentismo (o provietnamita o antiamericano; o proamericano o anticomunista) lo esquivan Burns y Novik; su película aparece despojada de toda la hojarasca retórica de aquella época; aunque quienes hablan desde el presente aún pueden emplearla, pero en modo alguno imponerla, pues queda sometida o matizada por otros testimonios, por decirlo así, más humanos, menos o nada infectados por una determinada ideología (la del militarismo o antimilitarismo, la del comunismo o anticomunismo).

Vietnam

Compuesta como historia, resulta admirable de esta película su inmersión razonada y emotiva. A su manera, constituye una lección de historia, un ejemplo de construcción fílmica en torno a la historia, que da respuestas ponderadas a cómo contar el pasado, a cómo recordarlo, a lo que significa el pasado como memoria de memorias despojada de furia. Como en otros recordados documentales (y piensas en Shoah y sus apéndices), el corazón de La guerra de Vietnam se encuentra en la palabra viva de quienes evocan ese pasado, una palabra desprovista, al fin, de revancha, de odio; provenga de quienes combatieron en el Vietcong y mataron a estadounidenses, de quienes combatieron por Estados Unidos y mataron a vietnamitas o de quienes combatieron por el mismo país y se mataron entre sí.

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La guerra de Vietnam carece de la poética de Shoah (Claude Lanzmann, 1985) o de Noche y niebla (Nuit et Brouillard, Alain Resnais, 1955), pero porque su espacio es otro. Elude la construcción de un discurso belicista o antibelicista; proporciona los argumentos, las experiencias de las voces, de manera que uno pueda, si quiere, elaborar un discurso propio con ellos. Es otra de sus lecciones, que compendia de forma ejemplar la reconstrucción llevada a cabo por Burns y Novick de la matanza estadounidense de My Lai contra más de 300 hombres, mujeres y niños vietnamitas en marzo de 1968: una masacre al modo nazi sobre la que hablan asesinos, testigos, acusadores. Los directores no esconden o alteran la responsabilidad de los soldados norteamericanos; levantan un acta testimonial del horror con una exposición que rehúye la condena (a pesar de que el principal responsable fue indultado por el presidente Nixon) y la complacencia (la que sí esgrimieron en su momento los perpetradores: era la guerra, podría resumirse como corolario suyo, que Burns y Novick, naturalmente, recogen en la película).

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Al acabar una guerra, como advierte uno de los personajes de “Las bicicletas son para el verano”, no le sucede la paz sino la victoria. ¿Qué quedó a partir de 1975, cuando, dos años después de que las tropas estadounidenses abandonaran el país, el ejército de Vietnam del Norte entrara en Saigón y cerrara aquella conflagración? Barcos atestados de refugiados perdidos en el océano, exilio de 1,5 millones de habitantes, catástrofe económica, hambre, agresiones militares desde Camboya y China contra la nueva Vietnam. ¿Y más allá, es decir, más acá? Burns y Novick atestiguan sobre la insobornable capacidad humana de superación: quienes dispararon contra sus enemigos pueden abrazarse a ellos y departir una tarde de charla. Esta forma de recuerdo, que conlleva un estado de olvido, cierra la película: cantan Los Beatles. “Let it be”. “Déjalo estar”.

Banda Sonora de las canciones:

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