La invitación
Borrón y cuenta nueva Por Mónica Jordan
"Puede ser que mañana esconda mi voz,
Por hacerlo a mi manera
Hay tanto idiota ahí fuera.
Puede ser que haga de la rabia mi flor,
y con ella mi bandera
Sálvese quien pueda"
Lo íntimo
Se llama despotismo del enfermo a la actitud tirana de quien siente tanto dolor que es incapaz de separarlo de su conducta hacia los demás. Devorado por su malestar, el enfermo se ve legitimado para herir, dañar o fastidiar a los de su alrededor, sean estos culpables de su situación o no. Así, el enfermo logra alejar a todos con su conducta despótica o desagradable, y puede al fin regocijarse cual puerco en su pocilga: “me han dejado solo”.
Huelga decir que ese proceso de autovictimización es un proceso psicológico que surge ante la incapacidad por superar una situación, y busca como objetivo darse argumentos para bajar los brazos, rendirse, no seguir luchando. La marginación autoimplantada, la paranoia hacia el exterior y la desaparición del círculo social habitual son simples síntomas de una mala digestión del dolor.
Eden (una de las protagonistas de La invitación) posiblemente vivió ese proceso tras la muerte de su hijo. Se desvinculó de sus amigos, se divorció de su marido y huyó a México para caer en las garras de una secta que entiende el dolor como un sentimiento al que no hay que temer. Sin embargo, el paso final de esa superación tiene como objetivo reencontrarse con su círculo social pasado y vivir la catarsis definitiva junto a ellos, dando por válidos los sentimientos propios y proyectándolos hacia todos, sin tener en cuenta las individuales sensibilidades. Ahí es donde el drama se palpa, se genera, a ritmo lento pero con paso firme, en The Invitation, cuando el punto de vista emocional de una parte del grupo pretende convencer a cualquier otra posibilidad de vivir, sentir o percibir la realidad.
La invitación es un alegato a favor de la convivencia de diferentes sensibilidades, ideologías y formas de ver la realidad, solo que en formato de thriller psicológico con un éxtasis final digno de The Purge: La noche de las bestias (The Purge, James DeMonaco, 2013). La invitación evidencia la facilidad con la que una secta puede captar personas con problemas, pero sobre todo cómo actuamos como agentes nocivos para nosotros mismos ante situaciones de sensibilidad emocional. Somos lo que somos por cómo nos comportamos, por cómo actuamos incluso en los gestos y detalles hacia los demás, y no al revés. O al menos, no debería ser al revés.
Lo social
El suicidio como acto político ha pasado a ser durante el siglo XXI una constante dentro del estudio de la psicología social. Especialmente desde las inmolaciones del 11-S, se convirtió en un temor implantado en el cerebro occidental, con respuestas drásticas como los atentados de Noruega en 2011, o interpretaciones políticas de actos más individualistas como la catástrofe causada por el copiloto alemán que se suicidó estrellando un Airbus contra los Alpes con tripulación y pasajeros a bordo. Sea en busca de catarsis o de pasar a la Historia o de causar el máximo de bajas posibles en el enemigo, todos estos actos responden al egocentrismo y egoísmo de quien cree que su dolor o su objetivo vital debe ser aceptado y compartido por el mundo, a la no aceptación de la multitud de los puntos de vista.
En este aspecto, Los caballos de Dios (Les chevaux de Dieu, Nabil Ayouch, 2012) se adentraba en la realidad social de unos chavales que acaban convirtiéndose en potenciales inmoladores en defensa del Islam radical. La situación de esos muchachos (con sueños y esperanzas que quedan en nada a través de los golpes de su realidad social) no dista tanto de la de Eden, una mujer blanca y de clase media alta que, al recibir un golpe emocional como la pérdida de un hijo, opta por la misma solución que los inmoladores.
La invitación propone un thriller con un in crescendo muy pausado pero que logra un final totalmente demoledor, pero es mucho más que una película de tensiones entre amigos.No estamos ante las confesiones de Reencuentro (The Big Chill, Lawrence Kasdan, 1983) o Los amigos de Peter (Peter’s Friends, Kenneth Branagh, 1992) sino ante un filme que reflexiona alrededor del egoísmo, de cómo este puede llevarnos a la locura, a sacrificar lo bueno que hay a nuestro alrededor por lo malo que hay en nuestro interior.
Cierto es también que La invitación se puede leer como una justificación de la paranoia de la Guerra del Terror a través de la figura de Will, el ex marido de Eden y, por tanto, también padre del niño desaparecido. En Will percibimos desde el inicio la desconfianza hacia los recién llegados, la paranoia al percatarse de que las ventanas están rejadas, la puerta cerrada con llave y su amigo Choi desaparecido desde el minuto 1 de metraje. Justificación de la paranoia o simple aviso ante los extraños, La invitación opta por ofrecernos el punto de vista psicológico de Will y, mediante ese espiral de obsesión paranoica que lo convierte en el malpensado, el espectador se halla en una situación de tensión constante en la que no las tiene todas a la hora de decantar su sensatez a favor o no de Will.
Sin embargo, la película se guarda muchos ases en la manga para el final y, como hacía Cube (Vincenzo Natali, 1997) con la supervivencia de Kazan, muestra su apuesta al mantener vivos al hombre blanco, la mujer negra y el homosexual. Un grupo de supervivientes de diversidad social que confiere más peso si cabe a la interpretación sociopolítica de una película que, desgraciadamente, será vista como un simple desenfreno por su parte final.
Un muy buen análisis de esta obra, Mónica.Muy acertado todo.
He notado afinidades con «Coherence» de James Ward Byrkit. ¿no crees?
Y a riesgo de sortear el spoiler final, ¿como encaja esta escena en tu apreciación?.
¡¡¡Buen trabajo!!! Es una esfuerzo enorme el que despliegas, para no dejar que la película caiga en un lugar común, en el género de terror tratado con el chiste de los aficionados. ¡¡¡Muy bien!!!