La isla mínima y Black Coal
Topografías Por Manu Argüelles
Ni España ni China han alcanzado notoriedad internacional por el cultivo del cine negro frente a cinematografías como la norteamericana, la francesa o la japonesa. La tradición en estos sistemas culturales se ha sometido a intermitencias. Eso les libera de una importante carga, da más margen de maniobra, pero también les obliga a un esfuerzo extra para poder distinguirse y reconocer su individualidad. Quizás por eso el cine negro en La isla mínima y Black Coal potencia especialmente el trabajo de la ambientación y las texturas del desaliento, pero no explota los contenidos existencialistas y desesperanzados. Prefieren trabajar la atmósfera como síntoma de los laberintos anegados de apariencias y silencios; los recorridos y rutas que los personajes van a transitar. Aquello que se oculta en La isla mínima y Black Coal llega a la superficie a través de sus protagonistas principales, torturados y tortuosos agentes de la desesperanza que acaban obsesionados en su empresa. De ella, del proceso de desvelo que lleva consigo toda trama policíaca, acaban supurando todas esas zonas putrefactas de nuestro entorno sociocultural.
De esta manera, ambos largometrajes necesitan en sus propios flujos creativos que el género se enclave específicamente en el entorno geográfico. De ahí que la estilización o la búsqueda del placer estético siempre se restringa a la permanencia de una figuración reconocible. Aunque ninguna de las dos renuncian a su poder de fascinación, especialmente Black Coal que arriesga más y se lanza con más personalidad a la búsqueda de imágenes que impacten por su majestuosidad compositiva y cromática.
Black Coal
Sí que mantienen en común la forma de enraizar los códigos y las constantes desde el respeto y la fidelidad. Pero en su aproximación hay diferencias y matices. La isla mínima incorpora un registro socio-político perteneciente a la España pretérita con una democracia inmadura. Algo exclusivamente local que revisiona nuestro pasado desde aquello que no ha sido explorado. Black Coal no se compromete con esa toma de partido ideológica que Alberto Rodríguez no escatima. Pero también hay que reconocer que es más fácil para el español en cuanto La isla mínima responde a un tiempo histórico ¿lejano?, frente a Black Coal que se sitúa en los aledaños del presente. En cambio, la película china, frente a ese aspecto de la española (como ya hiciese Enrique Urbizu en No habrá paz para los malvados) se apropia de los elementos discursivos específicamente chinos desde el margen autoral: contemplación, morosidad y abstracción narrativa.
En Black Coal, de forma muy similar a como ya sucede en La chambre bleue (Mathieu Amalric, 2014), todos los ingredientes característicos del noir quedan supeditados a la historia de un arrebato pasional, donde justamente el film alcanza el clímax estético con imágenes de gran belleza hipnótica, recordando poderosamente a Wong Kar Wai. De esta manera, el film se empapa del romanticismo chandleriano y rescata el tradicional cruce entre cine negro y melodrama de las películas fundacionales de los años cuarenta y cincuenta. De aquella mixtura, la mujer recupera su rol tradicional como foco de perdición, a la vez que rescata su ambigüedad y su aura de misterio. Por lo que Black Coal se centra en configurarse como el fracaso desesperado de una posesión sublimada, la historia de una fascinación. Y quizás es aquí donde el film encuentra sus propias fisuras, ya que aborta toda expectativa relativa al contenido detectivesco a la vez que el melodrama negro queda bastante desdibujado, muy deudor de instantes determinados, donde el director sí sabe extraer su potencial expresivo.
En cambio, La isla mínima trabaja el neoclasicismo depurado de Chinatown (Roman Polanski, 1974) y sí se ciñe exclusivamente al diseño del policíaco masculino. Aplica con perfección y pulcritud todas las máximas preceptivas del género y justamente en ese academicismo bien aplicado es donde encuentra sus propias limitaciones. Porque La isla mínima no encuentra su personalidad propia más allá de aquellos aspectos diferenciales anteriormente comentados. En ese sentido, el film es más una topografía, la asiduidad de planos aéreos definen sus intenciones; un estudio de una sociedad desde la matriz genérica de la ficción, la cual facilita las directrices formales y narrativas y el cumplimiento de los arquetipos. No hay nada que reprocharle a este ejercicio caligráfico, tampoco nada por lo que entusiasmarse.
La isla mínima