La juventud (Youth)
Occidentalismo cosmético Por Paula López Montero
La traducción del título al español del último largometraje de Sorrentino, así como su título en italiano, La giovinezza, dice muchas más cosas que el nombre con el que ha circulado en los festivales internacionales: Youth. No se trata de juventud, sino de La juventud, título que evoca a un tiempo digno de meditación y que por cierto parecía acoger ciertos rasgos de las novelas de Milan Kundera (La insoportable levedad del ser, La inmortalidad, etc) y que tiene algo de simétrico en esa nostalgia y en ese clima postestético donde los rostros impermeables son cada vez más iguales y más ajenos.
Pero La juventud tiene identidad propia, marcada por la misma mirada que consagró La Gran Belleza, una mirada con ciertos rasgos de dandismo tardo-moderno donde sólo queda un aura vacío de contenido, una pregunta que aún se cuestiona por el sentido y que resuena en las paredes de esta burbuja estética, en un balneario suizo, en un ático frente al Foro romano, o tras un traje de Giorgio Armani. Y en efecto, Sorrentino no deja de trasladarnos una historia y unas preguntas que están en el ambiente sobre todo mediterráneo-europeo, y que es contingente al racionalismo de la historia de la civilización occidental. Así el director italiano vuelve a hacer brillar excepcionalmente, como si de un truco se tratase, los dos pilares sobre los que se sustenta todo film: discurso e imagen. Discurso que no abandona la profundidad en la sugerencia, en una mirada reflexiva con nuestra realidad más actual y que retumba en las paredes de esa segunda dimensión estética digna de mención que ya se perfilaba extenuante en su anterior largometraje.
Así arranca La juventud, donde el eje del discurso y el broche esta vez no lo pone un escritor, sino un compositor de música y director de orquesta, Fred Ballinger (Un cansado Michael Caine), y el escenario ya no es la gran y bella Roma sino un balneario suizo, en medio de los Alpes, el único lugar del continente donde ricas fortunas escapan de la esquizofrenia del tiempo hacia la meditación, huyendo del rugido y la vorágine de la civilización. Balnearios que fueron introducidos haces miles de años en Grecia y que consagraban la importancia con la que hoy nosotros nos enfrentamos a nuestra identidad: el culto al cuerpo y a la estética. La juventud no deja de hablar de ello, no deja de perfilar etiquetas y perchas que contienen un vacío abismal, desde un Maradona obeso con un tatuaje de Karl Marx en la espalda, pasando por un actor (Paul Dano) que trata de huir de la estela de sus propias interpretaciones; de un mercenario pedante de la reina de Inglaterra capaz de rebajarse hasta conseguir que su majestad “The Queen” consiga lo que quiere. Y es que todos los personajes son objeto de mirada y de reflexión, brillantemente construidos donde se esconden detrás de un rostro y que al final se desvelan en la vulnerabilidad.
Quizás uno de los momentos más interesantes de todo el film sea el tratamiento de la caracterización de la figura de Hitler, donde todo el mundo puede reconocer su rostro, pero que separado de él se sigue sin discernir la cuestión de trasfondo a la que nos llevó el curso de la historia, no se trata del bigote y el pelo negro repeinado, no es cuestión de un uniforme, fue una cuestión mucho más enraizada en el ser occidental que aún se pregunta ¿quién soy? Y esa quizá sea la pregunta que retumbe en todo el discurso postbarbarie: ¿quiénes somos?
Otro eje del discurso que pone en juego Sorrentino es el papel de la mujer. Mujeres que en la historia de occidente han sido relegadas a un cuerpo semiotizado, colonizado y que así representa no sólo Sorrentino sino su personaje que interpreta el futuro alter ego del cual se cuida de ser: el director de cine Mick Boyle (Harvey Keitel). Mujeres a menudo relegadas a un cuerpo, capaces todavía de dar una lección, como es el caso de Miss Universo (Mandalina Diana), cuando Jimmy Tree (Paul Dano) irónicamente le pregunta “¿estudias o sólo ves realities de televisión?” A lo que ella le responde “aprecio la ironía pero cuando viene con veneno tras algo más, frustración”. O relegadas al plano sexual cuando el hijo de Mick abandona a Lena, hija de Fred, por otra porque es mejor en la cama. Pero quizá la pregunta decisiva viene de la mano de Brenda Morel (Jane Fonda), quien le descubre a Mick, tras rechazar uno de sus papeles, el verdadero rostro de la mujer fuera de los clichés con los que normalmente funciona el discurso fílmico.
Por otro lado, es curiosa la propuesta de la juventud como el momento de referencia, de nostalgia constante al que todos desearíamos regresar cuando esa juventud es cada vez más efímera, donde, como decía Rilke, pronto le hacemos al niño darse la vuelta hacia la muerte, pronto le hacemos concebir la vida ante el temor de hacerse viejo, y también cosméticamente le hacemos vivir en una ilusión. El rostro de la muerte, su tabú en la sociedad occidental, aparece en el rostro de la mujer del compositor, un rostro del que él mismo intenta huir, del que intenta conservar sólo su belleza juvenil y fugaz obviando su naturaleza. Es una resistencia constante al morir. Resistencia al parecer efímera, vulnerable, que se torna en un juego de espejos del acceso cosmético a la realidad terriblemente perfumada, terriblemente nihilista. Y es que nuestra sociedad tiene enquistadas ciertas premisas que edifican el sentido de nuestra existencia, premisas olvidadas a las que nos acogemos de una manera subconsciente ya desde las primeras etapas de nuestra vida. A Sorrentino no se le agota el discurso ni la potencialidad de los argumentos que se fijan una vez más en nuestra historia, y que se replantean desde el placer estético que producen sus largometrajes.
Recuerdo en La gran belleza la imagen de la artista desnuda, con el rostro tapado, empotrando su rostro y su cuerpo frágil con el pasado metaforizado con ese gran acueducto. Corremos ciegos en el punto de mira siempre de la sociedad que todo lo analiza, todo lo controla, dándonos siempre con el mismo muro impenetrable: el pasado. Esta vez, mirando con recelo una juventud que se nos torna no vivida, inauténtica y sin embargo anhelada.
Perdón, me equivoque. MICHAEL CAINE !!
No la pude apreciar completa, pero cuánto he visto puedo decir que cala muy hondo en el alma humana. Lo que sucede a Boyle es lo que sucede a los creadores, cuyas criaturas nunca les abadonan. En la medida que vamos creando de tanto en tanto tenemos la necesidad de contemplar a esos seres que nos inspiraron las historias. Y siempre nos hallamos vacíos de nosotros mismos, y a la vez colmados de una substancia imposible de expresar. Muy buena película. El mejor James Caan . Su más bella interpretación.En verdad Sorrentino ha buscado para LA JUVENTUD los intérpretes exactos .