La maldición del Hombre Lobo

Cosmética expresionista Por Yago Paris

Uno de los principales pensamientos que podemos tener al observar las producciones televisivas de Marvel consiste en plantearnos dichos proyectos como oportunidades para una mayor experimentación. Si aceptamos que la línea canónica, lo inamovible, aquello que hace carburar la maquinaria y que, por tanto, jamás debe modificarse, es el esquema narrativo y constructor de universo de las películas, entonces las producciones para la plataforma de streaming Disney+, menos relevantes en el Universo Cinematográfico de Marvel (UCM), una suerte de líneas paralelas, secundarias, podrían ser los espacios para narrar aquello que se queda fuera del festival de la gran pantalla. Ejemplos como los de Ojo de halcón (Hawkeye, Jonathan Igla, 2021) y su juego con el cine navideño, o She-Hulk: Abogada Hulka (She-Hulk: Attorney at Law, Jessica Gao, 2022) y su apuesta por la comedia romántica, nos indican que este puede ser el caso. No obstante, dichos juegos ya se manifiestan en las películas de Marvel, tal es el caso de la comedia de atracos en Ant-Man (Peyton Reed, 2015) o el terror en Doctor Strange en el multiverso de la locura (Doctor Strange in the Multiverse of Madness, Sam Raimi, 2022). No parece, por tanto, que exista una gran diferencia creativa entre la gran producción y el proyecto a pequeña escala; quizás sea una mera cuestión cosmética, una sensación de diferenciación que pretenda dar la impresión de que ver una serie de Marvel ofrece condimentos distintos a los de sus blockbusters.

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Esta impresión se sigue manifestando en la nueva vía televisiva que han abierto, la de los especiales. Su primera prueba, La maldición del Hombre Lobo (Werewolf by Night, Michael Giacchino, 2022) así lo demuestra. El referente que se ha tomado como punto de partida es evidente: las cintas de terror clásico, que se convirtieron en la seña de distinción del estudio Universal. Se trata de obras en blanco y negro, profundamente influenciadas por el expresionismo alemán, cuyos protagonistas, monstruos, actúan como héroes trágicos que ponen en cuestión la idea de monstruosidad al compararla con lo que implica la normalidad de la sociedad del momento. Cuando Marvel explora géneros o corrientes, suele quedarse en lo superficial, algo que probablemente tenga mucho que ver con la manera en que ha plegado sus aspiraciones creativas a la voluntad del fan. La necesidad de satisfacer en todo momento y a cualquier precio las altísimas, inflexibles y altamente conservadoras expectativas de sus espectadores se manifiesta en esta productora en el gesto concreto del codazo cómplice, lo que narrativamente se traduce en la implantación de señuelos que retan la inteligencia de la audiencia, como si se tratara de un juego donde el objetivo consiste en reconocer influencias y menciones a otros filmes, cómics, etc. Este juego, que premia el dato sobre el análisis, la página de wikipedia sobre el desarrollo de ideas, se convierte en un reguero de premios para el ego del espectador, que siente que comprende mejor la obra cuantas más referencias localice. Esta manera pop-autoindulgente de entender la ficción, donde el significante se vasta y se sobra y, por tanto, la acumulación crea una falsa sensación de significado, sin que haya una reflexión creativa, posmoderna, que valide dicha aproximación a lo narrativo, es el eje que vertebra las producciones Marvel, algo de lo que no escapa La maldición del Hombre Lobo. Si se homenajea —concepto odioso donde los haya, no tanto per se sino por el uso que se le ha dado— el cine de monstruos de la Universal, sin duda lo primero que debe hacerse es pasar de la fotografía en color a la imagen en blanco y negro. Al mismo tiempo, se debe jugar con las luces y las sombras, creando un simulacro de regresión al cine clásico que es más estético, en su sentido más irrelevante, que compositivo, narrativo o tonal. La ficción, sus tics y sus lugares comunes, sigue siendo la misma, pero el traje que la engalana ha cambiado.

La maldición del hombre lobo

Y sin embargo, lo más relevante a nivel analítico probablemente sea constatar que este ejercicio de cosmética cinematográfica acaba provocando, casi más por inercia que por voluntad, imágenes con algo más de calado. Las limitaciones de una fotografía en blanco y negro fuerzan la construcción de imágenes algo más cargadas de contenido; la reducción, al menos parcial, de los recursos técnicos —para que el acabado recuerde al de las puestas en escena de la mentada época cinematográfica a la que alude—, provoca que haya que romperse un poco más la cabeza a la hora de poner en imágenes las escenas del guion. Por último, la imposición estética del juego con las sombras acaba provocando que en algún momento incluso se creen planos con cierta gracia. En otras palabras: si el mediocre estándar de nuestro presente cinematográfico, que tanto le debe al éxito del UCM, se caracteriza por un desprecio hacia las reglas compositivas y narrativas del Hollywood clásico, la vuelta a dicho canon acaba provocando imágenes algo más valiosas, algo que en todo momento parece un efecto involuntario, casi adverso a ojos de los creadores de Marvel, se podría argumentar.

Al mismo tiempo, esta circunstancia se manifiesta en los grandes gestos, en los planos que, como si portaran señales luminosas, nos indican a las claras que un proceso de imitación está teniendo lugar. Así, los recursos menos llamativos —primeros planos, montaje en plano/contraplano, planos de situación, etc.— se muestran tan inexpresivos como acostumbra a ser la norma en el estándar de Marvel. Es decir, a pesar de dichos cambios, que se confirman como modificaciones cosméticas —una nueva manera de dirigirse de manera cómplice al espectador—, estos apenas tienen relevancia en la construcción narrativa de la obra. De manera simbólica, y probablemente involuntaria, esta circunstancia se manifiesta en el final de La maldición del Hombre Lobo cuando, tras la pequeña aventura en el blanco y negro que ha sido el grueso del especial, tras esta visita a lo que en la productora parece entenderse por narración clásica, la imagen vuelve al color. Este gesto termina de desvelar las verdadras motivaciones del estudio, y de sus producciones televisivas. Por mucho que parezcan espacios de mayor creatividad, a la hora de la verdad se muestran como la versión empobrecida de las obras de clase A, aquellas que se proyectan en los cines. Por tanto, productos como La maldición del Hombre Lobo son en realidad más de lo mismo, pero con medios comparativamente minúsculos y ante los que existe la certeza de que sus raquíticas salidas del férreo esquema productivo de Marvel apenas tendrán relevancia real en el UCM.

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