La mujer de la montaña (Kona fer í stríð)
De maternidad y paisajes Por Javier Acevedo Nieto
Con De caballos y hombres (Hross í oss, 2013) Benedikt Erlingsson comenzaba a mostrar algunas de sus señas de identidad como cineasta. Un atinado ojo para el absurdo, capturando la impronta de un humor cercano a tonos negros con una escenografía donde brillaba la composición natural y el constante uso de travellings para envolver la historia de sus personajes. Erlingsson conseguía recrear un universo particular, poblado de individuos variopintos que nunca caían en el paroxismo habitual de quienes tratan de infringir a su obra el estigma de un realismo mágico exacerbado. Ese primer filme orbitaba alrededor de la relación entre el hombre y el caballo, fetiche y musa de afectos por parte de personajes que se paseaban orgullosos mecidos por el curioso trote de esa raza equina autóctona de Islandia. Erlingsson cosseguía separar algo que en narratología es bastante complicado: el tema del motivo. El tema de un filme evoca ese concepto o aspecto que sobrevuela todo el film, el motivo es un recurso que concreta ese tema en forma de significante audiovisual inserto en la trama. El tema de De caballos y hombres era esa relación del hombre con la naturaleza – recurrente en la filmografía islandesa reciente – y del hombre con su entorno social. Motivos había muchos, ese joven latino que enmascaraba la presencia del Otro y del racismo institucional o el caballo como ente cuasi femenino y objeto de mirada fetichista. El logro del director islandés estribaba en desplegar una mirada que observa y no juzga, y una ironía que le lleva a conquistar una planificación que ha hecho suya.
La mujer de la montaña (Kona fer í stríð, 2018) sigue esa senda previamente marcada. En esta ocasión Erlingsson narra la historia de Halla, una profesora de canto en un coro que en sus tiempos libres se dedica a sabotear a las empresas energéticas en un intento de manifestar su preocupación por la situación de deriva ambiental que atraviesa el planeta. Esa primera línea argumental presenta una adicional que se opone. Halla presentó los formularios para poder adoptar a un niño hace algunos años. Recibe una llamada y se le ofrece la posibilidad de acoger a una niña ucraniana. La actitud beligerante de Halla en defensa del medio ambiente es destructiva, y se contrapone frente a esa actitud maternal que es profundamente creadora. Con estos dos frentes psicológicos Erlingsson plantea un relato donde el tema y el motivo vuelven a ser los protagonistas, sin que uno solape al otro. El tema del individuo y la naturaleza emerge en la lucha de Halla contra el sistema. El tema del hombre y su entorno social cristaliza esta vez en una representación más irónica del ambiente y los personajes. La planificación audiovisual vuelve a estar ahí. Travellings de aproximación, composiciones geométricas donde las líneas de la naturaleza actúan de puntos de tensión y una constante de primeros planos, a camino entre un humanismo empático y el hieratismo de un filme de Roy Andersson. Erlingsson parece más preocupado esta vez por la crítica que por las necesidades de su personaje protagonista. El influjo de Ruben Östlund está patente en la gestión que Erlingsson hace del segundo plano y de la anécdota. Televisores que muestran en segundo plano ríadas e inundaciones, noticiarios que hablan del “terrorismo” ecológico de esa misteriosa mujer de la montaña. La anécdota escondida en diálogos triviales que acaban por tornarse surrealistas.
Después del tema el motivo. Quizá una de las razones que puedan justificar el visionado de la obra de Erlingsson es su vocación por construir un universo propio y cerrado, con su propio código audiovisual. Wes Anderson ha trazado una filmografía en la que dentro de ese universo uno tiene la sensación de que personajes de distintos filmes podrían estar en el siguiente, una comunicación entre obras. Erlingsson parece interesado en esa idea de construir un cosmos a partir de esa visión irónica y empática de Islandia. Tanto que repite el motivo del joven latino, con el mismo actor y la misma actitud. Un alivio cómico al que detienen, maltratan y es objeto de ese racismo velado que Östlund y ahora Erlingsson cristalizan casi de pasada. Asimismo, La mujer de la montaña encuentra el culmen de ese universo expresivo cerrado en el uso narrativo de la música. La fuente de la música siempre es diegética, aunque debería ser extradiegética. ¿Qué pintan un grupo de músicos islandeses en medio del paisaje tocando música y relacionándose tácitamente con los personajes, apareciendo incluso en sus hogares?, ¿y un grupo de interpretes de folclore ucraniano? Erlingsson ironiza con la función extradiegética incluyéndola en el plano diegético de la narración. Un motivo narrativo que funciona y sirve para visibilizar el conflicto entre Halla e Islandia a partir de los músicos islandeses y el deseo dramático de Halla de adoptar a la niña ucraniana, representada por las cantantes ucranianas. Son una extensión de la psicología del personaje y subrayan de manera elocuente y surreal los impases climáticos de ciertas escenas.
Por lo tanto, La mujer de la montaña es un filme que prolonga un universo expresivo a partir de un código que empieza a hacerse homogéneo. Una protagonista fragmentada por dos líneas argumentales, la existencia de una ironía que ya no humaniza como en su primer filme sino que se muestra más afilada y un peculiar uso de la música como motivo narrativo para señalar esos dos grandes temas que empiezan a enmarcar la filmografía de Erlingsson. Probablemente haya sido el filme más aplaudido por el público en esta SEMINCI, lo cual es comprensible por la habilidad de Erlingsson para enmascarar su ácido retrato sobre el estado de las cosas en clave cómica y reivindicativa, apuntando a temas y preocupaciones que van más allá de la del folclorismo, la burguesía, el capitalismo o la sátira sobre el arte, otros de los tópicos vistos en esta edición del festival. De caballos y hombres era un ejercicio más audaz y personal, en el que el humor estaba acompañado de las suficientes dosis de lirismo en esa relación entre naturaleza y hombre, y La mujer de la montaña no consigue traspasar esa barrera empática, quizá debido a la actitud beligerante de Halla y el escaso o nulo arco de su personaje. Esa mujer que esgrime el arco y la mirada atenta, cuyo nombre proviene de una bandolera islandesa del siglo XVII, y que sobrevive en la tundra bajo la mirada de es banda de música que desafía la percepción del espectador. El universo de Erlingsson sigue creciendo y resultando lo suficientemente estimulante, y en este caso se depura pese a perder algo por el camino.
Otra vez al rescate de un cineasta, conocido en circuitos festivaleros de todo el mundo, pero al que el mundo quizá no conozca también, salvo, imagino, sus compatriotas. Por tanto carne de «intelligentsia», y que tú, compañero, nos lo haces más cercano, de alguna manera, también utilizas un travelling de aproximación narrativo para enfrentarnos con un mundo y una manera de ver ese mundo apasionante. Y lo es porque, la forma de describirlo, con tus pertinentes citas, tus detalladas descripciones formales, el protagonismo de tus conclusiones, conforman un poderoso recorrido del que es muy complicado salir, sobre todo, si ya has dado el primer paso narrativo.