La Paz
Radiografía de la tristeza Por Belén Sagredo
No se puede encontrar la paz, evitando la vida, Leonard
Buenos Aires, años 40. Una modista de barrio recibe el encargo de confeccionar un vestido para su admirada artista Libertad Lamarque. Una honrosa encomienda que se transforma en motivo de conflicto interior para la costurera cuando la mismísima Evita se encapricha del mismo vestido, obligando a ésta a decidir a quién de las dos irá a parar el codiciado atuendo (Nada del Amor me produce envidia, Santiago Loza, 2008). Buenos Aires, 2013. La ciudad, repuesta de la resaca pos elección del Papa Francisco y la sacudida (positiva para algunos, negativa para otros) que ésta supone, acoge de nuevo la obra escrita por Loza que ya había dirigido Diego Lerman (Tan de repente, 2002), en esta ocasión de la mano de Alejandro Tantanian. La sensación generalizada tras ver la obra, la mía también, es de haber asistido a un gran espectáculo teatral que revisa la historia argentina y vuelve sobre algunos de sus ídolos pasados a la vez que personalmente me descubre al innovador y talentoso escritor autor del texto de la representación.
Es obvio que la Argentina en que se enmarca la obra teatral poco tiene que ver con ésta del siglo XXI. Ésa que, como toda nación, resurge de las cenizas de su pasado más doloroso y se reinventa convirtiéndose en la que es ahora. La misma que cuenta con el ¿honor? de ser la nación que más psicólogos posee por habitante 1, y sobre la que el dramaturgo y director de cine cordobés vuelve la mirada a través de su protagonista Liso, en la cinta ganadora del premio a la “mejor película argentina” en el BAFICI 2013: La Paz.
A Liso (Lisandro Rodríguez) no le pasa CASI nada: es joven, guapo, vive en una familia acomodada, su familia le quiere, se preocupa por él, no tiene problemas económicos, ni de trabajo, triunfa entre las mujeres… lo ÚNICO que le ocurre es que está triste. Pero en este caso, como en otros, las puntualizaciones son la clave: el casi es mucho y lo único lo es todo.
La tristeza de Liso, vestigio probablemente de algún otro desorden afectivo o mental que le lleva a ser internado en ese psiquiátrico del que recibe el alta coincidiendo con el inicio de la película, define cada una de sus acciones y relaciones personales a lo largo de la cinta.
No conocemos las razones del estado del protagonista que actúa como catalizador del resto de personajes. Pero sí las consecuencias: su vano intento de desapego hacia una madre sobreprotectora, obsesiva, asfixiante y sumamente condescendiente (Andrea Strenitz):
Si vos no querés trabajar más, si no querés estudiar, si no querés hacer más nada, me lo tenés que decir. Va a estar bien. Lo que hagas y lo que no hagas. Y si no querés vivir más también me lo tenés que decir”
O bien, el choque radical con un padre preocupado (Ricardo Félix) que no empatiza o no comprende la enfermedad que aqueja a su hijo:
¿No te interesa nada? No se puede vivir si no tenés un interés. Arruinaste todo, te hacés el loquito, no ponés voluntad. Yo también me canso a veces, ¿sabes?
Y el acercamiento necesario a las personas (mujeres todas) que representan la antítesis de esa vida aburguesada de la que éste se siente preso y desea huir, personificadas en su abuela (Beatriz Bernabe), en la prostituta a la que recurre (Fernanda Pérez Bodria) y en su mucama Sonia (Fidellia Batallanos Michel).
Loza radiografía así, sin sutilezas pero con honestidad, la pandemia de la era moderna: la falta de expectativas, la desilusión y la tristeza a través del viaje introspectivo y catártico de su protagonista, en el que se pueden advertir rasgos autobiográficos del propio director víctima también, y como el mismo ha reconocido, de una depresión hace años.
Sin juzgar ni valorar a sus personajes, observándolos únicamente y ofreciéndoles, dadivosa y quizás utópicamente, la posibilidad de evolucionar, de crecer, de comprender y comprenderse, de ser mejores.
Y todo sin perder la oportunidad de, más que retratar, cuestionar a través de su mirada a la sociedad estamental argentina con evidentes y cuantiosas diferencias entre la clase rica a la que pertenece el protagonista y la obrera a la que pertenece Sonia y cuya ciudad natal, la capital boliviana, le sirve a Loza para dar título a su película como muestra de su compromiso.
La Paz, la ciudad, como metáfora de una salvación que es posible desde la visión esperanzadora de Loza quien, a pesar de ciertos golpes efectistas, evita caer en la superficialidad de otras propuestas recientes que también utilizan las enfermedades mentales y la posibilidad de recuperación como leiv motiv de su argumento pero que acaban resultando insultantemente simplistas como la penúltima película de David O. Russell, El lado bueno de las cosas (Silver Linings Playbook, 2012).
Se trata ésta, por lo tanto, de la obra más redonda y personal de un autor preocupado tanto por su tiempo y los problemas que le oprimen como por un país cambiante en constante evolución, como ya había demostrado en sus anteriores películas, como la interesantísima y hermosa Los Labios (Iván Fund, Santiago Loza, 2010).
Pero La Paz es, sobre todo, la constatación de que (afortunadamente) existe un cine argentino con infinitas posibilidades creativas y estilísticas más allá de Pablo Trapero (Elefante Blanco, 2012) o Campanella (Futbolín, 2013) que no deja de superarse a sí mismo. Uno que, en la última década, han revitalizado con cada nueva obra algunos de sus autores más particulares como el mencionado Lerman (La mirada invisible, 2010), Santiago Mitre (El estudiante, 2011), Natalia Smirnoff (Rompecabezas, 2009), Juan Minujín (Vaquero, 2011) o Lucrecia Martel (La mujer sin cabeza, 2008) entre otros. Y donde Santiago Loza se consolida como autor de referencia y director al que no perder de vista.
- Según recoge un artículo del periódico norteamericano, The Wall Street Journal, documentado en un estudio de Investigación de Modesto Alonso y Paula Gago, Argentina encabeza el ranking mundial de psicólogos per cápita con 145 profesionales por cada 100.000 habitantes. MOFFET, Matt (2009): “Its GDP IsDepressed, but Argentina Leads World in Shrinks Per Capita”, The Wall Street Journal. 19 de octubre de 2009. ↩