La piedra de la paciencia
Si puedes respirar, puedes aguantar la respiración Por Fernando Solla
“Y le empecé a pasar la mano poco a poco por el vientre
porque era mi pobrecito inválido y, con la cara contra su espalda,
pensé que no que quería que se me muriera nunca y le quería decir
lo que pensaba. Que pensaba más de lo que digo y cosas que no
se pueden decir. Y no dije nada…”
Escasos segundos necesita la cámara para ponernos en situación. Una pared desconchada, unas sufridas cortinas, de tela azul, cuyas involuntarias arrugas parecen emular el oleaje del agua del mar, unos pájaros (des)dibujados que vuelan en libertad… Y de repente una mosca se posa sobre ellos. Y ya están todas las cartas sobre la mesa. ¿Podrá la mosca evitar ser aplastada y volar despreocupada junto a los pájaros que libremente surcan el cielo? ¿No será que esos pájaros no son más que palomas, especie que no suele despertar demasiada simpatía entre la mayoría de nosotros, y que tampoco vuela demasiado alto, mendigando en bandada para combatir su hambruna? ¿Será que la mosca necesita batir sus alas con fuerza y valor para librarse de un peso que la oprime y mediante una especie de metamorfosis catártica convertirse en paloma y huir volando? De metáforas y alegorías, de gritos silenciosos, de monólogos interiores expresados en voz alta… De todo esto es de lo que vive una película como La piedra de la paciencia, tercer largometraje del conocido escritor Atiq Rahimi, que llega a nuestras pantallas para denunciar e intentar romper con ciertos tabúes imperantes en la sociedad islámica, pero suficientemente universales como para que el público internacional participe en primera persona.
No es la primera vez que Rahimi se encarga de dirigir una película basada en una de sus novelas. En 2004 hizo lo propio con Tierra y cenizas (Khakestar-o-khak), adaptando su manuscrito homónimo publicado en el año 2000 y con el que se llevó el premio Regard vers l’Avenir en el Festival de Cannes. Debemos agradecerle su colaboración en la empresa mediática afgana Moby Group, donde además de encargarse de Raz ha een Khana, la primera telenovela afgana, impulsa mediante la enseñanza a jóvenes y futuros cineastas y guionista de Afganistán. Con La piedra de la paciencia, triunfó en el Festival de Gijón 2012, llevándose el premio a la mejor actriz para Golshifteh Farahani, el Fipresci y el premio del Jurado Joven al mejor largometraje. Sirva este breve párrafo no tanto para encumbrar la figura de Rahimi, que como cineasta todavía tiene mucho que demostrar, sino para destacar su nombre como uno de los nombres a tener en cuenta dentro de una industria cinematográfica todavía en construcción como es la afgana.
Como comentamos en el caso de La bicicleta verde (Wadjda, Haifaa Al-Mansour, 2012), La piedra de la paciencia es cine que mira al futuro desde su presente más inmediato.
Rahimi también ha participado en un guión cuyo máximo responsable ha sido Jean-Claude Carrière, destacado guionista (y actor) francés, que colaboró con Luis Buñuel. Mucho más recientemente, la colaboración de Carrière con Fernando Trueba propició uno de los mejores (y con una taquilla mucho más modesta de lo que merecía) títulos del año pasado, El artista y la modelo (2012). ¿Por qué esta enumeración para constatar la relación del guionista con la cinematografía española?
Porque quizá es algo necesario para entender la influencia de nuestra literatura en la obra homónima en que se basa la película de Atiq Rahimi, ya que su novela parece estrechar tanto líneas argumentales como formales con La plaça del diamant (Mercè Rodoreda, 1962), ya que al igual que la Natàlia, o como preferimos llamarla, Colometa, la mujer (al igual que todos los personajes, anónima, sin nombre) protagonista de La piedra de la paciencia recupera su vida una vez ya la ha vivido, haciéndola suya, comprendiéndola y superándola, a través de un monólogo interior narrado exclusivamente en primera persona que, como no podía ser de otra manera, en su traslación cinematográfica se ha exteriorizado y verbalizado en voz alta. Una vez más, no entenderemos el mundo, el nuestro o cualquier otro, hasta que no encontremos los nombres, adjetivos y verbos adecuados para empalabrar la realidad, algo que de paso la acerca a Cinco horas con Mario (Miguel Delibes, 1966). Allí Carmen Sotillo (o para los que ya la conocemos, Menchu) aprovechaba la víspera del entierro de su marido para velarlo y de paso recriminarle todas las infelicidades posibles al hombre, de cuerpo presente, para terminar dándose cuenta que, en gran parte, la culpable de su desdicha es ella misma. La influencia de Delibes termina aquí, pero no la de Rodoreda, ya que la secuencia en que la protagonista recuerda a su padre, capaz de hipotecar sus bienes e incluso a una de sus hijas, en beneficio infructuoso de su cría de codornices de pelea, parece sacado fotograma a palabra del capítulo en que Colometa renegará de la cría de palomas de su marido y sacudirá sus huevos para evitar el nacimiento de futuras crías. Sea fuente de inspiración, homenaje o tributo, un recurso no por recurrente menos efectivo, en definitiva, universal.
Aquí, el marido no estará muerto, sino en coma. Un coma producido por el impacto de una bala en el cuello. Veremos las penurias de la mujer (Golshifteh Farahani) para cuidar de sus dos hijas y de su marido (Hamid Djavdan) en mitad de un conflicto bélico. Una vez más, la batalla más sangrante y cruenta será la interior. Su diatriba que cuestionará el por qué y el sentido de su sumisión. Para mostrar otros puntos de vista, encontramos el personaje de la tía (Hassina Burgan), regente de un burdel, y de un joven e inexperto soldado (Massi Mrowat), que abrirá las posibilidades sentimentales de la protagonista. Y aquí el problema. Tanto la exposición del mito “syngué sabour”, o la piedra de la paciencia (no haremos spoiler y dejaremos que el espectador lo descubra durante el visionado de la película) como la evolución de los personajes, salvo la mujer protagonista, es artificioso cuando no reduccionista o arquetípico. Algo necesario para que la mujer pueda desarrollar todos los estados de ánimo por los que pasa su personaje y que en la novela hemos podido constatar lo efectivo de su resultado, pero que en la versión cinematográfica corre el peligro de contradecir su propio alegato antibelicista y su apoyo por la emancipación en todos los sentidos de la mujer, ya que por momentos parece que la única manera de conseguir la libertad es a través de la prostitución, algo que más desarrollado y mejor explicado, aportaría un interesantísimo punto de vista, que conseguiría transgredir, cuestionar, incomodar y reflexionar, en definitiva, la finalidad de la película.
Quedémonos pues con la interpretación de Golshifteh Farahani, valor imprescindible de La piedra de la paciencia, así como la pequeña pero emotiva aportación de Massi Mrowat, como el soldado sexualmente inexperto, que aprenderá a través de esta práctica cómo debe tratar a una mujer. Interesante aunque algo convencional la fotografía de Thierr Arbogast en su retrato de interiores, cerrando y asfixiando los planos hasta colocarlos al mismo nivel que el estado anímico de la protagonista. Finalmente, no queda más que anotar el nombre de Atiq Rahimi, alguien que aunque de momento valoremos más como escritor que como cineasta, estamos seguros que nos ofrecerá interesantes y comprometidos títulos en un futuro.