La reconstrucción
Tarauto vuelve a sentir Por Enrique Campos
Juan Taratuto, ese director que le disputó a Daniel Burman durante dos minutos el trono de la comedia porteña esmerándose en el noble arte de trazar enredos sentimentales, siempre tan agradecidos. Eran los días de No sos vos, soy yo (2004). Pero pasaron los dos minutos. Fue lo que tardó en repetir la fórmula, rebajando considerablemente el punch. Mientras Burman se mostraba reacio a jurar amor eterno al género bufo y, a imagen y semejanza de su idolatrado Woody Allen, prefería extraer la risa del drama, Taratuto insistió en un par de comedias ligeras nada memorables. Comedias para olvidar en un domingo de resaca.
Renovarse o morir, dicen. Sea ese el motivo de la reinvención de Taratuto, sea una morrocotuda crisis personal, lo importante es la consecuencia. Mucho menos que aquellos dos minutos compartiendo cetro con Burman emplea el director bonaerense en evidenciar el cambio de traje. Su sospechoso habitual, Diego Peretti, circula –más bien vaga- por una carretera cualquiera del cono sur e ignora los gritos de auxilio de unos accidentados. ¿Van a contarnos Taratuto y Peretti la historia de un grandísimo cabrón? No. Van a contarnos la historia de un grandísimo depresivo que ha desconectado del mundo y de todos los seres que lo habitan.
El rostro impertérrito de Peretti, otras veces cargante, aquí se torna en santo y seña de la dinámica que sigue La reconstrucción.
Fuera los diálogos ácidos, fuera el ritmo de sitcom, fuera el bullicio de Buenos Aires. Algo se ha helado dentro del protagonista de La reconstrucción y Taratuto elige el escenario ideal; las infinitas llanuras siempre bajo cero de la provincia de Ushuaia. Se impone la pausa. Un hombre que vive por pura inercia, un robot de sangre caliente. Paradójico (o no): si cualquiera de los personajes de No sos vos, soy yo, ¿Quién dice que es fácil? (2007), Un novio para mi mujer (2008), hubiera perdido en circunstancias penosas a ese amor con el que se la prometía tan felices el resultado sería el que nos transmite la mirada vacía de Peretti: un “sin ti no soy nada” galopante. Sólo la fuerza mayor puede reconstruir lo que queda tras el huracán. ¿Qué tal la muerte de tu único amigo en este mundo, el único que sigue preocupándose por ti aunque tú ya no te preocupas por él, y la obligación moral de echarles un cable a su mujer y sus dos hijas adolescentes? Digamos reconstrucción, digamos redención.
El marco es importante en La reconstrucción, los tonos también, pero es el contenido lo que separa el folletín lacrimógeno de media tarde de historias mínimas de inmenso calado. Como en Monster’s Ball (Marc Forster, 2001), como en (precisamente) Redención (Paddy Considine, 2011), no se trata tanto de escapar del pozo hacia un mundo de gominolas y unicornios como de reunir a dos corazones devastados para hacer la vida menos insoportable. Cambiar el rostro neutro de Peretti por un sutil esbozo de sonrisa. Y quizá un polvo catártico como aquel de Billy Bob Thornton y Halle Berry. “Hazme sentir”, le suplicaba Berry. Volver a sentir, esa es la cuestión, y Taratuto la desgrana hasta hacerla entendible incluso por un bosquimano.