La reina de los lagartos

Apuntes para después de la comedia Por Héctor Gómez

En una frase atribuida tradicionalmente a Blake Edwards 1, este decía: “no hay nada que estropee más a la comedia que definirla”. Lo que el director de El guateque (The Party, 1968) intuía –como tantos otros maestros del cine, desde Chaplin a los Coen, de Tex Avery a los Monty Python–, es que intentar explicar cómo funciona la risa es tan fútil que ni siquiera merece la pena intentarlo. Y así, en lugar de perderse en profundas explicaciones, tal vez lo mejor sea sumergirse en el proceso alquímico mediante el cual determinadas imágenes provocan en el espectador una reacción tan inasible como mágica, que genera en nosotros una cadena de acontecimientos psicológicos y fisiológicos que de alguna manera entroncan con el instinto preconsciente, y es, por tanto, incontrolable. Por eso, no es de extrañar que Jorge de Burgos se cuidara tanto –hasta niveles extremos­– de proteger a sus hermanos monjes del segundo tomo de la Poética de Aristóteles en El nombre de la rosa de Umberto Eco (1980): “¿Qué pasará si los hombres doctos declaran que es permisible reírse de todas las cosas? ¡Si podemos reírnos de Dios, el mundo desembocaría en el caos!”.

Hoy en día, por suerte, las apocalípticas palabras del monje ciego no tienen el calado que Eco imaginó que sí podrían haber tenido en la Europa medieval. Sin embargo, los mecanismos de la risa siguen escritos en lenguaje arcano. El posmodernismo ha acabado con muchas cosas, entre ellas con la propia definición de lo posmoderno, que se ha convertido en un significante vacío, en una fosa común donde depositar los cadáveres de las antiguas certezas, mientras la tierra tiembla bajo nuestros pies. En este contexto líquido, como diría Bauman, la comedia se convierte en la punta de lanza de propuestas experimentales que indagan –o mejor dicho, extraen– las nuevas e infinitas posibilidades estéticas que la globalización y el imperio de las redes sociales han instaurado. En este nuevo Nuevo Régimen, hasta las propuestas al margen acaban por encontrar vías de infiltración en el discurso mainstream, casi siempre para acabar siendo fagocitadas por este y convertidas en lacayos que disfrazan de una supuesta e impostada irreverencia sus servidumbres al sistema. Pero en un mundo de Broncanos y Quequés también hay Burnin’ Percebes, cuya propuesta visual, ecléctica y desfasada como la realidad en la que nos movemos, todavía no parece haber sido devorada.

La reina de los lagartos

En su tercer largometraje –si incluimos en esta lista Searching for Meritxell (2015) e Ikea 2 (2016), películas que rondan la hora de duración– los Burnin’ Percebes (marca tras la que están Juan González y Nando Martínez) parecen querer dar una vuelta de tuerca a sus trabajos anteriores. En La reina de los lagartos (2019) optan por primera vez por huir del digital de sus anteriores películas y lanzarse de pleno a la experimentación retro con el formato Super 8. Así, contemplar un largometraje en Super 8 con los ojos de 2020 no deja de ser un ejercicio de arqueología visual que inevitablemente hace pensar en la fragilidad del soporte, al mismo tiempo que provoca un efecto inevitablemente hipnótico, el de ver las imágenes tal y como lo hicieron durante años las generaciones anteriores, mucho antes de que los filtros de Instagram tamizaran la realidad hasta hacerla trizas.

Sin embargo, la elección de un nuevo soporte no es el elemento más destacado de La reina de los lagartos. No en vano, a lo largo de toda la filmografía de Burnin’ Percebes, ya sea en sus cortometrajes o vídeos para YouTube y otras plataformas, ya se observa la indiferencia de estos creadores a la hora de elegir formatos y propuestas visuales. Como buenos nativos digitales cuya educación visual ha consistido en mamar de la teta de Muchachada Nui, Miguel Noguera o Venga Monjas, en los trabajos de Burnin’ Percebes cabe todo, desde la experimentación con el 3D chusco hasta el uso irónico de mecanismos como las sobreimpresiones o las pantallas partidas, pasando por el autotune y hasta por el WordArt. Por eso, decíamos que el Super 8 no puede entenderse como una evolución concreta, sino como un medio más que Burnin’ Percebes han escogido para narrar la peculiar historia de La reina de los lagartos, una película que sí se diferencia de sus precursoras al centrarse más en dos personajes principales (interpretados por Bruna Cusí y Javier Botet) y prescindir en gran medida de la galería de secundarios extremos que poblaban sus películas anteriores. No obstante, sus directores sí que vuelven a incidir en la idea de las relaciones amorosas contranatura –en este caso una madre soltera tiene una relación con un príncipe lagarto de un universo lejano que ha tomado forma humana, como en Searching for Meritxell una de las protagonistas se quedaba embarazada de Satanás–, utilizando este elemento para darle un envoltorio fantástico a una historia costumbrista con la que todo el mundo podría sentirse identificado. Porque, en el fondo, La reina de los lagartos habla de lo que sucede cuando en una pareja uno de los dos quiere dejarlo, pero las circunstancias le obligan a seguir adelante contra su voluntad. Solo que, en este caso, las circunstancias sean haber engendrado al futuro Rey Lagarto que dominará la Tierra.

En una frase de Kant recogida por Henri Bergson 2, el filósofo alemán dice que “La risa proviene de una espera que súbitamente se resuelve en nada”. Y Burnin’ Percebes parecen haber hecho suya esa máxima como si fuera un mantra. Su cine es un cine del anticlímax, y su comedia está basada en el alargamiento deliberado de las situaciones hasta convertirlas en incómodas, cuando no directamente insoportables, ya sea con el protagonista de Searching for Meritxell lamiendo unos cojonazos en un glory hole o con el de Ikea 2 haciendo un striptease patético ante su novia menor de edad. Las películas de Burnin’ Percebes se lo juegan todo a la carta del extrañamiento y la vergüenza ajena, encontrando en ese difícil (y a veces irregular) equilibrio una conexión evidente con toda una generación que se ha criado con un posthumor que bebe de lo absurdo de la vida cotidiana, y que directores como Juan Cavestany recrearon de forma magistral en los sketches de Gente en sitios (2013). Burnin’ Percebes enlazan con esta genealogía imposible del posthumor en España sobre la que es muy complicado pontificar, de tan maleable y porosa, pero que de alguna manera ha sabido conectar con una generación que combate la inestabilidad y la precariedad con una ironía iconoclasta y, en muchas ocasiones, superficial. Pero también, como prueba la parte final de La reina de los lagartos, llena de una inesperada ternura.

La reina de los lagartos D'A
  1. Recogida, por ejemplo, por Manuel Garín en Garín, Manuel. El gag visual. De Buster Keaton a Super Mario. Madrid, Cátedra, 2014, p. 7
  2. Bergson, Henri. La Risa. Ensayo sobre la significación de lo cómico. Madrid, Alianza, 2008, p. 65
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