La tortuga roja
Un instante en la eternidad Por Samuel Lagunas
Michaël Dudok de Wit es un nombre insólito en el universo de la animación. Cuando lo usual es consolidar una carrera con la realización de numerosos largometrajes a lo largo de muchos años, el holandés Dudok de Wit (1953-) necesitó sólo de 9 minutos para asegurar su sitio en la historia. El cortometraje se llamó Padre e hija (Father and daughter, 2000) y contaba por medio de trazos simples y expresivos una historia entrañable sobre el amor y la pérdida, sobre la vida y la muerte. Su capacidad de condensación del tiempo fue notable al transmitir al espectador toda la vida de un personaje en pocos minutos sin que el recurso luciera forzado o sin que quedara la sensación de que algo había sido olvidado en el tintero. Uno de los tantos que quedaron encantados por la obra maestra de Dudok de Wit fue el director estrella de Studio Ghibli, Hayao Miyazaki, quien de inmediato expresó sus deseos de colaboración con el animador europeo. Dieciséis años más tarde, ese anhelo se vio cristalizado aunque, al final, Miyazaki se mantuviera sabiamente al margen de la cinta y fuera Isao Takahata el emisario de Ghibli en el equipo de producción. El resultado fue La tortuga roja, reconocida ya en el Festival de Cannes 2016 y que apenas este 2017 comienza su recorrido por las carteleras del mundo.
El argumento es simple e intrigante: sin recurrir a un solo diálogo, Duduk de Wit narra la vida de un hombre que naufraga en el océano en medio de una tormenta y logra llegar a una isla solitaria de la que intentará escapar tres veces, pero en cada ocasión un extraño ser impedirá su partida destruyendo abruptamente su cada vez más reforzada balsa. En la última ocasión el hombre descubrirá que es una tortuga roja la que, por algún inquietante motivo, se obstina en obstaculizar su vuelta a casa. Hasta aquí, el animador holandés sienta las bases desde donde desarrollará su apasionante y enigmática trama: en los primeros minutos de la cinta, acaso los más fatigosos y desesperantes, el hombre descubre su soledad al mismo tiempo que ve dinamitarse las fronteras entre el sueño y la vigilia, entre la realidad y el deseo para insertarse en un tiempo cíclico y esquivo. Cuando la historia avanza y la tortuga adquiere protagonismo, las posibles referencias empiezan a acumularse en la mente del espectador y éste se ve tentado a especular hipótesis: desde aquel inevitable vínculo con los náufragos por antonomasia, Odiseo, Gulliver, Crusoe, o las resonancias míticas que van de Calipso y las sirenas a la primigenia tortuga oriental que da a luz a todos los seres, hasta un posible paralelismo con la alegórica ballena de Moby Dick o una más aventurada y azarosa relación con cintas coetáneas como Un cadáver para sobrevivir (Swiss army man, Dan Kwan, Daniel Scheinert, 2016), muchas cartas quedan expuestas sobre la mesa y, sin duda, se abren como caminos viables para las numerosas interpretaciones que pueden desprenderse de La tortuga roja.
No obstante, hacia la mitad de la cinta Dudok de Wit se concentra en crear y desarrollar su propia mitología (tan elemental como contundente) mientras nos introduce con emotividad a la edénica relación que se establece entre un hombre, una mujer y, en un segundo momento, su hijo, acompañados siempre por la prudente banda sonora de Laurent Perez del Mar que en ocasiones consigue expresar lo que los personajes no hablan. Al igual que en el corto Padre e hija en La tortuga roja Dudok de Wit esboza toda la vida de una familia, con sus retos, duelos y alegrías, en escasos treinta minutos dándonos un retrato de cada personaje lo suficientemente hondo para sentir con ellos cada acontecimiento, desde lo más cotidiano hasta lo más excepcional. No obstante, La tortuga roja no cuenta nada más cómo un hombre solo rehace su vida en una isla en medio de la nada; además, gracias a la inteligencia de su guion y al simbolismo de su narración, la historia se eleva a proporciones universales en lo tocante a la relación que el hombre guarda con el medio natural que lo rodea. Ambos cohabitan un mismo espacio físico, ambos se limitan, se violentan y se enriquecen, pero uno representa un pequeño instante en la vida del otro: el hombre es un instante en la sempiterna vida del planeta, parece colegirse de toda la cinta, y esa quizá sea la lección más importante, aunque sea el camino que nos conduce hasta ella el que merezca recorrerse ya que en él se condensa, con un genio poco usual en la animación, toda la violencia y belleza de la vida sin patetismos ni exacerbaciones.
Hay en La tortuga roja temas que han interesado al Studio Ghibli desde sus comienzos: la relación del hombre con la naturaleza, la intromisión de la catástrofe en la vida cotidiana, la dimensión sobrecogedora y numinosa del escenario natural que posibilita la irrupción de los elementos fantásticos y una profunda reflexión sobre los vínculos familiares. No obstante, la cinta construye un tono propio gracias a su paleta de colores bastante estival, al dibujo mucho más cercano al cómic franco-belga que al manga japonés, al peso específico narrativo y dramático que lleva la música y al desinterés del director por todo elemento referencial o localista; no significa que estos elementos sean exclusivos de Dudok de Wit, pero sí que en La tortuga roja ha logrado amalgamarlos de una manera que difícilmente volverá a repetirse: La tortuga roja puede, al igual que su personaje central en la vida de la tortuga, ser un instante en una historia que la excede, sí (la de la animación), pero un instante inolvidable.
buena pelicula ,la tortuga roja .te hace refreccionar de donde venimos, y en que nos emos convertido.un saludo
Como siempre solo existe la relación con la naturaleza y el ciclo de la vida, desde el punto de vista machista y androcentrista!
Lamitad del planeta tiene relaciones y familia momarental, homosexual, intersexual y a este mundo lxs bebes pueden llegar a partir de la union de dos mujeres!!!!!!! es muy fácil rodearlo de una isla desierta en la que no hay nada ni nadie para cuestionarlo y ponérselo así de fácil a grupos extremistas pro-familia tradicional y heteropratiarcal y de ese modo seguir perpetuando la irracionalidad de mundo en el que vivimos.
El SER HUMANO (y no el hombre), es una parte más que está integrada en la naturaleza por supuesto claro que sí, el mesaje de la película es precioso, pero todo lo demás sobraaaaa!!!
A ver si evolucionamos de una vez!
Que por tener polla, no se es más!!!!!!
¡Preciosa nota! Pudiste captar muy bien la belleza delicada que esconde la película 🙂