La tumba de Bruce Lee

La vida sin corte Por Jose Cabello

En el existencialismo de Sartre, la propia existencia precede a la esencia. Es decir, Sartre considera al ser humano un ser consciente de su propia vida, condenado a desarrollar su existencia en libertad. En la sed continua del callejeo de nuestra existencia, buscamos la fuente que sacie, de una vez por todas, el eterno rompecabezas del significado de la vida. Si, sin motivo aparente, quedásemos encerrados en una habitación junto a dos desconocidos, el esfuerzo de los tres iría en la dirección de localizar un hipotético vínculo que dotara de razón al encierro. Justo ésta es la disyuntiva que tratan de resolver los tres personajes en la obra de Sartre, A puerta cerrada (1944). Personajes sin vida, empujados a un habitáculo lúgubre y sofocante, como alegoría del infierno, donde solo existen ellos tres. La convivencia trae diálogos sobre lo que eran y lo que son, reflexiones sobre su vida anterior y el porqué de su desgracia, en un halo similar a la atmósfera irrespirable del camarote donde se reunían los fugitivos en el submarino de Los Malditos (Les Maudits, René Clément, 1947). También queda latente en A puerta cerrada, cómo el autor entendía la sanción para el Hombre, como mochila de responsabilidad ineludible a la hora de tomar sus propias decisiones.

Julián y Lorena viajan a Seattle en La tumba de Bruce Lee con dos objetivos en las Antípodas. Ella, pretende desarrollar su expresión corporal a través de un seminario de coaching. Él, mitómano de Bruce Lee -hasta en el corte de pelo-, explora la ciudad a la búsqueda de la tumba del actor. En el camino hasta la meta encuentran, por separado, a Claude, un charlatán con pretensiones de cura en homilía que forzará a la pareja a reflexionar sobre sus propósitos individuales. Claude, representado como partícula de Dios, entrena a Julián en la desmitificación del héroe, critica la mitomanía arbitraria y describe el proceso de transformación de héroe a mundano. El héroe debe abandonar su condición de semidiós debido a lo antinatural de vivir acostumbrado a una realidad donde siempre cumple el rol de campeón. Claude resume su sermón en lo valioso de hallar la mediocridad.

La tumba de Bruce Lee

Al mismo tiempo, Claude entrena a Lorena instruyéndola en técnicas de expresión corporal, conocimiento que ella anhela con el fin de mejorar y convertirse en una líder de su negocio. Juntos divagan sobre la importancia de la creación de gestos hasta llegar a concluir que el ser humano moderno abandonó la idea de crear gestos para empezar a imitarlos. Si el discurso a Julián enaltece lo vulgar, el alegato a Lorena defiende la ruptura de un comportamiento estándar para no ser encasillado a ojos de los demás. Pero, a pesar de las divergencias de identidad en cada miembro de la pareja, Lorena personifica la ambición, mientras Julián tiene preocupaciones más triviales, y para ambos, el infierno, entendido como el castigo en sus vidas, no lo representa el yo interior, como sería lo propio en el sentido de culpa que nos inculca la religión católica, sino que proviene del exterior. El infierno son los demás, como Sartre dijo a lo largo de su obra. La mirada del otro será la que nos condene en la eternidad, y ese sufrimiento derivado de la sentencia ajena justificará y será -casi- la causa primera de la existencia del yo.
La tumba de Bruce Lee transita por un Seattle de la periferia varado en el limbo del espacio-tiempo, dejando sumidos a Julián y Lorena en idéntica vigilia que la guarecida en A puerta cerrada de Sartre.
Los personajes merodean sin rumbo y sin aparente descanso. Si en la obra de Sartre los prisioneros ya no pueden satisfacer la necesidad fisiológica del sueño, lo que el autor llama “la vida sin corte”, en La tumba de Bruce Lee, los encuadres de la cámara mientras la pareja descansa sugieren un plano similar al de Paranormal Activity (Oren Peli, 2007), tensando el ambiente del dormitorio, sin descanso real. Al mismo tiempo, en lo perpetuo de la existencia, tanto en la película como en la obra de teatro, se introduce la figura del brazo ejecutor, un paralelismo hallado también en el documental Queridísimos verdugos (Basilio Martín Patino, 1977), donde tres pobres diablos de la España franquista relatan sus quehaceres diarios condenándose más entre ellos de lo que la propia sociedad haría. Quizás lo obvio en La tumba de Bruce Lee sería nombrar como verdugo de Lorena a Julián, y de Julián a Lorena. Y en determinados momentos podría ser así. Pero el principal verdugo de ambos es Claude, entendido como sujeto maniqueo que les conduce a un camino de contradicción. La paradoja rebasa la pantalla chocando contra nosotros, como receptores, susceptibles también a la incoherencia del mensaje de La tumba de Bruce Lee.

La tumba de Bruce Lee 3

Por un lado, la película exhibe una embaucadora filosofía con ínfulas metafísicas de relato de Jorge Bucay, satirizando sobre la ciencia instalada en los libros de autoayuda pero, a la vez, nutriéndose de ella; abastece así el doble conflicto ontológico que acaricia la caricatura y también corteja la solemnidad del acto. Finisterrae (Sergio Caballero, 2010), con el mismo tono burlón, comparte la crítica a la necesidad de infectar de poesía la Nada de la vida, reprueba la invención de una perorata preciosista ante cualquier hecho. Consigue así, cuestionar el aire ceremonioso que respira cierto tipo de cine, no tomando en serio ni su propio metraje. Idéntica línea toma La tumba de Bruce Lee, que opta por la intoxicación con su propia morfología y decide apretar el botón de la incoherencia, al estilo de Gente en sitios (Juan Cavestany, 2013), para agasajarnos con el poshumor, otra vía de entender la comedia que rompe, parcialmente, con la risa concebida como consecuencia del humor. También recurre a ingeniosos gags de metacine polemizando directamente contra nosotros objetándonos las expectativas con las que pulsamos el play.

La tentativa de los tres directores, que a la vez componen el reparto de la película, de sumergirnos en la incertidumbre innata al sentido de la vida, ve su reflejo en la conducta que, tras el viaje, comienza a germinar en Lorena y Julián. Un inconsciente rebobinando de los pasos de Cabás (Pablo Hernando, 2012), que también transforma la cotidianidad del protagonista con un ritual de viaje introspectivo, para hablar, como en La tumba de Bruce Lee, sobre los obstáculos a los se debe enfrentar una pareja cuando las desigualdades comienzan a ser visibles.

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