La vida de Jesús en el cine
Herejes, traidores y prostitutas Por Samuel Lagunas
Barrabás (Anthony Quinn) pregunta a Pedro, después de contribuir en el incendio a Roma y ser detenido por el ejército en la película que lleva su nombre, Barrabás (Barabbas, Richard Fleischer, 1961): “¿Por qué Dios no puede ser claro?”. Su duda evidencia el problema hermenéutico que ha acechado al cristianismo desde el año 30: quién fue Jesús y qué quiso decir.
Las respuestas, aunque revestidas de dogmas, siempre han sido tentativas.
Una metáfora del teólogo cubano Justo González nos ayudará a entender mejor el escenario. Para él, la humanidad habita en la cima de un monte y la cerca que evita que se despeñe es la ortodoxia: la opinión considerada correcta. No obstante, tarde o temprano, varias personas acaban por saltar la barda y aventurarse en la herejía, que es, a juicio de Rubem Álves, “la verdad de los que no tienen poder”: los heterodoxos abandonan la mayoría dominante para unirse a la divergencia. Como sostienen algunos teólogos del movimiento ecuménico, lo único cierto en una sociedad tan diversa, religiosa y espiritualmente, es que todos somos herejes: para mí, los demás lo son; para los demás, lo soy yo.
Si suspendemos el poder, la herejía no es más que otra perspectiva mejor o peor fundamentada. Agustín de Hipona lo vio con tremenda claridad cuando afirmó que si creemos que hemos entendido a Dios, entonces no se trata de Él. Es la vía apofática que rechaza el conocimiento absoluto y real. Esta vaguedad de lo divino se vuelve terreno fértil para la especulación, el juego, el invento y la polifonía; de ahí que desde los primeros siglos se redactaran textos que presumían completar o mejorar el canon bíblico: el evangelio de Tomás, de Felipe, de Pedro, etcétera. Las instituciones cristianas han logrado mantenerse fuertes ante la multitud de descubrimientos de este tipo de textos y han preservado la supremacía de los evangelios atribuidos a Mateo, Marcos, Lucas y Juan; pero ello no ha limitado la imaginación humana y su deseo de apropiarse de una figura tan emblemática como Jesucristo: de transformarlo, reformarlo o pervertirlo.
I. Herejes
El cine en torno a la vida de Jesús es amplio y monótono, casi siempre aburrido, al ser las películas meramente oportunistas, realizadas con el fin de obtener elevadas ganancias, o proselitistas: vehículos ideológicos destinados a convencer; la calidad artística es menospreciada. Pocas son las cintas que escapan de la reprobación y descuellan en el páramo del cine bíblico. Curiosamente, estas mismas son vistas con recelo por la ortodoxia y descalificadas por la feligresía. Qué más da, la herejía también posee su encanto.
Quizá la escena más herética, y la más apasionante, sea el diálogo entre Jesús (William Defoe) y Pablo (Harry Dean Stanton) hacia el final de La última tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, Martin Scorsese, 1988) pues en ella se niega el fundamento de la religión cristiana: la muerte y resurrección del salvador. Es este encuentro el que mejor recupera la personalidad arrebatada del apóstol de Tarso, presentado con los ademanes y las formas de un telepredicador moderno: un hombre dispuesto a morir y a matar por sus convicciones. Si Jesús no murió y resucitó al tercer día, entonces, como lo afirma el mismo Pablo en sus escritos, los cristianos son los más dignos de conmiseración y los apóstoles los más grandes mentirosos.
La vida de Brian (Life of Brian, Terry Jones, 1979) escandaliza precisamente por su argumento y por lo acertado de sus chistes. Brian (Graham Chapman) es un judío que nace el mismo día que Jesús, en el establo contiguo a donde moraban María y José. Broma tras broma, el acierto de los Monty Python es la desacralización de los momentos más emblemáticos de la historia sagrada: la visita de los magos, el Sermón del monte, el juicio de Pilato, la crucifixión… Además, escenas como la lapidación del blasfemo se convierten en verdaderas joyas de la comedia. La vida de Brian es una historia picaresca cuya principal herejía radica en ser una película situada en los años del ministerio de Jesús sin ensalzar la figura mesiánica o ponerla en el centro como sí lo hace, por ejemplo, Ben-Hur (William Wyler, 1959) donde aún la sombra y la mano del galileo son presentadas con majestuosidad. Precisamente esa osada e irreverente descentralización que llevan a cabo los Monty Python convierte su película en emblemática e inolvidable.
El anime japonés nos ofrece otra historia memorable de la vida de Jesús en el cine en Las vacaciones Jesús y Buda (Saint Young Men, Noriko Takao, 2013), una película con un humor inteligente y una trama aleccionadora.
En esta cinta, Jesús y Buda llegan a Japón semanas antes de Navidad. En medio de una sociedad que los desconoce por completo, Jesús lucha contra su ansia de consumo y Buda se ve constantemente amenazado por tres niños que quieren apachurrar el lunar de su frente. La cotidianidad de ambos roommates es la que los arroja a situaciones tan hilarantes como el encuentro de Jesús con un miembro de la mafia yakuza, la repetición de sutras por Buda para soportar un paseo en montaña rusa, o las clases de natación que el iluminado imparte al hijo de Dios en una alberca pública. Indudablemente, Las vacaciones de Jesús y Buda ofrece a la audiencia un mensaje que alienta el diálogo interreligioso y la convivencia pacífica en sociedades cosmopolitas regidas por el mercado y los medios masivos de comunicación, de ahí que piensen que Buda sea un extraterrestre y Jesús, Johnny Depp. Al final, la película es una invitación a mantener vivos vínculos tan profundos como la amistad, a pesar de los sacrificios que haya que hacer por el otro.
Dentro del ambiente posmoderno y el nacimiento de las nuevas interpretaciones bíblicas (negras, asiáticas, indígenas, ecológicas, queer) encontramos a un Jesús gay-friendly en el Cine B en la cinta canadiense Jesucristo cazavampiros (Jesus Christ Vampire Hunter, Lee Demarbre, 2001). Con un guión inconsistente y unas actuaciones deleznables, la película es la más aberrante de todos los tiempos y en ello reside su principal atractivo. En Ottawa una comunidad lésbica está siendo atacada por vampiros. Para combatir esos atentados, un par de sacerdotes decide buscar al único hombre capaz de enfrentar a esos demonios: el Mesías (Phil Caracas). Con el karate como técnica de combate y un sinnúmero de objetos ridículos (desde parabrisas de un coche hasta una cerveza bendecida), este Jesús redivivo comienza su lucha. Sin embargo, su empresa de salvación se ve comprometida en el momento en que Mary Magnum (Maria Moulton) es mordida en el cuello. Desmoronado, recibe un mensaje de Dios a través de un helado de cerezas: alguien acudirá a ayudarlo. Es entonces cuando la película se torna aún más descabellada pues el emblemático luchador mexicano El Santo (Jeff Moffet) aparece en auxilio del nazareno. A pesar de los errores técnicos, la teología que subyace en Jesucristo cazavampiros, Jesús como defensor de las minorías, es llamativa y merece se explorada con mayor rigor artístico.
Las películas mencionadas hasta aquí son adaptaciones de una novela, de un manga japonés o guiones originales que retoman el texto bíblico solamente como marco referencial. Dentro de las cintas que presumen mayor fidelidad e historicidad podemos mencionar megaproducciones como La historia más grande jamás contada (The Greatest Story Ever Told, George Stevens, 1965), películas inconsistentes y simplonas como Hijo de Dios (Son of God, Christopher Spencer, 2014), y adaptaciones presuntuosas como La pasión de Cristo (The passion of the Christ, Mel Gibson, 2004).
Roman Gubern señala en ‘El eros electrónico’ 1 que en los últimos años la pornografía del sexo ha sido desplazada por la pornografía de la muerte: esa obsesión con la contemplación del cuerpo en su sufrimiento y en la convulsión de su último jadeo.
En este sentido, Mel Gibson logró con La pasión de Cristo hacer de las últimas horas de Jesús una película pornográfica: un culto a la muerte, pues no olvidemos que muertos están también los idiomas que hablan sus actores. La exacerbada violencia no deja al espectador indiferente: recuerdo yo mismo haber derramado algunas lágrimas cuando el clavo atravesaba la mano; estos trucos fotográficos y musicales persiguen el sentimentalismo pobre y barato: un émulo de la compasión irreflexiva que buscaban despertar los cristos barrocos. Sin embargo, un procedimiento que en la plástica es legítimo, en La pasión de Cristo resulta de mal gusto porque bajo esos chorros de sangre y de ese cuerpo torturado no hay nada más que lugares comunes.
El literalismo también puede resultar herético. Así lo pensó el Vaticano cuando juzgó El evangelio según San Mateo (Il vangelo secondo Matteo, Pier Paolo Pasolini) en 1964. Sólo ahora, bajo la tutela del papa Francisco, ha decidido cambiar de opinión. La cinta de Pasolini recupera incluso la estructura formal del libro bíblico a partir de los grandes discursos. Jesús (Enrique Irazoqui) es aquí un hombre de palabras; Pasolini evita la grandiosidad de los milagros a fin de fortalecer la humanidad del galileo: emplea el neorrealismo como recurso teológico. Fue precisamente este motivo el que no satisfizo completamente a la curia: la modestia y la sencillez de las actuaciones, las locaciones y del mensaje.
Un Jesús así no podía ser el Dios de una institución con pose imperial. Además, no hay que olvidarlo, la personalidad de Pasolini, homosexual, marxista y ateo, lo convertía automáticamente en un sujeto no grato. A pesar de esto, la cinta tiene sus mejores momentos en secuencias que no aparecen descritas con exactitud en el evangelio: el baile de Salomé (Paola Tedesco), la constante participación de niñas y niños en la última semana de Jesús en Jerusalén y los silencios que guarda el nazareno. El evangelio según san Mateo rescata también el trato superficial que el texto bíblico da a las figuras que rodean a Jesús y aún a la misma psicología del mesías: no importa saber qué sintió cuando lo hizo, basta con saber que lo hizo. Las expresiones de Jesús a lo largo de la película son escuetas y no embelesan, como sí ocurría en las producciones anteriores. Es un rechazo consciente de la manipulación de los sentimientos y una apuesta por el contenido de sus discursos: la bienaventuranza de los oprimidos y la crítica a los opresores; así como por la despersonalización del héroe prototípico de occidente.
Debemos reconocer que, como lo afirman los exégetas, los evangelios sinópticos pueden ser vistos como relatos de la pasión con una muy larga introducción. Esto ha influido notablemente en todas las producciones cinematográficas de Jesús que destacan su muerte sobre su vida. El evangelio según san Juan, distinto en su contenido y en su teología, ha sido menospreciado en el discurso cinematográfico y utilizado meramente para rellenar los huecos que aparentemente dejaron los otros.
Con la intención de reivindicar este cuarto evangelio en la pantalla grande, Phillip Saville dirigió The Visual Bible: The Gospel of John (2003), una película de casi tres horas de duración que intenta, palabra por palabra, escenificar la versión del discípulo amado. La introducción de la voz en off (Cristopher Plummer) es acertada al principio pero, al ser excesivamente explicativa, entorpece algunas de las secuencias más importantes como la resurrección de Lázaro. De haber logrado introducir el punto de vista joánico en cada escena sin necesidad de la narración –a través de la fotografía, por ejemplo–, Saville hubiera conseguido una de las películas más sobresalientes; no obstante, con lo que vemos en pantalla no nos queda más que amontonarla hasta arriba de las últimas producciones televisivas que, con mejores recursos tecnológicos, se han dedicado a reproducir viejos estereotipos.
La pasión de Cristo
II. Traidores
Literariamente, la historia de los evangelios está escrita de manera que Jesús aparece como el protagonista y varios personajes más como los antagonistas. En un nivel histórico son las autoridades judías las que obstaculizan el éxito del mesías: los fariseos, los saduceos, los sacerdotes; y en un nivel simbólico y mitológico la batalla más profunda se realiza entre el hijo de Dios y Satanás.
La personificación del mal en el cine es un tema apasionante más allá de la figura prototípica del diablo heredada de la imaginería medieval: monstruo con cuernos y cola. Películas como La última tentación de Cristo y La pasión de Cristo han optado por retratarlo como un ser femenino cercano a la androginia, respetando la acepción tradicional del adversario como ángel de las tinieblas. Esta feminización del enemigo ha sido cuestionada en tiempos recientes por la crítica feminista debido a que está fundada sobre presupuestos patriarcales: lo masculino es bueno y lo femenino, malo. En la película de Gibson, Rosalinda Celentano es quien encarna a Satanás y su actuación acaba siendo convincente. En La última tentación de Cristo, el Enemigo es infantilizado a la usanza del cine clásico de terror: sí, todos esos niños y niñas poseídos por el diablo. Lo mismo ocurre con los demonios que rodean a Judas en La pasión de Cristo. El objetivo de esto es situar el germen de la maldad en criaturas aparentemente inocentes evidenciando el arte del engaño que caracteriza al diablo.
La ironía que subyace en los relatos bíblicos es que el hecho de que los fariseos consigan su objetivo: matar a Jesús representa realmente su fracaso, pues ignoran que ésa es precisamente la voluntad divina. En Jesucristo superestrella (Jesucristo superstar; Jesus Christ Superstar, Norman Jewison, 1973) Judas, el traidor por antonomasia, se debate ante esa injusta paradoja. ¿No se supone que él es el único que cumple hasta el final con la voluntad divina? Olvidemos el hecho de que Judas (Carl Anderson) es negro y detrás de esa decisión existan prejuicios racistas, ya habrá quienes se detengan en ello. Lo que realmente importa en la cinta de Jewison es retomar la hipótesis de que solamente el discípulo más cercano a Jesús podía ser quien lo entregara.
A pesar de que hay pocas evidencias para ello en el texto de la Biblia, como intensificador dramático resulta estupendo. Judas parece tener su propia opinión acerca de la forma en que la liberación del pueblo puede efectuarse y duda sobre la fama pública que ha adquirido su líder y las consecuencias que puede tener para el movimiento. Sin embargo, cuando descubre que ha sido engañado por el sumo sacerdote y contempla el sufrimiento de su amigo, clama arrepentido expiando su culpa: “Dios mío, ¿por qué me elegiste a mí para tu crimen?”. El número musical que da nombre a la película comienza con un Judas que desciende del cielo pero aún sigue sin entender la necesidad de la muerte cruenta. “Con tantos medios de comunicación hoy hubieras levantado una nación”. Si lo que quería Jesús era ser famoso, lo ha conseguido. El Judas de Jesucristo superestrella realiza un inteligente juicio sobre en qué se ha convertido la figura del Salvador en una sociedad imperialista; es precisamente un llamado de atención a todas las películas que exaltan la divinidad de Jesús olvidando su otra naturaleza: la humana. En la película de Scorsese el drama va un paso más adelante pues es un Jesús voluble y miedoso el que le pide a Judas (Harvey Keitel) que lo entregue. Su delirio profético lo orilla a ello: tiene que ser un sacrificio y el único medio es la cruz; en eso consiste la justicia divina: esa cruz que él hizo para otros disidentes tiene que ser también su calvario. Y además con eso liberará a su pueblo. Al final, Judas obedece y es él mismo quien le recrimina su cobardía cuando lo ve muriendo en su lecho como cualquier otro hombre y quien lo anima de nuevo a cumplir su misión: morir en la cruz.
La figura de Judas, considerada por Uta Ranke 2 como un invento literario, siempre resultará enigmática ya que en él parecen coexistir la amistad, el ansia de liberación, la incomprensión de los medios divinos y, sobre todo, el eterno desafío de cumplir con tu destino. Resistirse a la fatalidad –y es ésa la dolorosa lección de un personaje como éste–, aunque sea lo más humano que se puede hacer, siempre es vano.
Jesucristo superstar
III. Prostitutas
Las mujeres que estuvieron cerca de Jesús siempre han gozado de mala reputación. Inclusive los evangelios canónicos dan cuenta de ello. En Juan 8.41 se dice que Jesús fue increpado con las palabras: “Nosotros no somos hijos de fornicación”, refiriéndose a su nacimiento en condiciones poco claras: ¿una virgen?, ¿en serio?
Que esa duda se haya prolongado en el primer siglo, lo corrobora el protoevangelio de Santiago donde incluso se cuenta cómo una mujer comprobó con sus dedos la virginidad de la madre de Jesús. Una escena así nos remite inmediatamente a una de las películas más audaces que ha intentado explorar el conflicto mariano. Me refiero a Yo te saludo, María (Je vous salue, Marie, 1985) del cineasta francés Jean-Luc Godard.
Situada en la década de los 80, Godard busca recrear el misterio de la concepción virginal en la sociedad actual. Con un montaje que ofusca la atención del espectador pero que establece un paralelismo claro entre el tiempo bíblico y el tiempo de su historia, Godard va desplegando ante nosotros el conflicto entre el deseo sexual y el deber de la pureza. Marie (Myriem Roussel) descubre que está embarazada sin haber tenido relaciones sexuales con su novio Joseph (Thierry Rode), quien tiene que decidir entre permanecer con ella o continuar su vida con otra mujer. Es, sobre todo, un reto de fe y de confianza. Uno de los grandes logros de la cinta de Godard es abordar el tema del deseo sin realizar un filme erótico; los momentos en que Marie aparece desnuda son clínicos o maternales.
Cuando el tacto de Joseph comienza a pervertirse el ángel Gabriel (Phillipe Lacoste) hace una aparición abrupta. Esta desnudez pura de Marie contrasta con la desnudez de Eva (Anne Gautier), una estudiante que se involucra con su profesor (Johan Leysen) y al final acaba siendo abandonada por él. Es esta enigmática relación donde realmente se fundamenta toda la cinta. Durante las clases, el profesor, quien cumple un rol análogo al de Juan el Bautista, hace comentarios sobre el origen de la vida y cómo ésta vino de fuera del planeta. Éste “venir de fuera” se complementa con la situación experimentada por Marie, fecundada por un ser sobrenatural. Los momentos más crudos se dan cuando ella está sola y no logra dormir a causa del deseo insatisfecho: su cuerpo convulsiona y sus palabras insinúan la blasfemia. Precisamente en el lenguaje es donde Godard siempre consigue sus mayores ciertos y en Yo te saludo, María no es la excepción. Porque si el drama no logra atraparnos, hay algunos diálogos y monólogos que nos seducen por completo. No obstante, la mujer que más ha atraído la imaginación cuando se ha representado la vida de Jesús en el cine es María Magdalena.
Sobre ella el relato bíblico tampoco abunda, sabemos únicamente que fue una mujer a la que Jesús sanó y que después se convirtió en una de sus seguidoras más cercanas. Años después, algunos teólogos pensaron que la prostituta anónima que Jesús rescató de ser apedreada era precisamente la mujer de Magdala. A partir de esta especulación farisea, la literatura y el cine han explorado incansablemente la naturaleza de la relación existente entre Jesús y María Magdalena. Terry Eagleton 3 nos ayuda a entender mejor la vigencia de esta obsesión: “el texto debe presentar un apasionado relato sexual si quiere despertar mínimamente el interés de los contemporáneos”. Así, películas como El código da Vinci (The Da Vinci Code, Ron Howard, 2006) parten de la premisa de que efectivamente Jesús tiene una descendencia. Esa misma idea la compartía el puertorriqueño José Luis de Jesús Miranda quien, más aventurado, afirmaba que él era el último descendiente biológico del Cristo. Una afirmación tan ridícula no podía pasarla por alto Bill Maher quien en 2008 lo entrevistó para su documental Religulous. Cinco años más tarde este hombre murió como cualquier otro a causa de una cirrosis.
Más numerosas son las películas que exploran directamente la relación entre Jesús y María Magdalena durante los tres años de su vida pública e incluso antes. Tal es el caso de La última tentación de Cristo donde se plantea que ambos iban a casarse pero Jesús rehusó la posibilidad y, por ese rechazo, María (Barbara Hershey) acabó como prostituta. Precisamente la formación de una familia, como afirmación máxima de humanidad, es la última tentación que experimenta el mesías. La hipótesis, aunque parte de presupuestos modernos, es atractiva. Y se vuelve más arriesgada cuando Satanás le declara a Jesús que sólo existe una mujer, María Magdalena, y que ella estará para él en todas las demás.
Así como podemos concluir que Occidente ha creado una imagen física de Jesús desde los primeros murales del Pantocrator ubicados en las iglesias bizantinas, lo mismo ha hecho el cine con María Magdalena. Barabara Hershey en La última tentación de Cristo, Monica Belluci en La pasión de Cristo, Maria Grazia Cuccinota en El poder del amor (Gli Amici di Jesú: Maria Magdalena, Rafaelle Mertes, 2000) y aún Paz Vega en la miniserie María de Nazareth (Giacomo Campiotti, 2012) evidencian un mismo fenotipo que proyecta a María Magdalena como un objeto de deseo no sólo para Jesús sino para los espectadores. Entonces que Jesús haya cedido a la tentación nos parece más razonable. Quizá el drama real de María Magdalena que nos transmite el cine sea ése: dejar de ser tratada como objeto sexual y comenzar a ser vista como una mujer con dignidad.
En El poder del amor, María es presentada como una mujer cuyo matrimonio se ve fracturado por su esterilidad. Al recibir la carta de divorcio, sale de Magdala acompañando a un soldado romano quien más tarde también la deshecha. Prostituta, cortesana y curandera, María se ve involucrada con el movimiento de Juan el Bautista (Benjamin Sadler) y con las mujeres de Herodes: Salomé (Ambra Angiolini) y Herodías (Giuliana de Sio). El incendio de su ciudad natal y el fallecimiento del hijo de su amiga Juana (Roberta Armani) la llevan a tener un encuentro directo con Jesús (Danny Quinn) y con su poder. La película flaquea en su intención aspiracional y en las contradicciones de su argumento: a pesar de ser una mujer que busca autoafirmarse en independencia de los hombres, termina encontrando la redención gracias a uno.
En Jesucristo superestrella María (Yvonne Elliman) es mostrada como una discípula más aunque con el drama de no saber cuál es la forma correcta de amar a Jesús. Ése es también el dilema de Marie (Jessica Schwarz) en la comedia romántica alemana Jesus liebt mich (Florian David Fitz, 2012), adaptación de la espléndida novela de David Safier. ¿Se puede amar a Jesús sin interferir en su misión? Marie comienza en la difícil situación de una ruptura. Es entonces cuando Jesús (Florian David Fitz), el carpintero, aparece en su vida y poco a poco le va revelando su verdadera identidad y su propósito: comenzar el apocalipsis. Al final, Jesús puede parecer el típico hombre que responde a la chica: “Lo mejor que te puedo ofrecer es mi amistad”. Y tal vez eso baste. El hecho de que en la película Marie sea linda y esbelta hace que mucha de la gracia del libro, donde Marie es un poco gorda, se pierda. A pesar de ello, la cinta logra mantener el mensaje esencial de Safier: la religión sólo tiene sentido si contribuye a mejorar nuestra vida y nuestras relaciones.
Una de las exploraciones más arriesgadas de la vida de María Magdalena la hizo Abel Ferrara en su cinta María Magdalena, el evangelio prohibido (Mary, 2005) donde, a través, de una compleja estructura narrativa –una película dentro de otra película– consigue escenificar el conflicto interior de una mujer en busca de sentido. El drama adquiere resonancias inesperadas: ¿es posible todavía creer en Dios?, parece ser la pregunta que impulsa toda la cinta y Marie Palesi (Juliette Binoche) encarna estupendamente esa duda. En realidad, María es también un jaque espléndido a todo el cine sobre Cristo. Qué lástima que nadie se haya dado el placer de continuar con el juego.
María Magdalena, el evangelio prohibido
Perspectivas teóricas y consideraciones finales
Para facilitar un mejor análisis sobre las películas de Jesús, es necesario fijar algunas categorías, las cuales pueden adaptarse del trabajo hecho por Ziolkowski 4 con los textos literarios.
a) Las Vidas de Cristo: En este rubro caben todas las cintas que parten de los relatos bíblicos e intentan reconstruir la vida de Jesús con más o menos fidelidad a las Escrituras, pero siempre con la particular visión del director. El teólogo suizo Hans Küng 5 lo ha resumido así: “Sin duda las novelas convencionales sobre Jesús quieren ser algo más que historia: es muy difícil escribir de Jesús neutralmente, sin tomar partido. De una u otra manera son testimonio religioso de sus autores”, y lo mismo podemos afirmar de las películas.
b) Los Cristos redivivos: Ubicadas en un espacio y tiempo distintos a la Palestina del siglo I, estas películas sitúan a Jesús y a sus discípulos en contextos específicos actuales y enfrentando las desavenencias reinantes en la sociedad, por ejemplo: Jesucristo cazavampiros; Jesus liebt mich (Florian David Fitz, 2008) y Las vacaciones de Jesús y Buda.
c) Christ-figure: Son todos aquellos personajes cuyas acciones o palabras remiten conscientemente a acciones y palabras de Jesús de Nazaret. Es el equivalente de lo que Ziolkowsky denomina transfiguraciones ficcionales de Jesucristo.
d) Inclasificables: Películas como El que debe morir (Celui qui doit mourir, Jules Dassin, 1957), María Magdalena, el evangelio prohibido e incluso Jesucristo superestrella nos insertan en un drama donde, si bien los personajes tienen el mismo destino que los del relato bíblico, toman conscientemente una distancia actoral de ellos. Estas cintas nos permiten establecer paralelismos entre Palestina y el nuevo escenario, al mismo tiempo que reflexionan sobre la constante necesidad que tenemos los seres humanos de redentores personales y colectivos.
Concluyamos. La vida de Jesús en el cine es, a mi juicio, un «subgénero» condenado al fracaso.
Condicionadas por el texto bíblico y, muchas veces también por otro texto literario, los logros que pueden tener la mayoría de estas producciones son escasos: mejores efectos visuales, una escenografía más precisa o un mejor reparto. Si el enfoque es a través de otro personaje del relato como Judas, María Magdalena, Pedro o algún discípulo existe el mismo riesgo: el argumento ya está dado y poco puede hacerse al respecto. Porque, seamos claros, el éxito artístico no consiste sólo en adaptar un texto literario a la pantalla. Solamente un guionista y un director espléndido obtendrán algo destacable en esta categoría. Más prometedor, en cambio, es el camino inaugurado por La vida de Brian: un cine de época –no forzosamente un péplum–, que nos ayude a entender mejor el contexto de Jesús sin hablar necesariamente de su ministerio. Sin embargo, creo que el futuro del cine sobre Jesús está en los “Cristos redivivos”: la contemporización del mesías en las distintas latitudes del planeta y entre los diferentes grupos sociales; es solamente en esta vía donde la vida y obra de aquel hombre galileo del siglo I puede tener algún sentido.
La vida de Brian
- GUBERN, Roman (2000): El eros electrónico. Taurus, México. ↩
- RANKE, Uta (1998): No y amén. Una invitación a la duda. Trotta, Madrid. ↩
- EAGLETON, Terry (2010): Los extranjeros. Por una ética de la solidaridad. trad. de Antonio Francisco Rodríguez. Paidós, Barcelona, p. 63. ↩
- ZIOLKOWSKI, Theodor (1982): La vida de Jesús en la ficción literaria. Monte Ávila, Caracas. ↩
- KÜNG, Hans (1977): Ser cristiano. trad. de J. María Bravo Navalpotro. 3a ed. Ediciones Cristiandad, Madrid, p. 172. ↩
Excelente artículo. Muy interesante. ¡Saludos!