Lady Macbeth
La metamorfosis de una revolución Por Alicia Germán Díaz
Para comprender la importancia de la historia relatada en este film, tenemos que emprender un viaje al pasado, pues Lady Macbeth es la adaptación de Lady Macbeth de Mtsensk (Lady Macbeth of the Mtsensk District) una novela corta del autor ruso Nikolái Leskov, que se publicó por primera vez en 1865 en la revista de los hermanos Dostoyevsky Epoch. En ella, se cuenta la historia de Katerina Lvovna, una mujer que se enamora del criado de su marido, Sergei, y para vivir su pasión en libertad, asesina a los hombres que se interponen en su camino.
Hasta ahora, su adaptación más conocida era la ópera homónima del compositor ruso Dmitri Shostakovich, estrenada en 1934 y con un éxito tal que hizo que el mismísimo Stalin fuera a verla dos años después, con la consecuente condenación del Partido Comunista de la pieza y la prohibición de su representación durante veintiséis años. Esta condena se publicó en el periódico oficial del Partido Comunista Pravda, en un editorial titulado Embrollo en vez de música que criticaba principalmente la estridencia de la obra de Shostakovich.
Sin embargo, los académicos barajan varias teorías que afirman que la censura se debió a lo subversivo de la obra: puede que Stalin se ofendiese al verse representado en el estricto y tiránico personaje de Boris, suegro de la protagonista y víctima del primero de sus asesinatos, o puede que la escena sexual del primer acto fuera demasiado para la sociedad soviética de principios del siglo XIX. O puede que el gran toque empático del que había dotado Shostakovich a la fría protagonista del relato de Leskov no encajase en las creencias no tan feministas de la época.
De hecho, el compositor ruso afirmó que la ópera era “un retrato trágico del destino de una mujer sobresaliente, inteligente y con talento, que muere en la atmósfera de pesadilla de la Rusia prerrevolucionaria. Siento empatía por ella, está rodeada de monstruos”, añadía el artista, que le dedicó la obra a su mujer y su intención cuando estrenó la ópera era crear una trilogía que describiera la opresión bajo la que habían vivido las mujeres en Rusia antes, durante y después de la Revolución. Lástima que la censura le impidiera llevar a cabo sus planes
Florence Pugh interpreta a Katherine.
Viajamos de nuevo en el tiempo hasta llegar a principios del siglo XXI, en concreto a 2016 y al estreno de la adaptación cinematográfica del relato dirigida por William Oldroyd y escrita por Alice Birch, ambos debutantes en el largometraje. Katerina pasa a ser Katherine y la Rusia de mediados del siglo XIX pasa a la Inglaterra del siglo XIX, pero sus reivindicaciones siguen estando ahí.
No en vano la película se estrena en los albores de la cuarta ola feminista en la que ahora nos encontramos inmersos, un momento perfecto para una protagonista femenina con tendencias psicópatas sí, pero que toma las riendas de su destino y se niega a ser tratada como una muñeca de trapo por los “monstruos que la rodean”. De hecho, Birch da un paso más allá y cambia el final trágico de la protagonista original (en la novela corta de Leskov, Katerina muere intentando ahogar a la amante de su Sergei), lo cual empodera todavía más al personaje.
La Katherine de Lady Macbeth supone un soplo de aire fresco (pese a su aroma siniestro) después de una larga lista de películas de época estrenadas en la década de los noventa (muchas de ellas adaptaciones de novelas de Jane Austen) en su mayoría protagonizadas por mujeres que por muy cultas o inteligentes que sean, se ven relegadas a esperar a que “el hombre de sus vidas” las saque de la pobreza, de la tiranía de su familia o, simplemente, mejore su vida por el mero hecho de casarse con ellas. Las novelas que sirven de base para estas películas no dejaban de mostrar la realidad de la sociedad de mediados del siglo XIX, pero no olvidemos que sus adaptaciones cinematográficas fueron producidas y tuvieron éxito un siglo después, en la sociedad supuestamente igualitaria de finales del siglo XX.
En cualquier caso, no solo el personaje protagonista de esta cinta supone refrescante, sino la forma en la que se nos muestra su historia. Ya que, el uso del lenguaje cinematográfico en Lady Macbeth se aleja del cine más clásico con elementos como la cámara en mano para reflejar el sentimiento de libertad que experimentan los personajes al salir de la casa y adentrarse en la naturaleza. Elementos que nos recuerdan al estilo también contemporáneo que Andrea Arnold utilizaba en su adaptación de Cumbres borrascosas (Wuthering Heights, 2011). También es muy interesante en Lady Macbeth el uso del fuera de campo como un mecanismo más para transmitir al espectador la incomodidad de ciertos intercambios entre los personajes.
Por su parte, el diseño de producción también contrasta con el que habitualmente se ven en películas de época, con unos interiores austeros, sin apenas ornamentos, a pesar de la supuesta opulencia con la que viven los habitantes de la casa. Este vacío también se resalta con la edición del sonido: cada paso, apertura de ventanas, etc. tiene la resonancia propia de los lugares amplios y desocupados, transmitiendo así la soledad que inunda el caserío y que hace mella en Katherine al principio de la cinta. Por su parte, la luz con la que se bañan las estancias es también una luz inquietante y opaca, inspirada en la de los cuadros del pintor danés del siglo XIX Vilhelm Hammershøi, famoso por representar la soledad, el silencio y la ausencia.
Izquierda: Lady Macbeth. Derecha: Interior With Woman At Piano, pintura de Vilhelm Hammershøi.
Pero Ari Wegner, directora de fotografía del filme, no solo encuentra inspiración para el uso de la luz en las pinturas de la época. A pesar de la modernidad que describíamos, en la composición de los planos y la distribución de los actores por ellos parecen estar destinados a recrear pinturas con un gusto y una elegancia exquisita. Es raro encontrar una conversación en la película entre más de dos personajes con una composición que no muestre de forma eficiente la dinámica de poder entre ellos.
Por otro lado, es irónico que una de las adaptaciones más famosas del cuento de Leskov fuera una ópera porque en este filme la banda sonora es prácticamente inexistente. Atrás quedan esas piezas orquestales con violines melodramáticos y grandilocuentes propias de las películas de época tradicionales. En Lady Macbeth, la música solo irrumpe sutilmente en dos escenas y su llegada simboliza la oscuridad y la locura penetrando en la mente de Katherine a pasos agigantados debido a la atrocidad de sus actos.
Finalmente, cabría destacar del guion de Alice Birch, interpretado por una Florence Pugh en estado de gracia, que el hecho de que se cambiara el final de la obra original sirve para empoderar a la protagonista pero también como consecuencia, humilla a sus sirvientes. Así, se nos muestra el desequilibrio de poder entre las clases sociales. Katherine es mujer, sí, pero de clase alta, y su palabra vale más que la de su amado Sebastian (de clase obrera) o de su criada, Anna.
Una Anna que también supone una muestra de una diversidad racial que existía ya en la Inglaterra del siglo XIX y que “por el motivo que sea” no se ha mostrado hasta ahora en las adaptaciones de las novelas de época británicas. Una Anna que vive su personal historia de terror, dividida en los tres actos marcados por los tres asesinatos y cuyo monstruo no es otro que la propia Katherine. Una Anna que comete el error de antagonizar a la protagonista al principio del filme y a la que Katherine consigue acallar, literalmente, del mismo modo que acalla su conciencia.
Quizás lo más sobresaliente de la adaptación de Oldroyd sea que si el relato original era claramente condenatorio y la ópera de Shostakovich extremadamente compasiva con la protagonista, el filme deja que el espectador ejerza su propio juicio sobre Katherine, la cual en ese plano final (reflejo del icónico plano inicial, cambiando el vestido azul eléctrico por el negro) parece que nos dice con la mirada perdida: “comer o ser comido, ¿verdad?”.
BIBLIOGRAFÍA
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