Las herederas

Sin salida Por Manu Argüelles

Una mujer bien arreglada y presumiblemente de alta alcurnia pasea por un comedor y va preguntando el precio de aquello que va viendo, juegos de copas, vajillas y diversa cristalería, pregunta también si el reloj funciona pero no parece decidirse por nada. Una voz femenina, que se encuentra con ella pero que no vemos, atiende sus consultas. No, la lámpara de araña no está en venta. No todo lo que se encuentra allí está disponible para su compra. Podría parecer el salón de una vivienda señorial pero se palpa un evidente desgaste y dejadez, una luz mortecina inunda la sala…indicios de que estamos ante una casa que alguna vez tuvo esplendor. Enseguida nos llama la atención el punto de vista que se adopta para registrar esta extraña subasta. Porque lo que es el arranque de Las herederas, una plasmación de los restos del naufragio, se filma desde una mirada esquiva y furtiva, podría exisitir una presencia oculta desde unas cortinas o una puerta entreabierta, la cámara no está fijada por lo que hay cierto temblor humano en la visión, señal de que esa mirada es subjetiva y pertenece a un personaje. En ese fuera del marco, en ese off imaginario detrás de la cámara todo nos hace inferir que hay alguien que está vigilando la escena y es su mirada la que nos permite ser testigos de esa estancia. Una secuencia similar más adelante volverá a repetirse en el largometraje pero en esta ocasión la persona que está escondida saldrá de su escondrijo y romperá con ímpetu esta pantomima, este amorfo expositor de objetos en venta. El momento del personaje es otro, está cansada de este proceso doloroso, porque es evidente que aquel que ofrece sus enseres para posibles compradores, y que además lo hace en su propia casa, está sufriendo una pérdida, está pasando por una necesidad incómoda en la que tiene que desprenderse de lo que es suyo porque no le queda más remedio. Esta es la gran diferencia de lo que sería una aséptica y profiláctica subasta convencional, aquí hay una herida abierta que sangra, que se hace en la propia casa en la que todavía se vive, porque este muestrario tiene que permanecer oculto, no puede ser público. Con esta repetición con diferente final, Marcelo Martinessi, su director, también nos está desvelando aquella que permanecía en las sombras del principio: Chela (Ana Brun), la mujer a la que se debe Las herederas por entero. Chela es pareja de Chiquita (Margarita Irun), llevan mucho tiempo juntas pero ahora se van a separar, la segunda tiene que ingresar en prisión. Este hecho trata de ocultarse a todo su entorno, hecho que le sirve al director para jugar con la semántica ambigua del secreto. Porque al espectador no se le revela del todo lo que va a pasar a continuación, la citada entrada en la cárcel por fraude de Chiquita, con lo que podría pensarse de forma razonable que mantienen su relación de amor a escondidas. Es muy ingenioso ese manejo de lo que debe ocultarse, mientras en el espacio diegético se visibiliza y se naturaliza una relación amorosa de dos mujeres de avanzada edad, que en teoría podría ser pefectamente el motivo para dibujar lo clandestino. Aquí la humillación y la dignidad pasa por lo económico, no por los afectos. En otro momento, Chiquita se está acicalando en un espejo triple, con lo que la imagen de ella se dispara en varias direcciones y no todas igual de visibles, dado que Chiquita, mucho más desenvuelta y extrovertida que Chela, mantiene varias identidades y no todas están del todo controladas por Chela, hecho que les ha conducido a la situación en la que se encuentran, algo que después será más patente cuando esté en el centro peninteciario. Chiquita se arregla, mientras Chela se encuentra al fondo del plano, sin ánimo de salir, en la cama y con cara de fastidio. Chiquita le pregunta si se acuerda de su 50 cumpleaños. Chela le responde que desde los 40 no se acuerda de nada. Han entrado en un tiempo muerto, inerte y asfixiante, el de Chela. Las herederas responde a ese estado vital y a su intento de salir de él. En ese registro, Martinessi nos imbuye en un microcosmos totalmente femenino que responde a las señas de una aristocracia desvencijada, patética y plenamente en desahucio, que hubiese hecho las delicias de Visconti. Unas mujeres que viven solo a partir del engaño y de la apariencia, de lo esquinado y del vacío más absoluto, el cual para paliarlo tratan de disfrazarlo en una nube imaginaria de opulencia, de clasismo estúpido y de soberbia futil, mientras tratan de ocultar que se encuentran en un absoluto estado de descomposición. La atmósfera no se huele pero sí se respira la putrefacción, a través de los encuadres y de la luz; Martinessi es implacable con lo grotesco y con la mezquindad de esas señoras ricas que se reúnen para jugar a las cartas.

Las herederas

Las herederas ha sido la película que ha inaugurado la sección de Horizontes Latinos y viene precedida por la cosecha de premios en la pasada edición del Festival de Berlín (premio FIPRESCI, mejor actriz y el premo Alfred Bauer), además de obtener aquí el premio Sebastiane que destaca a la mejor película de temática LGTBI dentro de la programación del SSIFF. En su gestión de la información, en su tratamiento opresivo y feísta, el filme resulta necesariamente pesado y árido, en cuanto, tal como decíamos, se debe por completo a su personaje, Chela, y a su estado existencial que se se asemeja al de la privación de libertad, frente al auténtico de Chiquita y que no le supone ninguna perturbación. No es casual el paralelismo que su director establece entre la fiesta a la que acuden llena de mujeres con el patio penitenciario donde las reclusas parecen más estar en un espacio de recreo que en una cárcel como tal. Se nos tiene que indicar el pasado criminal de algunas que pasan por delante de la cámara para que no confundamos la localización. También es una forma perversa de suprimir las clases sociales entre ambos escenarios, cuando se pueden intercambiar tan fácilmente.

Mordaz y corrosivo en su comentario social, muy cercano al de una reciente película chilena como la de Los perros (Marcela Said, 2017), deja espacio para que entre la luz y como no podía ser de otra manera, lo hace a través del amor. No el de Chela y Chiquita, agotado y contaminado de resquemor y odio, sino del sentimiento que emerge en Chela al conocer a la bella Angy, cuando decide emprender una especie de servicio de taxi para señoras ancianas. Pero el amor aquí no funciona como redención sino como impulso para superar la reclusión interna, la parálisis y por fin tomar las riendas de su vida antes de que sea demasiado tarde.

Las herederas 2018

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