Las nieves del Kilimanjaro
Spiderman y la crisis del superhéroe moderno, o el retorno a la república social de Jean Jaurès: libertad, igualdad y fraternidad Por Fernando Solla
“Hay momentos en los que un hombre tiene que luchar y hay momentos en los que debe aceptar que ha perdido su destino, que el barco ha zarpado, que sólo un iluso seguiría insistiendo. Lo cierto es que yo siempre fui un iluso”
Robert Guédiguian regresa a nuestras pantallas y vuelve a reunir a su troupe habitual para mostrarnos los cambios que ha sufrido la estructura social en los últimos años, tomando al núcleo familiar y la clase obrera como muestra. El realizador francés parte del poema Les Pauvres Gens de Victor Hugo para retratar un ideario, recurrente a lo largo de toda su filmografía, basado en la importancia de la solidaridad colectiva y la lucha sindical en tiempos de crisis, económica y moral, en un contexto de desunión colectiva y desmotivación de la juventud. La película viene avalada por la Espiga de Plata que recibió en la última edición de la Seminci de Valladolid y, sobretodo, por el Premio Lux 2011, otorgado por el Parlamento Europeo. La Filmoteca de Catalunya, en colaboración con la Oficina del Parlamento Europeo en Barcelona y Golem Distribución, proyectó un pase del film a modo de pre-estreno el pasado 10 de abril al que asistieron Guédiguian y Ascaride.
Aunque el título sea el mismo, nada tiene que ver el largometraje de Guédiguian con The Snows of Kilimanjaro (1952) de Henry King, protagonizada por Gregory Peck, Ava Gadner y Susan Hayward. Lo que aquí se nos cuenta es una historia aparentemente sencilla que, como si de una cebolla se tratara, nos va mostrando capa tras capa la voluntad de huir de cualquier encasillamiento en un solo género cinematográfico: comedia costumbrista, melodrama romántico, drama social, thriller urbano, falso documental. Todo tiene cabida, todo tiene su momento. Cuantas más capas abramos más posibilidades tendremos de seguir indagando y profundizando en la vida y la psicología de estos personajes, en sus heroicidades y sus fracasos, en su aprendizaje y su renuncia, en sus actos meditados y sus reacciones impulsivas.
En función de sus ganas de implicarse en el relato, cada espectador podrá plantarse en varios momentos o seguir moviendo ficha hacia la nueva revelación que nos muestra la siguiente capa de nuestra cebolla. Nos picarán los ojos en algunos momentos, quizá lloremos en otros o incluso lleguemos a rebelarnos contra el objeto de nuestro llanto, pero aseguramos que merece la pena seguir hacia lo más profundo de esta historia para llegar hasta su corazón, y de paso sobrevolar el nuestro. Que no cunda el pánico, que no nos enfrentamos a una subidón de azúcar. A modo de Pasolini, uno de los referentes del realizador que nos ocupa, Guédiguian plantea la puesta en escena y la estructura narrativa de sus películas para que experimentemos y sigamos el relato cinematográfico a través de este corazón consciente, es decir: lo suficientemente cercanas para emocionarnos pero con el punto justo de alejamiento para una recepción meditada e inteligente.
Aunque no vamos a imponer nuestro recorrido por la historia de Michel y Marie-Clarie como el único o el mejor, sí que ofrecemos a continuación algunas pinceladas sobre el argumento de Las nieves del Kilimanjaro.
Michel (Jean-Pierre Darroussin), representante sindical, decide que el mejor método para evitar el cierre de su empresa es introducir un papel con el nombre de cada empleado en una caja y echar a suertes quién se queda con su puesto de trabajo y quién va al paro, o dependiendo de la edad, se prejubila. En un acto que supone heroico, pero que es más autocomplaciente que otra cosa, el líder introduce su nombre en la caja, y ante la atónita mirada de su compañero y amigo Raoul (Gérard Meylan) aparece elegido. Jubilado antes de tiempo pero feliz de todos modos, decide dedicar el tiempo libre a sus hijos y nietos, pero sobretodo a su esposa Marie-Claire (Ariane Ascaride). La mujer, que decidió abandonar sus estudios de medicina para dedicarse a las tareas domésticas, consigue algún dinero cuidando a una anciana. La compensación económica no es lo que la motiva, si no la compasión hacia la mujer mayor, abandonada un poco a su suerte por una hija algo amargada que en el pasado intuimos fue amiga de Marie-Claire. La pareja decide mirar hacia el horizonte en busca de tiempos más propicios y celebrar sus treinta años de matrimonio. El regalo de sus hijos, biológicos y políticos, será un viaje al Kilimanjaro y algo de dinero en efectivo para los gastos. Una noche que Michel y Marie-Claire invitan a Raoul y su esposa Denise (Maryline Canto) a compartir una velada de risas y cartas, dos atracadores asaltan la casa, lastimando a Michel y robando viaje, efectivo, tarjetas de crédito y hasta un tebeo de Spiderman, auténtica pieza de coleccionista, que marcará la trama en diversos momentos. A lo largo que avanza el metraje Michel se implicará en la investigación policial y veremos cómo varía su punto de vista sobre la importancia de lo ocurrido, así como el posicionamiento de sus familiares y amigos. A partir de aquí se introducirán cantidad de personajes en la trama, algunos de los cuales cometerán actos deleznables con finalidades encomiables, todos con su peso en el desarrollo de la acción o la evolución de los personajes. ¿Quién es la víctima y quién el verdugo? ¿El fin justifica los medios? ¿Puede un gesto amable más que un acto violento? ¿Deben pagar las nuevas generaciones los errores de sus progenitores? ¿El aburguesamiento de los antiguos obreros se resume en inmueble propio, coche y playa? ¿Existe realmente este aburguesamiento y, si es así, en qué consiste? ¿Viajamos a países desfavorecidos para rebajar nuestro sentimiento de culpa hacia la desgracia ajena? ¿Quién posee qué o a quién? ¿Es más madre quien ha parido a su hijo o quién lo cuida y educa? ¿Cuál es la responsabilidad de los líderes de opinión? ¿No es la unidad familiar el primer ámbito de coacción y apaciguamiento del espíritu rebelde? ¿Puede el amor aguantar el desmoronamiento de los ideales de juventud? ¿El supuesto fracaso de nuestro cónyuge o amigo como reflejo de nuestro propio fracaso y el odio hacia nosotros mismos o como oportunidad para demostrar nuestro apoyo? ¿Existe la bondad ejemplar o todo se queda en bonitos discursos y buenas intenciones?
El guión, del propio Guédiguian y Jean-Louis Milesi, nos plantea estas y otros muchas preguntas regalándonos una auténtica diatriba del héroe cansado (y avergonzado) de serlo. Siguiendo una ruta contemporánea, partimos del poema de Victor Hugo que es una oda a la bondad ejemplar con la que nos sorprenden los protagonistas a lo largo de la historia. En palabras del realizador “… no se trataba de contar la historia de unos pescadores bretones en el siglo XIX, sino de hacer una película actual rodada en Marsella”. Las situaciones y diálogos nos plantean la ausencia de consciencia de clase en la que está sumida nuestra sociedad y desenmascaran la “impostura intelectual” que nos hace creer que hay dos pueblos: el autóctono asalariado que vive en urbanizaciones y el inmigrante en paro, delincuente y que vive en las afueras. La realidad que pretende mostrar la película es mucho más compleja, sobretodo a través del personaje del agresor o nuevo pobre, que afectado por el paro se rebela y como si de un moderno Robin Hood se tratara roba para pagar el alquiler y criar a sus dos hermanos más pequeños. Importante pues el trabajar con dos generaciones de personajes y más importante aún el choque que supone para la pareja protagonista la agresión provocada por uno de los suyos. No puede ser que algo así les suceda a ellos, que siempre han luchado por la libertad y la solidaridad. Esta situación les hará ver que siempre hay gente más pobre que ellos y que se puede ser rico a los ojos del otro, lo que les hará replantearse la noción de valor de Jean Jaurès (1859-1914, político francés y uno de los primeros socialistas), que en su famoso Discurso a la juventud (1903) definió el valor de varias formas con una figura retórica que consistía en repetir al principio de cada frase “El valor consiste en…”, mostrando así la subjetividad del concepto dependiendo de la visión del mundo de cada individuo.
Otra de las preocupaciones que muestran Guédiguian y Milesi en Las nieves del Kilimanjaro es la posibilidad de que una generación actual tengo medios económicos inferiores a los de sus padres. Preocupados pero no abrumados. Como demostró Bertolt Brecht, otro de los referentes del cineasta francés, no hay que confundir el tratar temas elevados con aburrimiento.
De este modo, al lado del deseo de venganza, de castigar al malo y de justificar la violencia (instintos que en la película se atribuyen a algo visceral, independientemente de la posición política de cada persona) se tratan temas aparentemente más banales como las conversaciones entre un camarero capaz de ofrecer una bebida adecuada para cada mal a su clientela (para el amor, para la vida… siempre de dos en dos, eso sí).
Las interpretaciones de Jean-Pierre Darroussin, Ariane Ascaride, Gérard Meylan y Maryline Canto soberbias. No se puede decir nada más (ni menos). El cuarteto hace fácil lo difícil y consigue dar verosimilitud a sus personajes y las situaciones de un modo que hace que en ningún momento nos planteemos que son actores lo que hay en la pantalla. No vemos a Ariane, Jean-Pierre, Gérard o Maryline sino a Marie-Clarie, Michel, Raoul y Denise. Mención especial para el Christophe de Grégoire Leprince-Ringuet, quiénes vean la película descubrirán por qué. Ascaride se mostró especialmente cariñosa con su personaje en la presentación de la película en Barcelona y se metió a los asistentes al evento en el bolsillo cuando explicó qué había de Ariane en el personaje de Marie-Claire: “…las mujeres que me han criado, a las que admiro, la mujer que me habría gustado ser, las mujeres que nos cruzamos por la calle y a las que no miramos, las que no tienen tiempo para ir a la peluquería cada semana y las que saben escuchar la desesperación de los otros mientras cocinan”. Sobre estas mujeres (y hombres) habla la película. Sobre esos héroes que dirigieron todas sus energías a proteger lo que ya habían conseguido y dejaron de luchar por algo nuevo.
Finalmente, destacamos la música, que aparece en momentos muy determinados para hacer que las imágenes a las que acompañan nos resulten algo extrañas y nos preguntemos qué está pasando en ese momento y por qué sucede lo que vemos en la pantalla a la vez que nos proporciona amparo y suaviza ciertos momentos de esta historia que Pierre Milon ha fotografiado a través de planos cortos y abiertos y que Bernard Sasia ha sabido montar con agilidad y multiplicando los puntos de vista narrativos, dependiendo del personaje en el que se centra cada escena.