Las ventajas de ser un marginado

Magnetismo en estado puro Por Edu J.Moreno

Un ejercicio de nostalgia para aquellos que llegaron a la treintena o de imaginación para el resto…Regresemos a los primeros noventa. Una época en la que regalar vinilos no era ninguna “freakada”, en la que muchos grabábamos nuestras propias cintas eligiendo aquellas canciones que considerábamos especiales, años en los que corríamos para llegar a casa y ponernos a hablar por teléfono con nuestros amigos, en los que se entregaban los trabajos escolares a mano y en el que los que querían ser escritores empezaban a martillear sus máquinas de escribir. Esta es la época que retrata Stephen Chbosky en su primera película Las ventajas de ser un marginado, basada en su novela homónima publicada en 1999. La historia nos traslada a un instituto estadounidense, pero olvidémonos del mundo retratado en películas amables como las de la saga High School Musical (Kenny Ortega, 2006). Si algo se aproxima ni que sea remotamente al universo creado por Chbosky podría ser 10 razones para odiarte (10 things I hate about you, Gil Junger, 1999), una comedia protagonizada por Heath Ledger, Julia Stiles y Joseph Gordon-Levitt que mostraba los intentos de varios inadaptados por encajar en el siempre difícil engranaje de la popularidad escolar.

Me aproximé a la película con ciertas reservas a pesar de saber que había sido elegida como mejor película del año 2012 por varios medios especializados españoles. Pese a las reticencias, la película me atrapó desde el minuto uno, cuando emprendemos junto con el protagonista un viaje bajo los acordes de Could It Be Another Change de The Samples. Chbosky quiere dejar claro desde el arranque que ese túnel que vemos tendrá una importancia capital dentro del viaje emocional que Charlie está a punto de iniciar y que la música tendrá un papel fundamental en su forma de relacionarse con aquellas personas que cambiarán su vida a los pocos días de iniciar la secundaria. Un inicio que también remarca el carácter epistolar de la novela en la que se basa, unas cartas que Charlie dirige, presumiblemente, a su mejor amigo, del que poco sabemos salvo que decidió suicidarse y que nos acompañarán a modo de voz en off durante todo el metraje. Charlie tiene que lidiar además con un coeficiente intelectual superior a la media y con una niñez marcada por la muerte de una tía que ha condicionado gran parte de su carácter.

Todo empezará a cambiar cuando conozca a Patrick y Sam, dos hermanastros de cuarto curso que han aprendido a vivir al márgen de la normalidad y que adoptarán al joven Charlie para mostrarle el mundo que desconoce. Chbosky opta por mostrar de forma optimista el hecho de ser diferente al resto, una opción plausible pero no siempre acorde con la vida real. No todos los homosexuales tienen la seguridad que Patrick demuestra siendo tan joven y la mayoría de inadaptados no tienen la suerte de formar parte de un grupo tan “cool” como el que radiografía la película. Quizá no hubiera estado de más mostrar de un modo más claro el lado opuesto, el de las desventajas de ser un excluido social, quizá la única tara que puede ponérsele a la película. No por ello hay que dejar de reconocerle a Chbosky el mérito de crear personajes interesantes partiendo de los tópicos más reconocibles en lo que se refiere a películas ambientadas en institutos estadounidenses. Su círculo de marginados lo forma un chico gay enamorado de la estrella escolar del equipo de fútbol americano, una adolescente con un pasado sexual complicado, una chica rica cleptómana y de perfil gótico y una intelectual algo gordita con creencias espirituales volubles. Pero huyendo de los clichés, los adolescentes de este extraño grupo tienen entidad propia, algo especial que los identifica y que hace que Charlie, y por ende el espectador, quieran formar parte de él. Algo que contrasta con la falta de definición de los miembros de la familia del protagonista que quedan en un segundo plano, aunque entiendo que muchas veces a esa edad la familia tiene ese carácter casi marginal.

Del magnetismo de esa “isla de los excluidos” son en gran parte responsables Patrick y Sam, unos hermanastros divertidos, particulares, entusiastas, enérgicos y sensibles. Un mérito no solo achacable a Chbosky como escritor, sino también al acierto de haber elegido para encarnarlos a Ezra Miller y Emma Watson. El primero ya destacó como perturbado adolescente en Tenemos que hablar de Kevin (We Need to Talk About Kevin, Lynne Ramsay, 2011) y aunque aquí su papel es diametralmente opuesto, el efecto cada vez que aparece en pantalla es el mismo: uno no puede dejar ya no de mirarle, sino de admirarle. Su rostro, su gestualidad, su forma de comunicarse hace que todo aquello que hace o dice sea o parezca mucho más interesante de lo que realmente es. Igualmente magnética emerge la figura de Watson, una actriz que tras interpretar a Hermione en la saga Harry Potter había tenido pocas ocasiones de demostrar su talento. La química entre los hermanos, o aquellas escenas que comparte junto a Charlie funcionan en gran parte gracias a su naturalidad transmitiendo emociones. Si bien Logan Lerman interpreta con acierto al desorientado protagonista, no lo es menos que la película gana enteros cada vez que comparte plano con Miller o Watson. La combinación de esas tres personalidades tan bien reflejadas en pantalla permite que transitemos por terrenos a veces pantanosos como el descubrimiento del primer gran amor.

No es ajeno a este mérito el propio Chbosky. La película Las ventajas de ser un marginado no deja de ser una sucesión de escenas en apariencia intrascendentes pero el realizador sabe cómo definir a sus personajes en esos momentos y además crear escenarios y atmósferas únicas.

Para ello se ayuda de una magnífica banda sonora que combina con acierto temas potentes que acompañan a los momentos de efervescencia propios de la adolescencia y melodías mucho más cadenciosas para los pocos instantes de carácter íntimo. Su labor como realizador queda un poco en segundo plano respecto a sus habilidades como guionista, pero pese a ello sabe manejar la cámara con acierto, como por ejemplo al utilizar el zoom para situar emocionalmente a los personajes o el “slow motion” para sumergirnos en la mente de un Charlie que experimenta con las drogas por primera vez. También le ayuda en su desempeño el director de fotografía Andrew Dunn que consigue un espectro de luminosidad muy acorde con el desarrollo argumental, oscureciendo las escenas en las que Charlie está solo, tamizando la claridad en los ambientes festivos o dotando al encuadre de un fulgor especial en las escenas que comparten Charlie y Sam.

 Podría destacar muchos momentos que hacen de esta película algo especial, pero me quedo con aquellos que comparten el trio protagonista atravesando el túnel que vemos al inicio de la película escuchando temas emblemáticos para ellos como Heroes de David Bowie, instantes que el realizador capta de forma magistral gracias a la colocación de la cámara como también sucede en las “performances” del grupo con motivo de las proyecciones de The Rocky Horror Picture Show (Jim Sharman, 1975). El trio protagonista me recuerda por su química al formado por Marina Comas, Àlex Monner y Albert Baró en Els nens salvatges (Patricia Ferreira, 2012), una excelente película que también trata sobre los problemas de los adolescentes. Ambos directores comparten el acierto de saber dosificar la información para así mantener cierta tensión hasta el final. En este caso el espectador descubrirá al mismo tiempo que Charlie qué le sucedió en su niñez, algo que se insinúa en los continuos flash-backs que le retrotraen a dicha etapa pero que no queda claro hasta casi el final, en el que Chbosky acelera el montaje para mostrar el estado de confusión mental del protagonista.

Es obvio que el hecho de que yo tuviera la misma edad que el protagonista a principios de los 90 me ayudó situarme dentro de la historia. Como no lo es menos que me afectó más allá de lo esperado al tener la ventaja, o desventaja según se mire, de poder identificarme parcialmente con varios de sus personajes. Si a ello le unimos la falta de películas que describan de un modo sensible a la vez que divertido los problemas de un adolescente con dificultades de adaptación quizá se entienda que recomiende esta película más allá de su calidad cinematográfica. Y es que en muchas ocasiones las películas que más nos afectan no son las más brillantes, sino aquellas que vemos en el momento justo. Shakespeare enamorado (Shakespeare in Love, John Madden, 1998) y El jardinero fiel (The Constant Gardener, Fernando Meirelles, 2005) forman parte de esa exclusiva lista de películas que me emocionan más allá de su calidad y en la que ahora también incluyo Las ventajas de ser un marginado. Para los que se hayan sentido así en algún momento de sus vidas o para aquellos que ahora mismo creen estar en un túnel del que no vislumbran el final, quizá ésta sea vuestra película.

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