Lazos de sangre
All habits die hard Por Fernando Solla
"Favor gonna kill you faster than a bullet."
En 2008 el realizador y guionista francés Jacques Maillot adaptó la novela ‘Les liens du sang’ de Bruno y Michel Papet, ejecutando thriller policíaco ambientado en la década de los setenta del siglo pasado. Protagonizada por Guillaume Canet y François Cluzet, la película se centraba en una pareja de hermanos, protagonistas y antagonistas de su propia historia. François (Canet) se nos presentaba como un policía cuya amante era la esposa del delincuente al que acababa de encarcelar y Gaby (Cluzet) su reverso, criminal que deberá reinsertarse tras su paso por la cárcel y que, a pesar de sus intentos, no tardará en volver a su antigua vida.
Para su debut en el mercado anglosajón, aunque con producción mayoritariamente francesa, Canet ha escogido la cinta que interpretó para tomar las riendas tras la cámara, convirtiéndose en realizador y coguionista de este remake titulado Lazos de Sangre. Tres años después de reventar las taquillas galas (y parte de las europeas) con Pequeñas mentiras sin importancia (Les petits mouchoirs, 2010), Canet se alía con James Gray para trasladar geográficamente la acción, situándonos en Brooklyn (Nueva York), en 1974. De esta colaboración resulta una película de un magnetismo insólito, cuyo resultado final parece una mezcla de La noche es nuestra (We Own the Night, 2007) y Two Lovers (2008), dos de los más significativos títulos de Gray como realizador, tamizados por el estilo (o formato) de Canet (metraje de aproximadamente dos horas e impecable dirección de actores con espíritu coral).
A nivel estético, el filme resulta redondo. Fotografía, vestuario y banda sonora ayudan a conseguir ese feeling que nos traslada espacial y geográficamente y nos sitúa al lado de los personajes.
Si obviamos la ficha técnica y artística y visionamos Lazos de sangre en treinta años parecerá que la película fue rodada en los setenta. Este factor compensa un argumento algo previsible, no tanto por el desarrollo del mismo sino por la sensación que acompaña a los espectadores de contemplar una historia muchas veces contada. En cualquier caso, realizador y guionista parecen ser plenamente conscientes de ello y anteponen a la trama criminal el retrato del crecimiento de los personajes, algo que también sucedía en Cruce de caminos (The Place Beyond the Pines, Derek Cianfrance, 2012), aunque desde un punto de vista más terrenal que la epopeya de Cianfrance. Bajo la apariencia de un thriller criminal, Canet realiza una retrospectiva familiar, compendio de vidas rotas que intentan recomponerse.
Contraponiendo el trazo que ha marcado la carrera profesional de los intérpretes que intervienen en el filme con la situación o caligrafía de sus personajes, Canet sobresale en la dirección de sus actores, jugando con la intensidad o contención de su labor hasta fijar la mirada en un horizonte común hacia el que quiere llevar su largometraje. Además, consigue con la elección de los mismos contextualizar el argumento dentro de un escenario racial y etnográfico muy característico y particular. Por si esto fuera poco, el papel de la mujer será determinante tanto en el devenir de la trama como en las motivaciones de los personajes masculinos. La elección de Marion Cotillard, Zoe Zaldana, Mila Kunis y Lili Taylor da mucho juego como contrapunto a Billy Crudup, Cliwe Owen, James Caan y Matthias Schoenaerts (único personaje del que nos gustaría saber algo más y que queda relegado a un injusto segundo plano). Detallar el desempeño de cada uno de ellos revelaría demasiados detalles de una película que ofrece, una vez más, una apasionante lectura a partir del trabajo de estos ocho profesionales.
Otro puntal básico sobre el que se cimienta Lazos de sangre resulta de la confrontación entro lo íntimo y lo externo. La dirección artística de Henry Dunn refuerza esa sensación de los hermanos protagonistas de encontrarse constantemente en tierra de nadie. Las secuencias de persecuciones y tiroteos están construidas de tal manera que, sin renunciar a la espectacularidad, no nos apartan del punto de vista de los personajes, fortaleciendo más si cabe su sensación de encontrarse solos en un mundo que no es el suyo. Aunque parezca imposible, Canel conseguirá restablecer el orden lógico de la historia a través de un juego constante entre tipo (un ejemplo concreto) y arquetipo (el original) sin llegar nunca a la percepción o lugar común del prototipo o estereotipo.
Finalmente, todo lo acontecido en el desarrollo de la trama se convertirá en un viaje hacia el (inesperado) enfrentamiento final. Un viaje que, Canet, nos habrá ido explicando literalmente a través de las canciones seleccionadas para la banda sonora. Este recurso dramático tomará sentido al final, cuando caigamos en la cuenta de que todo se nos había explicado a través de sus letras, convirtiendo el capricho estético que nos parecía escuchar las melodías y sus versos a la vez que los protagonistas en el leitmotiv de la película. Un refuerzo dramático para mostrar la realidad de los protagonistas, que se negarán a enfrentarse a ellos mismos y a su pasado, interfiriendo involuntaria pero irremisiblemente en su presente y futuro cuando repitan varias veces la frase “¿quieres apagar la música?”. Do What You Gotta Do (Al Wilson), I’ll Come Running Back to You (Sam Cooke), (And) Then He Kiss Me (The Crystals) o Bad Girl (Lee Moses) serían algunos de los ejemplos más relevantes.
Detalles como este insuflan vida a la película y, extensiblemente, propician que el espectador empatice con los personajes desde un primer momento, disfrutando fotograma a fotograma de lo que acontece en pantalla.