Leah Singer y Lee Ranaldo

Te escribo (Soliloquios I) Por Javier Acevedo Nieto

Te escribo:

Estos últimos días colecciono citas como un loco. En los últimos meses, la vida académica me ha convertido en un maravilloso gestor bibliográfico. También en uno triste, pero ese es otro tema. Esta mañana, en el gimnasio, me quedé absorto mientras contemplaba un excremento de paloma en la ventana junto a los soportes de las mancuernas. “Hace mucho tiempo que no llueve”, pensé. La lluvia limpiará el excremento eventualmente. Hasta entonces, es un paisaje propio mucho más cercano que todos los lugares en los que me imagino y, con perdón, te imagino.

Una de las citas que recopilé es de G.K Chesterton, quien decía: «No hay paisajes tristes; hay solamente espectadores tristes.» He decidido que tiene razón. Si me recuerdas, sabrás que soy una persona triste. Una vez me comparé con una paloma muerta y me espetaste un “¡cómo te pasas!”. No hay paisajes tristes, pero cuando observé aquella mierda de paloma me acordé de ti, ¿cuántos días de lluvia ha habido desde que nos despedimos?

Tengo que escribir sobre este festival de cine experimental: el S8. Siempre he pensado que escribir sobre cine experimental es un desafío para el crítico porque no hay farándula, ni epitexto ni una herencia de visionados a la que asirse para usar todas esas frases que usan los críticos con el fin de salir del paso. Hay imágenes, pero, sobre todo, hay intimidades. Lidiar con intimidades ajenas da miedo, ¿verdad? Imagínate intentar escribir sobre ellas. Este fin de semana escuché en bucle una playlist de i’m cyborg but that’s ok, el canal de YouTube que crea vídeos musicales con retacitos de películas. Obvio, me acordé de ti, aunque en realidad no sé por qué lo digo: son menos los momentos en los que te olvido. Recuerdo que, una vez, sobre estas fechas, nos quedamos dormidos en la casa de gotelé con los vídeos del canal puestos de fondo. De todos los mundos posibles en los que me he imaginado, creo que por una vez estaba en el que quería. Tengo otra cita. Resulta que Blanchot dijo «¿Qué es un libro que no se lee?: algo que todavía no está escrito». Me gusta masacrar frases ajenas, así que para mí esta que se escribe dijo «¿Qué es una imagen que no se ve?: algo que todavía no está visto».

Pues vi la playlist, volví a la vieja casa y salí al balcón, como solíamos hacer. Sentí un retortijón en la tripa, miré al cielo y estaba enfurruñado: mis entrañas habían sido esparcidas en un cielo ofuscado. La verdad es que tuvimos suerte porque cuando nos conocimos hacía un sol espléndido en el parque, parecía como si alguien hubiera inventado la primavera para nosotros. Esto me recuerda a que en el S8 he visto muchas peliculitas o, mejor dicho, bastantes cortometrajes que muestran intimidades ajenas. ¿Por qué me gusta ver estas piezas? Porque hablan de mí mejor que yo o (déjame suspirar esta frase un poco más), porque muestran vidas e imágenes que fueron posibles. En este día vamos a imaginar que te hablo de ellas. Leah Singer es una poeta, artista visual, cineasta y muchas más cosas. En algún momento de 1993, conoció a Lee Ranaldo, fundador de Sonic Youth, una banda de noise rock. Juntos hacen performances y algunos cortometrajes; por separado, también han hecho sus cosillas. Una de las piezas que pude ver es LS Central Park (1993), un corto en 8mm —el formato que parece darle mimos a tu memoria— donde Ranaldo graba a Singer durante un paseo en el parque (¡estaban empezando a enamorarse!). Naturalmente, la cámara encierra el rostro de Leah porque cuando empiezas a querer alguien siempre te parece la única persona del mundo. Ella lleva unas gafas de sol parecidas a las tuyas y el listo de Ranaldo juega con la velocidad de obturación y el balanceo de la cámara para que el amor parezca el zumbido de una mosca en los ojos. Además, realiza una doble exposición en cámara y aparecen manchitas blancas en la imagen: el celuloide se llena de centelleos mientras la música de Satie dice que están enamorados. Es un hecho estético que este cortometraje es puro amor. Configuro mi sentido sobre esta pieza encontrándome con su configuración artística: me emociona porque habla de una posibilidad realizada, ¡hay gente que se enamora! Sorprendente. Tan sorprendente como que hay imágenes que miran la existencia y no la realidad. Tú y yo existimos, aunque ahora no seamos reales, Ranaldo y Singer siguen existiendo. Esta es mi dosis de optimismo de hoy.

Leah Singer

LS Central Park

Leah Singer tiene un corto previo llamado Here (1991) que parece un spot publicitario de la ruta 66. Entremezcla formatos de vídeo a través de un montaje de imágenes fijas y, además, utiliza la música extradiegética para acelerar, decelerar, arrancar y frenar los fotogramas. Es un viaje en carretera, así que hacer eso tiene ya no sé si sentido, pero sí cierta gracia. A veces, los primeros planos de sus caras quedan recortados. Debió ser un viaje emocionante: miran hacia el frente, sin miedos, viajan hacia el mar. Ya sabes que me encantan las figuras retóricas (aunque he olvidado cómo se escribía bien), así que lo voy a decir. Singer es una arquitecta de la nada porque filma los ratos muertos de un viaje que, en el fondo, son aquellos de los que todos nos acordamos. El pequeño montaje, las imágenes fijas, un poco como las fotos que me sacabas a escondidas. Es una de esas películas que construye un recuerdo a partir de los restos, de esos instantes que eliminaríamos por superfluos o banales; quizá el tipo de recuerdo que nunca olvidamos porque nunca quisimos recordarlo en primer lugar.

Bueno, después vi The Last Temptation of Susan (1994), que es una suerte de videoclip lleno de neón, juegos con la velocidad de los fotogramas, reencuadres furiosos y un montaje ritmo que me recuerda a algo que editaste y me pasaste. Singer disfruta del desafío de deshilachar la música en las imágenes y romper un poco la idea de sincronicidad y aquí se nota. Es muy parecido a la performance en Super 8 Live, Manipulated Super 8 Film Projection of Sonic Youth/Pavement Performances que quiere mostrar el bajonazo después del éxtasis de un concierto; quizá no bajonazo, pero sí mostrar cómo aquello que nos parece maravilloso en una noche de música, focos y mimos en botellines (maravilloso porque no queremos que se parezca a la realidad), puede parecernos extraño a la mañana siguiente (extraño porque se parece a la realidad, aunque se salga de ella). En mi opinión, este cortometraje tiene el potencial desmitificador de una resaca: la desincronización de la pista de audio, el montaje que languidece y se estira a veces en pequeños zooms, los fragmentitos que parecen casi flicker films a ritmo de ruido. Qué decirte, aquello fue nuestro país: la cerveza corriendo, la música que empieza a apagarse y se oscurece como la lamparita de la mesilla de noche, el ruido que se va quedando atrás, atrás, atrás. Después, tenías razón: es enorme el horror de este verano amarillo, la noche me espera con un mazo y los caminos se arrastran bajo el bochorno. Una resaca, en efecto, no he vuelto a pisar un concierto.

Terminé esta primera sesión breve con Drift (2005), Navel Milk Prison (2009) e Isolation 2020 (2020). Quiero hablarte un poco sobre las dos primeras. Mientras escribo, escucho un poco de música. Nunca me había pasado tanto tiempo delante de una pantalla, pero nunca había sabido tan poco sobre audiovisual. Estas últimas semanas he leído bastante teoría de crítica literaria. Estimo que habré revisado unas 3.000 páginas para no tener ni idea de nada. Así que no voy a intentar explicarte los engranajes epistemológicos de los cortometrajes. Escucho música en unos viejos auriculares que distorsionan las voces y, por algún motivo, elevan demasiado los bajos. El resultado es una suerte de escucha analógica en la que las interferencias y las distorsiones añaden una capa de tristeza: la voz de Sufjan parece todavía más lejana. Es curioso porque el otro día escuché viejos audios de Whatsapp y en mi cabeza sonaban así de distorsionados: te escucho un poco como te recuerdo, al final del pasillo de mi casa. Drift realiza un montaje paralelo de dos secuencias de imágenes y cada una actúa de resonancia de la otra. Una mano radiografiada acaricia la oscuridad para que después unas letras se mueran en un plano detalle de hojas rotas para que después una hornacina de un edificio amenace a la multitud serigrafiada en 16mm para que después las diapositivas contrapuestas lacen esquirlitas de callejuelas y tejados que me hacen parpadear mucho; finalmente, pienso que lo experimental se siente así de contradictorio y de familiar. Las imágenes se multiplican, se retuercen en exposiciones, manipulaciones de contraste y rasgado de fotogramas. Del mismo modo que un beso es un corte en el alma, las imágenes son cicatrices que operan en la imposibilidad de la memoria.

Leah Singer

Drift

Por cierto, leo que para Navel Milk Prison, el poema recitado por Singer fue escrito por Ranaldo a partir de distintos correos de spam. Cómo me gustan estos experimentos. Sueño con escribir un ensayo sobre las voces en off que empastan estos tipos de videoensayos y documentales: voces graves, voces agudas, voces apagadas, voces más vivas, voces que alargan los sonidos, voces que apocopan las palabras, voces que cecean, voces que sesean, voces hiperbólicas, voces sosegadas; entonaciones interrogativas, entonaciones que afirman interrogando, entonaciones que gritan suspirando; prosodias quebradas en poemitas que ojalá hubiera escrito, prosodias que me animan ya que son como yesca en los caudales de mis ojeras. Es uno de mis proyectos, quizá porque recuerdo tu voz y cuando creo escucharla de nuevo (a veces giro la cabeza y juro que apareces en la esquina del rabillo de mi mente) pienso imperativamente (con mi vocecita apagada y fatigosa) que es tiempo de hacer una canción: una canción para ti, para mí, para todos. Lo pienso porque el poema recitado por Singer refleja el bosque en los chivatos del salpicadero. Me recuerda el poder de la lengua: nunca habla de nadie en concreto ya que siempre se dirige a un yo y a un tú que podríamos ser cualquiera de nosotros. Es una tarde cualquiera y un niño ríe en el asiento del copiloto. El retrovisor muestra a la mujer que conduce, las cejas sonrientes mientras el poema puntúa el momento cualquiera. Hay un paréntesis varado en las cejas, como si el hastío del poema pudiera serigrafiarse en las imágenes del viejo coche hasta que la tristeza (cupiera en un paréntesis).

Y el poema sigue, con una entonación decidida, para desvelar que la vida se escribe en un pequeño corto que conquista la intimidad y que me muestra como un espectador triste. Empieza a sonar Just Kiss Her, de Concorde, mientras termino de ver el cortometraje, el cual cierra con un plano de una señal de “Stop”. La voz y la música fortuita indican que es tiempo de hacer una canción: que el niño del corto ya se habrá hecho grande, que ese árbol junto a la señal ya no estará, que esa mujer no conduce el viejo coche, que el tiempo pasa. El paisaje que tengo ahora es un mapamundi anticuado. Sucede que a veces las imágenes te abrazan de todas las maneras posibles, pero también me sucede que desde hace tiempo todas las imágenes son extranjeras para mí. Intentaré contártelas de la mejor manera que pueda; a fin de cuentas, este es un diálogo inventado. Otra cita, debido a que cada vez tengo menos palabras para pensar el mundo. En una novelita, Manuel Vicent escribió: «pequeñas sensaciones naturales irán creando humo dentro de la memoria hasta confundir tu orgullo, y cuando el gregal vuelva a azotar el espigón, ya no recordarás que un día deseaste el amor o la muerte». Es un recuerdo cualquiera, como el de estos cortometrajes, pero ¡qué bien crean un humo en la memoria! Durante unos minutos, me apetece hablar contigo, ¿qué les queda a mis ojos? Estas y aquellas imágenes cuando relamo aquellas olas, aquellos días; un poco como Ranaldo y Singer con sus intimidades filmadas tan foráneamente. Seguiré coleccionando citas, siempre pensando en la réplica que te responderé si dejo de despedirme.

Hasta entonces y hasta nunca:

Te escribo.

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