Les invisibles, Keep the lights on y Ausente

Atlantida Film Fest 2013 Por Manu Argüelles

Les invisibles. Director: Sébastien Lifshitz. Francia, 2012

Una premisa. El Atlántida Film Festival selecciona películas que no han sido exhibidas en cines españoles. De la cosecha cuatro tienen contenido homosexual y tangencialmente podemos incluir dos más. El festival hikikomori, como lo denomina un amigo, ¿es gay-friendly o denota un déficit en la distribución convencional relacionado con todo aquello que verse con lo homosexual? Una certeza. La que comenta Iván Barredo en Número cero a propósito de Ralf König, rey de los cómics:

Cualquiera pensaría que la homosexualidad está más que aceptada y superada en nuestro país, pero ya he visto que no. Por ejemplo, ninguna televisión, hasta el momento, ha querido este documental por su temática. Lo cual es increíble porque es una producción, precisamente, del prestigioso canal cultural ARTE de Alemania (y Francia).

A esa certeza se le suma otra. La entrada en el gobierno por parte del Partido Popular vuelve a visualizar la homofobia institucionalizada. Ejemplo: las recientes declaraciones del ministro del interior y la extinción de la especie.

No soy partidario de dividir el cine entre cine gay y cine que no lo es, aunque el uso común así lo hace, tanto desde un bando como desde otro. Siempre comento la ejemplaridad del cine francés contemporáneo que canaliza la diversidad de tendencias sexuales con una apabullante naturalidad y sin hacer énfasis alguno porque, ciertamente, trata de reflejar una cotidianeidad donde la atracción sexual, sea del signo que sea, no es ningún rasgo distintivo. Parecerá un detalle tonto pero ya es muy sintomático que en la ficción francesa un personaje gay no se muere de SIDA: el de Ozon en El tiempo que queda (Le temps qui reste, 2005). Aunque realizar un viaje retrospectivo basado en testimonios con una base claramente divulgativa como la de Les invisibles, y que la pandemia de la periferia (la del Otro, ahora la de África) no aparezca mencionada ni un solo segundo resulta muy sospechoso. No pongo en tela de juicio la trayectoria de Sébastien Lifshitz, cuya cinematografía siempre ha visibilizado la homosexualidad y sus demonios. Su cine siempre ha sido la imagen de la turbulencia y del tormento, del dolor y del desgarro. Podemos pensar que Les invisibles, como su segunda incursión en el documental, parece continuar sus inquietudes de la ficción con films como Primer verano  (Presque rien, 2000), Wild side (2004) o Plein sud (2009).

Lifshitz se ha caracterizado hasta la fecha como un director intenso y que salta sin red sobre el trauma en carne viva, aunque en Les invisibles deja paso a la serenidad de la vejez, la de aquel que ha transitado por un camino de espinas y ahora en su última edad ha encontrado el remanso de tranquilidad.

Si bien eso nos hace pensar que con Les invisibles se distancia de su línea autoral, pesa más en esa percepción no lo que muestra sino lo que oculta. Sí, me explico. Aquí teje su discurso mediante los relatos cruzados en primera persona de hombres y mujeres en su senectud que recuerdan cómo vivieron su homosexualidad en una sociedad patriarcal, heterocentrista y homofóbica; la francesa pero podría ser cualquiera occidental. Se habla de los movimientos de protesta de los años 70 que les permitió emerger de su situación enclaustrada y los no pocos problemas que sufrieron a raíz de su posicionamiento político que les enfrentaba directamente con las corrientes hegemónicas. Pero ni rastro del activismo que se vivió en Francia en los años 90. Mi tesis es que si aparece reflejada una época y no otra es porque la primera está más o menos consensuada y aceptada dentro de los círculos mayoritarios. Queda lejos y es más asimilable. En cambio, lo queer o lo marica como arma de rebelión dificulta el consenso y la aceptación. Es igual de espinoso que el SIDA. Lo cual me lleva a pensar que el marco institucional donde se construye el documental sea el debate que se dirime en estos momentos en el país vecino sobre las bodas gays. El César al mejor documental de la pasada edición posiblemente sea un gesto político de legitimación por parte de la industria francesa, donde de esta manera se posicionan públicamente a favor. Pero dados los puntos ciegos notablemente llamativos que tiene, no sería descabellado considerarlo como un instrumento de concienciación para la mayoría silenciosa , que diría Nixon. Porque, inesperadamente, en su asimilación y su voluntad sensibilizadora, loable pero insuficiente, alcanza protagonismo aquello que sigue invisible entre sus grietas.

Les invisibles

Les invisibles

Keep the lights on. Director: Ira Sachs. EUA, 2012.

Si Les invisibles utiliza el tiempo como evocación del dolor que fragua nuestra identidad, fiel imagen de la relación problemática con el entorno, Keep the lights on directamente lo encapsula y lo embalsama. Pasa el tiempo pero éste no deja huellas ni en los personajes ni en el entorno contextual que se mantiene invariable por mucho que avance el metraje. Es una asepsia profiláctica que se refuerza con el único tono quemado y gastado del cromatismo fotográfico del film. Los personajes habitan una luz mortecina que vive de la claridad pero lleva inherente siempre consigo la melancolía. Con ella, Keep the lights on se presenta con una textura de film ajado, de cine antes muerto de nacer. Empieza la relación en 1997 pero la estilística parece recordarnos nuestro encuentro con una foto ocre que hemos encontrado en nuestro baúl de los recuerdos. De ahí su componente memorístico donde el director plasma sus experiencias ficcionadas. Dado que Ira Sachs prefiere uniformizar su film siempre con el mismo aspecto visual, muy minimalista y focalizado en lo íntimo, consigue hacernos creer que las agujas del reloj detuvieron su movimiento en el momento en el que Erik conoció a Paul. En ese sentido, es oportuna en cuanto nos devuelve esa sensación que nos queda cuando hemos vivido una relación destructiva, la cual la sentimos en nuestra memoria como una pérdida de tiempo, un fracaso, una mancha en nuestra vida. Cuando amas y vives con tu pareja siempre percibimos que crecemos y maduramos en compañía. A Erik, en cambio, se le paró el reloj. E Ira Sachs se queda en ese estado anímico, bloqueado y ahogado, algo de lo que también hablará Marco Berger en Ausente. Lástima que no vaya más allá y neutralice el análisis de los mecanismos que se dan en una pareja y con ellos el desenmascaramiento de la dialéctica oculta que se establece en una relación amorosa como una lucha de poder. El film jamás se toma la molestia de profundizar en los desencuentros sino que prefiere planear solo en la enunciación de ellos, una acumulación caprichosa, arbitraria y visiblemente fragmentaria. Además funciona con una sola voz, la del monocorde Erik, la autobiográfica y distorsionadora, porque no deja que accedamos a Paul. El relato simula ser la historia de una pareja pero solo es la narración de un personaje impávido que ha entrado en un ciclo de perdición por enamorarse de un toxicómano que es una pura proyección, porque nunca tiene presencia.

 Keep the lights on, desapasionada y cansada con lo que cuenta, pudorosa y neutralizada en su contenido homosexual, apuesta por el bloqueo existencial y resulta un film varado en el peor de los sentidos. También es una muestra de un cine que se preocupa de su etiqueta y busca la mímesis con el molde heterosexual, quedándose en tierra de nadie. Porque su apatía y falta de carácter la deja como un film asimilado, indoloro e inocuo. ¿En eso ha quedado hoy el cine de Sundance?

Keep the lights on

Keep the lights on

Ausente. Director: Marco Berger. Argentina, 2011

Si hemos hablado de Les invisibles y Keep the lights on como dos films lijados convenientemente para agradar un público amplio, Marco Berger en Ausente entra con muchas precauciones en el tabú. Y no podremos negar que sale victorioso cuando se enfrenta con la atracción homosexual desde la adolescencia por alguien adulto, para más señas, su profesor de gimnasia. Porque situarla en un entorno educativo tiene también su osadía. Su tratamiento es elíptico, planea y se mueve en círculos a través de la paidofilia. Porque en Ausente el protagonista es Sebastián, cazado en las redes magnéticas del inquieto Martín. Prosigue en su exploración de las seducciones ocultas, en la emergencia de la sexualidad que trastoca nuestra personalidad y en la confusión,con la consiguiente pérdida de certezas. Las arenas movedizas son las superficies en las que Berger siempre explora las inextricables leyes del deseo. Por ejemplo, desde el ámbito cómico y peterpanesco de Plan B (2009), una curiosa variante de Las amistades peligrosas  (Dangerous Liaisons, Stephen Frears, 1988) en clave contemporánea y homosexual. Allí dos amigos heterosexuales tenían que hacer frente a su inesperado sentimiento entre ellos, incendiado a través de juegos inocentes de simulación y de venganza que acaban volviéndose contra ellos. Berger acierta en su lucha en contra de la caracterización a partir de nuestra sexualidad y tira por tierra cualquier visión esencialista. Esta puede cambiar de rumbo, no es algo inmutable. A Berger le interesan esos giros, ese punto de fricción, siempre desde lo sigiloso y subterráneo, lo que no osa decir su nombre pero que repta como la energía subyacente que da vida a la imagen obligada a desarrollarse en los dictados de la narración. Y sobre eso construye Ausente. Como un puntal en un inmenso vacío, que puede ser tanto darle la voz a la vejez desde la homosexualidad de Los invisibles, inscrita siempre en la mirada de la eterna juventud, como dilatar 10 años de una relación amorosa en un tiempo único e indivisible, el de Keep the lights on.

Es cierto que Ausente como film puede parecer un cortometraje que alarga su metraje. Pero es en ese instante que se precipita al orificio, cuando el capricho pueril del destino desmantela la dirección del film -un profesor acorralado por la perfidia agresiva de un adolescente que impone su capricho-, es ahí donde Berger descubre el núcleo del film: en el instante donde el relato de autodestruye. En ese momento de suspensión narrativa, donde Sebastián construye su toma de conciencia y certifica algo que le cambiará irremediablemente. Una apuesta radical de la sentencia de que no nos damos cuenta de lo que tenemos hasta que lo perdemos. En su enfrentamiento a la ausencia, engranaje que despierta al león dormido, es ahí donde Berger quiere fundamentar su film. Por lo que no hay films gays ni heterosexuales, sino personajes que descubren, viven y sufren sus tentaciones físicas y sentimentales, las de estos tres films.

Ausente
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