Leviatán
El órganon de la tradición rusa Por Paula López Montero
Seamos sinceros, Leviatán de Andrei Zvyagintsev es una de las mejores películas de largo del pasado año –del presente si tomamos la fecha de estreno española-. Muchos se aventuraron a verla en el cine sin saber apenas del director (heredero –dicen- del gran Tarkovski), y seguramente saliesen exhaustos ante un guión que no deja títere con cabeza, una fotografía abrumadora, o la banda sonora a cargo del maestro Philip Glass. Otros quizá se dejaron llevar por la inercia del escándalo de la prensa y el gobierno ruso que condenaron la presente película como “antirrusa” (haciéndole para mi gusto un flaco favor a su interés, ya que la censura y las malas críticas por parte del estado desde luego alimentan el deseo). Y para los más cultos y cinéfilos eso del “Leviatán” ya les sonaba, y quisieron comprobar qué metáforas se hacían ahí del famoso texto de Thomas Hobbes.
Desde luego, para quién tuvisteis la ocasión de ver el film, no se os olvidará el nombre impronunciable del director. Para mi gusto, el análisis más pertinente que podemos hacer es desde luego la conjugación de esas metáforas mencionadas, con el texto singular que Zvyagintsev nos propone (por supuesto dando el peso imprescindible a lo que en sus dos horas de duración nos transmite y dejándonos llevar –tampoco demasiado- por las interpretaciones –que toda crítica además es una- y por los vericuetos del texto de Hobbes).
Seguramente, lo que más incertidumbre-fascinación genere es aquel esqueleto del animal marino que se encuentra en esa bahía rusa. Y yo me sirvo de él como estructura, para componer este discurso, y que es –si no me equivoco- la alusión a la que remite el propio director, dejando huellas a modo de metáforas dónde él mismo puso su mirada.
Pero vayamos paso a paso. Leviatán es para los textos sagrados un monstruo marino creado por Dios, y que puede hacer alusión también a la serpiente del pecado original junto al árbol de la sabiduría, a las fuerzas preexistentes en el caos natural.
“La tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas estaban sobre la faz del abismo y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” Génesis 1:2.
De hecho, parece que las primeras imágenes de la película hacen alusión a ese caos y a esa fuerza del mar y la naturaleza, para presentarnos después el paisaje devastado, desolado que será el escenario donde transcurre el film, anclado aún a ese desorden natural –y a donde siempre se vuelve, incluido el presente discurso-. Desde luego muere el perro pero aquí no se acaba la rabia, y esa estructura del Leviatán, monstruo marino en la Biblia y hombre reivindicado en Hobbes, puede ya no estar vivo, pero sigue varado de alguna forma en la tradición rusa.
Kolya vive con su joven esposa y su hijo, fruto de una relación anterior, en un pueblo a orillas del mar de Barents, al norte de Rusia. El alcalde del pueblo, Vadim, en su ejercicio déspota como luego veremos, quiere a toda costa apropiarse del terreno y de la casa de Kolya, lo que enfrentará y desordenará la estructura familiar interna, a raíz de un elemento exterior como puede ser el estado, haciendo clara esa famosa frase de Hobbes “El hombre es un lobo para el hombre”.
Bien, el largometraje está claro que versa sobre el poder y la tiranía no sólo del sistema político, sino de la religión en su corriente cristiana ortodoxa. En este sentido me parece oportuno analizar dos momentos del film donde ambas posiciones jerárquicas (iglesia y gobierno) dialogan. A mitad del film, es el obispo quien le dice a su amigo Vadim, este déspota: “todo poder viene de Dios, donde hay poder hay fuerza, si tienes poder en tu territorio resuelve tus problemas tu mismo con tu fuerza o el enemigo pensará que eres débil”. Y al final de la película en plena iglesia profesa: “no hay que traicionar a la ortodoxia (…) sólo el que conoce la verdad de Dios puede encontrar la verdad”. Desde luego aquí la verdad-y Zvyagintsev lo representa a la perfección- está al servicio del poder, y sólo mediante el ejercicio de esa fuerza el pueblo puede encontrar la verdad de Dios”.
Desde luego en este punto y frente a los dos pilares contra los que ese mar tempestuoso de Zvyagintsev choca, me parece oportuno dividir ahora el presente análisis en la tradición Rusa en cuanto a su religión y en cuanto a su gobierno.
Religión
En el año 1054 en el llamado Cisma de Oriente se separaron la iglesia católica y la Iglesia Ortodoxa. Pero aquí no nos atañen los conflictos de esa separación más que una diferencia que parece interesante de apuntar en este análisis: en la iglesia ortodoxa no existe el “pecado original”, sino que Dios dotó al ser humano de lo que se podría decir “libre albedrío” en él se es libre de tomar las propias decisiones aunque por supuesto siempre teniendo en cuenta que hacer el bien es vivir en el amor de Dios y hacer el mal lo contrario. En alusión a los diálogos anteriormente apuntados entre Vadim y el Obispo ortodoxo, desde luego queda claro, o al menos nos lo hace ver así el director, que esa verdad y ese amor de Dios es tan corrompible y está tan corrompido en la tradición rusa que el servicio de la verdad no actúa más que como dominación, y esta dominación desde luego es la fuerza represiva a través del Estado. Lo que conlleva claramente a una tiranía político-religiosa de la que el director ruso nos hace conocedores de ella –al menos en este relato-.
Pudiera parecer que el director es un perspicaz lector de su tiempo, y que es consciente -no sé si leyendo a Heidegger o a cualquiera de sus filósofos coetáneos- de la necesidad de deconstrucción de las interpretaciones sobre todo de nuestra tradición greco-cristiana, y de los viejos pilares de la tradición y costumbres sobre los que se sustenta nuestra historia que aquí, desde luego, es la historia de Rusia. En este sentido puede arrojar algo de luz un relato como Leviatán donde parte de viejos mitos, del propio texto, para desmitificar o reflejar la problemática surgida del haber interpretado y haber tomado aquellas escrituras demasiado en serio.
Política
En cuanto a la política, quedaba claro que ambos estatutos del poder estaban unidos, pero es aquí donde debo traer a colación aquel texto al que también podría –o no- hacer alusión el film: Leviathan de Thomas Hobbes.
Hobbes desde luego era un inglés de pura cepa, y no existen imbricaciones –que se conozcan- con la tradición rusa, más que el haber sido uno de los prolegómenos del Absolutismo en toda Europa. Hobbes a razón de su teoría contractualista donde en un estado natural “el hombre era un lobo para el hombre”, fundamenta así la necesidad del estado absolutista en el que creía, donde todos los individuos a favor del pacto, renuncian al ejercicio de su poder, es decir, a su libertad, en beneficio de un soberano que garantice la paz, la seguridad y la supervivencia de sus súbditos. La coacción y la autoridad así son los resortes legitimados del poder político.
Recordemos en este punto que el absolutismo en Rusia fue uno de los más duraderos en toda Europa. Se consolidó alrededor de 1500 bajo Iván IV y concluyó en 1917 con la caída de la dinastía Romanov. Y aunque el relato de Andrey Zvyagintsev es un relato de actualidad donde en Rusia está instaurada la república semipresencial, sutilmente nos conduce a una reflexión en la que la tradición y el peso de la historia, -como en todas las historias- no escapa de los problemas allí dados y actúa de parámetro donde nos movemos en relación a nuestro pasado. Obviamente se pueden hacer muchas interpretaciones sobre esto, la de Zvyagintsev es una, y la mía versa sobre la suya.
Para Hobbes, por cierto, el Leviatán, ese hombre artificial, está creado por la necesidad de seguridad y supervivencia del hombre. Este es el fin del Estado según Hobbes, crear un ente coercitivo lo suficientemente poderoso como para reprimir y sembrar temor, pero este temor no comprende ninguna representación de odio, mediante el cual los ciudadanos se vean en la obligación de obedecer las leyes y de aceptar sumisamente lo que el soberano disponga, cediendo sus libertades individuales en pos del beneficio de la comunidad política.
“Por tanto, antes de que los nombres de lo justo o injusto puedan aceptarse, deberá haber algún poder coercitivo que obligue igualitariamente a los hombres al cumplimiento de sus pactos, por el terror a algún castigo mayor que el beneficio que esperan de la ruptura de su pacto y que haga buena aquella propiedad que los hombres adquieren por contrato mutuo, en compensación del derecho universal que abandonan.” (Leviatán, XV)
Autoridad y Alcohol
Desde luego, el largometraje no deja ningún pilar de la tradición sin zarandear, y el vodka en el film es un personaje más, donde saca al animal que lleva dentro todo hombre, haciendo, como no un relato que versa sobre la fuerza, haciéndonos ser quizá quien somos: el lobo.
Para mi gusto Zvyagintsev, tiene una película donde apunta brillantemente aquellas sombras del pasado, y la figura del padre, la autoridad: El regreso. En este punto he preferido llamar autoridad en vez de sistema patriarcal o machismo, porque todo el ejercicio de poder sin duda en la tradición rusa es un ejercicio de autoridad, también lo es con la mujer. Es el caso también del presente film donde la mujer, desde luego no sale bien parada y es también objeto de dominación.
Pero si hay algo que cabe subrayar de lo que el director parece contarnos, es el constante choque entre las leyes de la naturaleza, el caos, y las leyes artificiales creadas por el ser humano, donde cada vez se ve más la carcoma de sus pilares. Zvyagintsev empieza su film con el mar tempestuoso chocando contra la costa, y el mismo sirve para cerrar el relato, porque hemos tratado de dominar el caos, el desorden a través del ejercicio de poder y represión, de la misma violencia incluso del lenguaje, pero está claro que ese caos sigue ahí y el esqueleto del leviatán, su forma, sigue varado en la bahía rusa.