Life Without Principle

El dolor del dinero Por Christian G. Carlos

"No puedo pagar la matrícula de mi hija, ni la hipoteca... ¿pero sabes lo peor, Gene? Que el mundo sigue, les da igual" Phil Woodward (Chris Cooper), The Company Men, 2010.

El nombre del hongkonés Johnnie To se asocia con luchas, disparos y sangre. Los enfrentamientos entre mafias, policías y todo lo que ustedes puedan imaginar, llenan los films con emocionantes escenas donde los personajes se tendrán que ver en el límite entre vivir y morir. El director es un apasionado del género de acción, demostrando un alto virtuosismo a la hora de realizar escenas de tiroteo y lucha. La escena final de Exiled (Fong juk, 2006) es uno de los ejemplos más claros para comprender la pasión que To siente hacia el género, dedicándole una atención muy cuidada, en la que las imágenes y los efectos se miman al máximo para que el resultado sea preciosista. Persigue y consigue que los enfrentamientos tengan una apariencia de belleza estética, donde incluso la sangre tiene que gotear adecuadamente para que ningún detalle de lo violento no participe del momento. Todo ello sin caer en lo macabro o excesivo, siempre procurando la satisfacción visual.

 El director se mueve en la mayoría de sus películas entorno a la épica de las historias de gángsters y crímenes. Las grandes mafias asiáticas son protagonistas, especialmente en la doble cinta que mayor éxito y reconocimiento le ha dado hasta el momento (Election, 2005 y Election 2, 2006), donde los enfrentamientos por la sucesión del poder se convierten en el tema principal. El conflicto es palpable y los responsables pueden identificarse con claridad. Aunque un director tan prolífico como él también cuenta con otros títulos que nada tienen que ver con la acción o el thriller. Dramas románticos como Linger (Hu die fei, 2008) e incluso comedias compartidas en su mayoría con el director Wai Ka-Fai. Estamos ante uno de los directores más inquietos, capaz incluso de presentar dos películas el pasado año: además de la que nos ocupa por su estreno en el Festival Internacional de Cinema d’Autor,  Life Without Principle, realizó Don’t Go Breaking My Heart (Daan gyun naam yu, 2011).

Con esta trayectoría podíamos esperar cualquier cosa de su Life Without Principle, de la que hasta el momento sólo sabíamos que centraba su mirada en la actual crisis económica que sufre Europa.La cinta iba a ser de actualidad y prácticamente pionera en un tema que todavía utiliza más el documental que la ficción para presentarse en la gran pantalla.

Obras como Up in the air  (Jason Reitman, 2009) o Larry Crowne, nunca es tarde (Larry Crown, Tom Hanks, 2011) no consiguieron la empatía del público que sí logró The Company Men (John Wells, 2010) gracias a un tono más dramático que las dos anteriores comedias producidas por las grandes productoras. El tono de Johnnie To será más cercano al del film independiente de Wells, aunque no perderá ciertos momentos de humor y excentricidad propios del hongkonés.

De hecho, la excentricidad es una de las principales cuestiones antes de sentarnos a ver Life without principle. Además de la naturalidad con que se nos muestra cierta torpeza en algunos personajes y en su relación con el entorno, lo excéntrico en el film es una narración que amenaza con marearles. Cuando vayan a verla, asegúrense de estar bien sentados y despejados para que el Torbellino Johnnie no les arrastre con su narración cruzada. Tengan claro que verán tres historias –sobre una joven banquera, unos gángsters venidos a menos y una pareja repleta de conflictos- donde el tiempo narrado parece descuidarse. Pero sean pacientes y tengan fe en la dirección, que a pesar de complicar mucho los hilos, conseguirán atarse.

Porque a Johnnie To no se le escapa nada y tiene muy claro qué quiere ofrecer con su película: el retrato de un momento convulso para la sociedad en la que la mayoría de sus miembros están asfixiados y sin demasiadas opciones, puesto que todos han perdido. Lo más interesante, en comparación con el resto de su filmografía, es que en Life Without principle también trata la violencia pero lo hace de manera mucho más sutil a como acostumbraba. No hay ni un solo disparo que trascienda, las escenas violentas están reducidas al mínimo indispensable. Lo salvaje ya no es la muerte, sino ver a una anciana pidiendo mayores intereses para poder alejarse de la precariedad, en un banco que pretende estafarla mediante lenguaje difuso y esperanzas de inversión muy volátiles. Ese es, probablemente, el momento icónico del film, y cuando el espectador va a poder sentirse más cercano a la pantalla. Empatizará de manera inevitable con la ingenuidad e inocencia de la anciana, pero también con el extremo al que debe llegar una joven banquera para poder tener futuro en su trabajo.

El retrato, pues, no pretende caricaturizar posturas ni buscar culpables. Johnnie To procura dar cabida a todos bajo el mismo techo, el de un mundo que perdió los principios jugando con los mercados para convertirlo todo en mercancía. En este contexto, se entiende la voluntad de presentar los gángsters de la zona como personajes poco perspicaces e influyentes. Sus  trapicheos ya no tienen la suficiente fuerza y algunos de ellos están en trabajos humildes, ganándose la vida como pueden. La ley del crimen está subyugada a las leyes del estado, que es ya tan fuerte que lo controla todo hasta el extremo de la sutil parodia que se verá a propósito de los distritos.

 Sin embargo, el sistema no será ya tan poderoso tras el desplome de Grecia, momento que Johnnie To -demostrando el contacto de lo narrado con la actualidad- utiliza para iniciar el drama. Todos los ciudadanos de ese estado poderoso están perdiendo, empobreciéndose e incluso algunos muriendo. Y no es porque exista una mafia robándoles o matándoles. Detrás de toda esa desgracia se encuentra el reverso de una moneda que, tras muchos años dando cara, empieza a dar cruz y nos empuja a un final que será la culminación perfecta para que el director muestre su desengaño. Por un golpe de fortuna, fruto del azar y la codicia, aquellos que se veían perdidos se enriquecen, quitándole toda posibilidad de razón al sistema de organización por méritos. El rico puede ser cualquiera con un poco de suerte y sin principios.

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