Liga de la Justicia

La (fallida) marvelización de DC Por Luis Baena

Pese a pagar los peajes de pertenecer a una franquicia despistada y sin rumbo creativo, Batman v. Superman: El amanecer de la justicia (Batman v. Superman: Dawn of Justice, Zack Snyder, 2016) era un intento -y, por momentos, un logro- de subvertir los estándares del reciente cine superheroico de multisalas. Un cine dominado por la escuadra y cartabón del Marvel Cinematic Universe (MCU), carente de cualquier atisbo de imaginación, con imágenes de usar y tirar, reemplazables unas por otras en cualquiera de sus películas posteriores a Capitán América: El primer vengador (Captain America: The First Avenger, Joe Johnston, 2011).

Si El hombre de acero (Man of Steel, 2013) tenía más de Nolan que de Snyder, Batman v. Superman: El amanecer de la justicia sí que era una película donde se podían apreciar, por momentos sin intromisiones, las particularidades creativas del director de 300 (2007). El hombre de acero supuso el inicio el DC Extended Universe (DCEU), un universo dispuesto a rivalizar con una hegemonía marvelita cuya cabeza pensante, Kevin Feige, había sido capaz de hacer calar en el imaginario popular una serie de coordenadas estilísticas y dramáticas que se habían convertido en una marca de fábrica sobre cómo tratar el relato superheroico en el cine de gran presupuesto.

Liga de la justicia

Liga de la Justicia

Para combatir esta tendencia, Warner-DC se guardó las espaldas con el fichaje de Christopher Nolan como productor y guía creativo, mientras que Snyder tomaba las riendas de la dirección. Desde el comienzo, ya se apreciaban muchas dudas sobre qué camino escoger para levantar los cimientos de un universo capaz de competir con el de Disney-Marvel. Nolan, que ya en El caballero oscuro: La leyenda renace (The Dark Knight Rises, 2012) mostró cierta desidia respecto al cine de superhéroes y a Batman como icono del mismo, recibió la tarea de reactivar a Superman como personaje cinematográfico para la contemporaneidad. A su lado, Snyder representaba el lado débil de la apuesta, un realizador con unos rasgos estilísticos muy concretos y algo antinaturales para su supervivencia «lógica» en el Hollywood actual, y que venía de enlazar proyectos muy caros que habían resultado fracasos económicos como Watchmen (2009), Ga’Hoole: La leyenda de los guardianes [Legend of the Guardians (Guardians of Ga’Hoole), 2010] y Sucker Punch (2011). En definitiva, esta dupla entre productor y director resultaba chocante y contradictoria ya desde el principio, especialmente por el estado en la industria que tenían (y tienen) ambos.

Reescritura de un símbolo

A la hora de reiniciar un icono, de crear mitología, El hombre de acero se asemejaba en estructura e intenciones a lo que Nolan había realizado en su trilogía sobre Batman. También a nivel formal: las imágenes átonas y sin filtros, el abuso de la cámara en mano y una planificación de las escenas de acción muy cerrada y sin claridad expositiva mostraban a un Snyder “tímido”, desaparecido; o al menos un Snyder que se movía en registros poco habituales a nivel compositivo según lo expuesto en sus películas anteriores, sobre todo en la muy personal Sucker Punch.

Si la mano de Nolan llevaba la manija durante la presentación del personaje y la aceptación de sus responsabilidades como ser casi divino en el mundo de los hombres; es en el larguísimo y extenuante clímax final de la cinta donde sí se apreciaban más ciertos rasgos estilísticos de Snyder. Quizás en sus aspectos más superficiales (destrucción e hipérbole), pero que lograban un sentido en el prólogo de Batman v. Superman: El amanecer de la justicia.

Snyder volvía a contar con su director de fotografía de cabecera, Larry Fong, y las imágenes tomaban otro cariz: su presencia existía desde el comienzo (para bien y para mal), y Nolan daba un paso al lado. El ambicioso doble prólogo recrea el asesinato de los padres de Bruce Wayne en unos pocos minutos y a través de un característico montaje musical con cámara lenta y composiciones lindantes a las viñetas que evoca -el Miller de El regreso del caballero oscuro está muy presente-; mientras que la primera aparición de un Wayne adulto sirve como réplica al clímax de El hombre de acero: aquí Snyder cambia la escala de su anterior filme y toma la perspectiva de un ser humano, uno de esos cientos de miles que observaban cómo dioses caídos del cielo luchaban y destruían sin apenas esfuerzo la gran urbe de los hombres

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 Batman v. Superman: El amanecer de la justicia

Algunas voces acusaron a Snyder de obviar a los seres humanos en el clímax de El hombre de acero, de dejar en off la angustia y el sufrimiento de los ciudadanos en favor de una apología de la destrucción y de los efectos especiales embrutecidos. Por ello, estas escenas de supervivencia desde la óptica de Bruce Wayne servían para desmontar estas críticas moralistas e injustificadas, mientras plantaban las bases del enfrentamiento principal del filme: la lucha entre Dios y hombre, entre la luz y la oscuridad, entre lo que viene del cielo y lo que sale de la cueva. Un enfoque atávico, simple, que cimentaba sus éxitos y sus fracasos a través de una estética recargada, manierista, con especial fijación por los colores metálicos y la iluminación nocturna; y a unos intereses dramáticos muy cercanos a los mostrados por el director de Amanecer de los muertos (Dawn of the Dead, 2004) a lo largo de su filmografía: cómo luchar desde el yo (y con los demás) contra los papeles que el mundo o las circunstancias nos han asignado, ya sea dejando a un lado el individualismo para superar una invasión zombi o escapando (física, espiritual y virtualmente) de un hospital psiquiátrico que constriñe cualquier tipo de libertad femenina, de empoderamiento.

Capaz de transitar cimas expresivas en el subgénero de superhéroes, Batman v. Superman: El amanecer de la justicia no deja de ser una producción con muchas lagunas (narrativas, focales y de producción) debido a su condición de franquicia multimillonaria con una alarmante ausencia de timón creativo, lo que convierte a la película en un ente extraño, poco uniforme, más pendiente de generar hype para el siguiente capítulo de la saga que de asentar una mitología propia y rotunda. La sensación de ser un teaser de Liga de la Justicia se apodera de las imágenes -en un momento concreto, de forma literal– y del devenir narrativo del filme, como si cada persona implicada en el proyecto fuera por su lado mientras la narración tuviera que concluir de cualquier manera. La precipitación y lo improvisado invadían todo, y sólo el empuje expresivo de Snyder permitía que una producción caótica pudiese finalizar con un clímax nunca visto en el cine de grandísimo presupuesto: un espectáculo de luz y color que supone un bombardeo casi epiléptico hacia los ojos de los espectadores, mientras la muerte de Superman está representada como si fuera El Descendimiento de Cristo, una muestra más de las inspiraciones pictóricas que suelen estar muy presentes en el cine de Snyder.

Batman vs Superman el amanecer de la justicia

Batman v. Superman: El amanecer de la justicia

Al final, el DCEU fracasa en lo que a Marvel le sobra: una organicidad sólida como el acero, y un esfuerzo por todas las partes (Feige, el director de turno, actores, etc) por establecer una cronología lógica de los hechos que suceden en el MCU. El orden buenrollista, luminoso y lleno de bromas coyunturales parece ser el modelo pretendido para Liga de la Justicia, que sería una especie de equivalente a Los Vengadores (The Avengers, Joss Whedon, 2012) para la franquicia superheroica de la Warner.

Viraje hacia ninguna parte

El enésimo bandazo creativo en el DCEU desemboca en su mayor desastre artístico y económico hasta la fecha. Más allá de ocurrencias multimillonarias indignas de un trabajo ejecutado por adultos, Liga de la Justicia refleja de forma prístina las inseguridades y complejos endémicos de la productora respecto a qué hacer con su franquicia superheroica. El cambio brusco hacia un tono y unas formas más cercanas a Marvel comienza por la marginalización de Snyder: la elección de Fabian Wagner como director de fotografía es toda una declaración de intenciones, un técnico con una experiencia mayormente televisiva, poco cinematográfica. Además, el cambio del panorámico 2:35 al 1:85 sirve para ahondar aún más no sólo en sus semejanzas estructurales con Los Vengadores, sino en unas imágenes sin peso, falsamente luminosas y que transmiten una sensación de pobreza expresiva, de nulo interés hacia el dibujo de lo que hay sobre el papel.

La accidentada y por desgracia trágica posproducción del filme afecta sobremanera a que el resultado pueda ser mínimamente satisfactorio a cualquier nivel. La reescritura y los reshoots ejecutados por Whedon ahondan aún más en el aspecto cutre y deslavazado de las imágenes, y las prisas se aprecian en la precipitación de los acontecimientos y en el nulo desarrollo dramático de los personajes: Bruce Wayne pierde cualquier resonancia trágica y humana para convertirse en una herramienta reclutadora de superhéroes; lo grave y simbólico de Superman, la desesperanza que desprendía su muerte en Batman v. Superman: El amanecer de la justicia, desaparece por completo en el filme con la resurrección menos extraordinaria que se recuerda; Flash y Stone son presentados como tardoadolescentes con traumas relacionados con las madres y padres ausentes (aspecto muy presente en el DCEU, por desgracia planteado de forma algo estúpida); Aquaman sigue a la espera de su película mientras suelta chascarrillos extemporáneos para que su presencia se justifique de alguna manera; y Wonder Woman quizás sea el único personaje que no desentona respecto a lo que habíamos visto en cintas anteriores, lo que tampoco es mucho decir.

En definitiva, esta película destroza y obvia la mitología planteada en El hombre de aceroBatman v. Superman: El amanecer de la justicia en favor de no se sabe muy bien qué. Y rechaza cualquier compromiso estético y político para intentar aportar una visión más ligera y luminosa de los conflictos cósmicos a los que se enfrentan sus personajes contra un Steppenwolf ridículo, siguiendo la estela del Ultrón de Vengadores: La era de Ultrón (Avengers: Age of Ultron, Joss Whedon, 2015). Pero este giro en las intenciones y en las formas lo que provoca es que las costuras salten por los aires y se haga aún más evidente la sensación de una falta de atención y cariño hacia el material que se tiene entre manos.

La despersonalización de personajes, texturas e intenciones respecto a lo planteado por Snyder, Nolan y Goyer no supone la transición pretendida hacia un público fan más “marvelizado”: pese a la falta de talento e inventiva a nivel cinematográfico, Feige y su equipo han trabajado durante años unos estándares, una coherencia que ha generado fidelización entre el público más entendido y el que simplemente va a ver el blockbuster de la temporada para pasar el rato, que es el principal destinatario. Que el DCEU ahora pretenda un opuesto ético y estético respecto al camino que estaba llevando con sus dos personajes principales solo sirve para generar un mayor rechazo popular y taquillero y deja en el aire cuál será el camino hacia la ya anunciada segunda parte de La Liga. La supuesta competencia entre universos superheroicos no deja de ser una lucha entre el orden y el caos, y mientras que uno morirá de aburrimiento el otro ya lo ha hecho mediante la autodestrucción.

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