Lincoln

Lincoln: Bodhisattva Por Déborah García

Cuenta Steven Spielberg que la primera vez que acudió a visitar el monumento de Lincoln sintió mucho miedo al enfrentarse al enorme coloso de piedra del decimosexto presidente norteamericano. Me gusta esta anécdota, porque ahora, después de haber visto la película varias veces, quizá haya comprendido, más allá de todas las cuestiones cinematográficas y estéticas, qué pulsión interna casi infantil ha marcado el destino de su Lincoln. No me interesa volver sobre el discurso de la película, ni tampoco sobre el soberbio debate dialéctico o sobre las motivaciones prácticas o morales que impulsaron al presidente Abraham Lincoln a aprobar, o al menos a intentar llevar a cabo, la abolición de la esclavitud.

Lincoln

Sería de locos ignorar que Lincoln no era tan dogmático en cuestiones de esclavitud como sus compañeros republicanos. En 1858 declaró que se oponía implacablemente “a la igualdad social y política de las razas blanca y negra, a convertir en votantes o jurados a los negros y a que se celebraran matrimonios mixtos”, y posteriormente en 1862, escribió en un pasaje célebre que su objetivo supremo era salvar la Unión, y si ese objetivo suponía liberar a algún esclavo, a todos, o a ninguno, lo haría: “Lo que yo hago con la esclavitud y la raza de color, lo hago porque ayuda a salvar esta Unión”. Dicho esto, y retomando el hilo del texto, creo que Steven Spielberg nos ha engañado a todos, ¿Por qué querría un director volver sobre una figura tan relevante? ¿Por qué querría asumir un proyecto en que la película no fuera otra cosa sino una gran redundancia magistralmente dirigida? ¿Qué puede aportar a la Historia o la Historia del Cine la película de Lincoln?

Es más, ¿qué puede aportar Lincoln a la propia filmografía del director? Steven Spielberg, alejado de las formulas más espectaculares de su cine, ha dirigido con gran acierto la película, pero pienso que en su deseo de abordar la gran figura y lo que representa Abraham Lincoln ha percibido la imposibilidad de humanizarlo. Piedra o fantasma, ambas, son por lo que representan igual de aterradoras. Hay algunas imágenes en Lincoln que me parecen excusas. Esas imágenes son quizá las que la mayoría podría considerar las más importantes, las que sitúan la acción, las que la contextualizan, aquellas en las que Spielberg re-presenta la Historia. La escena violenta que abre la película en la que unos soldados enfangados hasta la cintura pelean cuerpo a cuerpo. Excusa. La escena de los congresistas enfrascados en la polémica dialéctica. Excusa. El debate entre la ley natural y la ley divina. Excusa. La votación final de la enmienda. Excusa. Aquel juego de la desintegración de la Unión, la abolición, todo es una excusa porque la Historia ya fue.

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No soy una experta en Spielberg, pero si hay un director que apela a la emoción de la infancia, ese es sin duda él. Y digo esto porque creo profundamente que lo que hace tan interesante a Lincoln es el deseo de Spielberg de reconciliarse con una imagen horrible de su infancia. La grandeza de Lincoln. La película bascula entre esas dos vertientes, el relato que verifica unos hechos pasados y el deseo de dar forma humana a una figura imponente, el Lincoln pétreo para la Historia, el de los grandes discursos. Y luego tenemos al Abraham Lincoln hombre, figura confinada tanto a los espacios cerrados como a la inmensidad de sus sueños en los que es el tripulante de un barco no-llamado Estados Unidos.

De la Historia al mito, del mito a la piedra, de la piedra al actor, y ahí a la sombra. Es el continuo vaivén entre el Abraham Lincoln político autodidacta hecho a sí mismo, que emplea parábolas y anécdotas graciosas para dirigirse a su audiencia, y el Abraham Lincoln marido y padre de familia, consumido por las tribulaciones que le provocan tanto su esfera pública como la privada. Las continúas interrupciones que sufre Lincoln por parte de su hijo Tad, y en otras ocasiones de su hijo Robert, no son sino una muestra más de cómo las dos esferas pública y privada se entremezclan constantemente. El personaje interpretado por Daniel Day Lewis acabará esquematizándose hasta convertirse en una sombra con chistera que se aleja. El papel del actor oscila siempre entre la figura imponente y rocosa que nos reclama la propia leyenda que se ha erigido desde su muerte, y la sombra más enigmática y fantasmal que habita en estancias oscuras llenas de humo de tabaco y de chimeneas. Pensemos por ejemplo en la escena en la que el presidente Lincoln está con su hijo Tad (Gulliver McGrath) mirando las ilustraciones de un libro. Ellos mismos parecen adheridos como meras estampas a la película, a la propia Historia.

Lincoln es por momentos una película opresiva, sombría de ambientes enrarecidos, pequeños espacios y primeros planos. Este entorno viciado de la película debe mucho al trabajo del director de fotografía Janusz Kaminski, que se ha valido de la niebla y los colores grises para embalsamar toda una Historia y dejar un resquicio en el que respira un fantasma, allí, en los abismos que solamente el cine es capaz abordar. Para cuando la película llega a su fin, Abraham Lincoln, figura profética, o visionaria, o político pragmático, es el presidente que ha conseguido poner fin a la guerra civil y el que ha logrado abolir la esclavitud. Tras la rendición de Lee en Appomattox, la secesión dejó de ser una opción viable en la política estadounidense. Antes de la guerra lo normal era decir que los Estados Unidos -plural- hacían o tenían; después la frase correcta era que Estados Unidos -singular- hacía o tenía. Tras Abraham Lincoln, el país se convirtió en una unidad, en algo más que la suma de sus partes, y eso es lo que a fin de cuentas verdaderamente se decidió en la guerra.

Me gusta pensar que, además de las imágenes que yo he llamado excusa, la película se construye con otras que funcionan como puntos de fuga. Pienso por ejemplo en esa escena que comentaba anteriormente, en la que Lincoln guía en sus sueños un barco, e imagino que esa imagen que se precipita a gran velocidad, conecta con la apertura con que en 1930 David W. Griffith decidió iniciar su película sobre el presidente. Un travelling lateral de una fuerza onírica indescriptible, donde el nacimiento del hombre es en realidad el nacimiento de un mito.  Quiero creer también que las imágenes en fuga que contiene la película de Griffith se fusionan con el final mismo de la cinta de Spielberg, donde aquel hombre de piedra camina por un largo pasillo convertido en el fantasma de un imaginario que nada tiene que ver con aquella Historia que yo conozco, y en la que dejé de creer; que esas imágenes tomadas de una película y otra entretejen y abordan una historia situada en el infinito, fuera de la Historia.

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